jueves, 31 de agosto de 2017

GORDA. FEA.

"... Más que las otras cosas que me hizo, me dolieron aquellas dos palabras. Gorda. Fea.

Escupió ambas palabras. Madeline hubiera deseado que dejara de decirlas.

- Me refiero a que un hombre gordo y feo puede en cualquier caso ser divertido, atractivo y exitoso - continuó Jane-. Pero en lo que se refiere a una mujer es como si se tratara de lo más vergonzoso que puede ser. 

- Pero tú no eras, no eres ... empezó Madeline. 

- Sí, de acuerdo, ¿y qué si lo fuera? -interrumpió Jane-. ¿Y  qué si lo fuera? Voy a eso. ¿Y qué si tuviera un poco de sobrepeso y no fuera particularmente bonita? ¿Por qué es tan terrible? ¿Tan repugnante? ¿Por qué es el fin del mundo?" 

Me han recomendado este libro y empecé a leerlo. Me encantan los personajes femeninos, algunos tan inocentes, otros tan ácidos, otros tan rotos o tan neuróticos que es imposible no amarlos. La ironía con el que se expresan va conmigo; a veces soy demasiado irónica y estoy convencida que es un arma defensiva. Si despisto a alguien cuando la utilizo, quizá no vea lo que se esconde bajo la superficie. La cuestión es que a ratos incluso me he reído, hasta que a mediodía me he encontrado con este trozo de narración y se me ha borrado la sonrisa de golpe. No dejo de darle vueltas desde entonces porque ¿cómo decirlo? Así es como me siento yo.

Siempre fui la fea de la clase, siempre. La gorda no, porque hasta hace algunos años yo era un insecto palo humano, uno de esas personas (ODIOSAS) que podía comer cuanto quisiera porque antes de levantarme de la mesa ya había quemado las calorías. Pero la fea, sí, con todos los honores. A los ocho años me pusieron gafas y, poco después, me diagnosticaron escoliosis. Tuve que llevar un aparato en la espalda, día y noche, que para mí fue una pequeña tortura y para mis compañeros de clase, una diversión más. Coincidió con la Guerra de las Malvinas y ellos, muy ocurrentes cuando de machacarme se trataba, me bautizaron como "La Dama de Hierro", así, en castellano, porque entonces el inglés era como de ciencia ficción. No creo que a Margaret Thatcher le gustara la comparación pero no se enteró, así que no nos declaró la guerra a nosotros. O igual sí y por eso Gibraltar sigue sin ser español... Perdón, tengo tendencia a divagar, ya lo sabéis. Por si faltaba algo, mis compañeras de clase se desarrollaban como si no hubiera un mañana y yo me tenía que conformar con mirarlas desde la distancia y rezar para que se acabara la maldita EGB para poder perderlos de vista para siempre. Algo que pasó por allá el 83 ¿o fue el 84? Da igual; salí del colegio y puedo decir que no he vuelto a verlos nunca más en mi vida. Miento. En enero del 84 me operaron de la espalda porque el aparato no me sirvió de nada y tuve que pasar por quirófano. Al salir del hospital, después de un mes, lo hice embutida en una pieza de yeso a modo de corset poco erótico, que tuve que llevar hasta septiembre. Creo que fue a principio de ese verano que me crucé con algunos de mis queridos compañeros y, si cierro los ojos, todavía soy capaz de escuchar sus burlas y sus carcajadas. Esa fue la última vez que los vi. En la familia también tuve ese papel. No sé quién es la oveja negra pero la fea soy yo, probablemente.

La gordura vino después. Siempre pienso que es una venganza del jodido karma, que me está haciendo pagar con creces todo lo que he comido de más durante gran parte de mi vida. La verdad es que me encanta comer, le hago palmas a una simple ensalada pero las comidas de mi madre me chiflan. Deberíais probar sus lentejas, el consomé de Sant Esteve, sus canelones increíbles o cualquier cosa que haga en la cocina. Es una artista de los fogones y mi hermana ha heredado todo su talento. Yo me defiendo y como vivo sola, no tengo que dar explicaciones. El tema del peso no me preocupaba demasiado hasta que me subí en una báscula al volver de unas vacaciones y lo mejor que puedo decir es que no era una de esas que gritan tu peso para que el resto de clientes de la farmacia te miren con cara de asco o de pena, dependiendo de su capacidad de empatizar. Empecé un régimen al día siguiente y pasé varias semanas muerta de hambre. Una mañana me estaba lavando los dientes y me di cuenta que algo no me cuadraba en la imagen que el espejo me devolvía. ¡Mi cintura estaba volviendo a aparecer! En tres meses perdí diez kilos, en seis eran 15 y, durante un tiempo, conseguí mantenerme sin demasiado esfuerzo. Estaba muy contenta conmigo, me sentía atractiva, casi segura de mi misma (quizá por primera vez en mi vida) porque me había esforzado, había conseguido mi objetivo y estaba convencida que sólo tendría que sentarme a esperar mi recompensa.

A finales de agosto de ese año, empecé a salir con alguien de quién acabé por enamorarme y sentí que todo mi mundo empezaba a girar a la velocidad correcta... Hasta que el catorce de febrero del año siguiente, esa persona decidió dejarme después de haberme dicho, un mes antes, que me quería y empezar a hablar de mí como su "futura esposa". Las razones que me dio para romper conmigo fueron muy sencillas: no era lo suficientemente guapa y me sobraban algunos kilos. Creo que una de sus frases memorables fue algo así como "por dentro eres una princesa pero por fuera..." No la acabó y todavía me pregunto cómo me veía por fuera. ¿Una bruja vieja y canosa? ¿Un ogro verde? Esa tarde todos, todos mis fantasmas salieron a mi encuentro, gritando con entusiasmo que me habían echado de menos y pensaban quedarse conmigo una larga temporada. Y aquí siguen, sentaditos a mi lado, leyendo lo que escribo por encima de mi hombro y meneando la cabeza porque creen que soy patética por expresar estas cosas en "voz alta" para cualquiera que quiera leerme.

Quizá tengan razón pero no me importa. Soy un ser humano con cientos de complejos, que durante toda su vida ha intentado ocultarlos detrás de una sonrisa, escuchando a los demás antes de dejar que los demás me escuchen a mí, escribiendo interminables entradas en diarios que nadie conoce, llorando a oscuras cuando nadie puede verme, fingiendo que todo va bien cuando, en realidad... pues no va tan bien. Dicen que nunca te sientes más solo que cuando estás en medio de un montón de gente y doy fe de que es verdad. Estás en algún sitio, rodeada de montones de personas, y te preguntas "¿qué hago aquí?". Te gustaría irte pero te quedas porque eso quizá le diera una pista a alguien de que te pasa algo y eso no puede pasar, no se puede permitir que aparezca ni la más mínima grieta.

Uf... al final esta entrada se ha ido desviando de lo que realmente pretendía, que es "denunciar" esa manía de darle tanta importancia a lo que se ve y no preocuparse de lo que hay detrás de las máscaras. ¿No te gusta lo que ves? Pues entonces ya no te molestas en conocer a la persona, ¿para qué? Seguramente no te pierdes demasiado... Pero igual dejas de conocer a alguien inteligente, divertido, solidario, cariñoso, capaz de estar contigo a las duras y a las maduras, que cante bien, que escriba con cierta gracia o sepa moverse en la pista de baile al ritmo de la música. Deja que te cuente una cosa: cuando alguien te rechaza porque eres fea/o y/o estás gorda/o, no te sientes inteligente, divertido, solidario, cariñoso, los problemas de los demás te la pueden traer al pairo porque bastante tienes tú con los tuyos, no tiene ganas de cantar, todo lo que escribes es lacrimógeno y las únicas canciones que escuchas son baladas de cortarse las venas o canciones heavies donde todo el mundo grita mucho. Puedes pasarte mucho tiempo con la moral por las nubes, porque eso también pasa, pero basta una mirada, una frase, para empujarte de vuelta a los infiernos. Yo lo sé, he estado ahí. He andado por ese camino, en viajes de ida y vuelta, muchas veces y las estancias en las profundidades siempre son más largas. Caer es fácil, subir cuesta un poco más. Y duele.

En "Pretty Woman", ese cuento de hadas que nos vendieron nada más empezar los noventa y nos ponen en la tele en cuanto detectan que el nivel de azúcar ha bajado, hay un par de frases que no me tatúo porque todavía no he alcanzado ese grado de locura. A saber:

- La gente te rebaja tanto que acabas por creerles.
- Lo malo siempre es más fácil de creer.

Por eso cuando alguien me alaba, tiendo a reírme y soltar algo tipo "uy, sí, mucho!" tirando de ironía, mientras por dentro pregunto "¿en serio? Gracias!!!!" porque he aprendido a no creerme lo que me dicen. Soy desconfiada porque el mundo me ha hecho así pero algunas personas han conseguido atravesar mi escudo de vibranium (como el del Capitán América, porque también soy friki) y han conseguido que me crea que valgo la pena. Por desgracia, algunas de ellas me... dieron la patada en cuanto bajé la guardia y por eso cada vez me cuesta más creer en lo que me dicen. En el fondo sé que no debería hacerlo pero ya no puedo ir como Campanilla por el mundo. Y sin embargo...

Y sin embargo no pierdo la esperanza porque eso es lo último que hay que perder. Yo recojo los escombros de mi muro, construyo uno nuevo un poquito más alto y, quizá, más fuerte y salgo a la calle a ver qué pasa. Estoy convencida que al otro lado de mi muralla hay algo excepcional, maravilloso, que está esperando por mí y no debo decepcionarle. Por mí, que no quede. Quizá no sea mañana, SEGURO que no será mañana, pero creo que ocurrirá. Y si resulta que acabo con otra herida, pues vale; tengo dos cajas de tiritas esperando que las use.

Siento haber dado la tabarra y juro que no busco provocar compasión, que me tengan lástima o me ahoguen a piropos. Sólo necesitaba una confesión a partir de una excusa. Estoy a un paso de cumplir cuarenta y seis años y, a pesar de todos mis dilemas, mis complejos y mis muchas estupideces, soy una mujer de la cabeza a los pies. Fea y gorda, vale, pero mujer de una pieza.

Mjo

... Sólo hay que aprender a usarlas 




2 comentarios:

  1. Aisss, me ha llegado al alma. Para mí eres DIVINA... y lo sabes !!

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  2. Me ha llegado al alma porque me identifico con mucho de lo que ahí cuentas. Para mí eres DIVINA... y lo sabes !!

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