lunes, 2 de octubre de 2017

EL DIA DESPUES

No me gusta hablar de politica si no es con gente que me conoce y sabe que, en estos temas, me mueve más el corazón que la cabeza. Además, considero que sé poco o nada de este campo y cualquiera puede darme lecciones (con o sin razón, que algunos se crecen y acaban creyéndose mejor de lo que son), así que prefiero callarme y no entrar en polémicas. Eso sí, respeto a todos. Rectifico: respeto prácticamente todos los ideales siempre y cuando no sean tan extremos que se salgan del tablero de juego y procuro recordar que su libertad empieza justo donde acaba la mía y confío que hagan lo mismo conmigo. Dicho esto...

Ayer pasé el día haciendo guardia delante de un colegio electoral en mi pueblo. Para qué no es necesario saberlo, si alguien se pierde que busque en Google. Antes de la apertura del colegio ya estábamos allí, bajo la lluvia, y tuvimos que hacer casi una hora de cola para poder entrar y depositar nuestro voto en una urna. A la salida nos fuimos a desayunar y ahí empezamos a recibir noticias de cómo estaba yendo el día en otras ciudades y pueblos. Y las imágenes, que tampoco voy a describir porque si alguien no las ha visto, que recurra a Google. Durante un rato, no era capaz de despegar los ojos de la pantalla del móvil porque todo parecía fruto de un mal sueño. ¿Qué era esa violencia indiscriminada y sin medida ejercida contra gente que defendía, pacíficamente, su derecho democrático de votar? Hombres, mujeres, sin importar edad o condición física eran agredidos por los que se suponen que han de defenderles de cualquier agresión física. Que se cerraran colegios, que se llevaran urnas donde ya había votos depositados no tiene para mí más importancia que esa especie de censura contra el pensamiento legítimo de las personas. Pero las cargas policiales son absolutamente condenables por su dureza. Esas personas no eran, no son, no somos el enemigo de nadie. Lo único que querían era expresarse con la herramienta más democrática que, se supone, tenemos: nuestro voto.

Ante la posibilidad de que la policía también apareciera en mi pueblo para requisar urnas y votos, se hizo guardia durante todo el día en las puertas. Una pausa para comer y volver con un termo de café con leche y algunas galletas para engañar el estómago hasta la hora de volver a casa. Y una esperanza: que no pasara, que no vinieran, que el día acabara en paz y nadie viera arruinada la fiesta de la libertad que allí, como en otros cientos de pueblos, se estaba viviendo. Tuvimos varias falsas alarmas, la peor de todas cuando cerraron las puertas del colegio y todos nos imaginábamos que nos había tocado el turno, pero no fue así. Mirabas alrededor, algo inevitable, y en todas las caras veías un rastro de miedo. ¿Cómo no tenerlo, visto lo visto? Pero nadie se movió de su sitio más que para ir a comer o, por supuesto, al lavabo, que las necesidades no entienden de política. Hubo momento también para la emoción, cuando alguna persona mayor se acercaba a votar y el aplauso espontáneo de la gente que estábamos allí congregados saltaba de manera espontánea. Recuerdo especialmente los dos últimos que vinieron, ya cerca de la hora de cierre. Un señor con gorra, apoyado en un bastón con una mano y la otra del brazo de la que imagino era su hija, caminando lentamente y arrastrando los pies; entró con expresión decidida y salió con una sonrisa en la boca. Y una señora vestida de luto de la cabeza a los pies, bien peinada y con la cabeza alta; entró y salió con la mirada clavada al frente y los ojos brillantes. Se me ocurrió entonces que esas personas, sobre todo esas personas, quizá llevaban toda la vida esperando para votar precisamente en esta convocatoria y por fin lo habían conseguido.

Ahora dirán que si no es legal, que si no es vinculante, que si no es válida, que si es una pantomima o que más nos habría valido irnos de picnic o a la playa pero yo les digo que no estaban allí, que no saben la energía positiva que vibraba en el aire, el orgullo y la dignidad en las miradas. Señoras y señores, ésto no iba de votar sí o no sino de poder hacerlo, poder expresarte con libertad porque para eso se han dejado la vida mucha gente en el pasado y me parece intolerable que, tantos años después, hayamos vuelto al punto de partida. Y es que cuando se acaban los argumentos, empiezan los gritos y la violencia. Yo he visto cosas como estas en blanco y negro, en los documentales de la tele y en libros de historia... Qué poca memoria histórica tiene este país.

A los que aplauden la actuación de los cuerpos de seguridad del Estado de ayer, que si cómo se les ocurre a los ancianos salir de casa y meterse ahí, que si nos hubiéramos quedado en casa no habría pasado nada, que casi afirman que nos lo buscamos, que consideran que ejercer un derecho que nadie puede quitarnos es una provocación, que incluso dicen que todo es un montaje y no ha habido tantos heridos (844 según he leído hace poco) y están intentando victimizarse, les diré que hagan el siguiente ejercicio:

Cierren los ojos, por favor, e imaginen un grupo de gente, de edad y sexo diverso, que está manifestándose de manera pacífica por algo que creen de justicia. Tienen delante a una dotación, o varias, de policias con el uniforme antidisturbios, armados con porras que no parecen precisamente blandas y fusiles que disparan proyectiles o pelotas de goma (prohibidas aquí desde 2014). Los manifestantes tienen, como única defensa, su cuerpo y sus ideas. La policia avanza, ellos levantan las manos creyendo que aflojaran el paso y se equivocan. Arremeten contra todos a golpes y patadas, con disparos al aire o a dar, sin mirar a quién ni cómo. Se oyen los gritos, los golpes, se huele el miedo, aparecen los primeros heridos y, en fin, se desata el caos y la locura. Y ahora, imaginen que ustedes están entre los manifestantes.

Después, juzguen si es que pueden. 

Porque lo que ocurrió ayer en las calles de Catalunya les ha legitimado para hacer exactamente lo mismo la próxima vez que un grupo de población pida algo y al gobierno no le parezca correcto. Esta vez han sido nuestros padres, hermanos, parejas, hijos, amigos, las calles de nuestros pueblos y ciudades, pero dentro de una semana pueden ser los vuestros.

Mjo