martes, 13 de octubre de 2015

POEMAS DE AMOR

¿Por qué ya no escribo poemas de amor? Hubo una época en la que salían solos; se me ocurría una frase y sólo tenía que coger un bolígrafo para crearlos. Uno detrás de otro, a veces llenos de luz y esperanza, casi siempre puro lamento y decepción, pero míos, reales. Únicos. Con ellos gané concursos y confesé mis penas, puse sobre papel un caudal de sentimientos que no conseguía entender, dominar ni decir en voz alta. Fueron mi vía de escape, mi confesionario secreto, mis amigos íntimos y, a veces, mi tabla de salvación. Ya no...

Ya no me salen. Y no es que no sienta nada porque lo lo hago, aunque de una manera tan distinta que apenas me reconozco. Es cada día un descubrimiento, una certeza, una sonrisa de la mañana a la noche. Una vida nueva, justo cuando me había acostumbrado a la vieja. Ahora que empieza el frío, que el tiempo invita a quedarse en casa, yo salgo del letargo de años y estreno una piel que ha crecido despues de arrancarla una y otra vez. Ya no necesito nada más de lo que tengo, que es más de lo que esperaba. 

Son sus ojos, sus manos, sus sonrisas, sus abrazos, su cabeza apoyada en mi pecho, su cuerpo junto al mío. Es despertar a medianoche y sentir sus brazos en mi cintura, levantar la mirada y sorprender la suya, echarle de menos en el instante que nos separamos, su olor en mis manos. Que crea que soy inteligente, que le guste mi risa, mi forma de decir las cosas, que mis piernas son perfectas y mi boca le atraiga. Es él y soy yo, que poco a poco nos vamos convirtiendo en "nosotros", en un viaje que no es la travesía del desierto sino una aventura de descubrimientos.

Ya no escribo poemas de amor porque tengo los besos, abrazos y caricias que en ellos reclamaba. 

No, ya no escribo poemas de amor porque quizá, es posible, podría ser que estoy empezando a vivirlos. 

Mjo


sábado, 3 de octubre de 2015

NOCTURNO (en una noche de verano)

Al caer la noche, lenta, perezosamente, la temperatura desciende al nivel de "confortable" y las polillas abandonan su escondite. Y yo también. El calor me derrota; absorbe mis energías, me atonta, y no empiezo a ser persona hasta que es necesario encender la lamparilla para no andar a tropezones con los muebles. Entonces abro las ventanas para que se limpie el aire de las habitaciones y me asomo a contemplar el mundo como si fuera la primera vez. Cada noche descubro algo nuevo porque mientras yo me oculto tras las persianas, la vida sigue. La semana pasada floreció el rosal de la esquina, aquel que planté el año pasado y había dejado por imposible. Sus flores son muy rojas, como si brotaran directamente de mis venas, y su olor, penetrante y levemente dulzón, me llena la cabeza de imágenes demasiado carnales para esta soledad mía. Casi todas las protagonizas tú pero, de vez en cuando, tu sitio lo ocupa otro rostro y otro cuerpo y, francamente, me siento a disfrutarlas. Son mis favoritas. Las otras, las tuyas, todavía duelen demasiado. 

No niego que, a veces, me siento como si te traicionara. Sí, ya te puedes reír pero no puedo evitarlo. Tanto tiempo después y aquí me tienes, fiel a una memoria que debería haber borrado ya. Tenías razón, soy una sensiblera... pero te alegrará saber que las cosas están a punto de cambiar. 

Para tu información, he conocido a alguien y, por una vez, me interesa lo suficiente como para intentar algo. Veo que no me crees... ¿Cómo culparte? ¿Cuántas veces me has oído decir lo mismo y no he hecho nada? Ahórrate la ironía, ¿quieres? ¡No hace falta que las cuentes! Los dos sabemos que muchas. Pero ahora es diferente. Yo soy diferente, de un modo sutil, casi inapreciable, pero he cambiado. Supongo que hace falta conocerme bien para darse cuenta y tú, a pesar de nuestra larga historia, jamás lo hiciste. Siempre te quedaste en la superficie, en lo que tú llamabas "zona de seguridad", no fuera que descubrieras algo que no te gustara... o te gustara más de la cuenta, no lo sé. Tienes razón, no voy a cambiar de tema. Ni viene a cuento ni me apetece ni me sirve para nada. Eras como eras y a mí me parecía bien, era un leve castigo si con eso te quedabas conmigo y, a tu manera, me querías. Porque... me querías ¿verdad? Nunca estuve del todo segura, te gustaba poco hablar de sentimientos. Algo me dice que algunas cosas es mejor dejarlas como están; si he vivido con la incógnita hasta ahora, podré seguir haciéndolo.

En fin, que he conocido a alguien que me produce vértigo en el estómago, que me da ganas de saber más, de conocer su piel y sentir sus manos. Se me aflojan las rodillas cuando le tengo cerca y me cuesta mirarle a los ojos por si los míos hablan demasiado claro. Me muero de miedo y, al mismo tiempo, de anticipación y deseo. No puedo sonreírle más ni inventar más excusas para que venga. Me gusta el sonido de mi nombre en sus labios y ando pendiente de su llegada todo el día. Si no viene, me hundo y vuelvo a casa más cansada. Mañana, me digo, mañana... Lo se, tienes razón, camino al borde del abismo y casi no me importa. ¡Casi, he dicho casi! Hace tanto que nada ni nadie me despierta que me siento como de quince años. Qué ridícula, ¿no? a veces se me escapan las sonrisas y me dan ganas de bailar y todo por culpa suya. 

Lo se, soy consciente de que ando construyendo castillos en el aire y se me pueden derrumbar encima pero... tampoco sería la primera vez que vivo entre escombros. Recién he recogido los que tú me dejaste y vuelvo a estar preparada para empezar de nuevo. 

Claro que te echo de menos, algunas veces demasiado, pero ya no me sangra tu herida ni espero tu regreso. Viniste a mi vida, te quedaste por un tiempo y te fuiste sin avisar, dejándome sola y a oscuras. Ya es hora de que salga a la luz de este verano abrasador, aunque arda y me consuma. Tiempo tendré de regresar a mi agujero. Si es que tengo que hacerlo.

Mjo

domingo, 27 de septiembre de 2015

PASADO Y PRESENTE

El antiguo edificio aguantaba con dignidad el azote del tiempo. Habían pasado años, decenas de estaciones de frío y calor, desde que el establecimiento cerró sus puertas al público y se entregó al olvido y el abandono. a pesar de todo, se mantenía en pie, orgulloso como el día de su inauguración pero infinitamente más triste y solitario. Algunas ventanas, en los pisos superiores, todavía conservaban los cristales y los elegantes azulejos que las enmarcaban aún brillaban. Algo desdibujados, es cierto, pero casi intactos y espléndidos como el primer día. 

El parque que rodeaba las instalaciones ya no invitaba a un paseo relajante o a sentarse a contemplar la puesta de sol en la pérgola frente al mar. La perfecta simetría de los senderos, la belleza de los parterres de flores exóticas había dado paso a una caótica y hermosa composición sin orden ni concierto, donde cientos de gatos nacían y morían sin contacto con el mundo exterior. 

La apertura fue noticia de primera página incluso fuera del país. Durante años, fue considerado como el hotel más lujoso del continente, pensado única y exclusivamente para ofrecer todo lo que la realeza, de sangre azul o de dinero, pudiera desear. Sábanas de satén y seda, cristalería de Bohemia, cubertería de oro y plata, obras de arte famosas en las paredes, una bodega de vino que valía millones y el servicio más complaciente y exquisito que se pudiera imaginar. El Côte d'Azur era un paraíso terrenal donde cualquier capricho podía ser satisfecho sin importar la hora. ¿Champán frances? Elija la bodega. ¿Un modelo exclusivo para la fiesta de aquella misma noche? Sólo especifique color y talla. ¿Putas caras y drogas duras? En media hora lo tendrá a su disposición. ¿Deshacerse de un cadáver y eliminar todo rastro del suceso en la Suite Royale? Déjelo en nuestras manos, sabemos qué hay que hacer y, por supuesto, cuente con nuestra discreción y lealtad absoluta. Con dinero, hasta la absolución divina podía obtenerse. Y dinero, en abundancia, era algo de lo que sus clientes disponían. 

Un buen día, al principio de una primavera particularmente prometedora, el último cliente salió por la puerta, se subió a un coche cargado hasta arriba de maletas y sombrereras, y se fue para no volver más. Unos meses más tarde, el hotel fue oficialmente clausurado sin ofrecer ninguna explicación. Hubo muchos rumores, algunos basados en hechos más o menos reales y otros inventados por la maledicencia popular. La verdad auténtica sólo la sabían el último director, un inglés estirado con un pasado algo confuso, y la única heredera del fundador. Ninguno de ellos alcanzó jamás a revelarla, sobre todo porque no vivieron el tiempo suficiente para plantearse siquiera la posibilidad de hacerlo. 

El director, que respondía al pomposo nombre de Saint John Gladstone y aseguraba descender de la familia real inglesa por parte de madre, apareció desnudo y cosido a puñaladas en la plaza del pueblo. Colgaba de su estilizado cuello un cartel con la palabra "mentiroso" escrito en sangre con letra rudimentaria. Nunca encontraron al culpable o culpables aunque se comentaba, en voz baja y en pequeños corrillos a la salida de misa, que un grupo de maridos, hartos de aguantar sus cornadas, decidieron eliminarlo de sus vidas para siempre. Las malas lenguas cuentan que sus atributos masculinos, mucho menos espectaculares de lo que él presumía, y sus manos, que obraban milagros en las mujeres, sirvieron de alimento a los cerdos del bodeguero. Su mujer jamás superó la pena ni volvió a recibirlo en su cama.

En cuanto a la heredera, que había dejado muy atrás su juventud y respondía al nombre de Luz Divina, tuvo un final mucho más interesante. Conocida por una religiosidad rayana con la obsesión y la locura, se dio al vicio en cuanto dejó de tener obligaciones sociales. Dilapidó su enorme fortuna en una bacanal continua de sexo, drogas, alcohol y rituales paganos. Apenas dos meses después de cerrar el hotel, murió entre los brazos de dos fornidos mulatos llegados de las Antillas, capaces de arrastrar a la perdición, con su virilidad caribeña, hasta a la virgen más pudorosa del mundo. Ambos se hicieron humo en cuanto descubrieron que ha ilustre dama no tenía nada que legar. La enterraron fuera del cementerio, ya que el párroco se negó a admitir en suelo consagrado a semejante pecadora, en una tumba tan anónima y modesta que ni siquiera tenía un número que la identificara. Años más tarde, sacaron todos los restos de aquel rincón y los trasladaron a un osario decente al otro lado del pueblo. Todos menos los de la frágil, aunque petarda, Luz Divina porque su ubicación había quedado relegada al olvido mucho tiempo atrás. Arrasaron el lugar y sobre el solar construyeron un moderno edificio de oficinas, borrando todo rastro de su paso por el mundo. O quizá no... Dicen que las luces se encienden y apagan solas, los grifos y ascensores se activan sin que nadie intervenga y las puertas se abren y cierran sin que ninguna persona entre o salga. Algunos empleados aseguran, además, que una mujer algo mayor, vestida con un antiguo vestido de seda y encajes, vaga por los pasillos musitando oraciones, a ratos sollozando y a ratos riendo a carcajadas. 

Ya nadie queda para recordar aquellos días de dorado esplendor, de vino, rosas y diamantes. La tristeza que vino después, cuando el país se tiñó de sangre y en las casas había más odio que pan, borró todo rastro y tan solo el majestuoso edificio y algunos periódicos amarillentos dan fe de que fueron reales, que el hotel y sus huéspedes de oro y cristal fueron algo más que vidas gastadas entre algodones. Existieron y, en cierto modo, existirán siempre. Es posible que todavía vivan en el hotel, en una especie de dimensión paralela que no podemos ver salvo en contadas ocasiones, que sigan entrando y saliendo huéspedes y el champán corra sin cesar durante las fiestas interminables, mientras nosotros nos lamentamos por la historia perdida. De ser así, me pregunto qué les parecerá que el hotel vaya a convertirse en apartamentos y a llenarse de familias y personas solas que llevaran, además de todas sus pertenencias, todo un arsenal de alegrías y desgracias capaces de remover la tierra. ¿Encontrarán la manera de convivir o defenderán su reino detenido en el tiempo? Se avecina una época de lo más excitante...


Mjo

DE LA MEMORIA ESCRITA

Al otro lado de la frontera, la libertad. A éste, todo cuanto le importaba: su familia, su casa, su pequeño país encantado de sol y sombras, su historia... Probablemente, la muerte contra la tapia de cualquier cementerio. Marcharse, huir, cruzar la línea podía significar vivir un día más, una semana, un año o toda una vida llena de aquello con lo que tanto soñaba. Pero ¿sería ella la que viviera o tan solo un espectro con su nombre?

Se envolvió con el abrigo, tratando de calentarse un poco bajo el frío glacial de aquel invierno que helaba las montañas y los corazones. Lloraba, sin darse cuenta, sentada en el estribo de un carro lleno de almas en pena, sin hacer ruido y sin mirar a nadie. Nadie miraba a nadie ni atrás ni a los lados. Al frente, sólo al frente, a aquella barrera pintada de rojo y blanco que marcaba su antes y su después. 

Otro país, otras costumbres, otro idioma. Otro mundo que no era el suyo. Otra ella, viva y luchadora como siempre lo había sido, más sola quizá. O quizá no. Eran cientos, miles los que andaban su mismo camino sin retorno. Entre todos podrían construir un futuro más limpio, digno de su lucha y de ser vivido sin miedo. Atrás, tan lejos en el tiempo y la distancia, quedaban sólo los vacíos y las grietas. Los muertos, como su padre, que cayó en el frente al poco de empezar la guerra. Ni siquiera sabía dónde estaba enterrado; en la locura de esos días se perdieron muchos muertos sin nombre. O como sus hermanos pequeños, que no corrieron lo suficientemente rápido y los bombardeos se los llevaron sin dejar rastro. Y su madre, que andaba muerta en vida, extraviada en los días luminosos del verano, cuando su marido le calentaba los huesos por las noches y su hijos llenaban las horas de risas y juegos. A ella no la reconocía; a veces la confundía con su abuela, a veces con su hermana monja y, a veces, sólo miraba a través suyo, como si su cuerpo fuera de aire y ni siquiera pudiera verla. Debería haberla dejado atrás, abandonar la carga a un lado del camino y olvidarse de que existía, igual que ella había sido olvidada sin misericordia, pero no fue capaz. Perdida la casa, la familia y la esperanza, aquella mujer despeinada y temblorosa era lo único que le quedaba en el mundo. Si la perdía, más le valdría tumbarse bajo un pino y dejarse morir. 

No, se dijo, limpiándose las lágrimas a manotazos, yo no voy a dejarme vencer sin presentar batalla. Quizá me expulsen, me hagan huir a ciegas buscando una salida que bien podría ser falsa, pero no agacharé la cabeza. Ganarán pero, en el fondo, la victoria es mía. Cada mañana que vea salir el sol será un triunfo y acabaré volviendo, entera y libre. Y entonces diré mi nombre, el de mi padre y mis hermanos, el de mi madre, y nadie podrá callarme porque habré ganado. 

Sólo que al otro lado no le esperaba la libertad ni la vida, sino un campo de reclusión al borde del mar, azotado por el viento y la lluvia, donde el hambre era el pan nuestro de cada día y las enfermedades se movían rápido. No había día sin muerto que lamentar ni lamento que se pudiera silenciar. El mismo fantasma que les obligó a dejarlo todo les había seguido la pista por los caminos de la desolación y les hizo pagar todos los pecados: aquellos por los que eran culpables y los que jamás cometieron. No hubo justicia ni piedad, tan solo abandono y tristeza.

Su madre, protegida en su desvarío, apenas se dio cuenta de nada y, poco a poco, se fue apagando como una vela vieja. Sonrió hasta el último momento, cuando la locura pareció apiadarse de ella y le devolvió la capacidad para renococerla. "Elena, hija mía, te he estado buscando. ¿Dónde estabas?" susurró, aliviada. "De viaje, madre, pero he vuelto para quedarme con usted". Le acarició la cara y se durmió tranquila. Al despuntar el alba, los guardias que hacían recueto de los refugiados comprobaron que había muerto hacía horas y se la llevaron sin dar más explicaciones que un bofetón en la cara y una amenaza ladrada en su mal español. Elena se tragó las lágrimas y el orgullo, les siguió hasta las alambradas y allí se quedó, aferrada al metal helado, hasta que el camión donde tiraron su cuerpo desapareció en un recodo del camino. Entonces gritó, tan alto y tan largo que al otro lado de la frontera pudieron escucharla, y lloró las penas que durante tanto tiempo se había callado. No volvió a hacerlo hasta cincuenta años más tarde, cuando yo, su nieta, le conté que estaba estudiando su guerra en el colegio y le pedí que me contara cualquier cosa que fuera capaz de recordar. 

Ayer los médicos nos dijeron que Elena sufre de Alzheimer, que todos sus recuerdos se van borrando como si fueran tinta sobre papel mojado, pero no es cierto porque yo los conservo en la memoria, tal y como ella me los entregó, día tras día, en el verano más revelador de mi vida. Cada noche, antes de irme a dormir, los puse por escrito para que nada se perdiera. Esas páginas, a ratos luminosas y a ratos oscuras, son ahora mi mayor tesoro. Quizá Elena se vaya perdiendo pero jamás la perderemos a ella. 


Mjo

miércoles, 16 de septiembre de 2015

SIN TITULO

De tu cabeza,
de tu carne,
de tus manos
anda mi vida colgada.
De tus sonrisas,
de tus caricias,
casi todas inventadas,
se alimentan mis noches.
De tus miradas,
de tus ausencias,
de lo poco que se
se duelen mis días

27-10-14

Mjo

APRENDIZAJE

Si tienes que escribir algo, si realmente quieres escribir algo, que sea un tema sobre el que sabes. No te empeñes en buscar en libros una línea, un párrafo que te de una idea porque, tarde o temprano, te perderás en ella y quedarás en ridículo. Empezarás mil y un relatos y en todos fracasarás, porque no será tu voz la que hable sino la de alguien a quien no conoces.

Busca en tu interior. Habla de tu experiencia, de tus heridas abiertas y las cicatrices que llevas contigo, de tus amaneceres más felices y tus puestas de sol más tristes, de tus amigos y enemigos, de los sueños rotos y aquellos que siguen intactos. Habla, en fin, de tu vida tal y como la estás viviendo y, si te apetece, de cómo quisieras vivirla. Si a nadie le interesa, tal vez tú le encuentres utilidad un día. Algunas cosas se comprenden mejor cuando las lees sobre papel. Y de postre ¿quién sabe? Igual aprendes.

Un buen día, algunos años más tarde, te dará por repasar aquellas páginas en las que volcaste tu alma y te sorprenderá descubrir que todo quedó atrás y valió la pena; que a pesar de no ver la salida, conseguiste cruzar el túnel a ciegas y saliste al otro lado, a la luz, con la piel casi intacta. Y que, efectivamente, has aprendido todas tus lecciones porque, al levantar la vista y mirar a tu alrededor, tendrás todo aquello que siempre deseaste y jamás pensaste que pudieras tener. Y se te escaparán las sonrisas, y quizá alguna lágrima, al reconocer que cada bache del camino, cada puerta que se te cerró, cada caída, cada noche en blanco, cada "¿Y si...?" y todos los "¿por qué no yo?" no eran más que un paso adelante en la dirección correcta. Algunos viajes son largos y accidentados; otros, breves y placenteros, pero no importa si te llevan hasta tu destino.

Es el final lo que cuenta, no el principio.

Mjo

viernes, 4 de septiembre de 2015

REFLEXIONANDO

A las chicas de mi generación nos enseñaron muchas cosas desde pequeñas. Si un chico te incordia, por ejemplo tirándote de las trenzas a la hora del patio, es que le gustas (error: ese chico es un gilipollas y tú deberías cortarte del pelo a lo garçon después de pegarle una patada entre pierna y pierna). A los hombres se les conquista por el estómago (error: la mitad de las veces hay que atacar algo más abajo y, de vez en cuando, empezar por el cerebro también funciona). Si guardas tus defectos será más difícil que alguien los vea (error: tarde o temprano salen y lo mismo se van corriendo, dejándote sola y con cara de tonta). La ropa interior negra, sobre todo si lleva puntilla, no es decente (error: cuando te pones esa ropa interior, en lo último que piensas es en la decencia! Y no quiero ni pensar si el color es rojo!). Sonríe mucho y habla poco (error: las mandíbulas acaban doliendo de tanto sonreír sin ganas y si no hablas, no pensarán que eres aburrida?). No enseñes el género antes de tiempo (error: con la ropa de hoy, difícil es no enseñar hasta lo que no tienes). No te entregues si no te han puesto el anillo en el dedo (error: el anillo en el dedo tampoco te garantiza que no se hará humo al día siguiente). Y así, un largo etcétera de tontadas con el único objetivo de que, un día, conozcas a un hombre maravilloso y tengas tu propio final feliz.

Cada película que vimos, cada historia que nos contaron, cada libro que leímos nos pedía a gritos que creyéramos que eso ocurriría. Si sigues las reglas sin cuestionarlas demasiado, obtendrás tu premio: una declaración de amor inesperada (más o menos), la excepción a la regla. Y colorín colorado, otra boba que ha pringado!

Pero a veces estamos tan obsesionadas por encontrar nuestro "happy ending" que nos olvidamos de leer las señales, aquellas que diferencian a los que nos quieren de los que no, a los que se quedarán de los que acabarán por irse sin mirar atrás. Y no se nos ocurre pensar que es posible que ese final feliz no incluya al hombre ideal. Porque seamos sinceras: ¿cuántas de nosotras hemos soñado con el Príncipe Azul y hemos acabado por descubrir que desteñía en cuanto lo frotabas un poco? La monarquía está muy sobrevalorada, incluso cuando se habla de amor.

Puede que tu final feliz seas tú, recomponiéndote y volviendo a empezar, liberándote para algo mejor que puede estar en tu futuro. Puede que el final feliz sea, simplemente, aceptar y pasar página. 

O puede que el final feliz sea éste, saber que a pesar de todas las llamadas no devueltas, las citas desastrosas, los desengaños, las meteduras de pata, las señales malinterpretadas, el dolor, el bochorno y las noches en blanco pensando qué puñetas podrías haber hecho que lo cambiara todo, un buen día te encuentras con alguien que no esperabas (de hecho, ni lo buscabas), te sonríe y las piezas empiezan a encajar. En el fondo, confiésalo, nunca perdiste la esperanza. Porque la esperanza, amiga mía, es lo último que debe perderse. Te lo digo yo! 

Mjo

SE ME HABIA OLVIDADO...

Se me había olvidado por completo la sensación de vacío en el estómago cuando se acerca la hora de una primera cita. Se me había olvidado ese tembleque de piernas al verle esperándote a la salida del metro. Se me había olvidado lo fácil que es sonreír cuando te sonríen con calidez, con cariño y una pizca de admiración. Se me había olvidado la vergüenza cuando resulta que te encuentras con todos sus amigos en el restaurante y te miran con curiosidad. Se me había olvidado lo bien que sienta oír reír a una persona sabiendo que eres tú quien le hace reír. Me había olvidado de tantas cosas...

Pero me he acordado de todo otra vez. Me he acordado del escalofrío que recorre tu piel la primera vez que te coge la mano porque aunque dure un segundo, el calor permanece durante horas. Me he acordado de cómo se acelera el corazón cuando se acerca un poco más de lo normal y crees que va a besarte... pero no lo hace y no sabes si respirar tranquila o decepcionarte. Me he acordado de lo rápido que pasa el tiempo cuando estás cómodo y lo reconfortante que resulta que él te diga que le ocurre lo mismo. Me he acordado de lo ridícula que te puedes sentir cuando llega el momento de la despedida y esperas el beso y se acerca y, sin saber ni cómo, giras la cara y te lo da en la mejilla. Y sobre todo, he recordado cómo sabe el beso, el primero, apenas un roce, pero que quema y late y se graba y es lo último en lo que piensas al acostarte y lo primero que te viene a la cabeza cuando despiertas a la mañana siguiente.

También he recordado el miedo estúpido e irracional de pensar que quizá, a pesar de las buenas sensaciones que tienes no sólo porque lo sientes así sino porque él te lo ha dicho, al día siguiente todo quedará en una buena noche y nada más. Y he recordado la tranquilidad después de recibir un mensaje en el que dice que ha pensado en tí todo el día y que tiene ganas de volver a verte, que está contento por tu culpa, porque se alegra de haberte conocido.

No, espera... eso último no lo he podido recordar porque creo que no me había pasado nunca antes. Así que supongo que todo lo que venga a partir de ahora será nuevo.

Mjo

viernes, 28 de agosto de 2015

VÉRTIGO

El vértigo se lleva dentro. Te asalta cuando menos te lo esperas y pone tu estómago patas arriba. Se viste de recuerdos, se esconde en el olor de una camisa guardada en el fondo del armario o en el sabor de un helado o en una canción que suena por la radio sin avisar. Es una palabra, una sonrisa o la lluvia. O lágrimas y dolor.

El vértigo puede ser rojo o azul o verde o negro, muy negro. Va y viene. Aparece en tus sueños o en plena conversación con cualquiera y siempre, siempre te sorprende y te quita el aliento por un instante. A veces te pone una sonrisa en la boca y otras apaga tu mirada, pero jamás te deja indiferente.

Puede sonar a vieja canción de amor o a rock duro, ser un piano nostálgico o una batería atronadora. Puede bailar de puntillas o volar muy alto, contar una historia o susurrar un poema. Pero haga lo que haga, sea como sea, venga cuando venga, siempre sabe diferente, a nuevo, a sorpresa, a regalo, a sal y pimienta con un toque de azúcar y limón.

Da miedo.

Pero vale la pena.

Mjo



miércoles, 29 de julio de 2015

La piel

La casa de putas más famosa de la época debió estár, más o menos, por aquí. Aunque ya no queda ni el más mínimo recuerdo, ni en esta calle ni en la memoria de la gente. El último cliente que disfrutó de sus placeres debe estar criando malvas hace años y con él se perdió también una historia que debió ser a ratos interesante, a ratos placentera y, sin duda, triste, llena de soledades disfrazadas de seda y encajes perfumados con polvos de talco y rosas ajadas.

Supe de su existencia por pura casualidad, gracias a un artículo sobre anécdotas curiosas de la ciudad. Ocupaba el último lugar en una lista de diez historias breves que navegaban de lo macabro a lo cómico y en la que no faltaba, por supuesto, el amor. ¿Qué ciudad no guarda no una sino cientos, miles de historias de amor? Algunas son de dominio público y viven, saltando de boca en boca, una fama eterna. Otras, la inmensa mayoría, quedan en el anonimato, se pierden para siempre o, en el mejor de los casos, quedan reducidas al entorno familiar y se cuentan, de vez en cuando, entre susurros. Me pregunto cuántas de esas historias se escondieron detrás de aquellas paredes que el tiempo y el progreso se han llevado por delante. Más de una y más de dos, estoy convencida, y por eso me gustaría que se les diera voz y vida, un rostro, un nombre que las hiciera reales. Quisiera saberlo y allí donde no existen los datos, que la imaginación los invente.

Hace años que descubrí que la Historia de verdad, con mayúsculas, no es la que nos explican en los libros de texto sino aquella que nadie cuenta porque, al parecer, carece de interés. Sus protagonistas no tienen nombres rimbombantes ni atesoran riquezas; en realidad, la escriben las gentes de la calle, personas anónimas que se levantan y acuestan cada día sin hacer grandes gestas pero son capaces de encontrar felicidad en la más insignificante de las cosas y sobreponerse a las desgracias sin perder la dignidad. Mujeres que permanecen en la retaguardia de cualquier guerra; misioneros que pierden el dinero y el alma por enseñar a leer a unos niños en lo más profundo de una selva amazónica; médicos que luchan contra la enfermedad y la muerte mientras sus gobiernos miran hacia otro lado; los abuelos que, en tiempos de crisis, estiran los billetes y los pucheros para que la familia entera coma. GENTE REAL, que jamás saldrá en los periódicos a menos que cometan un crimen o sean víctimas de uno. Como aquellas mujeres que, por necesidad o quizá por gusto, pusieron sus cuerpos en venta para deleite o sufrimiento de hombres que, a cambio de unas monedas, hacían realidad sus fantasías de amor.

Historia antigua, historia de hoy, de mañana y de siempre. Porque mientras la carne conserve el calor y el corazón lata, el ansia de amor, de sentir otra piel contra la propia aunque sea un instante y de mentira, existirá. Ese es el material del que se nutren los sueños.

Mjo

FANTASMAS (2)

La noche y la tormenta le sorprendieron callejeando por el Barrio Gótico, su parte favorita de la ciudad, donde se había perdido para distraer su mente. Mala elección porque en cada esquina le esperaba un recuerdo distinto, desteñido por el tiempo y la lluvia que le empapaba hasta los huesos, todos dolorosos a pesar de las sonrisas. Aquí la había besado hasta hacerse daño. Allí le dijo, por primera vez, que la quería. Bajo aquella farola le confesó que se había acostado con Edna y en esas escaleras en las que estaba sentado, al pie de una vieja iglesia, se había arrodillado suplicando que le perdonara. Lloraba, como ahora, sin consuelo. Y le perdonó, sólo para volver a herirse mutuamente una y otra vez, en una espiral absurda de amor y odio que les consumía.

         ¿Cómo olvidarla? Se había metido bajo su piel sin notarlo, a base de indiferencia y medias miradas. Comparada con su amiga, tan alta, tan rubia, tan llena allí donde las mujeres tienen que estarlo, era apenas un ratón insignificante, casi esmirriado, con el pelo teñido de un rojo escandaloso. Su boca sonreía pero sus ojos, verdes de luz y sueños, jamás lo hacían. Si callaba, podías olvidarte hasta de que existía pero cuando hablaba, el mundo entero se paraba a escuchar. Y cuando reía… La primera vez que la oyó reír sintió que su corazón echaba a rodar cuesta abajo, sin freno ni control, y se dejó ganar. En cierta manera, casi se alegró cuando le dio calabazas. Se encogió de hombros, le regaló un guiño y una de sus sonrisas torcidas y salió del bar silbando bajito para que nadie notara la herida en su costado. Sobre todo, ella.

         Aceptó cubrir el mitin de un desgastado líder y se fue lo más lejos que pudo llegar sin cruzar la frontera. Allí se consoló metiéndose en otros cuerpos, besando otros labios y aprendiendo nuevas reglas para antiguos juegos. Cuando se quedaba a solas, las sábanas enfriándose sobre su desnudez, escribía cartas que siempre empezaba diciendo “Mi querida pelirroja” y acababa con un “No te quiero, aunque te piense demasiado” antes de firmar con un nombre inventado. Le escribió muchas en esos días. No le envió ninguna. Por aquel entonces, todavía decidía su orgullo. Cuando volvió a la capital, ella se había ido. La echó de menos durante diez segundos, el tiempo que tardó en recordar que no la amaba a pesar de todo, y siguió malviviendo su vida.

         Eventualmente, su suerte cambió. Aquel mitin, donde un líder desgastado le recordó al mundo que hasta los más fuertes mueren débiles y solos, le dio notoriedad. El dinero empezó a entrar en sus bolsillos. Por supuesto, salía con la misma velocidad, pagando copas, partidas de cartas, rosas sin espinas y apuestas en el hipódromo. Vivía a la carrera, sin pararse a pensar en el futuro porque estaba convencido de no tenerlo. A veces despertaba sobresaltado en mitad de la noche, en una cama ajena y junto a una mujer que no reconocía, y el nombre de la pelirroja le venía a los labios. Le habría gustado saber de ella pero era mejor no volver a verla. Era veneno de absorción lenta pero letal. Dejándola en el pasado estaba a salvo, los dos lo estaban, y era mejor así. Algunas cosas no pueden ser y otras es preferible que no sean.

         El fotógrafo levantó la mirada al cielo, buscando las estrellas que las nubes ocultaban, rogando que cualquier dios se apiadara de él y se la llevara de su memoria, que la arrancara de su cabeza y su corazón de una vez porque ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando sin ella. Ninguno respondió. Andaban ocupados contando los muertos del bando contrario.

Mjo

Sueño

Dios mío, Dios mío, Dios mío. ¿Qué demonios hace él aquí? Dado que su mera presencia me altera el pulso y si se acerca a menos de diez metros es capaz de dejarme catatónica, está claro que yo no le he invitado. Entonces, ¿quién ha sido?
        
Le observo moverse por la habitación, esquivando a la gente con la misma soltura que emplea para deshacerse de los defensas del equipo contrario, con un vaso en la mano. No me ha visto, o eso creo, así que aprovecho la ocasión para camuflarme detrás de una enorme planta y contemplarle a mis anchas. Por favor, ¿cómo puede ser tan guapo? Da igual lo que se ponga; ya sea con el uniforme del equipo o con tejanos y una camisa, dan ganas de comérselo a mordiscos. A veces siento la tentación de ponerme de rodillas, juntar las manos y, mirando al cielo, gritar “¡gracias, Señor, buen trabajo!”.
        
Se para frente las puertas abiertas del balcón, mirando al exterior, y el corazón se me desboca. De frente es un regalo para la vista pero de perfil incita al pecado. Ese trasero, embutido en unos tejanos anchos, me provoca unos pensamientos de lo más perverso. Me muerdo el labio inferior y se me escapa un gemido. “Queridos Reyes Magos: él es lo que quiero como regalo esta Navidad y no acepto una negativa por respuesta porque llevo años siendo buenísima y me lo he ganado”, pienso mientras le repaso de la cabeza a los pies. Lo se, se me ha ido la cabeza del todo pero, oye, no es culpa mía. Cuando llevas años a dieta y te ponen delante un suculento pastel de chocolate ¿no se te hace la boca agua? Bueno, pues yo estoy en sequía hace ya ni me acuerdo cuánto tiempo ¡y él es mi pastel de chocolate!
        
Ay… mientras yo andaba perdida en mi nube de lujuria, me ha visto. Maldita sea, me ha visto, me está mirando y… Un momento. ¿Qué está haciendo? ¿Me sonríe? No, no, no. Esa sonrisa que aparece perezosamente y acaba estallando sobre una boca perfecta, no ¿eh? Es lo único que me faltaba. Y sí, tiene el mismo efecto de siempre: me tiemblan las rodillas. Retrocedo hasta apoyarme en la pared porque, justo ahora que parece que he captado su atención, no sería buena idea caer redonda al suelo.
        
Madre mía, se está moviendo. ¿Moviendo?, ¡se está acercando! En cuatro zancadas se planta delante de mí y, de repente, mi mundo se hace muy pequeño. No me atrevo a levantar la vista y, gracias a mi estatura estándar y su más de 1’90, todo lo que veo es la extensión de su pecho cubierto con una inmaculada camisa blanca. Me dan ganas de apoyar la cabeza en esa almohada, cerrar los ojos y…
        
Vale. Me ha cogido de la barbilla y me ha levantado la cabeza, en un gesto que se me antoja lleno de ternura, hasta que no he tenido más remedio que mirarle. ¿Le había tenido alguna vez tan cerca? Tiene los ojos oscuros y brillantes. Sigue sonriendo y me fijo que sus colmillos sugieren mordiscos muy placenteros y se le hacen hoyuelos en las mejillas. Parece un niño grande, travieso y muy, muy tentador. Se me acelera la respiración y soy incapaz de ver u oír nada de lo que ocurre a mi alrededor. ¿Estoy en una fiesta llena de gente o en un espacio intemporal a solas con el más increíble ejemplar de hombre que he visto en mi vida? Quién sabe. Y qué más da.
        
 No decimos nada, ninguno de los dos habla durante un tiempo que se alarga lentamente. Yo estoy segura que, aunque quisiera, no podría decir nada; tengo la mente en blanco. Sobre su silencio no tengo pistas, pero sonríe y me lo tomo como una buena señal. Y justo cuando pienso que ahí acabará todo, que dará media vuelta y desaparecerá de mi vida para siempre mientras se ríe a carcajadas de mí, empieza a acercarse un poco más, y un poco más aún, hasta que tengo su cara a un centímetro de la mía. ¿Va a besarme? ¡Va a besarme! Cierro los ojos por instinto y siento sus labios rozando los míos. Entonces…
        
 ¡RIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNNGGGGGGGGG!!!!!!!!!!
        
¡RIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNNGGGGGGGGG!!!!!!!!!!
        
Un momento… ¿Ring, ring? ¿Qué porquería de banda sonora es esa para un beso digno de película americana? ¿Dónde están los violines in crescendo y el piano triunfante? Abro los ojos, enfadada con el asesor musical de mi vida, y sólo veo oscuridad a mi alrededor. Él ha desaparecido sin dejar rastro y estoy sudando por gentileza del edredón que todavía no he tenido tiempo de quitar. Creo que empiezo a entenderlo… Son las siete de la mañana y eso era el despertador.
        
Mierda, no ha sido más que un sueño. Mierda.


Mjo

FANTASMAS (3)

Se hundió en ella como si no hubiera un mañana, sintiendo que la vida se le escapaba en cada envite. Sabía que no era ella la que jadeaba bajo su cuerpo, aferrada a él como si temiera perderse en la marea de sensaciones, y se odió todavía un poco más. Se cerró al mundo, los ojos apretados para no ver otro rostro, mordiéndose los labios para no gritar el nombre equivocado. Él sabía, ella sabía y el universo entero sabía pero no había, en el cielo o el infierno, fuerza capaz de evitarlo.

Cayeron en picado, dos pesos muertos entre sábanas revueltas y cuando se calmó la tormenta y recuperaron el aliento, pudieron verse sin disfraces. En sus ojos leyó amor y entrega, rendición sin condiciones. A él le costó reconocerla y dibujó una sonrisa que amortiguara la indiferencia. No tuvo suerte. Ella empezó a llorar tan calladamente que el silencio se hizo audible y él, saciado por primera vez en meses, sólo fue capaz de alargar una mano para limpiar sus lágrimas.

 - Lo siento, Martha, lo siento mucho...

- No te disculpes. Yo lo sabía y me dejé arrastrar. Déjalo ya, no lo conviertas en algo sórdido.

- A mi manera, te quiero... 

- Tu manera no me sirve. Vete, déjame sola, por favor.

Se dio la vuelta en la cama prestada, dejando a la vista una espalda plagada de lunares, delgada y frágil como sus sueños. Él salió de la cama, con la piel de gallina por la culpa, y se vistió lentamente, evitando mirarla. Enero se colaba, en finas ráfagas, por las ventanas mal cubiertas con periódicos atrasados. Sintió el frío en los huesos y en las manos, el peso del vacío.

- Qué añoranza del verano - dijo en voz alta-, cuando estábamos vivos y nos amábamos en las trincheras. El mundo era nuestro, nos pertenecía, y la posibilidad de perderlo, de perdernos, ni siquiera se nos pasó por la cabeza. Nos bebimos la vida a tragos, hasta la última gota, y ahora que nos quema la sed ¿qué nos queda?

- Los recuerdos -le contestó ella antes de soplar la última vela y cubrirse la cabeza con las mantas-. Y el odio.

En la calle arreció la lluvia y en la habitación la soledad entre ellos se hizo espesa, tangible. Estaban muy cerca, todavía podían sentir sobre la piel el olor del otro, pero la distancia era insalvable. A tientas, esquivando los escasos muebles, se acercó a la puerta y la abrió. Antes de salir cedió a la tentación de mirar, acaso por última vez, el perfil de su cuerpo, tan deseado hacía una horas, tan necesario, tan conocido y extraño a la vez. Le lanzó un beso desganado, de compromiso, se ajustó la bufanda al cuello y salió la pasillo en penumbra. El ruido de la puerta al cerrarse le sonó a punto y final, a epitafio sin rima, a adios definitivo. A ruina y fatalidad.

Mala cosa es el amor en tiempos de guerra, pensó mientras bajaba las escaleras silbando bajito,  cuando la sangre arde y se derrama por las balas y no por los sentimientos.

Mjo


lunes, 13 de julio de 2015

20 DE MAYO

"Cuenta conmigo", le dijo ella. "Ya cuento contigo", contestó él. Y el aire, el tiempo y el espacio se detuvieron entre ellos. Fue como si todo adquiriera otro ritmo, más lento, más oscuro y extraño. Ella empezó a temer sus propias miradas, segura de que decían en silencio todo lo que callaban sus palabras. A veces veía su imagen reflejada en un cristal y buscaba sus ojos, intentando averiguar si había cambiado algo, buscando significado que ni siquiera sabía si existían o no. Iba más allá; si simpre analizaba sus frases, ahora les daba la vuelta, las miraba del derecho y del revés, cambiaba el orden y las memorizaba. Después, en el silencio de su habitación, las sacaba del escondite de su memoria y las saboreaba en soledad. Veía sus sonrisas y sus enfados, sus gestos, escuchaba su voz cuando la llamaba. Su propio nombre sonaba mejor cuando lo decía él.

Volvía a aquel sábado que cruzó su puerta y llenó su casa; inventaba otra escena y un nuevo final. Después despertaba de su sueño y veía la realidad. Le quería, le deseaba, intentaba olvidarle y se rendía a la evidencia de sus sentimientos un día tras otro, en una espiral de sueños que iba y venía al compás de su vida. Bajó la guardia hacía tiempo y él entró poquito a poco, sin anunciarse, sin pedir permiso; lento, pero seguro, llegó para quedarse. Se adueñó de un espacio vacío y ella sólo fue capaz de sentarse a esperar. Y en esa espera, le perdió.

Nunca ha sido tuyo, cómo puedes echar de menos algo que nunca has tenido, cómo puede dolerte tanto... Cada mañana, cada tarde, cada noche se repite esas frases como si fueran un sortilegio de protección. A ratos quiere, y cree que puede, olvidarle. La mayoría del tiempo, se aferra a ese sentimiento como si fuera su tabla de salvación. De alguna manera, sabe que no sirve de nada porque no hay nada que hacer. Lo sabe aunque una parte de ella se empeña en seguir adelante, hasta donde pueda llegar, mientras sea capaz de aguantar sin romperse, sin dejarse el alma en una lucha que conoce porque no es la primera vez que la vive. Tan solo espera que en esta ocasión sea distinto.

En algún momento, se da cuenta que cometió un error. Esa mañana de sábado le preguntó por ella, por la que ganó la batalla que las dos peleaban. Necesitaba saber qué decía él, si le diría algo que alumbrara su pequeña esperanza. Experta en malinterpretar las palabras, creyó ver una luz, un "quizás", un "esa ahora pero no será durante mucho tiempo". Y ahora le habla de ella como lo haría con una amiga que no sintiera nada por él. Cada vez que escucha su nombre, siente que la expresión de su cara cambia, no puede contestarle, aguanta las ganas de gritar y desea que se calle, que la deje en paz y no le cuente nada. Por un lado, espera con todas sus fuerzas que él no note ese cambio de actitud. Por otro, quiere que lo vea, que lo sienta y comprenda, porque así dejaría de comentarle lo que hacen, ahorrándole esos momentos de dolor. 

Le gustaría saber qué contestaría si él le preguntara el por qué de esos silencios repentinos y pesados. ¿Sería capaz de decirle la verdad o inventaría alguna excusa más o menos creíble? En el fondo confía que no se produzca nunca esa situación, no se le dan bien las confrontaciones. Tendría todas las de perder aunque ¿gana algo ahora? No, de eso sí que está segura. 

Hoy le ha dicho que ya no puede más, que en el trabajo se ahoga y no ve por dónde salir, que se irá. Ella se ha sentido triste al principio, lo echará de menos cada momento del día y nada volverá a ser igual. Después, cuando se ha quedado a solas con sus pensamientos, se ha dicho que es lo mejor que puede pasarle. Si se va, si no le ve cada día durante muchas horas, podrá ponerse un parche en el corazón y empezar a olvidarle.  

Más tarde, las ocho. Hora de marcharse a casa. Recoge sus cosas y se va, dándole vueltas a todo y llegando a ningún lugar. Le gustaría dejar de hacerse la fuerte, poder sentarse delante de alguien y llorar su pena sin escuchar "eres tonta, no vale la pena, es idiota, olvídale". Imagina que cuando llegue al piso se tumbará en la cama y abrirá el dique de sus emociones hasta quedarse vacía y limpia pero, sorpresa, no lo hace. Lo intenta pero no ocurre nada. Cena, ve una película y se acuesta. Un día más, un día menos.

Mañana, vuelta a empezar.

martes, 30 de junio de 2015

SERÁ

Será porque se acerca tu día.
Será que nadie te mejora.
Será que sigo incompleta.
Será que recuerdo tu sonrisa.
Será que busco y no encuentro.
Será que no tuvimos principio ni final.
Será que te echo de menos sin saberlo.
Será que todavía me dueles.
Será que tu tiempo no pasa.
Será que sin ti no soy.
Será que hoy ha sido largo.
Será que tu ausencia pesa.
Será que sigues siendo tú, no los demás.
Será que no sé como escapar con la piel entera.
Será que aún me invade el miedo.
¿Será que aún te quiero?
Será que tengo que dejar de hacerlo.

Mjo

lunes, 1 de junio de 2015

LLUEVE

Habían pasado meses de sequía terrible, llenos del polvo de los caminos y el temor al hambre que vendría si no llovía antes de la primavera. Ni nieve tuvieron aquel año; tan solo un frío helador y transparente que mataba cosechas, animales, niños y ancianos en las aldeas mientras los ricos miraban a otro lado y los monjes apelaban a ese Dios de amor y justicia que, a veces, resulta injusto y destructor. 

Se sacaron los santos de las ermitas e iglesias, en una procesión interminable que jamás daba fruto. Se rezaron cientos de rosarios, se hicieron miles de promesas y ofrendas en los monasterios pero de nada sirvió. Un día tras otro, un sol frío cruzaba el cielo derritiendo el hielo de la noche anterior, que volvía a los campos con la salida de la primera estrella, en un ciclo diabólico que ni los sabios ni los curas sabían cómo acabar. 

Un buen día, una nube oscura apareció en el horizonte y se deshizo lenta, perezosamente, engordando poco a poco y dando sombra a la tierra sedienta. La gente dejó lo que estaba haciendo para observar su avance, esperanzados pero preparados para lo peor. Las primeras gotas no acabaron con el escepticismo general y sólo los niños las celebraron con risas mientras extendían las manos intentando atraparlas. La tierra las absorbió en un instante, esperando más... Y la gente siguió mirando al cielo, esperando el milagro. 

Entonces apareció una nube, y otra, y otra más, hasta oscurecer el cielo. El azul radiante se convirtió en un gris sucio primero y en un negro amenazador después. Los lugareños salieron de sus casas, dejando las puertas abiertas y las ollas al fuego, con la vista clavada en las alturas. En la creciente oscuridad, se fueron reuniendo en la plaza adoquinada frente a la iglesia. Algunos susurraban plegarias, otros comentaban las novedades pero ninguno de ellos confiaban. Habían perdido la esperanza y casi, casi, la fe. 

El primer rayo que atravesó el cielo prácticamente les cegó, arrancándoles un grito de sorpresa. El trueno que siguió sonó como el derrumbamiento de mil montañas a la vez. Después, silencio. Se olvidaron los rezos y se contuvo la respiración esperando el cataclismo que, sin lugar a dudas, estaba a punto de ocurrir. Se abriría la tierra, pensaban los más fatalistas, allí mismo, en la plaza donde bailaban en las fiestas de San Saturio y la Santa Inquisición juzgaba a herejes y brujas, y se los tragaría a todos. Ellos y sus casas desaparecerían sin dejar rastro. Lo decían las Sagradas Escrituras, y el padre Remigio lo advertía en cada sermón. Era un pueblo de pecadores; cometían un pecado tras otro y no parecían sentir ni el más mínimo arrepentimiento. Bien, pues ahora lo iban a pagar con su vida, con la destrucción total de su mundo, del mundo en general. ¡Sodoma y Gomorra de nuevo! Se equivocaron. Bueno, algo pasó pero no fue el final sino un nuevo principio. 

Algo se abrió aquella tarde pero fue el cielo, dejando caer una lluvia ligera al principio, y no se cerró durante siete días con sus siete noches. En la plaza, el miedo dejó paso al asombro primero y, poco a poco, a la alegría y los bailes exaltados. Nadie se movió, nadie buscó refugio y protección. Preferían quedarse sintiendo el agua empapando sus cabellos, sus rostros sonrientes, las ropas raídas, llenándose la boca con el líquido elemento que, en aquel preciso momento, les parecía néctar de los Dioses. Sintieron la mugre de meses diluirse en el chaparrón, la sed más abrasadora se sació con creces. Más allá de las fronteras del pueblo, los campos y bosques marchitos, agrietados, absorbieron el agua con avidez, deshaciéndose del polvo acumulado durante la sequía más terrible que jamás había azotado aquellos parajes, recuperando con cada gota el color que habían ido perdiendo. 

Al cabo de tres días de lluvia ininterrumpida, a ratos ligera y a ratos torrencial, con los ríos desbordados y los campos anegados, los santos volvieron a procesionar y los rezos resonaban en la pequeña iglesia a todas horas. Que pare la lluvia, pedían, que pare este diluvio que puede acabar siendo universal. Pero Dios debía estar ocupado en otros menesteres y ningún santo fue capaz de parar el torrente que, día tras día, caía del cielo. 

La mañana del octavo día, justo cuando las campanas de la iglesia repicaban a muerto en memoria de un ahogado al tratar de cruzar el río, todo acabó. Fue tan repentino, tan inesperado, que nadie creyó que fuera algo más que una tregua. Salió el sol, cruzó el cielo en su ciclo habitual, y todos siguieron conteniendo el aliento, esperando que la lluvia volviera con energías renovadas. Volvieron a equivocarse. 

Pasó el día y también la noche, y con las primeras luces se atrevieron a asomar las narices por las ventanas y las puertas, contemplando cómo el barro acumulado empezaba a secarse y el agua de los charcos se iba evaporando, dejando el aire borroso, distorsionando formas y dándoles un toque de irrealidad que calzaba con sus vidas. Los verdes de los árboles, los grises de las piedras, el azul escandaloso del cielo limpio de nubes... Todo hablaba de vida nueva, de prueba superada aunque hubieran dejado algo por el camino, pero ganando un futuro que, por defecto o por exceso, habían creído perdido para siempre. 

La plaza, la misma que recibía a los reos antes de ser castigados y donde se celebraban las bodas por amor o imposición, fue escenario de una misa de agradecimiento tan pronto como se secó el empedrado. A qué santo o dios distraído se daba las gracias es algo que nadie fue capaz de averiguar, pero el pueblo entero asistió, rezó y escamoteó un poco de dinero para construir un pequeño altar a la deidad que el párroco considerara adecuada. Después se desplazaron al camposanto, que lucía varias cruces nuevas, para bendecir las sepulturas de los que no sobrevivieron al temporal. Allí las risas se trocaron en llanto pero la pena no duró demasiado. En el pueblo, la vida y la muerte, se entrelazaban en un baile sin fin en el que obtienen ventaja momentánea pero nunca definitiva. Moría un anciano y nacía una niña. Moría un carnero y nacían dos terneros. La vida, en definitiva. 

Pocos meses después, ya casi nadie recordaba la sequía ni la lluvia. Los santos acumulaban polvo, Dios seguía ocupándose de otros asuntos, el dinero del altar se convirtió en una nueva sotana para el cura y unas enaguas de seda para su "ama de llaves", las cosechas se salvaron y los hombres siguieron pecando sin arrepentirse de nada. 

Siglos más tarde, quizás alguien encuentre unos legajos protegidos del desgaste del tiempo dentro de un arzón de madera noble, escondidos detrás de un muro de piedra que ocultaba una habitación secreta, y recupere un pedazo de historia olvidada. Una memoria leve, sin importancia, que no de más datos que un año y el nombre de un pueblo en el que ya sólo quedan ruinas y silencios. Puede que haga un artículo y lo publique en un periódico, consiguiendo su propio trocito de fama, aunque ésta sea tan efímera como una vela votiva en el altar de San Saturio o del santo de turno que esté de moda en aquel momento. Luego, el olvido, el mismo en el que reposa el pueblo y sus desvelos. 

O quizá no salga a la luz jamás y duerma el sueño de los justos o la injusticia de la desmemoria, por los siglos de los siglos. 

Mjo


jueves, 28 de mayo de 2015

CONFESION (pequeño divertimento fantasmal)

ESCENARIO: En una pequeña iglesia de pueblo, un cura joven y novato escucha, con las manos entralazadas y expresión desconcertada. la confesión de una robusta mujer mayor con la cabeza cubierta por un pañuelo negro.



CURA (voz entre cansancio y la resignación): Pero a ver, hija mía...

MUJER (voz espabilada, pizpireta): Dígame usted, Padre.

CURA: ¿Estás segura que sucedió tal y como me lo cuentas? (apunta con el dedo a la mujer) ¡Y recuerda que mentir en confesión es un pecado muy grave!

MUJER (se pone la mano en el pecho y contesta ofendida): ¡Padre, por el amor de Dios! Usted sabe que yo no miento... (carraspea mientras se mira las uñas) Al menos no  miento a cosa hecha. Dígame usted qué falta me hace andar por el pueblo con semejantes embustes...

CURA (mirando al cielo, como rogando por paciencia): Está bien... Cuéntamelo otra vez, sin inventos, ¿eh?



MUJER (incrédula): ¿Otra vez?

CURA (elevando la voz): ¡Y las que hagan falta!

MUJER (hablando para sí misma): Ea, pues ya está dicho. Menos mal que algo me iluminó y quité la olla del fuego antes de salir que si no, me quedo sin puchero...

CURA (juntando las manos en un ruego): Hija mía, por favor, que no tengo todo el día...

MUJER (medio fastidiada): Ya va, ya va... Pues verá usted, Padre (hace una pausa efectista) Que venía yo de dejar medio choto en casa de la Frasquita, para que me lo asara en su hornilla que es nueva y va mejor que la mía. Total, vivimos tan cerca que... (se oye un gemido desesperado del cura y la mujer sonríe con malicia) Pues eso, que a la vuelta caí en la cuenta que ese mismo día, mi Ambrosio, Dios lo tenga en su Gloria o donde más le convenga mientras no me lo mande de vuelta...

CURA (escandalizado y dando golpes en la madera del confesionario): ¡Asunción, te recuerdo que Dios te está escuchando ahora mismo y se le puede acabar la misericordia en cualquier momento! ¡Mide tus palabras!

MUJER (se persigna y habla con cierta culpabilidad): Perdón, Padre, es que no sabe usted cómo era mi Ambrosio cuando se ponía farruco... Como le decía, que cumplía años ese día y, ya que estaba allí, pensé en acercarme a la tumba y limpiarla un poquillo. Me fui a casa, agarré unos trapos y  un candil...

CURA (extrañado): Un candil... ¿para qué?


MUJER: Porque ya empezaba a echarse la noche encima, Padre, que estamos en octubre. Anda que está usted en el Santo Cielo ¿eh? (se ríe por lo bajo, con sarcasmo)

CURA (molesto): Al grano, Asunción, ya te he dicho que no tengo todo el día.

MUJER: Volví, me puse a limpiar la lápida y estaba por recoger e irme a buscar el medio choto cuando la vi (se da una palmada en la pierna para resaltar sus palabras) ¡Vamos que si la vi! ¡Como lo estoy viendo a usted ahora! Pero sin rejillas de por medio...

 CURA (perdiendo la paciencia): ¡Pero qué viste!

MUJER (con voz un poco asustada): A la Raquel, Padre, a la pequeña Raquel. ¿Sabe usted quién le digo? La que murió hace unos meses, angelito... (se persigna de nuevo y hace un gesto de negación con la cabeza)

CURA (con voz paternalista): Vamos a ver... Raquel murió de gripe en marzo, ¿te acuerdas? si tú misma viniste al entierro.

MUJER (con voz apenada): ¡Cómo no me voy a acordar, si parece que la estoy viendo! (ahoga un sollozo con la mano y suspira dramáticamente) Tan bonica como era... Ahí, metidica en su caja con el vestido de comunión que le bordó su madre. (Se echa las manos a la cabeza) ¡Y su madre, pobre mujer! ¡Qué valiente, ni una lágrima derramó! Pero estaba deshecha, todo el mundo lo vio. Me dijo la Dolores, que es su vecina, que...

CURA (cortando el cotilleo y reconduciendo la conversación):  Sí, sí, es muy fuerte y valiente... Así que viste, o creíste ver, a la pequeña (y remarca la palabra) difunta Raquel.

MUJER (picada): Y dale a la burra el trigo... ¡Que no creí ver, que la vi de verdad! si hasta llevaba su muñeca, la que su madre le metió en la caja antes de enterrarla.

CURA (ignorando el enfado de su feligresa): Dime qué hiciste entonces y qué, ejem, hizo ella.

MUJER (todavía enfadada): Qué pesaíto está usted con las preguntas... Yo me quedé tiesa. Vamos, que hasta dejé de respirar. Y ella... pues nada. Me miró, me sonrió y se fue correteando entre las lápidas, como si jugara ¿sabe? Y luego desapareció. Yo recogí los trapos, el candil y me fui corriendo, no le diera por volver.

CURA (incrédulo): Desapareció, ¿eh? Así, sin más. ¡Desapareció!

MUJER (como pensativa): Pues... sí. Ahora está y al momento siguiente, ¡zas! Aire.

CURA (con paciencia, como si hablara con un niño): Vamos a ver, Asunción... Tú sabes que algo así no puede ser, ¿verdad? ¿Te habías tomado un anís en casa de la Frasquita? O dos...

MUJER (muy ofendida): ¡Acabáramos, Padre! Que de vez en cuando me tome una copita no significa que ande beoda perdida por ahí, viendo fantasmas... (añade a media voz y con malicia) A saber cómo acaba usted los domingos, después de tanto vino de misa.

CURA (con voz amenazante): ¡Asunción, que te pierdes1 ¡Pero cuándo vas a aprender a controlar tu lengua! Cinco Padrenuestros y diez Ave María antes de salir de aquí.

MUJER (con la vista clavada en el suelo y en voz baja): Sí, Padre. Lo que usted diga, Padre... pero le sigo contando... ¿no?

CURA (resignado): ¿Aún hay más?

MUJER (con una pizca de compasión): Ay, alma bendita... ¡Pues claro! Como que la veo todos los días paseando por el cementerio o sentada sobre su lápida, con la muñeca en brazos. Para mí que... (se muerde los labios y se retuerce las manos)

CURA (paciente): A ver... Para tí ¿qué?

MUJER (acercándose a la reja del confesionario y bajando la voz, como si fuera a compartir un importante secreto): Pues verá, Padre... Que yo soy una ignorante que lo más lejos que ha llegado en su vida es al pueblo de al lado, y gracias, es algo que todo el mundo sabe... Pero para mí que esa criatura está esperando algo. O que venga alguien.

CURA (extrañado): De verdad, hija mía, que no entiendo lo que quieres decir.

MUJER: Pues que algo debe quedarle pendiente y por eso no se ha ido del todo. ¡Por eso se ha quedado aquí, esperando!

CURA (harto de escuchar tonterías): Ea, pues si tú lo dices, así será. ¡Hala, ya está bien por hoy!

MUJER (sorprendida): ¿Ya está? Bueno, pues ya me dirá usted la penitencia...

CURA (respirando hondo): Además de lo que ya te he dicho, le vas a limpiar la tumba al Ambrosio todos los días de este mes y le dirás una misa a la semana hasta... final de año. (Se queda pensativo, le parece poco castigo para la conversación que ha tenido que aguantar) Y le cambiarás las flores a Santa Engracia cada domingo hasta que yo te diga. Ahora, ego te absolvo in nomine Pater et Filli et Spiritu Sancti...

MUJER (persignandose): Amén... Menuda penitencia, Padre, que tampoco he matado a nadie.

CURA (satisfecho con su pequeña venganza): Vete y procura no pecar hasta la semana que viene.

MUJER (con sorna y una sonrisilla perversa): Haré lo que pueda.




 MISMO ESCENARIO, MISMOS PERSONAJES, MESES MÁS TARDE.


CURA: Y bien, Asunción, ¿qué pecados me traes esta semana?

MUJER (quitándole importancia): Ay, Padre, los mismos de siempre. ¡Qué parece que no me conozca, usted! Pero no es eso lo que yo quería contarle...

CURA (asustado, temiendo lo peor): ¿Ah, no? Entonces, tú dirás...

MUJER (bajando la voz): ¿Se acuerda usted de lo que le conté hace unos meses? Lo de la Raquelilla...

CURA: ¿Otra vez con lo mismo? No irás a decirme que la has vuelto a ver.

MUJER (divertida): ¡Pues ni que la hubiera dejado de ver? A veces me hace usted una gracia... Pero no, ¡es que ya sé lo que estaba esperando!

CURA (irónica): Y has venido a contármelo, claro...

MUJER: ¡Eso mismo!

CURA: Pues a ver, cuéntame... (Habla consigo mismo, mirando al techo de la pequeña iglesia) Señor, diez años de seminario para esto...

MUJER (en tono triunfal): ¡Estaba esparando a su madre!

CURA (pillado totalmente por sorpresa): A su madre... ¿A su madre?

MUJER : ¡A su madre! Se acuerda, la pobrecica murió hace un mes. (Se persigna y habla apenada) Qué desgracia, qué desgracia...

CURA: Sí, en mayo. Yo mismo oficié el entierro.

MUJER: Ea, pues hace dos semanas, a la vuelta del huerto, las vi a las dos paseando por el cementerio, cogidas de la mano. Parecía que iban hablando y riendo. De repente, al llegar a la altura de su tumba, que ya sabe que están enterradas junticas, se giraron, me miraron, dijeron adios con la mano y...

CURA (se tapa los ojos, medio suspirando): No me digas más... Despararecieron.

MUER (un poco sorpendida): Bueno... sí y no. Se metieron dentro de la tumba y... desaparecieron, sí.

CURA (empezando a enfadarse): Es decir, que ahora no hay un fantasma ¡sino dos! Santa Madre de Dios...

MUJER (exasperada): Que no, que no entiende usted nada... La Raquel no podía irse sin su madre. Sabía que no iba a tardar mucho en seguirla y, por eso, se quedó aquí a medio camino. Ahora que ya están junticas, se ha ido al cielo. ¿Lo entiende ahora, Padre?

CURA: Mira, no sé qué decirte...

MUJER: Hágame usted caso, Padre, que yo se lo que me digo. Ya no las he vuelto a ver así que (da un golpe en el confesionario) ¡tengo razón! (Baja la voz, cruza las manos sobre el pecho y cierra los  ojos) Y ahora... ¿qué penitencia me pone esta vez?

CURA (despistado): ¿Penitencia?

MUJER (con paciencia): Por los pecadillos de siempre... La envidia, alguna mentirijilla, el anís... Pensamientos impuros con algún mozo del pueblo... La carne, Padre, qué débil es. ¿Usted cómo lo lleva, eso de la carne?

CURA (suspira y responde con energía): Te impongo la penitencia de no volver a confesarte conmigo en tres meses por lo menos. Y cuando me veas en misa o por la calle (tono de voz histérico) ¡ni me hables ni me mires! (Respira hondo y recupera la compostura) Ego te absolvo, in nomine Patri et Filli et Spiritu Sancti...

MUJER (sorprendida): Amén, Padre, que tiene ustede un carácter...


lunes, 18 de mayo de 2015

No hablan de mi ni de ti
ni del vuelco que da mi vida
cada vez que te acercas o me miras,
ni del latido acelerado de mi alma
o del silencio que me envuelve
cuando cierro la puerta tras de mi.
No hablan de mis suspiros o silencios,
no saben del deseo ni del placer,
no conocen las rutas de mi cuerpo
ni las cicatrices de tu piel.
No saben a qué huele tu cuello
ni qué color tienen tus ojos
a la luz de cualquier amanecer.
Eres mi secreto gritado al viento,
soy la historia que quizá no cuentas.
Eres mi más oscuro y callado dolor,
lo más prohibido que he conocido,
el vicio más arraigado que tengo,
aquel a quien no sé decir que no.
Eres la parte más grande de mi vida,
un girón de niebla en mis sueños,
una realidad que rozo a veces
con la yema de estos dedos.
Eres hoy y que dure cuanto sea.


15-noviembre-2002

jueves, 14 de mayo de 2015

Me abandono al placer de mirar sus ojos,
de sentir el vaivén de su cuerpo,
de saber que no me queda más espacio,
que estoy completamente llena.
Me dejo llevar por la sensaciones,
volando cada vez más alto,
buscando el aire a tientas,
sin saber dónde acaba o empieza.
Que haga conmigo lo que quiera,
que me rompa, me vacíe,
que me lleve o me traiga...
Para mí, todos esos momentos
no son de rendición sino de victoria.

03-11-2002

martes, 12 de mayo de 2015

CARTA DE DESPEDIDA

Hoy, que he vuelto a acordarme de ti, te escribo una carta para empezar a olvidarte.

Releyendo antiguos diarios he vuelto a sentirte como lo hice entonces y te he echado de menos de la misma manera que, sospecho, lo he hecho cada día desde que te vi por última vez. Te quise. Te quise mucho y me doliste como quizá nadie me ha dolido jamás. Contigo se cerraron mis heridas y por tí volvieron a sangrar. Fui cobarde, como siempre lo he sido, y fue culpa mía que te perdiera. No te alejaste de mi puerta, es que tuve miedo y no te invité a entrar aunque muchas veces tuve la sensación de que sólo esperabas una palabra, un gesto, una caricia mía para dar el paso. ¿Me equivocaba entonces o me equivoco ahora? El tiempo engaña, lo tiñe todo con un tono más amable que el gris mediocre de la realidad, pero creo que es cierto. Sentías algo y tampoco te atreviste a ponerle nombre. Los dos dejamos escapar una oportunidad y nos perdimos, cada cual por su camino.

Hace siete años que saliste de mi vida pero, de algún modo, te las arreglaste para quedarte dentro de mi, agazapado en las sombras, siempre listo para salirme al paso cuando alguien te nombra. Entonces se detiene el mundo, mi mundo, y pierdo el aire al recordarte. Me sorprende que puedas seguir doliendo como el primer día, que todavía puedas arrancarme una lágrima (o cientos) y la certeza absoluta y absurda de saber que si vinieras mañana y me dijeras que ya no estás con ella, volvería a caer, a quererte como entonces porque, en realidad, jamás dejé de hacerlo. Te quise, te quiero y te querré sin remedio, sin solución ni acierto, sin presente ni futuro. 

Aun así, con estas palabras te despido porque en mi vida ya no tienes sitio. Voy a llenar mis huecos con otros afectos, duren lo que duren, porque me merezco vivir sin lamentarme, poner luces de colores en mis noches sin luna, aroma de limón en mi almohada y risas y música y susurros y un mar de montañas y una cadena de sueños. Me he ganado el derecho a ser querida, aunque sólo sea por un instante, y olvidarte a rabiar porque si hay que amar sin medida, sin medida también hay que olvidar.

Que seas feliz, con ella o con cualquiera, pero siempre sin mi. Yo me voy, parto a buscar otros puertos que me den felicidad, lejos de tí pero cerca de las estrellas. Mi corazón se cansó de añorarte, de contar los días sumando tu ausencia con las mías. Todo tiene un final y aquí llega el nuestro. 

No volveré a querer como te quise a ti pero te aseguro, te juro que cuando lo haga será de verdad, en cuerpo y alma, porque yo no sé hacerlo de otra manera. 

12-05-2015



lunes, 11 de mayo de 2015

UN NUEVO PRINCIPIO

Del amor y mis paraísos perdidos.
Paraísos desconocidos, pasos valdíos.
Tiempo olvidado en la quietud
que me dio tu noche corta,
calma en el alma de mis sueños,
soñando que me querías y sabiendo,
como yo bien sabía,
que eras sólo carne y deseo.
Construimos sexo pasajero
y después ¿qué?
Saborear a fuego lento, supongo.
Tengo tiempo.
Es mía la eternidad.
                                                           05-06-1997



Declaro inaugurado este nuevo blog que, espero, a alguien le guste lo suficiente como para dejar algún comentario. Se aceptan críticas pero con cuidado, eh? El ego de un escritor (aunque sea de pacotilla como es mi caso) es muy frágil!

Mjo