miércoles, 4 de mayo de 2016

ESCRITURA AUTOMATICA (2)



Las botas se quedaron tiradas a los pies de la cama, tanta era su prisa por meterse dentro. Aquella noche era “su” noche y no quería que ni la más mínima duda la estropeara. Bajo las sábanas, de satén negro, le esperaba el hombre de sus sueños. ¿Cuándo había estado a su alcance? Nunca, en siete años jamás se había acercado tanto. Como mucho, una cena de Navidad compartieron un tango etílico y absurdo que la dejó completamente avergonzada y temblorosa. Cada vez que se acordaba, sentía que el calor le subía a las mejillas y le daban ganas de llorar. Pero aquello iba a cambiar, allí y en ese momento, quizá para siempre. Se deshizo de las ropas con una torpeza no exenta de encanto e inocencia. Él la miraba y sonreía, sorprendido al sentirse tan atraído por ella. Hacía ¿cuántos años que trabajaban juntos? Y nunca la había mirado bien. Ni mirado ni escuchado ni nada. Pero ahora parecía ser incapaz de fijar la vista en otra cosa que no fuera ella. 

Estaba muy lejos de ser su mujer ideal; tenía carne allí donde normalmente no la quería y podía asegurar que la ley de la gravedad ya empezaba a hacer de las suyas. Sin embargo, le parecía… perfecta. Sí, perfecta. Acogedora, dulce, amada. Un momento. ¿Amada?

Mientras ella se acercaba intentando ocultar sus defectos, él se encontró descubriendo que aquel calentón era, en realidad, la culminación de un montón de sentimientos que había intentado ignorar y, al final, le habían reventado en la cara. Se había enamorado de quién menos lo esperaba, de la única persona que jamás entró en sus planes. Se sentó en la cama, le tendió la mano y cuando ella la cogió, simplemente dijo “Te quiero”. El silencio fue atronador durante un segundo, dos, diez, hasta que ella suspiró y contestó. 

(Y hasta aquí llegaron los diez minutos de tiempo para el ejercicio. No sé qué respondió ella, quizá lo averigüe un día de éstos)

Mjo