jueves, 31 de diciembre de 2020

LA REVANCHA (SE ACABÓ EL PASTEL)


Cada año igual. Cada final de año lo mismo. Echar la vista atrás y mirar qué objetivos te habías planteado y cuántos has conseguido. 

No soy de retos, pero el año pasado me puse algunos por primera vez y creo que he cumplido con pocos. No se puede ser ambiciosa o, como mínimo, a mí no se me da bien serlo. Aún así, declaro con orgullo que el más grande de todos, el que estaba segura de fallar, lo he cumplido. Bueno, estoy a punto de cumplirlo: 52 semanas, 52 relatos. Esta semana haré el último y cerraré esa etapa que me ha llevado por un camino que me aterraba, porque sé que no soy constante en muchas de las cosas que hago y que me desanimo pronto. Tengo suerte y he tenido dos compañeros de viaje que, a empujones pero con cariño, me han llevado de la mano y no han permitido que me relaje. Para ellos, gracias. No voy a echarme flores, no es mi estilo, pero creo que desde el primero al último he mejorado evolucionado, que es de lo que se trataba. He salido de la zona donde me encontraba cómoda, he usado voces y recursos distintos, he inventado momentos para personajes reales y me he atrevido a llamarles por su nombre (espero que me perdonen allá donde estén), he rescatado recuerdos y sentimientos y los he puesto en palabras, he declarado fallos y defectos y he evitado avergonzarme de ellos y, algo que jamás habría imaginado, he descubierto lo que se puede llegar a disfrutar buscando datos en un artículo de periódico o en una biblioteca virtual para que aquello que escribía tuviera un toque de realidad. Todos esos relatos me han salvado en muchas ocasiones y, en muchas otras, me han hecho sudar sangre y lágrimas. Todo lo que soy, todo lo que me gustaría ser, está ahí y sólo ha sido el principio porque, ya sabes, que más vale tarde que nunca, nunca es tarde si la dicha es buena y un mago nunca llega tarde, Frodo Baggins, ni pronto: llega exactamente cuando se lo propone. (Gandalf dixit!)

En el resto de las cosas que me había propuesto, el fracaso ha sido bastante importante. No ha sido un año fácil, qué os voy a contar, pero no pienso usarlo como excusa. Y tampoco pienso hacer un resumen de lo bueno y lo malo porque pueden pasar dos cosas: que acabe enfadada o que acabe deprimida. O ambas cosas y va a ser que no me da la gana, que estoy hasta el gorro de estar enfadada y deprimida. ¡Que ya está bien, hombre! La vida hay que celebrarla aunque sea a pequeña escala y por eso hoy elijo alegrarme por la gente que, a pesar de todo, cierra este año sintiéndose afortunada. No me olvido de todos los que se han sentido solos, abandonados, tristes y, especialmente, de aquellos que han perdido a un familiar o amigo, que han sufrido la enfermedad y todavía anda lidiando con ella, de los que pelean cada día por salir adelante aunque todo esté en contra. Ya no voy a decir que saldremos de esto, se ha repetido tanto que ya no tiene sentido, y tampoco creo que salgamos mejores personas, porque me los hechos demuestran que no, que salimos peor de lo que entramos. Pero como soy una persona estúpidamente positiva, aunque a veces me hunda y deje de creer en todo... confío en un futuro mejor. No para todos, que no todos se lo merecen, pero sí para aquellos que quiero, admiro y necesito. 

A estas alturas de mi vida, he aprendido que la gente va y viene y no se detiene; que quien quiere estar, se queda y quien prefiere marcharse sin mirar atrás, es porque estaba de más. No quiero guardar más sillas vacías esperando que llegue quien quiera ocuparlas, que ya hay más que suficiente con tener esos tejanos en el armario esperando perder el peso que me sobra para poder cerrarlos. No pido más pero no merezco menos. Permanecerán los buenos recuerdos y las experiencias vividas, les deseo que les vaya bien y sean felices, que yo me quedaré con lo que he aprendido, ya sea bueno o malo, pero nunca con la culpabilidad ni el rencor. Borrón y cuenta nueva, no hay mal que por bien no venga o, como decimos por aquí,  tal dia farà un any i bon vent i barca nova! 

No voy a hacer otra lista de retos, qué pereza, pero tengo tres cosas en el zurrón: un sueño, una necesidad y un deseo. Me los guardo, por si acaso se gafan antes de empezar. 

Nos leemos (o no) en el 2021.


Mjo

lunes, 21 de diciembre de 2020

BLANCA Y RADIANTE (semana 49)

 

Se abren las puertas de la iglesia, pequeña, rústica, olorosa a incienso y cera, y un murmullo excitado recorre los bancos de madera. Todas las cabezas se vuelven hacia la entrada; los más afortunados, sentados junto al pasillo, apenas tienen que esforzarse para ver. El resto ha de estirar el cuello o ponerse de puntillas para no perderse detalle de la llegada de a la estrella del día: la novia. Porque da igual el novio, los padres de uno y otro, los niños vestidos con trajes absurdos, los invitados de postín y los de medio pelo. Lo que todo el mundo espera es que llegue la novia y se desvele el secreto mejor guardado, que es el vestido, y de comienzo el espectáculo.

Cumpliendo con una tradición no escrita, llega tarde. Ni mucho ni poco, lo justo para hacerse desear sin llegar a poner de los nervios al futuro esposo. Cuando aparece, enmarcada por los arcos románicos adornados con flores para la ocasión, de la concurrencia se escapa un “ooooohhhhhh” de admiración y, por qué no decirlo, algo de envidia. Se detiene unos segundos, respira hondo y, en cuanto suenas las primeras notas de la marcha nupcial, echa a andar cogida del brazo de su orgullos padre. En todas las mentes suena la misma canción, aquella que dice “Blanca y radiante va la novia...” y ahí se quedan porque, con el paso del tiempo, el resto de la letra se ha perdido. Lástima que, aunque nadie se dé cuenta, esta novia parece cualquier cosa excepto blanca y radiante.

domingo, 13 de diciembre de 2020

IMPROVISANDO (Semana 48)

 

Esta semana ando escasa de inspiración. Nada, que lo intento y no hay manera que salga algo que valga la pena. Bueno, miento. Digamos que mi carpeta de “Borradores” ha engordado un poco con tres o cuatro principios prometedores que, quizá en otro momento, acabarán convertidos en historias pero, de momento, no soy capaz de sacarlas adelante. Así que me dio por pensar en aquellas cosas que son capaces de arruinarte el día desde que sales de la cama. Ojo, cuidado, que si encima es lunes, no es que te arruine el día sino la semana. Os cuento qué se me ha ocurrido y juro que todas, absolutamente todas, las he vivido en mis propias carnes:

1. *Se fue la luz y no pude hacerme ni un  triste café porqué, oh, vaya, resulta que en mi casa todo es eléctrico. “Eso te pasa por moderna”, me dijeron cuando lo conté, “si tuvieras una cafetera de toda la vida en vez de una de cápsulas, eso no te habría pasado”. A ver, una cosita... ¿Qué parte de “todo es eléctrico” no habéis pillado? Si tengo vitrocerámica y no hay luz, ¿cómo hago la puñetera cafetera que sí tengo? ¿Enciendo quince velas del IKEA, con aroma a frutos rojos, la pongo encima y me armo de paciencia hasta que suba el café? Y de las tostadas ya ni hablamos, ¿no? 

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