Mientras ella se
acercaba intentado ocultar sus defectos, él se encontró descubriendo que aquel
calentón era, en realidad, la culminación de un montón de sentimientos que
había intentado ignorar y, al final, le habían reventado en la cara. Se había
enamorado de quién menos lo esperaba, de la única persona que jamás entró en
sus planes. Se sentó en la cama, le tendió la mano y cuando ella la cogió,
simplemente dijo “Te quiero”. El silencio fue atronador durante un segundo,
dos, diez, hasta que ella suspiró y contestó.
- No, no me
quieres – dijo con una sonrisa triste-. Ahora crees que sí pero no es cierto.
- No me había
dado cuenta hasta este momento, tienes razón, pero de repente lo veo todo muy
claro. No suelo mentir, y mucho menos para conseguir un polvo o dos, así que si
te digo que te quiero es porque te quiero.- Lo soltó todo sin pestañear, sin
respirar, mirándole a los ojos y con voz firme. Parecía tan seguro y
convincente que nadie podía imaginar que por dentro, temblaba. Sentía todo el
miedo del mundo. Nunca antes había pronunciado esas palabras creyéndolas. Pensó
que así debía sentirse un trapecista la primera vez que se enfrentaba al abismo
sin red. Tenía ganas de retroceder hasta sentir la tierra firme bajo los pies
pero era incapaz de resistir la tentación del peligro, el vértigo al vacío.
- Han pasado
cuatro años y jamás diste señales de tener el más mínimo interés en mi, al
menos personalmente – dijo Alba soltando su mano. Se levantó de la cama y fue a
buscar una bata, más para ocultar la vergüenza de su cuerpo desnudo que para
abrigarse. Tenía la piel fría, muy fría, pero por dentro ardía. Sacó unos
calcetines de la cómoda y se los puso, dándole la espalda. Después suspiró,
volvió a la cama y se sentó a los pies, lejos de sus manos pero al alcance de
sus miradas. Enfrentó aquellos ojos verdes que tanto le gustaban y le
sorprendió la tristeza que transmitían. ¿Cuándo, se preguntó, su noche de
ensueño se había transformado en pesadilla?-. Carlos, lo siento. No esperaba
nada de esto y me siento perdida, no sé por dónde ando. Quiero creerte, te lo
juro, pero es que… Ayúdame. Por favor.
Carlos
se apoyó en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, y retrocedió en
el tiempo hasta encontrar la primera vez que reparó en ella como mujer y no
como compañera de fatigas. ¿Fue ese el principio? No podía asegurarlo. En aquel
momento no le dio importancia, pero de alguna manera se quedó grabado en su
memoria hasta esa noche. Por ahí empezaría. Después, ya vería.
-
¿Recuerdas el incidente con Andrea y la fotocopiadora? – preguntó, sonriendo a
medias. Alba entrecerró los ojos y asintió con la cabeza. ¿Cómo olvidarlo? -.
Nos reímos mucho, aquella tarde, después de solucionar el atasco de papel,
acabar cubiertos del polvo del tóner que se nos rompió en las manos y encuadernar los cuarenta dossiers del seminario. Salimos muy tarde de la oficina y
decidimos ir a comer algo rápido en cualquier sitio. Todos se fueron a casa con
una excusa u otra pero tú dijiste que no te esperaba nadie y te apuntabas. Yo
tenía una cita pero no me apetecía demasiado así que la anulé y nos fuimos,
solos. Comimos…
-
… en un bar de las Ramblas, para turistas. Pedimos tapas y cerveza, mucha
cerveza. – Alba recuperó la sonrisa al recordarlo. Había sido una noche
fantástica. Hasta entonces creía estar encaprichada de Carlos. Después, no le
quedó ni una pequeña duda. Se enamoró de él, sin remedio y hasta las cejas-.
Dios, bebimos mucho y se me soltó la lengua. ¡Qué vergüenza me dio a la mañana
siguiente!
-
Para nada, yo me lo pasé muy bien. Te pones muy graciosa cuando bebes, ¿lo
sabías? Vaya, te has puesto colorada. ¡Seguro que te lo han dicho antes! – Alba
se tapó la cara con las manos mientras se reía, a medio camino entre la
vergüenza y la felicidad. Se acordaba de aquella noche. Ella, que estaba tan
convencida de que le había incomodado su presencia-. Conocí a una mujer
distinta, divertida, atrevida y muy, muy inteligente. Me habría gustado saber
más de ella pero se nos hizo tarde y el día siguiente se nos presentaba
complicado. Te acompañé a casa y esperé hasta que te asomaste a la ventana para
decirme que estabas bien. A gritos. A las tres de la mañana.
-
Mi vecino me regañó a lo grande cuando me vio al día siguiente, dijo que le
había despertado y no consiguió volver a dormirse. De hecho, me sigue regañando
cada vez que me ve y asegura que las ojeras que tienen le salieron esa noche,
pero yo creo que nació con ellas puestas.
-
Cogí un taxi para volver a casa y no dejé de preguntarme por qué no te besé al
despedirte-. Carlos salió de la cama, sin más ropa encima que unos bóxers que
dejaban muy poco para la imaginación, y se sentó frente a ella. Le apartó un
mechón de pelo de la cara y sonrió.
-
¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué no me besaste? – preguntó Alba en un susurro,
intentando concentrarse en su rostro, en sus palabras, y no en su entrepierna.
Ah, frivolidad es mi segundo nombre, se dijo, un momento tan delicado ¡y
yo pensando en lo que estoy pensando!
-
No lo sé. Y lo cierto es que no fue la última vez que quise hacerlo. Siempre me
he tragado las ganas. Quizá porque trabajamos juntos o porque éramos algo así
como amigos o porque te respetaba demasiado como para meterte en mi cama una
noche y olvidarme de ti al día siguiente.- Se encogió de hombros. No parecía
avergonzado de lo que decía, se limitaba a constatar un hecho, una manera de
actuar, sin disfrazarla. – Francamente, así es como solía comportarme. Hasta
esta noche.
-
¿Y qué ha cambiado esta noche, si puedo saberlo? – preguntó Alba. A esas
alturas, casi le daba igual que desapareciera de su vida con la salida del sol,
si con eso conseguía que acabara la conversación y le quitara la ropa. Dioses,
¿qué le estaba pasando? Ella era mucho más seria que todo eso, no solía tener
rollos de una noche y cuando caía en la tentación, pasaba días mortificándose
por la culpa. Maldita educación católica, que tantos remordimientos le había
garantizado. Sus ojos recorrieron el pecho de Carlos lentamente, recreándose en
la vista. Se concentró de nuevo en su voz, lo que decía podía ser importante.
-
Yo, he cambiado yo y mi manera de ver la vida. Estoy harto de saltar de chica
en chica, ninguna me llena como lo haces tú. ¡Y ni siquiera me había dado
cuenta hasta ahora! – dijo, cogiéndole las manos-. ¿Qué me dices, Alba?
¿Quieres intentarlo, al menos?
Le
miró atentamente. El hombre del que estaba enamorada desde hacía, al menos,
tres años, le estaba pidiendo una oportunidad para demostrarle que la quería y
ella, ¿qué hacía? Darle vueltas, retroceder, dejar que el miedo decidiera de
nuevo. Sintió que la rebeldía crecía en su interior y se plantó. Esta vez sería
distinto. Y aunque no lo fuera, ¿qué podía perder? Estaba harta de “y si”,
tenía demasiados sobre la espalda.
-
Sí, quiero. – Y se lanzó sobre él sin darle tiempo a respirar. Ni a
arrepentirse.
Mjo