martes, 24 de marzo de 2020

FIRENZE, AMORE MIO (con un leve desvío al final)

Acabo de empezar a leer el último libro de un autor del que jamás he conseguido acabar ninguno. Suele escribir sobre personajes, lugares e historias que me interesan. Se especializa en novela histórica, que me encanta, porque me da la oportunidad de viajar a épocas que, de otra manera, no podría conocer. Pero no puedo con él, no puedo. Es uno de esos escritores que sabe mucho, muchísimo, sobre lo que escribe y aprovecha cualquier oportunidad, venga o no a cuento, para dejarlo claro. Nombres de personajes históricos, referencias literarias de otras obras, fechas y más fechas… Datos que, la mayoría de las veces, no son necesarias para la trama. Son sólo paja para rellenar el colchón de la narración. Lo confieso, me ponen de los nervios los que recurren a esos “trucos” para demostrar lo bien documentados que están. Entiendo y acepto que a otras personas les encante acabar un libro y decir “ostras, cuántas cosas nuevas he aprendido”. A mí también, es cierto, pero soy una lectora más modesta y me conformo con que me entretengan, me tengan intrigada hasta el final, me arranquen una carcajada o una lágrima en el momento adecuado, o me hagan temblar de miedo si es necesario. Y sobre todo, sobre todo, que el o la protagonista no me haga poner los ojos en blanco cada vez que abra la boca ni me dé ganas de estrangularlo/a antes de que pasen diez páginas. Vamos, que no sea como la tonta que, en una película de asesinos psicópatas y después de descubrir que sus diez amigos han muerto de manera horripilante, abre la puerta de una habitación a oscuras y pregunta “¿Hay alguien?”. A ver, hija mía… Si erais once, saca cuentas. Quedáis tú y el asesino, ¿quién crees que te espera en la oscuridad? ¿Tu hada madrina? (Ojos en blanco, por favor)