martes, 26 de abril de 2016

EXORCISMO


Alguien mencionó hace poco la palabra "nostalgia" y dijo que era la primera vez que la sentía. Qué suerte, pensé, yo la vivo demasiado de un tiempo a esta parte. Nostalgia de tiempos mejores, cuando la única preocupación era aprobar todas las asignaturas y disfrutar de un verano al sol. ¿Dónde se fueron esos días?

Recuerdo que no parecía importar nada, ni las horas ni el dolor, y tenía prisa por crecer. No me alcanzaban los días para aprender y las noches eran demasiado cortas. ¿Qué fue de aquella niña que no podía esperar a que llegara el primer beso y todos los demás? ¿Dónde se quedó la ilusión de las primeras caricias, los sueños compartidos y las risas a media luz? ¿Cuándo perdí la inocencia y dejé de creer? ¿Quién tuvo la culpa? Probablemente yo, porque dejé de confiar en la persona que me miraba desde el otro lado del espejo y presté oídos a lo que otros me dijeron. Tonta, fea, buena para nada, dulce y cariñosa pero sin nada que destacar. Mal, mal, mal. Ellos tiraron las primeras piedras pero yo lancé la ofensiva final y gané. Gané y me perdí.

Un día vi mi reflejo en un cristal, no supe reconocerme y me dio igual. Otro día puse un cuchillo en la muñeca y pensé "¿me echará alguien de menos si me rindo y desaparezco?" En mi cabeza sonó la alarma de mil incendios y desperté. El cuchillo volvió a su sitio y yo busqué ayuda, alguien que no me conociera y fuera capaz de ver más allá de mi cara y mis palabras. Alguien que detectara el miedo y me obligara a enfrentarme a él, a los que tanto se empeñaban en cerrarme puertas y ventanas. A mí. Fueron dos años de largas sesiones en secreto, como casi todo lo que importa; dos años de lágrimas, de verdades como puños que dolían como puñaladas, de aprender a decir "no" desterrando la culpa y la vergüenza. Dos años de pérdidas vividas por segunda vez, de traiciones a mi espalda, de luces y sombras. Cambié la piel una y mil veces, arrastrando todas las heridas, buscando una voz que fuera realmente mía. Y la encontré, aunque no siempre sea capaz de usarla  porque sigo poniendo por delante la felicidad de otros. Si ellos sonríen, yo puedo sonreír en paz. Si ellos padecen, yo sufro su tormento y el mío. Algunos vicios nunca se superan, sólo aprendemos a esconderlos mejor.

Pero sobreviví a todo eso, salí del círculo vicioso en el que me había acostumbrado a vivir y empecé a andar, a tropezones pero libre. Con cicatrices pero entera. No feliz pero a veces... A veces rozo la felicidad y me invade la alegría y puedo sentir que mi vida tiene un propósito que se esconde en algún lugar y que si no me rindo, si sigo adelante, seré capaz de encontrarlo y, entonces sí, podré sentarme a descansar. A solas o quizá al lado de una persona que pueda verme tal y como soy, que me acepte y me quiera por dentro y por fuera porque tengo mucho que ofrecer y me queda un universo de cosas que aprender y enseñar.

Creí que lo había encontrado, de verdad que lo pensé durante unos meses. Después reventó la burbuja y se reveló el espejismo. Desde entonces ando en carne viva, intentado recuperar el equilibrio. Sé que estoy saliendo del laberinto. Algunos días creo haber encontrado el camino y otros... Bueno, otros vuelvo atrás y me pierdo de nuevo. Tengo la sensación de luchar con los ojos vendados, contra mi misma. No sé cómo arrancarme esta historia, que llevo tan a flor de piel que si rasco un poquito, se desborda y me inunda de recuerdos felices y finales amargos. Necesito un exorcismo de la carne y el alma, un ritual que me deje limpia, con las heridas cicatrizadas. No me importan las cicatrices, dicen que luché y vencí aunque por el camino me dejara algo. Pero tengo que hacer algo antes de sentirme demasiado cómoda en este rincón y abandone todo intento de salir a la luz de nuevo.

Se me ocurrió escribirlo, convertir la experiencia en una nube de palabras desordenadas que le den sentido al "antes" y me ayuden a transitar por el "después".  Mi exorcismo de tinta y papel, mi válvula de escape. Y quién sabe si no mi salvación...

Por si acaso y mientras tanto, disculpen las molestias, sean compasivos, no me juzguen con demasiada dureza y recuerden que la sinceridad puede matar con tanta eficacia como la mentira descubierta.

Mjo
26-04-2016









domingo, 24 de abril de 2016

EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA (2)

- Oye, ¿qué te parece si vamos a mi casa un momento? Así puedo enseñártela - Decir que me pilló con la guardia baja sería quedarme corta.

- Enseñ... - ¡Un momento! ¿Qué quería enseñarme?- ¿Enseñarme el qué?

- Mi casa... - Sonrió, divertido, al entender mi cara de susto.- Quiero dejar los cascos; me apetece tomarme algo y no me gustaría que la policía me pillara al volver.

Bien, lógico, buena respuesta. Lo cierto es que en ningún momento tuve la sensación de que la noche fuera a acabar exactamente así pero vaya usted a saber. ¿Qué puñetas sé yo de los hombres? Nada, está claro. No me quedó más remedio que salvar el tipo diciendo que sí y nos fuimos. Ya vería qué hacer si se planteaba la situación... No pasó nada, no hubo ni la más mínima insinuación. Lástima, porque el sufrimiento asociado a la depilación extrema se merece, como mínimo, que una tenga que defenderse de un par de ataques libidinosos. Aunque me gustó que demostrara que eso de ir "paso a paso" no era una frase hecha. Lo sé, iba de cabeza al matadero. Y contenta, oye.

Volvimos al bar, nos encontramos de nuevo con sus amigos ("cuídala, ésta es de la buenas" le dijo uno de ellos) y allí acabó la noche. Bueno, para ser más exactos, acabó en otro banco de una plaza cualquiera. Entre que yo hablo por los codos cuando estoy nerviosa y él que no metía la lengua en paladar, ¡vaya par de charlatanes nos fuimos a juntar! A las cuatro de la mañana me sentía tan despierta como si me acabara de levantar. Y, sin darnos cuenta, habíamos cruzado la barrera del contacto físico. No, eso no, ¡qué pandilla de mentes sucias! Me tocaba una rodilla, yo le apartaba el pelo de la cara (no os dije que tenía el pelo largo hasta los hombros, ¿verdad?); él me cogía de la mano y yo me apoyaba en él... Lo sé, tal parece que teníamos quince años. Patético, ¿eh? Pero tan bonito...

Y llegó el momento más temido, al menos para mi. ¿Qué hago? Un apretón de manos me parecía excesivamente frío pero ¿dos besos y un "hasta otra" sería mejor? Amistoso, sin exagerar y, sobre todo, sin parecer deseperada pero lo cierto es que realmente me apetecía volver a verle porque había sido una noche genial. Entonces... ¿lanzarme encima suyo y comerle la boca hasta que le faltara el aliento? Todo lo que se me ocurría me parecía mal. Seguíamos hablando, los taxis pasaban de largo sin que ninguno de los dos hiciera el menor gesto de pararlos y empezar a despedirnos y mi cerebro no dejaba de dar vueltas. Si alguien conoce una buena manera de decir "me lo he pasado muy bien, mejor de lo que esperaba, y me encataría repetir si a tí te apetece" sin ser demasiado obvia o sonar desesperada, por favor, que lo diga ya. ¿En serio la gente hace ésto continuamente? Por todos mis dioses, ¡es agotador!

Porque lo cierto es que había sido la mejor primera cita de mi vida y tenía la sensación que él pensaba algo parecido, al menos que había ido bien. Una vez superado el ataque de pánico antes de salir del metro y la vergüenza de ver a sus amigos en el restaurante, todo fue como la seda. Me sentí cómoda, no tuve el impulso de fingir ser alguien diferente en ningún momento y confieso que eso es algo que no me pasa a menudo, a veces incluso con la gente que mejor me conoce,  y no metí la pata (de manera demasiado evidente) ni una sola vez. Si conseguía salir airosa en la despedida, sería todo un triunfo. Y si, además, volvía a llamarme... Bueno, sería como la mañana de Reyes cuando me regalaron aquella muñeca bebé que se llamaba "Dulzón" y era más grande que yo.

Así que me planté delante suyo y, siguiendo los estúpidos consejos de alguna estúpida revista femenina de las que leía años atrás, le miré a los ojos y me pasé la lengua por los labios que, conviene no olvidar el detalle, llevaba pintados del rojo más favorecedor de mi colección y era a prueba de bombas y besos (según la publicidad, lo creería cuando lo probara). Lo hice con discreción, no me di un legüetazo a lo bestia!!! No, fui sutil. O quizá no, porque funcionó. Se acercó. El corazón se me aceleró. Se acercó más. Empecé a respirar más deprisa. Apoyó una mano en mi cadera... me entró el pánico, giré la cara y el beso fue a parar en algún punto de mi cara situado entre la mejilla izquierda y la nariz. Perfecto, todo muy romántico!!!! Por el amor de Odín...

No quise ni mirarlo; lo único que quería era gritar y morirme de un ataque fulminante de estupidez, por ese orden. ¡Pero cómo se puede ser tan idiota! Me habría dado bofetones hasta en el cielo de la boca pero me las arreglé para sonreír como si no hubiera pasado nada y seguí hablando cual cotorra. No sé cómo no echó a correr en ese mismo instante, dejándome plantada para los restos. Supongo que alguien por ahí arriba estaba mirándonos y se compadeció de mí porque no solo no lo hizo sino que me siguió la corriente como si el vergonzoso incidente no hubiera ocurrido. Cuando por fin se acercó un taxi libre, hizo el movimiento definitivo. Me abrazó, dejándome sin posibilidad de escape y, esta vez sí, el beso fue a parar justo donde debía: sobre mis labios. Fue leve, apenas un roce, pero me plantó una sonrisa de idiota que me duró todo el camino de vuelta a casa.

Faltó poco pero había sobrevivido a la primera cita y, al parecer, no lo había estropeado del todo. ¡Bien por mí!

Porque ¿sabéis qué? Hubo una segunda cita. Pero eso lo contaré otro día.

Mjo

jueves, 21 de abril de 2016

EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA

Esto de las primeras citas es un campo de minas. Y pido perdón por anticipado por lo macabro de la comparación pero es que no se me ocurre mejor forma de describirlo. En cierta manera, el amor es tan complejo y peligroso como una guerra y sus consecuencias, igual de devastadoras. Así que lo siento pero me ratifico: esto de las primeras citas es un maldito campo de minas.

Porque vamos a ver... En los libros y las películas te hacen creer que todo va siempre como la seda y aún en el caso de haber problemas, se acaban solucionando y el amor triunfa. ¿Cómo? A mi que me registren. Mi experiencia ha sido siempre desastrosa pero ya ves, no me rindo. Parece que me gusta sufrir. En el fondo de mi habita una pequeña masoquista a la que no puedo controlar. Pero a lo que iba: las primeras citas.

La última vez que estuve en una situación parecida, Cristo andaba todavía en pañales así que la teoría la tenía más bien perdida y la práctica, ni te cuento. Recurrí a la ayuda inestimable de mi hermana y mi mejor amiga, que me dieron muchos consejos, de los valiosos y de los otros, que me pusieron todavía más nerviosa de lo que estaba y olvidé en cuanto me quedé sola. Acabé haciendo una lista de lo que era imperativo hacer (ducha, body milk, maquillaje y ropa nueva por fuera Y por dentro), lo que no debía hacer bajo ningún concepto (era una lista corta: no rajarme en el último momento. Y punto) y lo que haría por si acaso (depilación extrema, de esas que... bueno, ya sabéis de las que hablo). El objetivo estaba claro: acudir al evento y conseguir que fuera un éxito aunque muriera en el intento. O él, claro, porque también podría resultar que fuera un capullo integral que no mereciera tanto esfuerzo y eso está, claramente, castigado con la muerte. No física, sólo... Bueno, ya lo entendéis.

Hecha un pincel pero sencilla, como si recién hubiera salido de la cama pero con los labios pintados de rojo, me fui hacia el lugar de la cita. Fui capaz de dominar las ganas de morderme las uñas, de tocarme el pelo y desmontar los rizos que tan bien habían quedado, dar golpecitos con el pie en el suelo y silbar como hago cuando estoy nerviosa. Hasta que llegué a la parada del metro y me entró el temblor de piernas más absurdo del mundo. Tuve que sentarme antes de llegar a las escaleras mecánicas, cerrar los ojos y respirar hondo varias veces antes de poder seguir con mi camino, momento que aproveché para darme un último toque de "Light Blue". Qué narices me pasaba? Si el chico en cuestión no me gustaba!!!!! En serio, había quedado por él porque mira, porque no me pareció mala idea ni tenía nada que perder, a qué venía tanta ansiedad? Ni idea...

Me estaba esperando a la salida del metro y fue todo sonrisas y amabilidad. No sentí el (esperado) vuelco en el corazón al verlo; después de todo, no me había entrado por su físico. Fuimos a la pizzería, nos encontramos con todos sus amigos, quise que la tierra me tragara cuando se giraron al mismo tiempo para mirarme y, con la sensación de que la noche ya se había echado a perder antes de empezar, nos sentamos en la mesa que había reservado.  La conversación empezó poco a poco, buscando lugares comunes y hablando de la familia, aficiones, gustos... Fue tan natural y fácil que antes de darme cuenta ya estábamos haciendo bromas y probando lo que el otro había pedido. Yo, que soy tímida hasta decir basta! Pero me sentía tan cómoda como con cualquier persona a la que hubiera conocido mucho antes. Al salir de la pizzería, nos sentamos en un banco y seguimos hablando. El tiempo se fue en un abrir y cerrar de ojos. A la una y media de la mañana, miró el reloj, sonrió y dijo "qué rápido pasa el tiempo cuando estás a gusto". Y entonces sí, mi corazón dio un pequeño saltito. Fue la primera de las cosas que me dijo aquella noche, frases que me hacían sonreír y, no voy a mentir, me daban ganas de lanzarme a su cuello. No, no lo hice. Yo no quería quemar etapas y él estaba de acuerdo en tomarnos las cosas con calma. Primero conocernos, luego... ya veríamos si había un "luego"



(Mañana o pasado o al otro, más. Esta noche me caigo de sueño!!!!)

Mjo

BACKWARDS AND FORWARDS

BACKWARDS

Voy saltando de día en día, con sus noches por enmedio, y todavía tengo la sensación de que no es real. A veces me despierto pensando "tengo que decirle..." antes de acordarme que ya no hay nada de lo que hablar. No te preocupes, el mundo ya no se me cae encima cada mañana ni siento que he perdido el tiempo cada noche. El dolor sigue ahí pero se ha convertido en parte del paisaje.

Ya llegó la primavera, ¿lo has notado? Yo no, no del todo. Tengo el frío metido en los huesos y no veo el sol ni los brotes verdes. Sé que están ahí, en algún lugar, pero no tengo ganas de buscarlos. Hoy, que se acercan las vacaciones, no dejo de pensar en los planes que teníamos y no cumpliremos. ¿Cuándo se acabará este echarte de menos, la necesidad de verte, las ganas de oír tu voz? No veo el final pero existe, de eso estoy segura. Tiene que existir porque no hay quién pueda soportar semejante tormento.


*************

FORWARDS

Me equivocaba. Se puede soportar y se puede superar. Llegó la primavera de verdad y aunque a veces llueva, el sol siempre regresa. Qué ganas tengo de que llegue el verano. Y el otoño. Y Florencia, quizá.


Mjo

martes, 19 de abril de 2016

ENTRE LA REALIDAD Y LA LEYENDA



Toda esta historia, o saga, comienza… No sé exactamente cuándo pero pondremos el principio en la llegada de mi abuela y cuatro de sus cinco hijos (el quinto llegaría unos años más tarde) a un pequeño pueblo del Pirineo de Lleida. Su marido, mi abuelo, había emigrado un tiempo antes para buscar trabajo y un hogar decente donde toda la familia pudiera echar raíces. Supongo que, como tantos otros en aquella post-guerra infame, el hambre, la miseria y la política les dejaron pocas opciones. Desde luego, no debió ser fácil para ninguno de ellos. Separados por tantos kilómetros, trabajando duro y contando los días para reunirse…

            La historia de amor de mis abuelos siempre me ha parecido material digno de una película de Hollywood. Mi abuela, Leonor, pertenecía a una familia si no adinerada, si muy bien situada. Tenían tierras, eran los dueños de la única pensión del pueblo y se codeaban con los miembros del “Movimiento” que por allí pasaban. Creo recordar que incluso llegó a participar en aquellos crueles espectáculos en los que se rapaba a las madres, hermanas, esposas o hijas de republicanos y se les administraba aceite de ricino, para después pasearlas por las principales calles del pueblo para avergonzarlas. Al fin y al cabo, eran parte de los vencidos y había que recordárselo tan a menudo como fuera necesario. Cuesta creerlo, sobre todo cuando la ves ponerse hecha una fiera delante de la tele cada vez que sale un político de derechas.

            Javier, mi abuelo, era un perfecto Don Nadie. Pertenecía a una familia de labradores sin tierras propias, que se ganaban la vida trabajando como jornaleros en los típicos cortijos andaluces. Allí se dejaban el lomo de sol a sol, en invierno o verano, a cambio de un sueldo miserable. Eso, si tenían suerte. Si pintaban bastos, no les quedaba más remedio que recoger los bártulos y salir a buscarse las lentejas arrastrando niños y ancianos. En uno de esos traslados fueron a parar al pueblo de mi abuela y allí, en la misma plaza de la fuente, se cruzaron sus miradas y surgió el amor. 

            Vale, quizá tenéis razón y no fue así de romántico pero como soy yo la que cuenta, me vais a disculpar que lo haga a mi manera.

            Leonor no era una belleza espectacular pero tenía viveza y nervio (los tiene ahora, a los noventa y pocos, ¡no quiero ni pensar cómo sería a los dieciséis!) y destacaba sobre todas las demás. Javier, en cambio, era un mozo alto y bien plantado, con un bigotillo a lo Clark Gable que arrancaba suspiros hasta a la más fría de las mozas. También era rojo e idealista.

Ella cargaba un cántaro de agua tan grande como su cuerpo y él, quitándose la gorra con caballerosidad, se ofreció a llevarlo hasta donde fuera necesario. No hizo falta más. Bonito, ¿eh? 

            Como en todas las grandes historias de amor, no les faltaron dificultades en su relación. Más que dificultades… lo que no faltaron fueron los gritos que puso en el cielo mi bisabuela. Ella, tan digna y correcta, tan cristiana y respetuosa de la ley (la suya, claro) no pensaba permitir que su hija se relacionara con un muerto de hambre que no tenía en propiedad más que las alpargatas de calzaba ya que el resto de su atuendo había salido de la generosidad de sus patronos. ¡Y rojo, por el Amor de Dios! Se propuso impedir a toda costa que la cosa prosperara, empezando por encerrar a su hija en casa y no dejarla ni asomarse a la ventana, además de colocarla bajo vigilancia estricta las veinticuatro horas del día. No contó con la cabezonería de Leonor, el sentido del honor de Javier y la fuerza de sus sentimientos. 
 
            Una noche sin luna, mi abuela se las arregló para salir de la casa por la ventana del baño. Temblando de miedo y frío, protegida por las sombras y rezando bajito, se alejó del pueblo. A cierta distancia, escondido detrás de un olivo centenario, le esperaba Javier. Se miraron con cautela, los dos esperando que el otro inventara una excusa antes de salir corriendo, dejándole abandonado a su suerte. Cuando se dieron cuenta de lo absurdo de la situación, se sonrieron, se dieron la mano y huyeron en busca de la libertad. Antes del amanecer, encontraron un antiguo refugio de cazadores a los pies de una sierra, lo suficientemente entero como para resguardarles del frío y lo suficientemente alejado de los caminos como para que el humo de una hoguera no les delatase. Extendieron unas mantas en el suelo y Leonor, que de inocente no tenía ni un pelo, decidió dejar las cosas claras antes que fuera demasiado tarde.

            - Mira, Javier, no te vayas tú a hacer una idea equivocada. Que yo me haya ido contigo es una cosa y que nos vayamos a encamar, otra muy distinta. – Recogió una de las mantas y se la llevó hasta el otro extremo del refugio.- Yo duermo aquí y tú, al otro lado.

            El pobre Javier la miraba boquiabierto. No se le había pasado por la imaginación la posibilidad de “encamarse” con ella hasta que el cura no les declarara marido y mujer. Bueno, alguna vez sí pero bastantes problemas tenían ya; no le apetecía tener que enfrentarse a un juicio por violación o a saber qué. Con lo loca que estaba su posible suegra, cualquier cosa era posible. Así que se concentró en encender el fuego y después se tumbó de espaldas a ella, tratando de olvidar que estaban juntos, solos, alejados del pueblo y del resto de la gente. Aquella noche tuvo pesadillas y en todas salía la figura de un demonio enmoñado y vestido de luto, con collar de perlas y un rosario en las manos. En la única foto que recuerdo de mi bisabuela, en la puerta de la Iglesia a la salida de misa, ella lleva un moño muy estirado y viste un sencillo traje chaqueta de color negro; por único adorno, un collar de perlas y un rosario. Qué coincidencia…

            Pasaron fuera tres días con sus tres noches y, con las luces del cuarto amanecer, hicieron acto de presencia ante mi bisabuela. Sobra decir que ésta había movilizado a amigos, conocidos y hasta la Guardia Civil en un intento, fracasado, de localizar a esa hija casquivana que había echado a perder su vida por un desarrapado cualquiera. Porque de ésta no se iba a recuperar, el honor de la familia había sido arrastrado por el barro y trabajo le iba a costar arreglarlo. Total, que cuando los tuvo delante, primero le arreó a Leonor un par de sonoras bofetadas, de ida y vuelta, y a Javier le calzó la mirada más dura que tenía en su repertorio. Ni una cosa ni la otra le sirvió de nada. Venían los dos empapados en amor, encabezonados en esa aventura, y convencidos que su vida era o juntos o ninguna. Discutieron durante horas, intercambiaron amenazas, Leonor fue desheredada, Javier echado de la casa sin éxito y juraron no volver a mirarse en lo que les quedaba de vida. Al final, cedió. Mi bisabuela agachó la cabeza y se rindió. No poodía con su hija, conocía todos sus puntos débiles y era capaz de manejarla a su antojo, pero era incapaz de doblar la voluntad de aquella mujer nueva, desconocida, que la miraba con la certeza de la victoria en la mirada mientras se aferraba al brazo del hombre que había elegido libremente. Consintió a la boda, porque ya no había otro remedio si quería salvar el apellido y porque ya no le quedaban fuerzas. Además, aquello no tenía por qué ser una derrota total. Si sabía jugar sus cartas, sólo sería una batalla perdida y Dios bien sabía que la guerra podía, iba a ser, muy larga.

            Una semana más tarde, a las siete de la mañana y sin más invitados que el hermano de Leonor, Víctor, que dormitaba en el primer banco de la iglesia, la pareja fue unida en Santo Matrimonio. Entraron y salieron por la puerta de atrás, no fuera que alguien del pueblo presenciara el indigno momento. Leonor vestía de negro, con velo y medias tupidas, y más parecía un cuervo que una radiante novia. Ni flores llevaba. Javier lucía el pelo negro peinado con gomina, la gorra retorcida entre las manos, sus mejores alpargatas y una sonrisa capaz de derretir el corazón más frío. Intercambiaron sus promesas con voz alta y clara, sin despegar sus ojos de los ojos del otro, seguros y felices. No hubo anillos y el beso de tradición se lo saltaron, ya tendrían tiempo de darse todos los que se debían sin que les vigilaran.

            Salieron al frío de enero cogidos de la mano, sonriendo al mundo y al futuro. Se despidieron de Víctor, que a duras penas era capaz de mantener la verticalidad gracias al vino que había bebido la noche anterior, y de mi bisabuela con una simple inclinación de cabeza y se fueron sin mirar atrás. En la puerta trasera, entre la casa del sacristán y el huerto de un tal Manuel, que al parecer también era familia nuestra porque en aquel pueblo todos lo eran de una manera u otra, quedó su figura tiesa, helada, observando cómo se alejaban por el camino. Esto no acaba aquí, se dijo, no acaba más que empezar.

            En contra de lo que todo el mundo murmuraba en corrillos en la plaza, a la salida de misa los domingos o en el bar del Paco mientras jugaban al dominó y trataban de arreglar el mundo, en menos de ocho meses Leonor no dio a luz. El primer hijo, una niña preciosa y llorona, no llegó hasta pasado un año. Una de dos, o realmente no se tocaron durante los días que pasaron huidos o tuvieron mucha suerte. Nunca sabré la verdad porque cada vez que sacaba el tema, mi abuelo juraba entre dientes que no pasó nada de nada… y luego se reía entre dientes, como el diablo burlón que a veces jugaba a ser. 

Y se fue sin desvelar la verdad, convirtiendo esta historia en una leyenda que, de vez en cuando, me gusta recordar.

Mjo
19-04-16

miércoles, 6 de abril de 2016

INVESTIGACION



                Un par de meses más tarde, regresé al escenario del crimen para comprobar si quedaba algún rastro del delito. Reconocí el lugar y a los sospechosos habituales, que seguían estando justo donde los dejé la última vez. A primera vista, poco o nada había cambiado. Tú seguías siendo tú, yo seguía siendo, más o menos, yo. Sin embargo mis ojos, entrenados por la costumbre de observarnos, detectaron la sutil diferencia que a cualquier extraño se le pasaría por alto: faltaba el factor nosotros. Ya no existía, al menos no en la forma que recordaba, y ese hueco lo cambiaba todo. A ti, a mí y, sobre todo, a la historia que vendría después de esa tarde.

                En cierta manera, había esperado que eso ocurriera pero no contaba con mi reacción. Si alguien me hubiera preguntado, la respuesta habría sido “me destrozará de nuevo, justo ahora que empezaba a recuperarme”. Me equivocaba. No daba saltos de alegría, supongo que algún rincón de mi todavía sobrevivía la esperanza en recuperarnos, pero ser capaces de hablar sin reproches, sonreír a nuestras bromas y mantener la cabeza (y el corazón) en su sitio era lo correcto. Hay amores que matan, hay amores que mueren y hay amores que se transforman para convertirse en amistad. El nuestro debió ser de los terceros y lo prefiero así.

                Saliste de la nada, entraste en mi vida y, durante cinco meses y medio, la pusiste patas arriba de tal manera que ya nada volverá a ser igual. Yo tampoco. Contigo aprendí lo que significa querer de verdad, no sólo en los buenos momentos. Fuiste el primero en decirme “Te quiero” sin que sonara a soneto rancio o al ardor de un instante. Pusiste sal y pimienta en mis días y pintaste de colores mis noches. Te quise y me quisiste. A partir de ahora, lo haremos de otra manera y puede ser igual de bueno. Incluso mejor.

                Volví al escenario del crimen buscando respuesta a esta sensación de no haber cerrado nuestra historia y la encontré. El caso se ha resuelto.

Mjo
06-04-16

lunes, 4 de abril de 2016

REVELACIONES, QUE HABERLAS...

" ¿Sabes qué es lo más raro? Que la última vez que te acuestas con alguien, no sabes que es la última vez. Piensas: "Tenemos problemas, tenemos que arreglar algunas cosas" pero nunca piensas... Después cortáis y, un mes más tarde, lo recuerdas y dices: "Oh, esa fue la última. Aquel jueves o aquel viernes o cuando sea". Y desearías haber prestado atención porque era la última vez, ¿sabes?" (Boys on the side)



Alguien debiera avisarnos de cuándo es la última vez que hacemos algo. La última vez que vamos al parque de atracciones, que comemos un helado en esa terraza, que oímos una canción, que vemos una película, que viajamos en un coche... La última vez que abrazamos a alguien, que oímos su voz, le besamos en los labios o compartimos su cama. Si alguien o algo nos diera una señal, si nos concedieran un instante de lucidez para saberlo, quizá fueramos capaces de abrir los ojos o los oídos, de prestar atención con los cinco sentidos para no perdernos ni el más pequeño detalle, por insignificante que pueda parecer. Porque cuando te das cuenta de que no vas a poder repetirlo nunca más, descubres cuánto te perdiste por estar distraída por cualquier cosa, porque creías que habría más, por no ser capaz de ver que era la última vez.

Llegan entonces las lamentaciones, los reproches y la culpabilidad pero ya es tarde porque no hay vuelta atrás. No queda más remedio que aceptarlo y empezar de cero, partiendo desde el punto muerto en que el destino te ha puesto y confiar en que la próxima última vez será distinta. Porque sabes que habrá una más, o cientos. Porque siempre hay una más, o cientos. También de primeras veces.

Tengo montones de primeras veces, algunas buenas y otras no tanto, y otro montón de últimas veces. De todas se aprende... dicen. Sólo espero estar más atenta cuando llegue la siguiente, ya sea la primera o la última.

Mjo
04-04-16