jueves, 23 de mayo de 2019

FANTASMAS (5)

No pude despedirme de ella. Cuando me fui a dormir estaba viva y regalaba al mundo el sonido de su risa ronca. Al despertar, no quedaba de ella más que un cuerpo destrozado, varios sobres con negativos y fotografías y un puñado de recuerdos para que yo lidiara con ellos. Y no podía hacerlo: me sentía incapaz de levantarme cada mañana con el hueco de su ausencia en el colchón.

Por eso sonrío cada vez que alguien me pregunta cómo sobreviví al desembarco y contesto, encogiéndome de hombros, que no lo sé, porque ignoran que la verdadera proeza es superar cada nuevo día sin ella. Tengo la certeza que morí a su lado aquella tarde de julio, atrapado en una nube de polvo y gritos, sudor y sangre, y voy tan solo sorteando el tiempo hasta reunirme con ella. A veces sueño con mi muerte y no consigo temerla, ni siquiera respetarla un poco. Me gustaría cuidarme, como siempre me pedía, mantenerme lejos del peligro que acecha detrás de cada batalla pero no sé cómo hacerlo si sólo entonces me siento vivo... 

Vivo contrarreloj desde que tengo memoria, en una carrera contra mi mismo, y todavía no sé dónde está la meta. O si existe. ¿Existe esa línea de llegada que podría salvarme? ¿Y qué me espera al otro lado? Soledad, aburrimiento, día tras día de no hacer nada, no sentir nada... No , yo no sirvo para esa especie de travesía en el desierto que alguien se atrevería a llamar vida. Nací para no estar quieto, para reír a carcajadas y llorar a gritos, para conocer a todo el mundo y no olvidar a nadie, para dejar una huella en cada calle. Nací para beber hasta caer redondo al suelo, para desear a todas las mujeres y amar solamente a una, para soñar a lo grande, para hundirme hasta el cuello en las miserias de este mundo y escapar en el último instante. Nací para vivir y cada día se me hace más difícil.

Apago el cigarro. Apuro la copa. Meto en un sobre las fotos seleccionadas y los textos que deben acompañarlas. Me paso las manos por el pelo desordenado. Me arreglo el nudo de la corbata. Me pongo la chaqueta y cojo el abrigo de la percha. Rescato las llaves de su escondite debajo de un montón de cartas sin abrir. Abro la puerta y, antes de salir, me miro al espejo ensayando mi mejor sonrisa de truhan desencantado. La imagen es impecable. 

La tormenta, sin embargo, la llevo por dentro. 

Mjo