domingo, 1 de mayo de 2016

ESCRITURA AUTOMATICA (1)

La pantalla se fundió a negro, las luces de la sala se encendieron sin avisar y me pillaron llorando a lágrima viva. Había contado con los títulos de crédito y se los saltaron a la torera, exponiendo mis miserias sin compasión. ¡Qué vergüenza! Mi compañera de asiento, una mujer entrada en años y carnes que lucía raíces en el pelo y olía como un cenicero, me miró con una mezcla de pena y burla. Abrió la boca para decirme algo pero debió de pensarlo mejor, negó con la cabeza y se fue diciendo no sé qué cosa de las chicas demasiado impresionables que lloraban por cualquier tontada.

Me sentí indignada. ¿Qué puñetas sabía ella de la causa de mi pena? La película, la pelicula... Ni siquiera sé cuál era, pedí una entrada para la empezara antes y allí me metí, sin preocuparme por averiguar el título. Yo quería, necesitaba, oscuridad y anonimato para abrir el dique de mis lágrimas y el cine me pareció una buena idea. Allí, en la penumbra, me solté la melena y lloré con desconsuelo pero en silencio, no era cosa de molestar a nadie.

Me sentía tan desgraciada... ¿Cómo podía pasarme a mi? ¡Y otra vez! ¿Es que no aprendo nunca? Pues se ve que no. Porque que te dejen una vez en el altar, vale. Puedes llamarlo mala suerte o ceguera a la hora de elegir a tu pareja. Además, estas cosas pasan. Me pasó a mí. Pero ¿dos? Dos ya no es mala suerte, es ser desgraciada y punto. Y ser tonta perdida, está claro.

Iba a empezar de nuevo a llorar cuando vi al acomodador que me miraba, cauteloso, desde el pasillo. Tenía que ordenar la sala para la siguiente proyección y les sobraba. Resignada, hice un gesto de asentimiento con la cabeza, recogí el ramo que se marchitaba a mis pies y, arrastrando la cola del vestido de seda natural que resaltaba mi figura y destacaba mi moreno de cabina, salí sin mirar atrás. En la butaca se quedó el velo de encaje y la liga azul que me regaló mi prima.

Mjo