jueves, 1 de diciembre de 2016

PODRIA SER UN PRINCIPIO


Me despertó el latido de una migraña, leve pero molesta. Ni siquiera abrí los ojos, si conseguía volver a dormirme acabaría por pasarse. Di media vuelta, o al menos lo intenté, y di con mis huesos en el suelo. Ah, que no estaba en la cama sino en el sofá… Ni me acordaba. Lógicamente, el golpe multiplicó por mil el dolor de cabeza. O me tomaba algo en un máximo de cinco minutos o pasaría lo que quedara del fin de semana atiborrada de pastillas, con hielo en la frente y lamentándome de mi suerte. Vamos, lo mismo que el anterior.

Me senté despacio, muy despacio, y apoyé la espalda en el borde del sofá mientras me sujetaba la cabeza con las manos. No conocía nadie a quién se le hubiera desprendido de un modo natural pero, vista mi suerte, igual me convertía en la primera de la historia. Respiré hondo y abrí un ojo. Según fuera el paisaje, haría lo mismo con el otro. Algunas vistas es mejor evitarlas si se puede. Se me escapó un gemido de desesperación. Frente a mí, ocultando por completo la divina mesita de centro de diseño exclusivo, aparecía una oda al desastre apocalíptico. Resultado de mi último bajón: papeles de chocolatinas, el cenicero lleno de cáscaras de pipas, varias latas de cerveza sin alcohol (deprimida sí, borracha no, ¿eh?), una botella de vino y otra de cava volcadas y vacías (ah, pues sí, borracha también) y un plato con algo que parecía helado de fresa. Con tropezones, creo, porque supongo que lo que flotaba por encima no sería moho. No crece tan deprisa, ¿verdad? ¿O sí? Ay, mira, yo qué sé. Yo lo único que quería era morirme, a ser posible de una forma rápida e indolora.