Un campo de narcisos
amarillos y un hombre con un traje azul. Un hijo que sabe poco de su padre y,
de lo poco que sabe, sólo se cree la mitad. Un pez muy grande, un gigante, un
pueblo encantado, una bruja con un ojo de cristal, unas siamesas japonesas, un
poeta en busca de inspiración, un amor capaz de atravesar la fantasía para
convertirse en realidad… Las historias que contamos a los demás, las historias
que nos contamos a nosotros mismos y las historias que jamás contaremos a
nadie. ¿Dónde está la frontera entre la realidad y la ficción? Quién puede
poner freno a los sueños, a los deseos, a las ganas de encontrar lo que ni
siquiera sabes que buscas. Quién puede evitar vivir.
Había oído hablar de “Big
Fish” a mucha gente y todos me la recomendaban. Hoy me he decidido a verla y me
he encontrado con una película preciosa, muy potente visualmente, una bella
historia sobre el conocimiento entre padres e hijos que me ha dejado pensando.
Cosas del encierro, supongo, y de contar ya demasiados días en el calendario
sin verlos.