domingo, 24 de abril de 2016

EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA (2)

- Oye, ¿qué te parece si vamos a mi casa un momento? Así puedo enseñártela - Decir que me pilló con la guardia baja sería quedarme corta.

- Enseñ... - ¡Un momento! ¿Qué quería enseñarme?- ¿Enseñarme el qué?

- Mi casa... - Sonrió, divertido, al entender mi cara de susto.- Quiero dejar los cascos; me apetece tomarme algo y no me gustaría que la policía me pillara al volver.

Bien, lógico, buena respuesta. Lo cierto es que en ningún momento tuve la sensación de que la noche fuera a acabar exactamente así pero vaya usted a saber. ¿Qué puñetas sé yo de los hombres? Nada, está claro. No me quedó más remedio que salvar el tipo diciendo que sí y nos fuimos. Ya vería qué hacer si se planteaba la situación... No pasó nada, no hubo ni la más mínima insinuación. Lástima, porque el sufrimiento asociado a la depilación extrema se merece, como mínimo, que una tenga que defenderse de un par de ataques libidinosos. Aunque me gustó que demostrara que eso de ir "paso a paso" no era una frase hecha. Lo sé, iba de cabeza al matadero. Y contenta, oye.

Volvimos al bar, nos encontramos de nuevo con sus amigos ("cuídala, ésta es de la buenas" le dijo uno de ellos) y allí acabó la noche. Bueno, para ser más exactos, acabó en otro banco de una plaza cualquiera. Entre que yo hablo por los codos cuando estoy nerviosa y él que no metía la lengua en paladar, ¡vaya par de charlatanes nos fuimos a juntar! A las cuatro de la mañana me sentía tan despierta como si me acabara de levantar. Y, sin darnos cuenta, habíamos cruzado la barrera del contacto físico. No, eso no, ¡qué pandilla de mentes sucias! Me tocaba una rodilla, yo le apartaba el pelo de la cara (no os dije que tenía el pelo largo hasta los hombros, ¿verdad?); él me cogía de la mano y yo me apoyaba en él... Lo sé, tal parece que teníamos quince años. Patético, ¿eh? Pero tan bonito...

Y llegó el momento más temido, al menos para mi. ¿Qué hago? Un apretón de manos me parecía excesivamente frío pero ¿dos besos y un "hasta otra" sería mejor? Amistoso, sin exagerar y, sobre todo, sin parecer deseperada pero lo cierto es que realmente me apetecía volver a verle porque había sido una noche genial. Entonces... ¿lanzarme encima suyo y comerle la boca hasta que le faltara el aliento? Todo lo que se me ocurría me parecía mal. Seguíamos hablando, los taxis pasaban de largo sin que ninguno de los dos hiciera el menor gesto de pararlos y empezar a despedirnos y mi cerebro no dejaba de dar vueltas. Si alguien conoce una buena manera de decir "me lo he pasado muy bien, mejor de lo que esperaba, y me encataría repetir si a tí te apetece" sin ser demasiado obvia o sonar desesperada, por favor, que lo diga ya. ¿En serio la gente hace ésto continuamente? Por todos mis dioses, ¡es agotador!

Porque lo cierto es que había sido la mejor primera cita de mi vida y tenía la sensación que él pensaba algo parecido, al menos que había ido bien. Una vez superado el ataque de pánico antes de salir del metro y la vergüenza de ver a sus amigos en el restaurante, todo fue como la seda. Me sentí cómoda, no tuve el impulso de fingir ser alguien diferente en ningún momento y confieso que eso es algo que no me pasa a menudo, a veces incluso con la gente que mejor me conoce,  y no metí la pata (de manera demasiado evidente) ni una sola vez. Si conseguía salir airosa en la despedida, sería todo un triunfo. Y si, además, volvía a llamarme... Bueno, sería como la mañana de Reyes cuando me regalaron aquella muñeca bebé que se llamaba "Dulzón" y era más grande que yo.

Así que me planté delante suyo y, siguiendo los estúpidos consejos de alguna estúpida revista femenina de las que leía años atrás, le miré a los ojos y me pasé la lengua por los labios que, conviene no olvidar el detalle, llevaba pintados del rojo más favorecedor de mi colección y era a prueba de bombas y besos (según la publicidad, lo creería cuando lo probara). Lo hice con discreción, no me di un legüetazo a lo bestia!!! No, fui sutil. O quizá no, porque funcionó. Se acercó. El corazón se me aceleró. Se acercó más. Empecé a respirar más deprisa. Apoyó una mano en mi cadera... me entró el pánico, giré la cara y el beso fue a parar en algún punto de mi cara situado entre la mejilla izquierda y la nariz. Perfecto, todo muy romántico!!!! Por el amor de Odín...

No quise ni mirarlo; lo único que quería era gritar y morirme de un ataque fulminante de estupidez, por ese orden. ¡Pero cómo se puede ser tan idiota! Me habría dado bofetones hasta en el cielo de la boca pero me las arreglé para sonreír como si no hubiera pasado nada y seguí hablando cual cotorra. No sé cómo no echó a correr en ese mismo instante, dejándome plantada para los restos. Supongo que alguien por ahí arriba estaba mirándonos y se compadeció de mí porque no solo no lo hizo sino que me siguió la corriente como si el vergonzoso incidente no hubiera ocurrido. Cuando por fin se acercó un taxi libre, hizo el movimiento definitivo. Me abrazó, dejándome sin posibilidad de escape y, esta vez sí, el beso fue a parar justo donde debía: sobre mis labios. Fue leve, apenas un roce, pero me plantó una sonrisa de idiota que me duró todo el camino de vuelta a casa.

Faltó poco pero había sobrevivido a la primera cita y, al parecer, no lo había estropeado del todo. ¡Bien por mí!

Porque ¿sabéis qué? Hubo una segunda cita. Pero eso lo contaré otro día.

Mjo