lunes, 13 de julio de 2015

20 DE MAYO

"Cuenta conmigo", le dijo ella. "Ya cuento contigo", contestó él. Y el aire, el tiempo y el espacio se detuvieron entre ellos. Fue como si todo adquiriera otro ritmo, más lento, más oscuro y extraño. Ella empezó a temer sus propias miradas, segura de que decían en silencio todo lo que callaban sus palabras. A veces veía su imagen reflejada en un cristal y buscaba sus ojos, intentando averiguar si había cambiado algo, buscando significado que ni siquiera sabía si existían o no. Iba más allá; si simpre analizaba sus frases, ahora les daba la vuelta, las miraba del derecho y del revés, cambiaba el orden y las memorizaba. Después, en el silencio de su habitación, las sacaba del escondite de su memoria y las saboreaba en soledad. Veía sus sonrisas y sus enfados, sus gestos, escuchaba su voz cuando la llamaba. Su propio nombre sonaba mejor cuando lo decía él.

Volvía a aquel sábado que cruzó su puerta y llenó su casa; inventaba otra escena y un nuevo final. Después despertaba de su sueño y veía la realidad. Le quería, le deseaba, intentaba olvidarle y se rendía a la evidencia de sus sentimientos un día tras otro, en una espiral de sueños que iba y venía al compás de su vida. Bajó la guardia hacía tiempo y él entró poquito a poco, sin anunciarse, sin pedir permiso; lento, pero seguro, llegó para quedarse. Se adueñó de un espacio vacío y ella sólo fue capaz de sentarse a esperar. Y en esa espera, le perdió.

Nunca ha sido tuyo, cómo puedes echar de menos algo que nunca has tenido, cómo puede dolerte tanto... Cada mañana, cada tarde, cada noche se repite esas frases como si fueran un sortilegio de protección. A ratos quiere, y cree que puede, olvidarle. La mayoría del tiempo, se aferra a ese sentimiento como si fuera su tabla de salvación. De alguna manera, sabe que no sirve de nada porque no hay nada que hacer. Lo sabe aunque una parte de ella se empeña en seguir adelante, hasta donde pueda llegar, mientras sea capaz de aguantar sin romperse, sin dejarse el alma en una lucha que conoce porque no es la primera vez que la vive. Tan solo espera que en esta ocasión sea distinto.

En algún momento, se da cuenta que cometió un error. Esa mañana de sábado le preguntó por ella, por la que ganó la batalla que las dos peleaban. Necesitaba saber qué decía él, si le diría algo que alumbrara su pequeña esperanza. Experta en malinterpretar las palabras, creyó ver una luz, un "quizás", un "esa ahora pero no será durante mucho tiempo". Y ahora le habla de ella como lo haría con una amiga que no sintiera nada por él. Cada vez que escucha su nombre, siente que la expresión de su cara cambia, no puede contestarle, aguanta las ganas de gritar y desea que se calle, que la deje en paz y no le cuente nada. Por un lado, espera con todas sus fuerzas que él no note ese cambio de actitud. Por otro, quiere que lo vea, que lo sienta y comprenda, porque así dejaría de comentarle lo que hacen, ahorrándole esos momentos de dolor. 

Le gustaría saber qué contestaría si él le preguntara el por qué de esos silencios repentinos y pesados. ¿Sería capaz de decirle la verdad o inventaría alguna excusa más o menos creíble? En el fondo confía que no se produzca nunca esa situación, no se le dan bien las confrontaciones. Tendría todas las de perder aunque ¿gana algo ahora? No, de eso sí que está segura. 

Hoy le ha dicho que ya no puede más, que en el trabajo se ahoga y no ve por dónde salir, que se irá. Ella se ha sentido triste al principio, lo echará de menos cada momento del día y nada volverá a ser igual. Después, cuando se ha quedado a solas con sus pensamientos, se ha dicho que es lo mejor que puede pasarle. Si se va, si no le ve cada día durante muchas horas, podrá ponerse un parche en el corazón y empezar a olvidarle.  

Más tarde, las ocho. Hora de marcharse a casa. Recoge sus cosas y se va, dándole vueltas a todo y llegando a ningún lugar. Le gustaría dejar de hacerse la fuerte, poder sentarse delante de alguien y llorar su pena sin escuchar "eres tonta, no vale la pena, es idiota, olvídale". Imagina que cuando llegue al piso se tumbará en la cama y abrirá el dique de sus emociones hasta quedarse vacía y limpia pero, sorpresa, no lo hace. Lo intenta pero no ocurre nada. Cena, ve una película y se acuesta. Un día más, un día menos.

Mañana, vuelta a empezar.