jueves, 16 de julio de 2020

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE (semana 26)


La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?

Ese es el rumor que se extiende por los pasillos del castillo. Lo comentan sus doncellas, escondidas en los rincones más oscuros, para que nadie les escuche porque su vida corre peligro si alguien las pilla cotilleando. Quieren guardar el secreto pero, ¿qué queréis que os diga?, no hay quien pueda mantener la lengua quieta cuando de un rumor jugoso se trata. Además, dicen para justificarse, ¿acaso no es cierto que la princesa anda triste, que se levanta suspirando y suspirando se acuesta, que llora sin motivo y sin motivo se enfada? Tarde o temprano, esas historias saldrán de su cámara y se extenderá por el reino, ¿qué más da quien fue el primero en explicarla? No habrá nadie que pueda culparlas. Entre ellas, hijas todas de buena cuna con pocas preocupaciones y demasiado tiempo libre, juegan a acertar el motivo de tanto desasosiego y creen haber llegado a una conclusión acertada. A la luz de las velas, cuando todo el mundo duerme, se reúnen al pie de la Fuente de la Luz y hablan, hablan y hablan. También se ríen, y mucho, con malicia porque están casi seguras de que el culpable no es otro que Sir Allard, el caballero de los ojos bonitos y la sonrisa brillante. Y suspiran, envidiosas, porque cualquiera de ellas apostaría su doncellez, si es que aún la conservaran, por pasar una sola noche entre sus brazos. “Besarle y morir”, suspiran dramáticamente las más jóvenes de ellas. Las mayores, más expertas en eso de vivir como buenamente se puede, se contentan con mover la cabeza y desearles mejor suerte.

miércoles, 8 de julio de 2020

FELIZ ANIVERSARIO (semana 25)



Se cumple un año esta noche. Habrá quien piense que es una locura respetar este aniversario y me siento tentado a darles la razón. Es, cuando menos, tétrico. No, muy exagerada la palabra. ¿Lúgubre? Morboso. Sí, esa es la que se le ajusta más: morboso. Bueno, es que siempre he sido una persona con cierto gusto por lo extraño, de esas que se recrean en los detalles escabrosos de cualquier noticia. Cuando compro el periódico, cosa que ocurre muy de tanto en tanto, busco dos secciones: sociedad y sucesos. El resto me importa bastante poco porque siempre son iguales. Los políticos siguen tirándose los platos a la cabeza y culpándose, mutuamente, de los desmanes de los otros. De economía no entiendo más que lo básico para llegar a fin de mes, estirando hasta el último céntimo de mi sueldo, y que todo cuesta cada día más. Y, por favor, no me hagáis hablar de deportes porque podría estar horas hablando de lo ridículo que se ha vuelto el mundo del fútbol, donde un solo jugador gana en diez minutos lo que cualquier mortal en todo un año de duro trabajo. Y mira que me gusta, ¿eh? Pero me jode mucho incluso reconocerlo. No, en serio, mejor lo dejamos, que me indigno y hoy preferiría no hacerlo. Necesito estar tranquilo para celebrar, como se merece, que, un día como éste, la perdí.

¿Celebrar una pérdida?, os preguntaréis. Hombre, pues sí. Bueno, no. Lo que yo celebro es los años que pasamos juntos, los recuerdos que me quedan, nuestra vida. Ya. Muy manido, ¿verdad? Veréis, yo no fui nunca un hombre afortunado en amores. Ni en el juego, para qué vamos a mentir. Digamos que soy un tópico andante. Inteligente, trabajador, de buen carácter, con cultura y conversación. Tengo un sentido del humor que se adapta a prácticamente todas las situaciones y, en general, cuando estoy con gente no soy el perejil de todas las salsas pero no me quedo sentado en un rincón, con un plato de canapés mustios sobre las rodillas y un vaso de cerveza caliente en la mano. Sobreviví a la temible adolescencia, con sus cambios de humor, las hormonas desbocadas y los furibundos ataques de acné, y lo cierto es que no puedo quejarme demasiado. No tenía demasiado éxito pero, de vez en cuando, alguna se fijaba en el chico callado que se sentaba en la última fila de clase y se dignaba a salir conmigo una temporada. Nunca duraba demasiado, más o menos lo que tardaban en fijarse en el cachitas de turno, pero yo disfrutaba todo el proceso, incluso de la ruptura. ¿Por qué no hacerlo? Todo en la vida es un maldito aprendizaje y, de esos años, yo saqué unas muy valiosas enseñanzas. Y estoy convencido de que, gracias a ellas, Silvia acabó entrando en mi vida y quedándose conmigo para compartirla.

jueves, 2 de julio de 2020

LA ROJA (semana 24)


El sótano de la comisaría es un agujero oscuro y húmedo, el escenario apropiado para las atrocidades que ocurren. O que provocamos. No seamos idiotas, no queramos quitarnos de encima la culpa ni la responsabilidad. Eh, admito la culpa, niego la responsabilidad. Yo no soy responsable de los actos de los de otros y de los míos, responderé ante Dios cuando me toque. Estoy seguro de que me perdonará porque, al fin y al cabo, actué en su nombre y por el bien de este país. De lo que opinen los hombres o la historia… qué más da. Dudo que esté aquí cuando les toque juzgarme.

No importa las veces que limpien el suelo o las paredes, algunas manchas nunca se van y otras reaparecen al cabo de unas horas. No me molestan y hasta he aprendido a usarlas para intimidar al detenido. Un par de hostias bien dadas y algún comentario casual sobre lo que ha podido, o no, pasar allí mismo horas o días antes, y se les afloja la lengua antes de decir “amén”. Los hay duros, claro, no todo va a ser coser y cantar, pero esos también acaban cantando hasta la lista de los reyes godos. Soy bueno en mi trabajo y cada día aprendo algo más. A mí no se me escapa uno sin que me explique dónde, cuándo, cómo y quién. Por eso mi nombre es respetado, me tratan de “usted” y mis subordinados se cuadran en cuanto me ven aparecer. Nadie habla de mí a mis espaldas como no sea para alabarme. Sí, puede que también me tengan miedo pero eso es bueno, es útil, me ahorra mucho esfuerzo. Cuando salgo de un interrogatorio, la gente evita mirarme de frente; saben que pueden salir escaldados. No cuestionan mis métodos porque tengo éxito. ¿Qué se me muere alguno de vez en cuando? Nos pasa a todos y no es culpa mía. Si fueran inteligentes, no me obligarían a cruzar ciertos límites y una vez se empieza… Bueno, es difícil parar.