sábado, 30 de septiembre de 2017

SEX AND THE CITY REVISITED


¿Tenéis una serie que os marcó la infancia, la adolescencia o como quiera que se llame la fase posterior a esa revolución hormonal? Os daré un consejo: NO VOLVÁIS A VERLA!!!!! Os lo digo con conocimiento de causa porque me he saltado a la torera ese consejo y se me he caído un mito.

Me dejé llevar por la nostalgia y he vuelto a ver, de cabo a rabo, "Sex and the City". Esta serie marcó un antes y un después en la historia de la televisión y a mí, particularmente, me abrió los ojos al maravilloso mundo de los zapatos de infarto y la ropa de diseño. No sólo eso, claro. En su momento me volví adicta a las aventura de esas cuatro neoyorkinas que atravesaban Manhattan pisando fuerte sobre sus tacones de infarto y, al parecer, de hombre en hombre. Cuatro mujeres completamente diferentes entre sí, triunfadoras y terriblemente libres. Son tan diferentes como el día y la noche pero juntas forman un núcleo único e indivisible, desde el que luchan contra las vicisitudes de la vida porque los problemas compartidos son menos problemas y las alegrías compartidas son todavía mejores. Creo que cada mujer que se enganchó a la serie acabó por identificarse con una de ellas. Yo quería ser Carrie Bradshaw y no porque fuera la protagonista sino porque tenía un pelo increíble, un armario lleno de ropa de firma y zapatos de ensueño, un piso encantador en un lugar privilegiado y... bueno, se ganaba la vida escribiendo. Yo quería ser ella! Me vi la serie entera y las dos películas que le siguieron (la primera, buena; la segunda, ¡para suicidarse de mala!) y cuando fui a New York me decepcionó no poder visitar el barrio donde transcurría la acción por falta de tiempo. En resumen, la convertí en un mito por muchas razones. 

No es la primera vez que la reveo pero sí la primera vez que me deja regusto amargo en el paladar. No sé exactamente en qué punto ha sido pero, de repente, me dio la sensación de que ese poso de feminismo que creía que defendía no era más que una máscara y, en realidad, no hacen más que retratar la búsqueda, en ocasiones desesperada, del hombre que las complete. En un principio pensé que me había pillado en un momento tonto, muy tonto, y mi negatividad lo teñía todo. Pero al ir pasando los capítulo y, poseída por el espíritu de alguna crítica televisiva particularmente diabólica, fui confirmando mi percepción. ¡ATENCION QUE VIENEN SPOILERS! Carrie es una periodista que acaba convirtiéndose en una escritora de éxito, rubia y fabulosa. Miranda, abogada, madre soltera por elección propia, pelirroja y fabulosa. Charlotte es una chica bien, princesa de cuento de hadas que trabajaba en una galería de arte antes de casarse, divorciarse y volverse a casar, morena y fabulosa. Samantha es relaciones públicas de altos vuelos, soltera, sexualmente muy activa, rubia y fabulosa. Y todas, quizá con la honrosa excepción de Samantha, se pasan la serie entera buscando el hombre perfecto, enamorándose, rompiendo corazones y dejando que rompan los suyos una y otra vez, esperando siempre que el siguiente sea el definitivo porque oye, no siempre tiene que acabar mal, ¿verdad? Alguna vez tiene que ser la buena.
Luego, en un ataque de automasoquismo digno de estudio, me dio por comparar esas vidas de ficción con la mía, muy real. Es un ejercicio absurdo que no recomiendo en absoluto, por cierto, pero si te aburres... adelante. Creí que saldría perdiendo pero resulta que no; lo más justo sería concedernos un empate. Ellas tienen dinero, éxito, ropa y zapatos (lo siento, eso todavía lo envidio) para aburrir, hombres de paso y, de vez en cuando, relaciones largas, viven en la ciudad que nunca duerme y son dueñas y señoras de sus destinos. Yo no tengo dinero más que para ir tirando, el éxito mejor ni hablar, un armario apañadito y algunos zapatos capaces de alegrarme el día con solo mirarlos, de los hombres tampoco voy a hablar, vivo en un pueblo pequeño que no duerme durante los tres días del Gran Premio y soy, a ratos, dueña de mi destino. O sea, que a simple vista salgo perdiendo. Pero, porque siempre hay un "pero", mientras ellas parecen no ser capaces de asimilar que se puede vivir sin un hombre al lado, yo he aprendido que sí se puede y, en ocasiones, es preferible hacerlo. No dicen eso de  "más vale solo que mal acompañado" por nada. Y eso me garantía el empate técnico como mínimo. 

No me malinterpretéis. No hablo desde el despecho o la desesperanza. Tampoco odio a todos los hombres porque mis relaciones hayan acabado mal ni desprecio a las que, a toda costa, se empeñan en buscar una pareja porque sienten que, de otra manera, su vida no está completa. Por favor, que cada cual viva su vida como crea que debe hacerlo, ¿quién soy yo para juzgar a nadie? Pero tampoco quiero que se compadezcan de mi porque sigo soltera y no he sido madre a los (no puedo creer que vaya a decirlo) cuarenta y seis años. O que se empeñen en buscarme un tío porque crean que lo necesito, que esa sería la solución a todos mis problemas. Por no hablar de "la mirada"... Ya sabéis, cuando te encuentras con alguien con quien no te has visto en mucho, mucho tiempo y te pregunta si sales con alguien y, al decirle que no, durante un segundo te mira con una pena infinita y después te suelta "¡Y lo bien que vives así, chica!" o, peor aún, te repasa de arriba abajo buscándote la tara que te hace imparejable y comenta "No te preocupes, tarde o temprano llegará..." Tampoco quiero que piensen que estoy sola porque, señoras y señores, no lo estoy. Primero, me tengo a mí y, creedme,  es más que suficiente y, a veces, hasta demasiado. Segundo, tengo una familia que adoro, ya estén cerca o lejos. Tercero, tengo una amigas que han acabado por convertirse en mucho más que eso y a las que no cambiaría por nada ni nadie. A ellas puedo acudir, y viceversa, en cualquier momento. Y cuarto, tengo museos, cines, teatros, excursiones, viajes, libros, películas, series, música, ganas de escribir y bailar y miles de sueños que acariciar y, en la medida de lo posible, convertir en realidad. Y puede que disfrute de esas cosas con o sin compañía pero, en cualquier caso, las disfruto y eso es lo que realmente importa. El resto del mundo es muy libre de pensar lo que quiera pero yo sé la verdad y, en última instancia, ¿quién tiene una vida perfecta? ¿O quién la quiere? En la perfección no hay espacio para las sorpresas y yo quiero que me sorprendan cada día. 
Al fin y al cabo, la vida es un viaje donde el fin del trayecto es una incógnita y en todos los caminos hay baches. Superarlos y hacer que sea memorable depende de nosotros. 

Vaya, esto me ha quedado muy Carrie...

Mjo