viernes, 25 de febrero de 2022

SONRÍA, POR FAVOR

 A sus 75 años, doña Bárbara siente que le pesa el anonimato. No lo reconocería ni en un millón de años, pero así es. La verdad es que a ratos le pesa y, a ratos, le duele. No es una frase hecha o un puñado de palabras que, juntas, suenan bien. No, el suyo es un dolor real, físico. Empieza cuando abre las revistas del corazón y no se ve en ellas. Lo siente en la punta de los dedos, según va pasando las páginas y no se encuentra. Se extiende, como una ola fría, por las manos, los brazos, le sube por la garganta, le hace un nudo en el estómago, paraliza sus piernas y le estruja el corazón. Acaba siempre llorando, lágrimas de tristeza y rabia, y lanzando las revistas contra la pared. Baja las persianas y saca los viejos albumes de recortes y fotos, en un intento siniestro de recuperar un pasado que fue glorioso.

“Ah, qué tiempos”, se dice, “cuando era joven y hermosa y el mundo entero comía de mis manos”. Veranos en Marbella, St. Tropez y Capri. Primavera en París. Fin de año en Nueva York. Primera fila en la Semana de la Moda de Milán. Audiencias privadas en el Vaticano y algunos palacios reales. Palco en Las Ventas, La Maestranza y el Liceu. Carnaval en Venecia y Río. Caseta en la Feria de Abril y balcón en la Semana Santa sevillana. ¿Cuántos años tenía cuando salió en su primera portada? ¿Quince, dieciséis? Fue el escándalo de la temporada. “La Heredera Rebelde”, la llamaron, y el país entero cayó rendido a sus pies. ¿De dónde había salido aquella jovencita que se reía con la cabeza echada hacia atrás? Qué poco se parecía a las otras adolescentes de su círculo, con su larga y rizada melena rubia, los ojos tan azules, los pómulos tan altos, la nariz insolente, los labios frescos, las faldas demasiado cortas, los escotes excesivamente bajos y la voz siempre, siempre, alta y clara.

El ángel que fue en la infancia había ardido sin que nadie se diera cuenta, y de sus cenizas surgió un Ave Fénix que arrasó con todo. Fue Atila vestida por los mejores diseñadores; allí donde pisaba, no volvía a crecer la hierba. Destrozó matrimonios, arruinó a un magnate y disolvió el grupo musical más famoso del momento. El día que cumplió 20 años, sopló las velas mientras Mick Jagger le cantaba al oído “Happy Birthay, dear Bárbara” con acento inglés y etílico. Después se perdieron en la lavandería del hotel y, entre sábanas y toallas sucias, le regaló el peor cunnilingus de su vida. “Quién iba a imaginarlo”, decía siempre entre risas, “con aquella boca que tenía... ¡Juro que creí que me llevaría al cielo!”