jueves, 17 de enero de 2019

ENERO


Mañanas de enero en el tren.

Hoy perdí el de cada día; una de las grandes verdades de la vida es que si pierdes dos minutos por la mañana, te pasarás el día corriendo detrás de ellos. Ahórrate el esfuerzo, no los alcanzarás nunca y acabarás agotada. Decido olvidarme de ellos y disfrutar el viaje en tren. Al otro lado del cristal de la ventanilla, el cielo se incendia poco a poco y me regala otro amanecer digno de recordar. Como siempre, me encuentro deseando estar fuera, con la cámara en la mano, intentando plasmar esa belleza en cualquier playa, caminando entre los árboles de algún bosque o incluso por las calles de esta ciudad que ya está completamente despierta. Donde sea excepto aquí. Un avión cruza el horizonte. Sigo su estela hasta que desaparece de mi vista y me encuentro pensando que ojalá yo fuera dentro. ¿Para ir a dónde? No importa; de un tiempo a esta parte, cualquier sitio me parece mejor que éste.

Juego con la idea de hacer las maletas y marcharme. Huir. Porque, en el fondo, lo que haría sería simplemente huir a ninguna parte con la intención de dejar atrás esta vida que a ratos me agota. Y estoy en pleno vuelo cuando mi consciencia, esa zorra que no ha aprendido a callarse y arruina mis mejores fantasías, me recuerda que vaya donde vaya, llevaré mis fantasmas y demonios colgados en la espalda y no son buenos compañeros de viaje. Intento ignorar su voz pero acaba por llenarlo todo. Ha dejado en silencio a los demás pasajeros y ya no oigo ni la música del mp3. Sólo ella diciéndome que sí, que puedo huir, correr, cerrar los ojos e ignorarla pero, tarde o temprano, dará conmigo y seguiremos justo donde lo dejamos. Me dan ganas de llorar de pura rabia pero aprieto los dientes y me las trago. Como siempre. Me pregunto si es posible ahogarse en lágrimas no derramadas...

Se sienta a mi lado un señor de mediana edad. Suspira hondo y saca un libro de una vieja mochila negra. Mi curiosidad se activa y, olvidándome de mis tonterías, me inclino para mirar con disimulo el título. "Delta of Venus", de Anaïs  Nin, en inglés. Lo abre por el lugar señalado con un punto de libro que hace publicidad de un teatro y empieza a leer encerrado en su burbuja. Las páginas están amarillentas, sus bordes empiezan a tener el color del tiempo, y me dan ganas de acompañarle a través de ellas pero llega mi estación y tengo que bajarme. Mentalmente le deseo buena lectura y buen viaje mientras me pongo el abrigo. Sigo al rebaño que anda en busca de la salida y cuando llego a la calle y voy a guardar este escrito en la aplicación del teléfono, me doy cuenta de la fecha y empiezo a entender tanta melancolía.

Es 17 de enero y, desde hace tres años, el tiempo que va desde este día hasta mediados de febrero es...

Es.

Mjo