domingo, 6 de marzo de 2016

06-MARZO-2016 (Aquella habitación prohibida...)

En el piso de mis abuelos había una habitación cuya puerta estaba siempre cerrada: la salita. Detrás de aquella puerta (blanca, lisa, tan aburrida, tan común y corriente...) se escondía un mundo mágico al que pocos tenían acceso y sólo si conseguían el permiso que mi tío, dueño y señor de aquel territorio privado (y vetado), no concedía alegremente. Si tenías suerte y te ganabas su confianza, al cruzar el umbral te encontrabas con una auténtica cueva repleta de tesoros: cómics y tebeos (que parecerán lo mismo pero no lo son), un tocadiscos que nadie excepto él podía tocar, discos de vinilo (vinilo, sí!), libros en francés porque el inglés entonces ni tenía glamour ni utilidad y un sofá en el que tirarse a olvidar el tiempo mientras accedías a otros universos paralelos. Para mí, que tenía siete, ocho o quizá nueve años, aquello era el Paraíso Terrenal.

No sé por qué pero me concedió derecho de uso y disfrute del lugar. Yo era una niña más bien patosa, con una curiosidad quizá excesiva y más traviesa de lo que mis padres habrían querido pero, claro, era hija única y debía entretenerme yo solita. Así que mi mente siempre andaba maquinando nuevos juegos y distracciones... Perdón, que me desvío del tema. Sea por el motivo que sea (pasaba muchas horas en casa de mis abuelos y, posiblemente, era la única manera de mantenerme quieta y callada) yo podía leer sus comics, después de pedir permiso, y escuchar sus discos. Tocarlos no, eso ya era demasiado pedir, pero él me los ponía y me dejaba disfrutarlos.

Recuerdo Supertramp y el "Breakfast in America", Carlos Santana y el punteo casi sobrenatural de su guitarra y, por encima de todos los demás, Tequila. Ah, Tequila... Estaba loca, profunda, total y absolutamente enamorada de Ariel Roth, por aquel entonces un chico escuchimizado vestido con pantalones de pitillo y un "pelao" que parecía haberse hecho a mordiscos. Mientras ellos me contaban que salían de casa con la sonrisa puesta o me pedían que les dijera que les quería, yo me quedaba tonta, plantada delante del tocadiscos, con la carátula en las manos, mirando sus fotografías e imaginando quién sabe qué historias... Todo lo que de música buena puedo saber lo aprendí de mi tío, que me inició a un vicio del que no hay posibilidad de desintoxicarse. Después se casó, dejó de guiarme y, claro, mis gustos se fueron desviando. El día que le pedí un CD de Sade casi le mato del disgusto... pero las buenas costumbres no se pierden y todavía hoy, cuando tropiezo con alguna de aquellas canciones, se me escapa una sonrisa. Y todavía hoy me sigue educando cuando nos vemos. Leonard Cohen, Manel, Bruce Springsteen, canço protesta. Y un día de alguna Navidad pasada, sacó la guitarra que llevaba en el coche y acabamos cantando alrededor de la mesa, mientras el cava perdía las burbujas y el turrón se ponía mustio en las bandejas. Ese es uno de mis mejores recuerdos de los últimos años, cuando la madurez se llevó por delante la diversión y la sustituyó por ausencias y responsabilidades.

Los comics fueron otro descubrimiento sin par. Yo conocía "Mortadelo y Filemón", "Rue del Percebe, 13", "Rompetechos" y "Zipi y Zape" (a los que ni soportaba ni soporto), y "El Capitán Trueno" con su intrépido Capitán, su sosa Sigrid, Crispín  y Goliath (una especie de Equipo A sin puro ni FBI) pero aquello no tenía nada que ver. Marvel y DC, con su universo de superhéroes imposibles, llenaron mis sueños de color y fantasía. Superman (que me caía mal no sé por qué), Los 4 Fantásticos, La Patrulla X, Batman y el chico de mis sueños: Peter Parker, Spiderman. Podía pasarme horas metida entre aquellas páginas, ajena a todo lo que allí dentro no pasara, y siempre me parecían pocas. Después me aficioné a "Creepshow" y sus personajes terroríficos se encargaron de alterarme los sueños porque, gracias a mi hiperactiva imaginación, conseguía reproducir y protagonizar todas y cada una de las historias que leía. Aunque era capaz de morirme de miedo cada vez que cerraba los ojos, no pude dejarlas. Mi madre no acababa de estar convencida con esas lecturas, que consideraba poco o nada apropiadas para una niña de mi edad (teniendo en cuenta que las novelas de terror le encantan, es irónico como poco!), pero él no me lo impedía y yo me aprovechaba. Era nuestro secreto a voces.

Más tarde llegaron los comics undergrond (Totem y Cimoc, sobre todo) y las revistas satíricas (El Jueves, El Víbora, El Cuervo y El Papus). Yo había crecido y mi curiosidad también, así que los devoraba. A escondidas de todos, esta vez sí. Creo que si mi madre se llega a enterar, me habría pegado una buena bronca como poco y mi tío habría tenido que aguantar también lo suyo. Supongo que podría haber intentando guardarlos un poco mejor (bajo llave, por ejemplo) pero sospecho que yo no habría parado hasta encontrarlos. No hay nada que nos provoque más que una prohibición y es muy difícil poner freno a la curiosidad de los niños, sobre todo cuando empiezan a dejar de serlo. Reconozco que al principio me sorprendían porque había cierta dosis de violencia, bastante erotismo (si no me equivoco, el primer pene de mi vida lo debí ver en las páginas de uno de esos comics) y un lenguaje no muy apropiado para mi edad pero, aunque a veces no entendía nada, se convirtieron en un vicio secreto. Y éste sí fue secreto, secreto... por la cuenta que me traía!

Los libros y yo ya éramos viejos amigos. Nuestra relación de amor empezó con el universo de Enid Blyton y todavía no ha acabado. Antes al contrario, ha crecido con los años y creo que fue gracias a los libros de mi tío que di un paso adelante, dejé a un lado a Los Cinco y las chicas de Torres de Malory para ingresar en el mundo de la literatura adulta. "Nacida inocente", "Pregúntale a Alicia", "Una vez no basta" y "Carlos, terror internacional" son los cuatro títulos que me marcaron. Algunos de esos libros los tengo en casa y, a veces, los releo sólo por el gusto de volver a vivir una historia que me conozco al dedillo. Para mí es como reencontrarme con viejos amigos que, a pesar del tiempo y la distancia, siguen siendo igual que entonces. Nunca me fallan y eso no es algo que pueda decir de algunas personas.

Me pregunto dónde habrá ido a parar aquella niña desgarbada que prefería pegarle patadas a un balón en vez de peinar muñecas lloronas, que se empeñó en un par de pistolas y un penacho de jefe indio (si hay que ser indio, que sea jefe, no?) y tuvieron que comprárselo para no matarla, que jugaba a canicas y llevaba siempre las rodillas llenas de costras porque no andaba, corría, y se caía cada dos por tres. Aquella niña que no tenía amigos pero tampoco los echaba de menos porque tenía música, tebeos, cómics y libros... Y a mi tío, que hizo la mili en Cartagena, en la Marina, y un día se presentó en casa de mi abuela vestido con un abrigo largo azul marino y gorra blanca de plato, mucho más "Oficial y Caballero" que Richard Gere (dónde va a parar!!!!) y me regaló una muñeca con traje de holandesa, rellena de caramelos que no me pude comer porque no me dejaron pero que se convirtió en mi favorita sólo porque me la había regalado él. No sé si te lo he dicho alguna vez pero gracias. Por todo.



Mjo