jueves, 26 de mayo de 2016

LAS MANOS DE MI ABUELA

               Mi abuela tiene noventa y tres años y no lleva bien lo de la edad. Acostumbrada a mandar y ser obedecida, las limitaciones se le atragantan. Tiene la mente lúcida, sobre todo cuando se trata de recordar el pasado, y la lengua muy suelta. En la cara luce los surcos de los años y los disgustos; presume de no haberse maquillado nunca, pero cada mañana se pone hidratante para que no se le corte la piel. Las manos las cuida menos. Le gusta fregotear y dice que es una pérdida de tiempo estar todo el día crema va y crema viene. Tiene el dorso cubierto de manchas color sepia y venitas azuladas, los nudillos abultados por gentileza de la artrosis y suele tener dolores de huesos que ella combate con Gelocatil y cabezonería.

              Pero una vez al año se olvida de todo y transforma sus manos, nudosas y ásperas, en instrumentos mágicos. En Semana Santa prepara roscos al estilo de su tierra y el ritual empieza bien temprano, limpiando y relimpiando el barreño en el que hará la mezcla. Sus manos se mueven con soltura mientras selecciona y mezcla los ingredientes: casca los huevos sin destrozar la cáscara, echa la harina sin desperdiciarla, mide el azúcar a ojo, añade anís sin que le tiemble el pulso y remata la poción rallando la cáscara de un limón sin dejarse los dedos en el proceso. Sus manos, entonces, se convierten en artilugios mezcladores. Dan vueltas y vueltas hasta crear una masa perfecta y olorosa. La deja reposar un poco y después la separa en porciones casi exactas. No sé cómo lo hace, supongo que sus dedos deben tener memoria. Hace una bola con los trozos, les clava un dedo en medio para hacer un agujero y los echa en el aceite hirviendo. Les da vueltas sin salpicar hasta que están dorados y los saca, dejándolos sobre papel de cocina para espolvorearlos de azúcar. A esas alturas, la cocina está llena de gente hambrienta y la casa entera huele a dulce y risas. Cuando acaba, frega los cacharros y se sienta a contemplar su obra y recoger alabanzas.

               Las manos recuperan su quietud, los dolores van reconquistando su espacio. Aunque no le guste, son demasiados años para tanta faena y mañana la artrosis le hinchará los dedos y las muñecas. Pero hoy no. Hoy sus manos cansadas, envejecidas, ásperas y manchadas han vuelto a hacer magia en la cocina. 

Mjo

ESCRITURA AUTOMATICA 2 (EL DESENLACE)

               Mientras ella se acercaba intentado ocultar sus defectos, él se encontró descubriendo que aquel calentón era, en realidad, la culminación de un montón de sentimientos que había intentado ignorar y, al final, le habían reventado en la cara. Se había enamorado de quién menos lo esperaba, de la única persona que jamás entró en sus planes. Se sentó en la cama, le tendió la mano y cuando ella la cogió, simplemente dijo “Te quiero”. El silencio fue atronador durante un segundo, dos, diez, hasta que ella suspiró y contestó.

- No, no me quieres – dijo con una sonrisa triste-. Ahora crees que sí pero no es cierto.

- No me había dado cuenta hasta este momento, tienes razón, pero de repente lo veo todo muy claro. No suelo mentir, y mucho menos para conseguir un polvo o dos, así que si te digo que te quiero es porque te quiero.- Lo soltó todo sin pestañear, sin respirar, mirándole a los ojos y con voz firme. Parecía tan seguro y convincente que nadie podía imaginar que por dentro, temblaba. Sentía todo el miedo del mundo. Nunca antes había pronunciado esas palabras creyéndolas. Pensó que así debía sentirse un trapecista la primera vez que se enfrentaba al abismo sin red. Tenía ganas de retroceder hasta sentir la tierra firme bajo los pies pero era incapaz de resistir la tentación del peligro, el vértigo al vacío.

- Han pasado cuatro años y jamás diste señales de tener el más mínimo interés en mi, al menos personalmente – dijo Alba soltando su mano. Se levantó de la cama y fue a buscar una bata, más para ocultar la vergüenza de su cuerpo desnudo que para abrigarse. Tenía la piel fría, muy fría, pero por dentro ardía. Sacó unos calcetines de la cómoda y se los puso, dándole la espalda. Después suspiró, volvió a la cama y se sentó a los pies, lejos de sus manos pero al alcance de sus miradas. Enfrentó aquellos ojos verdes que tanto le gustaban y le sorprendió la tristeza que transmitían. ¿Cuándo, se preguntó, su noche de ensueño se había transformado en pesadilla?-. Carlos, lo siento. No esperaba nada de esto y me siento perdida, no sé por dónde ando. Quiero creerte, te lo juro, pero es que… Ayúdame. Por favor.

               Carlos se apoyó en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, y retrocedió en el tiempo hasta encontrar la primera vez que reparó en ella como mujer y no como compañera de fatigas. ¿Fue ese el principio? No podía asegurarlo. En aquel momento no le dio importancia, pero de alguna manera se quedó grabado en su memoria hasta esa noche. Por ahí empezaría. Después, ya vería.

               - ¿Recuerdas el incidente con Andrea y la fotocopiadora? – preguntó, sonriendo a medias. Alba entrecerró los ojos y asintió con la cabeza. ¿Cómo olvidarlo? -. Nos reímos mucho, aquella tarde, después de solucionar el atasco de papel, acabar cubiertos del polvo del tóner que se nos rompió en las manos y encuadernar los cuarenta dossiers del seminario. Salimos muy tarde de la oficina y decidimos ir a comer algo rápido en cualquier sitio. Todos se fueron a casa con una excusa u otra pero tú dijiste que no te esperaba nadie y te apuntabas. Yo tenía una cita pero no me apetecía demasiado así que la anulé y nos fuimos, solos. Comimos…

               - … en un bar de las Ramblas, para turistas. Pedimos tapas y cerveza, mucha cerveza. – Alba recuperó la sonrisa al recordarlo. Había sido una noche fantástica. Hasta entonces creía estar encaprichada de Carlos. Después, no le quedó ni una pequeña duda. Se enamoró de él, sin remedio y hasta las cejas-. Dios, bebimos mucho y se me soltó la lengua. ¡Qué vergüenza me dio a la mañana siguiente!

               - Para nada, yo me lo pasé muy bien. Te pones muy graciosa cuando bebes, ¿lo sabías? Vaya, te has puesto colorada. ¡Seguro que te lo han dicho antes! – Alba se tapó la cara con las manos mientras se reía, a medio camino entre la vergüenza y la felicidad. Se acordaba de aquella noche. Ella, que estaba tan convencida de que le había incomodado su presencia-. Conocí a una mujer distinta, divertida, atrevida y muy, muy inteligente. Me habría gustado saber más de ella pero se nos hizo tarde y el día siguiente se nos presentaba complicado. Te acompañé a casa y esperé hasta que te asomaste a la ventana para decirme que estabas bien. A gritos. A las tres de la mañana.

               - Mi vecino me regañó a lo grande cuando me vio al día siguiente, dijo que le había despertado y no consiguió volver a dormirse. De hecho, me sigue regañando cada vez que me ve y asegura que las ojeras que tienen le salieron esa noche, pero yo creo que nació con ellas puestas.

               - Cogí un taxi para volver a casa y no dejé de preguntarme por qué no te besé al despedirte-. Carlos salió de la cama, sin más ropa encima que unos bóxers que dejaban muy poco para la imaginación, y se sentó frente a ella. Le apartó un mechón de pelo de la cara y sonrió.

               - ¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué no me besaste? – preguntó Alba en un susurro, intentando concentrarse en su rostro, en sus palabras, y no en su entrepierna. Ah, frivolidad es mi segundo nombre, se dijo, un momento tan delicado ¡y yo  pensando en lo que estoy pensando!

               - No lo sé. Y lo cierto es que no fue la última vez que quise hacerlo. Siempre me he tragado las ganas. Quizá porque trabajamos juntos o porque éramos algo así como amigos o porque te respetaba demasiado como para meterte en mi cama una noche y olvidarme de ti al día siguiente.- Se encogió de hombros. No parecía avergonzado de lo que decía, se limitaba a constatar un hecho, una manera de actuar, sin disfrazarla. – Francamente, así es como solía comportarme. Hasta esta noche.

               - ¿Y qué ha cambiado esta noche, si puedo saberlo? – preguntó Alba. A esas alturas, casi le daba igual que desapareciera de su vida con la salida del sol, si con eso conseguía que acabara la conversación y le quitara la ropa. Dioses, ¿qué le estaba pasando? Ella era mucho más seria que todo eso, no solía tener rollos de una noche y cuando caía en la tentación, pasaba días mortificándose por la culpa. Maldita educación católica, que tantos remordimientos le había garantizado. Sus ojos recorrieron el pecho de Carlos lentamente, recreándose en la vista. Se concentró de nuevo en su voz, lo que decía podía ser importante.

               - Yo, he cambiado yo y mi manera de ver la vida. Estoy harto de saltar de chica en chica, ninguna me llena como lo haces tú. ¡Y ni siquiera me había dado cuenta hasta ahora! – dijo, cogiéndole las manos-. ¿Qué me dices, Alba? ¿Quieres intentarlo, al menos?

               Le miró atentamente. El hombre del que estaba enamorada desde hacía, al menos, tres años, le estaba pidiendo una oportunidad para demostrarle que la quería y ella, ¿qué hacía? Darle vueltas, retroceder, dejar que el miedo decidiera de nuevo. Sintió que la rebeldía crecía en su interior y se plantó. Esta vez sería distinto. Y aunque no lo fuera, ¿qué podía perder? Estaba harta de “y si”, tenía demasiados sobre la espalda.


               - Sí, quiero. – Y se lanzó sobre él sin darle tiempo a respirar. Ni a arrepentirse.


Mjo