domingo, 25 de julio de 2021

TRY A LITTLE TENDERNESS


Esta debe ser la palabra más peligrosa de todo el diccionario: TERNURA. Ni odio, ni miedo, ni vacío, ni olvido, ni muerte, ni abandono. Ternura, que tiene un poco de todo eso y algo más que no soy capaz de nombrar, la fuerza de arrasar con todo aquello, y todo aquel, que se atreve a sentirla. 

No hay destrucción más completa ni dolorosa que la que provoca un ataque de ternura. Da igual lo que hagas, la fuerza que emplees en oponerte a ella; cuando alguien te abraza y te invade, la guerra está perdida. A partir de ese momento, lo que venga no importa porque vivirás esperando que se repita, que vuelva la sensación de felicidad que sólo sientes entre esos brazos, apoyad@ en ese pecho, escuchando esa voz y sintiendo los latidos, tranquilos o acelerados, de ese corazón. Y quien venga a ocupar su lugar una semana, un mes o un año más tarde será indiferente, porque estarás convencid@ de que jamás conseguirá llenar el hueco que han dejado. 

Maldita ternura, que se lleva la paz y la tranquilidad, y te deja sólo hambre, sed, pena, tristeza, rabia, dolor y preguntas. Tantas, tantas preguntas sin respuesta acumuladas a los pies de la cama, esperando que algún día algo, alguien o tú, las expulse a patadas y te enseñe a confiar de nuevo, iniciando otra vez el círculo vicioso del "No quiero quererte, pero, sin querer, te quiero".

Y vuelta a la casilla de salida, a repetir errores a pesar de las precauciones, a las noches en blanco y los días que pasan lentos. Vuelta a recoger los pedazos, a reconstruirte una vez más, a fortalecer el muro por las partes que se han derrumbado y te han dejado desprotegid@. Vuelta a cerrar los ojos para no ver, a taparte los oídos para no escuchar, a perseguir fantasmas y ocultar el miedo.

Pero no hay regreso posible y lo sabes. Volverás a tropezar, una y mil veces, con la misma maldita piedra, que te reabrirá la herida para que brote sangre nueva, limpia y caliente. Lo sabes. Lo sientes. Lo deseas. Lo haces. 

No hay caso. Cuando de equivocarse se trata, nadie lo hace mejor que tú y tu estúpida, horrorosa e inevitable ternura, que siempre va a parar donde, al parecer, no es necesaria. 


Mjo

(Os lo dije, drama queen a la máxima potencia, pero a veces hay que dejar salir toda la tontería para salir adelante) 




jueves, 15 de julio de 2021

DA NANG

Alrededor, los restos del naufragio repartidos por toda la estancia. El vestido de Alma, estampado de rosas rojas sobre fondo negro, había quedado tirado a medio camino entre un sillón y el suelo. Las enaguas que le daban movimiento y volumen a la falda quedaron colgadas en el respaldo de una silla. Los zapatos, de charol negro y con tacón fino, habían salido volando para aterrizar junto a la puerta que daba acceso al baño. El sujetador y las bragas, de encaje rosado, se habían perdido entre las sábanas bajo las que se enredaron sus cuerpos. La ropa de Mike, una cazadora negra con el nombre del instituto bordado en la espalda, una camiseta blanca de manga corta y unos tejanos con los bajos raídos, marcaban el camino que habían recorrido desde la puerta de la fría e impersonal habitación de hotel hasta la cama, tamaño king size, que ocupaba gran parte del espacio disponible. 

Si hizo calor, no lo notaron. Si hizo frío, tampoco. No oyeron el zumbido del motor de la mini nevera al ponerse en marcha, la música que sonaba al otro lado del pasillo, los reproches airados que se lanzaban la pareja de la habitación contigua ni el ruido, casi insoportable, del tráfico en la autopista cercana. No sintieron el olor acre que salía de las cañerías del lavabo ni el aceitoso que, por los conductos del aire acondicionado, llegaba desde la hamburguesería de la planta baja. No vieron los pedazos de papel que colgaban de las paredes, las manchas de humedad del techo ni las grietas del espejo sobre la cómoda. No se dieron cuenta de lo ásperas que eran las sábanas ni que en la moqueta se acumulaba el polvo de días o, quizá, semanas. No oyeron, no vieron, no olieron, no sintieron ni saborearon nada que no fuera el tacto de sus pieles, los susurros de sus voces en el oído, el olor de todos sus rincones, el brillo de sus ojos, el sabor de sus bocas. 

Se olvidaron del tiempo y se perdieron uno dentro del otro, una vez y otra y otra y otra más, y no parecía suficiente, porque acumulaban hambre y sed de meses. Sentían que no les alcanzaban las manos para tocarse, las bocas para besarse, los ojos para mirarse, el tiempo para amarse como necesitaban hacerlo, porque se acercaba la hora y lo sabían. Podían sentir cada segundo que resbalaba por la manecilla del reloj y el corazón se les iba en aprovecharlos todos, hasta el último, hasta que no pudieran más, hasta que llegara el inevitable final. 

Se juraron amor eterno, sabiendo que la eternidad podía durar una vida entera, diez años, tres meses o doce horas. Se dijeron todas las palabras, se cantaron todas las canciones, se mintieron una y otra vez mientras la tarde se convertía en noche y la noche se volvía día. Y con las primeras luces, se rompió la magia y se obligaron a despertar del sueño. 

Se miraron a los ojos de verdad y, por primera vez, se vieron como realmente eran. Alma, con el pelo revuelto, el maquillaje corrido y la sonrisa triste, no era la jovencita alegre y cariñosa que Mike había inventado, la tarde anterior, en la penumbra gris del bar. Mike no aparentaba ni la mitad de los años que aseguraba tener, lucía restos de acné en la frente e inocencia en la mirada. Ella, un alma vieja y cansada. Él, un niño que apenas empezaba a volar y ya sentía el vértigo de la muerte aferrado a sus entrañas. Se buscaron a conciencia y sólo encontraron dos extraños que la soledad había unido por unas horas y consiguieron fingir una sonrisa de salir de la cama y recuperar las ropas y la dignidad perdidas. 

Mike miró hacia otro lado, con las mejillas ardiendo, al ver el cuerpo desnudo de Alma a la luz del día. Tenía una cicatriz en la cadera izquierda y lunares diseminados por toda la espalda. Se preguntó qué dibujo saldría si los uniera todos con un bolígrafo de color rojo y se le escapó una carcajada leve y explosiva. Alma le miró por encima del hombro y no supo interpretar la expresión soñadora de su rostro. ¿Qué hacía con aquel hombre a medio terminar? ¿Es que nunca iba a dejar de equivocarse? No, se dijo, está claro que no. Se sentó en la cama y agachó la cabeza. Estaba avergonzada, triste, desesperada. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se mordió el labio inferior para cortar el drama, ya había hecho bastante el ridículo por un día. 

Mike, que andaba peleando con el equilibrio mientras se ponía los pantalones, la observaba de reojo y notó su pena. Dejó que la prenda cayera al suelo y se acercó a ella. Por unos segundos, dudó que debía hacer. Le fallaba la imaginación y la experiencia, como casi siempre, y se quedó de pie frente a ella, inmóvil. Alma, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, veía la punta de sus pies, embutidos en unos calcetines blancos, y guardaba silencio. ¿No tenía que irse ya? Le había dicho algo sobre un autobús, con destino a Nueva York, que no podía perder. ¿Por qué no se iba de una vez? Tenía ganas de gritar, cogerle del brazo y echarle de la habitación, pero la había pagado él y, además, seguía desnudo, sólo con los calcetines blancos arrugados en los tobillos. No podía hacerlo. Por Dios, no era más que un niño y, en el fondo, nada de lo que había pasado era culpa suya. Cerró los ojos, cayó la primera lágrima y todas las demás fueron detrás. Él suspiró, se agachó, le levantó la cara y se la limpió con delicadeza. Después dibujó una sonrisa de diablillo travieso, le dio un beso en la frente y le acarició el pelo con ternura. Ella cerró los ojos y se dejó mimar, sintiendo algo de paz y un vacío enorme allí donde una vez estuvo su corazón. 

- Lo siento - susurró, sin atreverse a mirarle. 

- No importa - contestó Mike, pensando en la despedida. No era ni la mujer de sus sueños ni el amor de su vida, pero había sido ambas cosas durante unas horas y él, a pesar de todo, era un caballero-. Me gustaría quedarme, pero no puedo. Tengo que... 

- ... coger un autobús, lo recuerdo. Nueva York, ¿verdad? - Él asintió, sintiendo de nuevo el miedo en el fondo de la garganta-. ¿A qué hora sale?

- Dentro de veinte minutos. Más vale que me ponga en marcha de una vez. No voy a poder ducharme - Se levantó y empezó a vestirse tan rápido como pudo-. Ni desayunar. 

- ¿Tienes hambre? 

- En realidad, no.

- Los nervios del viaje.

- Sí, será eso... 

Se puso la camiseta arrugada, se dio cuenta de que estaba al revés y, maldiciendo, volvió a quitársela para darle la vuelta y ponérsela otra vez. Se situó delante del espejo, se pasó la mano por el pelo para ordenar los mechones revueltos y abandonó al cuarto intento. Qué más daba, si le cortarían el pelo en cuanto llegara al cuartel. Cogió el petate, que había dejado tirado de cualquier manera junto a la puerta, se echó la cazadora al hombro y miró a Alma, que seguía sentada al borde de la cama, atenta a todos sus movimientos. Tenía manchas de rimel en las mejillas y estaba pálida, pero había dejado de llorar. 

- Bueno - dijo Mike, echando un vistazo alrededor para asegurarse de que no se dejaba olvidado nada. 

- Bueno - repitió Alma, poniéndose en pie-. Que tengas un buen viaje...

- Mike, me llamo Mike - Le tendió la mano, vio lo absurdo del gesto y la retiró casi al instante. 

- Yo soy Alma - Se puso de puntillas y le dio un beso en la punta de la nariz-. Cuídate, Mike. 

- Haré lo que pueda. 

Sonrió por última vez y salió de la habitación sin mirar atrás. Bajó las escaleras de dos en dos, atravesó el aparcamiento a la carrera y se subió al autobús justo antes de que cerraran las puertas. Se sentó al final, lejos de los demás pasajeros que, a esa hora, aprovechaban el tiempo para recuperar el sueño perdido. Después de un par de maniobras, salieron a la autopista y se unieron al tráfico. Mike, demasiado nervioso como para contemplar el paisaje al otro lado de la ventanilla, sacó la carta del bolsillo exterior del petate y volvió a leerla. Lo había hecho tantas veces que podía recitar su contenido de memoria y, a pesar de todo, seguía pareciendo una maldita pesadilla de la que esperaba despertar en cualquier momento. Sus ojos se deslizaron por la página a toda velocidad y se detuvieron antes de llegar a las últimas palabras: "... de donde zarpará con destino Da Nang, Vietnam del Sur". 

- Bueno - dijo a su reflejo en el cristal -, al menos, no morirás siendo virgen. 

Acomodó la postura, cerró los ojos y se quedó dormido al instante. 


Mjo

15-07-2021



jueves, 8 de julio de 2021

NO LO HAGAS, POR FAVOR, HAZLO.

Anoche terminé de ver la serie de la que, dicen, todo el mundo habla. No, por favor, no me refiero a "Élite"; esa pandilla de niños ricos, de una superficialidad que espanta, me aburre sobremanera y te juro que no entiendo por qué narices he visto todas las temporadas. ¿Penitencia por algún terrible pecado que no recuerdo haber cometido? Pues ya vale, ¿eh? ¡Culpa purgada! Claro que en algo tenía que perder el tiempo mientras esperaba que estrenaran "Resident Evil: Infinite Darkness" y es que, como dice mi hermana, me estoy aproximando peligrosamente a un lado muy oscuro jajajaja. No, me refiero a "Sexo/vida", que hace unos días que reina en la parrilla de Netflix. ¿Cómo no iba a hacerlo? Si es que nos ponen la palabra "sexo" en un título y allá que vamos con todo. Como si nos invitaran a observar por el ojo de una cerradura, encendemos la televisión y observamos las vidas ajenas, dispuestos a juzgar y sacar conclusiones desde la seguridad de nuestro sofá. Todos llevamos un voyeur dentro y, a veces, hay que dejar que salga y le de el aire. Pues esta serie es perfecta para eso. Os cuento. 

martes, 6 de julio de 2021

MARMOL

Los obreros fueron dejando olvidados trabajos y herramientas, demasiado ocupados en seguir las evoluciones del famoso escultor por el patio. Se acercaba a un bloque de mármol, lo tocaba, lo olía, apoyaba la oreja sobre la superficie sin pulir y acababa negando con la cabeza antes de moverse hacia la siguiente pieza. Llevaba horas así, días, semanas, para desesperación del Maestro de Obras, cuya responsabilidad era acompañarle y satisfacer todas sus demandas. Al final, los trabajadores fueron reuniéndose en corrillos, haciendo comentarios sobre el aspecto del escultor y apostando por tal o cual bloque. El Maestro de Obras, que había dejado muy atrás la juventud, pidió que le trajeran algo donde poder sentarse, a ser posible en la sombra, y se resignó a esperar. 

Piero, su hijo menor, un jovenzuelo de apenas catorce años, delgado como un sarmiento y excesivamente nervioso, seguía los pasos del escultor a una distancia prudencial, para  no perturbar su concentración. De vez en cuando, se apoyaba contra la fría piedra, imitando sus gestos, sin tener ni idea de qué hacía ni por qué. Cuando se cansó de aquel juego, corrió a sentarse junto a su padre y se limpió las manos en las calzas de terciopelo negro, dejándolas manchadas de polvo blanco. 

- Padre, estoy emocionado - Admiraba al escultor y, en secreto, soñaba con crear obras que, algún día, se pudieran comparar con las suyas -. ¿Cree que esta vez elegirá el material para su escultura?

- No lo sé, Piero, de verdad que no lo sé - Suspiró y se limpió el sudor de la frente con un pañuelo de seda y encaje-. Espero que sí; ya no tengo edad para ir detrás de nadie, un día y otro y otro, y menos de alguien que no parece saber qué busca exactamente. El Consejo empieza a impacientarse y ya han hablado de contratar otro escultor menos problemático... Pero, ¿qué hace ahora?

El escultor se había quitado la gorra de artesano, el jubón de lana fina y la raída camisa. Lanzó todas las prendas al suelo, sin que le importara lo más mínimo que se mancharan de polvo y barro. Se acercó a la base de un enorme bloque de mármol y repitió su particular liturgia. Apoyó las manos sobre la rugosa superficie, cerró los ojos, pegó la oreja, acercó la nariz y dejó que el tiempo pasara sin moverse. Finalmente, sonrió, asintió y abrió los ojos para encontrarse con la mirada expectante de veinte personas, que contenían el aliento en espera de su veredicto. 

- Y bien, signor, ¿ha tomado ya una decisión? - preguntó el Maestro de Obras, cruzando los dedos por debajo de la capa.

- Sí, lo he hecho - Ensanchó todavía más la sonrisa, provocando la aparición de multitud de arrugas en su poco agraciado rostro, y dio un par de palmadas sobre el mármol-. Será este, definitivamente. 

Una exclamación de sorpresa recorrió los espectadores. "¡El Gigante!", decían, "¡Ha elegido al Gigante!", puesto que así lo habían bautizado el día en que llegó, hacía demasiados años, desde la cantera de Fantiscritti, en Carrara. Con sus casi seis metros de alto, había sido un aunténtico desafío para todo aquel que se atrevió a enfrentarse a él. Ni Agostino di Duccio, ni Antonio Rosselino ni Simone da Fiesole tuvieron éxito y sus intentos quedaron reducidos a simples grietas, algunos diseños apenas esbozados sobre la piedra y un agujero que hizo que lo consideraran inservible y lo dejaran abandonado en un rincón. "Destrúyalo, signor, no creo que nadie consiga nunca esculpir nada en él. ¡Está maldito!", sentenció Di Duccio, después de intentarlo durante semanas. Así, el Gigante quedó olvidado entre la maleza que crecía descontrolada en el Patio del Departamento de Obras de la Catedral, juntando polvo y olvido. Hasta aquel día. 

- Pero... Lleva veinticinco años expuesto a las inclemencias del tiempo - El Maestro de Obras estaba perplejo. Se acercó al escultor, que seguía acariciando la piedra con expresión soñadora, como si fuera el cuerpo de un amante-, está dañado y todo aquel que ha intentado trabajar con él, ha fracasado. 

- Lo sé - contestó, riéndose entre dientes-, a mí también me han llegado esas historias. 

- Y, a pesar de todo, ¿lo elegís? - El escultor asintió, recogió la ropa y se vistió. Después pasó un brazo por los hombros del sorprendido anciano -. Os juro que no os entiendo, signor. El Consejo ofrece una cantidad más que generosa para el material, podéis escoger lo mejor de lo mejor, ¿y esta es vuestra elección?

- Así es, maestro. 

- ¿Puedo preguntaros por qué? ¿Qué le habéis visto que sea tan especial?

- Vida, mi querido amigo, he visto vida. 

- ¿En un bloque de mármol? - El maestro se echó a reír hasta que se le saltaron las lágrimas-. A fe mía que, con esta actitud, alimentáis vuestra fama de excéntrico. Me va a costar convencer a los miembros del Consejo, pero ya se me ocurrirá qué decir para despejar todas las dudas. 

- Diga sólo la verdad - dijo, mientras abandonaban el recinto del patio y salían a la Piazza del Duomo, que a esa hora bullía de actividad. Piero les seguía de cerca, que procuraba no perderse ni una palabra de la conversación. 

- ¿La verdad? Por favor, explíquese, soy todo oídos.

- Dígales que he visto, en el interior de ese bloque de mármol abandonado, un ángel que lleva años esperando a ser liberado - Sonrió, satisfecho, y levantó los ojos al cielo, que se iba cubriendo de nubes oscuras-. Y que seré yo quien lo haga. 

- ¿Queréis que me tomen por loco? ¡No puedo decirles eso! No lo van a entender. Ni yo tampoco, si he de seros franco. 

- Esa es la diferencia entre ustedes y yo, Maestro. 

- ¿Cuál? - Frunció el ceño. Empezaba a cansarse de los jueguecitos del escultor. 

- Que yo soy artista y ustedes, no. 

Le hizo una reverencia burlona, se puso el sombrero y se alejó en dirección al Arno, dejando al Maestro sin palabras en mitad de la plaza. 

- Es un genio, padre - Susurró Piero, emocionado-, eso no se puede negar. 

- ¿Un genio o un loco?

- ¿Acaso hay diferencia? - Piero se encogió de hombros, quitándole importancia a la cuestión. 


- Todavía no lo sé, pero está claro que el signor Michelangelo Buonarroti no deja indiferente a nadie. Sólo espero que no tengamos de arrepentirnos de asignarle este trabajo - Miró a su hijo, al que le brillaban los ojos de pura excitación, y le dio una palmada cariñosa en la mejilla-. Anda, volvamos a casa antes de que empiece a llover. Ya sabes cómo se pone tu madre si le ensuciamos el suelo de barro...


Mjo

06-07-2021