La
princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
Ese es el
rumor que se extiende por los pasillos del castillo. Lo comentan sus doncellas,
escondidas en los rincones más oscuros, para que nadie les escuche porque su
vida corre peligro si alguien las pilla cotilleando. Quieren guardar el secreto
pero, ¿qué queréis que os diga?, no hay quien pueda mantener la lengua quieta
cuando de un rumor jugoso se trata. Además, dicen para justificarse, ¿acaso no
es cierto que la princesa anda triste, que se levanta suspirando y suspirando
se acuesta, que llora sin motivo y sin motivo se enfada? Tarde o temprano, esas
historias saldrán de su cámara y se extenderá por el reino, ¿qué más da quien
fue el primero en explicarla? No habrá nadie que pueda culparlas. Entre ellas,
hijas todas de buena cuna con pocas preocupaciones y demasiado tiempo libre,
juegan a acertar el motivo de tanto desasosiego y creen haber llegado a una
conclusión acertada. A la luz de las velas, cuando todo el mundo duerme, se
reúnen al pie de la Fuente de la Luz y hablan, hablan y hablan. También se ríen,
y mucho, con malicia porque están casi seguras de que el culpable no es otro
que Sir Allard, el caballero de los ojos bonitos y la sonrisa brillante. Y
suspiran, envidiosas, porque cualquiera de ellas apostaría su doncellez, si es
que aún la conservaran, por pasar una sola noche entre sus brazos. “Besarle y
morir”, suspiran dramáticamente las más jóvenes de ellas. Las mayores, más
expertas en eso de vivir como buenamente se puede, se contentan con mover la
cabeza y desearles mejor suerte.