jueves, 28 de mayo de 2015

CONFESION (pequeño divertimento fantasmal)

ESCENARIO: En una pequeña iglesia de pueblo, un cura joven y novato escucha, con las manos entralazadas y expresión desconcertada. la confesión de una robusta mujer mayor con la cabeza cubierta por un pañuelo negro.



CURA (voz entre cansancio y la resignación): Pero a ver, hija mía...

MUJER (voz espabilada, pizpireta): Dígame usted, Padre.

CURA: ¿Estás segura que sucedió tal y como me lo cuentas? (apunta con el dedo a la mujer) ¡Y recuerda que mentir en confesión es un pecado muy grave!

MUJER (se pone la mano en el pecho y contesta ofendida): ¡Padre, por el amor de Dios! Usted sabe que yo no miento... (carraspea mientras se mira las uñas) Al menos no  miento a cosa hecha. Dígame usted qué falta me hace andar por el pueblo con semejantes embustes...

CURA (mirando al cielo, como rogando por paciencia): Está bien... Cuéntamelo otra vez, sin inventos, ¿eh?



MUJER (incrédula): ¿Otra vez?

CURA (elevando la voz): ¡Y las que hagan falta!

MUJER (hablando para sí misma): Ea, pues ya está dicho. Menos mal que algo me iluminó y quité la olla del fuego antes de salir que si no, me quedo sin puchero...

CURA (juntando las manos en un ruego): Hija mía, por favor, que no tengo todo el día...

MUJER (medio fastidiada): Ya va, ya va... Pues verá usted, Padre (hace una pausa efectista) Que venía yo de dejar medio choto en casa de la Frasquita, para que me lo asara en su hornilla que es nueva y va mejor que la mía. Total, vivimos tan cerca que... (se oye un gemido desesperado del cura y la mujer sonríe con malicia) Pues eso, que a la vuelta caí en la cuenta que ese mismo día, mi Ambrosio, Dios lo tenga en su Gloria o donde más le convenga mientras no me lo mande de vuelta...

CURA (escandalizado y dando golpes en la madera del confesionario): ¡Asunción, te recuerdo que Dios te está escuchando ahora mismo y se le puede acabar la misericordia en cualquier momento! ¡Mide tus palabras!

MUJER (se persigna y habla con cierta culpabilidad): Perdón, Padre, es que no sabe usted cómo era mi Ambrosio cuando se ponía farruco... Como le decía, que cumplía años ese día y, ya que estaba allí, pensé en acercarme a la tumba y limpiarla un poquillo. Me fui a casa, agarré unos trapos y  un candil...

CURA (extrañado): Un candil... ¿para qué?


MUJER: Porque ya empezaba a echarse la noche encima, Padre, que estamos en octubre. Anda que está usted en el Santo Cielo ¿eh? (se ríe por lo bajo, con sarcasmo)

CURA (molesto): Al grano, Asunción, ya te he dicho que no tengo todo el día.

MUJER: Volví, me puse a limpiar la lápida y estaba por recoger e irme a buscar el medio choto cuando la vi (se da una palmada en la pierna para resaltar sus palabras) ¡Vamos que si la vi! ¡Como lo estoy viendo a usted ahora! Pero sin rejillas de por medio...

 CURA (perdiendo la paciencia): ¡Pero qué viste!

MUJER (con voz un poco asustada): A la Raquel, Padre, a la pequeña Raquel. ¿Sabe usted quién le digo? La que murió hace unos meses, angelito... (se persigna de nuevo y hace un gesto de negación con la cabeza)

CURA (con voz paternalista): Vamos a ver... Raquel murió de gripe en marzo, ¿te acuerdas? si tú misma viniste al entierro.

MUJER (con voz apenada): ¡Cómo no me voy a acordar, si parece que la estoy viendo! (ahoga un sollozo con la mano y suspira dramáticamente) Tan bonica como era... Ahí, metidica en su caja con el vestido de comunión que le bordó su madre. (Se echa las manos a la cabeza) ¡Y su madre, pobre mujer! ¡Qué valiente, ni una lágrima derramó! Pero estaba deshecha, todo el mundo lo vio. Me dijo la Dolores, que es su vecina, que...

CURA (cortando el cotilleo y reconduciendo la conversación):  Sí, sí, es muy fuerte y valiente... Así que viste, o creíste ver, a la pequeña (y remarca la palabra) difunta Raquel.

MUJER (picada): Y dale a la burra el trigo... ¡Que no creí ver, que la vi de verdad! si hasta llevaba su muñeca, la que su madre le metió en la caja antes de enterrarla.

CURA (ignorando el enfado de su feligresa): Dime qué hiciste entonces y qué, ejem, hizo ella.

MUJER (todavía enfadada): Qué pesaíto está usted con las preguntas... Yo me quedé tiesa. Vamos, que hasta dejé de respirar. Y ella... pues nada. Me miró, me sonrió y se fue correteando entre las lápidas, como si jugara ¿sabe? Y luego desapareció. Yo recogí los trapos, el candil y me fui corriendo, no le diera por volver.

CURA (incrédulo): Desapareció, ¿eh? Así, sin más. ¡Desapareció!

MUJER (como pensativa): Pues... sí. Ahora está y al momento siguiente, ¡zas! Aire.

CURA (con paciencia, como si hablara con un niño): Vamos a ver, Asunción... Tú sabes que algo así no puede ser, ¿verdad? ¿Te habías tomado un anís en casa de la Frasquita? O dos...

MUJER (muy ofendida): ¡Acabáramos, Padre! Que de vez en cuando me tome una copita no significa que ande beoda perdida por ahí, viendo fantasmas... (añade a media voz y con malicia) A saber cómo acaba usted los domingos, después de tanto vino de misa.

CURA (con voz amenazante): ¡Asunción, que te pierdes1 ¡Pero cuándo vas a aprender a controlar tu lengua! Cinco Padrenuestros y diez Ave María antes de salir de aquí.

MUJER (con la vista clavada en el suelo y en voz baja): Sí, Padre. Lo que usted diga, Padre... pero le sigo contando... ¿no?

CURA (resignado): ¿Aún hay más?

MUJER (con una pizca de compasión): Ay, alma bendita... ¡Pues claro! Como que la veo todos los días paseando por el cementerio o sentada sobre su lápida, con la muñeca en brazos. Para mí que... (se muerde los labios y se retuerce las manos)

CURA (paciente): A ver... Para tí ¿qué?

MUJER (acercándose a la reja del confesionario y bajando la voz, como si fuera a compartir un importante secreto): Pues verá, Padre... Que yo soy una ignorante que lo más lejos que ha llegado en su vida es al pueblo de al lado, y gracias, es algo que todo el mundo sabe... Pero para mí que esa criatura está esperando algo. O que venga alguien.

CURA (extrañado): De verdad, hija mía, que no entiendo lo que quieres decir.

MUJER: Pues que algo debe quedarle pendiente y por eso no se ha ido del todo. ¡Por eso se ha quedado aquí, esperando!

CURA (harto de escuchar tonterías): Ea, pues si tú lo dices, así será. ¡Hala, ya está bien por hoy!

MUJER (sorprendida): ¿Ya está? Bueno, pues ya me dirá usted la penitencia...

CURA (respirando hondo): Además de lo que ya te he dicho, le vas a limpiar la tumba al Ambrosio todos los días de este mes y le dirás una misa a la semana hasta... final de año. (Se queda pensativo, le parece poco castigo para la conversación que ha tenido que aguantar) Y le cambiarás las flores a Santa Engracia cada domingo hasta que yo te diga. Ahora, ego te absolvo in nomine Pater et Filli et Spiritu Sancti...

MUJER (persignandose): Amén... Menuda penitencia, Padre, que tampoco he matado a nadie.

CURA (satisfecho con su pequeña venganza): Vete y procura no pecar hasta la semana que viene.

MUJER (con sorna y una sonrisilla perversa): Haré lo que pueda.




 MISMO ESCENARIO, MISMOS PERSONAJES, MESES MÁS TARDE.


CURA: Y bien, Asunción, ¿qué pecados me traes esta semana?

MUJER (quitándole importancia): Ay, Padre, los mismos de siempre. ¡Qué parece que no me conozca, usted! Pero no es eso lo que yo quería contarle...

CURA (asustado, temiendo lo peor): ¿Ah, no? Entonces, tú dirás...

MUJER (bajando la voz): ¿Se acuerda usted de lo que le conté hace unos meses? Lo de la Raquelilla...

CURA: ¿Otra vez con lo mismo? No irás a decirme que la has vuelto a ver.

MUJER (divertida): ¡Pues ni que la hubiera dejado de ver? A veces me hace usted una gracia... Pero no, ¡es que ya sé lo que estaba esperando!

CURA (irónica): Y has venido a contármelo, claro...

MUJER: ¡Eso mismo!

CURA: Pues a ver, cuéntame... (Habla consigo mismo, mirando al techo de la pequeña iglesia) Señor, diez años de seminario para esto...

MUJER (en tono triunfal): ¡Estaba esparando a su madre!

CURA (pillado totalmente por sorpresa): A su madre... ¿A su madre?

MUJER : ¡A su madre! Se acuerda, la pobrecica murió hace un mes. (Se persigna y habla apenada) Qué desgracia, qué desgracia...

CURA: Sí, en mayo. Yo mismo oficié el entierro.

MUJER: Ea, pues hace dos semanas, a la vuelta del huerto, las vi a las dos paseando por el cementerio, cogidas de la mano. Parecía que iban hablando y riendo. De repente, al llegar a la altura de su tumba, que ya sabe que están enterradas junticas, se giraron, me miraron, dijeron adios con la mano y...

CURA (se tapa los ojos, medio suspirando): No me digas más... Despararecieron.

MUER (un poco sorpendida): Bueno... sí y no. Se metieron dentro de la tumba y... desaparecieron, sí.

CURA (empezando a enfadarse): Es decir, que ahora no hay un fantasma ¡sino dos! Santa Madre de Dios...

MUJER (exasperada): Que no, que no entiende usted nada... La Raquel no podía irse sin su madre. Sabía que no iba a tardar mucho en seguirla y, por eso, se quedó aquí a medio camino. Ahora que ya están junticas, se ha ido al cielo. ¿Lo entiende ahora, Padre?

CURA: Mira, no sé qué decirte...

MUJER: Hágame usted caso, Padre, que yo se lo que me digo. Ya no las he vuelto a ver así que (da un golpe en el confesionario) ¡tengo razón! (Baja la voz, cruza las manos sobre el pecho y cierra los  ojos) Y ahora... ¿qué penitencia me pone esta vez?

CURA (despistado): ¿Penitencia?

MUJER (con paciencia): Por los pecadillos de siempre... La envidia, alguna mentirijilla, el anís... Pensamientos impuros con algún mozo del pueblo... La carne, Padre, qué débil es. ¿Usted cómo lo lleva, eso de la carne?

CURA (suspira y responde con energía): Te impongo la penitencia de no volver a confesarte conmigo en tres meses por lo menos. Y cuando me veas en misa o por la calle (tono de voz histérico) ¡ni me hables ni me mires! (Respira hondo y recupera la compostura) Ego te absolvo, in nomine Patri et Filli et Spiritu Sancti...

MUJER (sorprendida): Amén, Padre, que tiene ustede un carácter...