lunes, 25 de octubre de 2021

HENO DE PRAVIA

Sentada en un rincón junto a una ventana con vistas al jardín, magnífico a esas alturas de la primavera, Alba consultó su reloj una vez más. “Genial”, pensó, "mi madre del alma querida vuelve a retrasarse y ni se molesta en avisar”. Para alguien como ella, cuyo amor por la puntualidad rayaba con la obsesión, algo así era imperdonable. Claro que tampoco le sorprendía ni lo más mínimo. Que Soledad Solano, ejecutiva de prestigio, miembro de honor de innumerables sociedades benéficas y, de vez en cuando, portada en las revistas del corazón, se olvidara de su cita con ella, su hija menor y la mayor de sus decepciones, era algo normal. Alba dio un sorbo al té, arrugó la nariz con desagrado al notar que se había quedado frío, e hizo un gesto a la camarera.

- Por favor – dijo, cuando se acercó -, ¿podrías traerme un café largo con hielo? Muchas gracias.