martes, 25 de mayo de 2021

PUNTO DE PARTIDA (Toma 3)

No sé muy bien por dónde empezar. Hoy a sido un día de muchas, muchísimas emociones inesperadas. Como os comenté ayer, apenas había dado el visto bueno a la última maqueta y no creí que estuviera listo antes de quince días. Por eso, en cuanto entré en Instagram y tropecé con la portada y la etiqueta de "novedad", se me disparó la adrenalina y así sigue, por las nubes, que me voy a tener que tomar un litro de tila y dos somníferos para poder dormir algo esta noche. Por si faltara algo, caí en la cuenta de que no sabía si ya estaba disponible o sólo era un anuncio de lo que vendría. Entré en su web (www.librosindie.com) y ahí, en el apartado de "Tienda", está incluida mi criaturita, esperando que alguien le haga caso. Si os digo que se me ha escapado una lagrimita, no creo que os sorprenda. En ese momento, todo lo que podía pensar era "Es real, está pasando, no ha sido un sueño", porque es real, está pasando y no ha sido un sueño.

No soy capaz de describir lo que siento, de verdad. ¿Sabéis que dicen que todos tenemos una lista de sueños o deseos? Bueno, pues en la mía, el único que nunca ha desaparecido es este: publicar un libro con mis historias. Ha estado más arriba o más abajo, según la época, pero nunca, nunca ha desaparecido. Y ahora que se ha hecho realidad, estoy a medio camino entre la euforia y el pánico. ¿Lógico? Pues no sabría decirlo, pero así es como me siento. Eufórica porque es algo muy grande y completamente asustada. ¿Funcionará? ¿Le gustará a quien lo lea? ¿Seré capaz de sacarlo adelante? Y, sobre todo, ¿después qué? Demasiadas preguntas para las que todavía no tengo respuesta. Un pasito cada vez, no dejo de decirme eso: un pasito cada vez y disfruta de todo el proceso. Como en la vida, que después de muchos golpes, he decidido no quedarme con las ganas de nada y, perdón por la repetición, disfrutar de lo que venga, ya sea bueno o malo. Que me quiten lo "bailao", porque está siendo al ritmo de una música trepidante y hermosa. 

Si tuviera que ponerle una banda sonora a este momento, y aprovechando que todavía está calentito el tema de Eurovisión, metería alguna canción de Blind Channel, los finlandeses que reventaron el escenario con la fuerza de sus guitarras. Vamos, algo que no deje indiferente a nadie, ¿sabéis? Pues eso, vamos a darle caña a "Punto de Partida", a ver si es justo eso, el primer paso de un camino lleno de alegrías y sorpresas. 

No quiero irme sin dar las gracias a todos los que, de un modo u otro, en un momento u otro, me han animado y apoyado. Sin ellos, posiblemente jamás me habría atrevido a dar el paso de recopilar algunos textos y probar fortuna. Parte de todo lo que está ocurriendo es por culpa suya y nunca seré capaz de expresar lo mucho que se lo agradezco. Y a los que se han reído, y probablemente todavía se reirán, o han pensado que no podría hacerlo... Pues gracias también. No hay nada que me provoque más que un "No hay huevos narices" o "No eres capaz de hacerlo". A veces tienen razón, otras no y ésta es una de esas veces. 

Os dejo el enlace desde el que, si os interesa, podéis comprar el libro: PUNTO DE PARTIDA Si lo hacéis, por favor, os agradeceré un montón que me dejéis un mensaje sobre lo que os ha parecido. Seguro que me ayuda a corregir los errores que, sin duda, habrá y a mejorar en mis trabajos futuros. Ahora que todo esto ya está en marcha, espero tranquilizarme y recuperar la inspiración que me va esquivando últimamente. Se me han ocurrido muchas ideas y tengo algunos borradores empezados, pero tengo tantas cosas dando vueltas en la cabeza que no soy capaz de acabar ninguno. Pero ya está, se acabó la tregua. A partir de la semana que viene, ¡a estrujarme el cerebro de nuevo!

Gracias por la paciencia y por estar ahí. ¡Sois lo mejor de lo mejor!


Mjo




martes, 11 de mayo de 2021

MI PEQUEÑO PUEBLO ENCANTADO

Los mejores días de mi infancia se esconden, a salvo del paso del tiempo, en las calles de un pequeño pueblo entre montañas. Es muy llano, aunque tiene algunas cuestas por las que daba gusto, y miedo, deslizarse con las bicicletas. No le falta una plaza donde bailar en las noches de fiesta mayor, el primer fin de semana de julio, alrededor del tronco del que partían las hileras de luces y las guirnaldas de banderillas de colores. También tiene una iglesia, de piedra solemne y gris, con su campanario y sus santos de mirada doliente y acusadora, como si cargaran sobre sus hombros de madera pintada el peso de generaciones de pecadores. De un pasado no demasiado lejano, conserva un lavadero donde generaciones de mujeres han ido a lavar la ropa y hacerse confidencias, compartir recetas y remedios contra el resfriado y, sospecho, reírse de sus hombres. También sirve, o servía, para lanzar a los invitados de las despedidas de soltero o soltera, y ni siquiera era necesario recurrir a la excusa de haberle dado demasiado al alcohol. No, la tradición marcaba que, al menos, el novio y la novia acabaran remojados y, una vez puestos, el restos les seguía con un entusiasmo disfrazado de resistencia. Era la mejor parte de la fiesta, prácticamente la única en la que la edad no era un impedimento para participar. En la escuela, que sigue estando en el mismo lugar de siempre, ha estudiado cada criatura del pueblo y ahora, que no sé si quedan suficientes para formar una clase, es la sede donde se reúne la gente para celebrar cualquier cosa en comunidad. Hubo un tiempo en el que su patio era testigo de encarnizadas competiciones de petanca en las que la victoria era lo menos importante. Se trataba de juntarse, lanzarse puyas inocentes, compartir risas y anécdotas, alguna botella de cava y pastelillos de nata y chocolate. Si el lavadero era territorio de mujeres, en aquel patio reinaban los hombres, con la molestia de los niños que zumbábamos alrededor jugando al escondite, a polis y ladrones, al un-dos-tres-picapared o cualquier otra cosa que se nos ocurriera para retrasar el momento de volver a casa y meternos en la cama. Las noches de verano siempre eran otra cosa allí, y también las de Semana Santa y las del puente de octubre o noviembre. En Navidad no íbamos nunca, pero imagino que también debían ser diferentes, a pesar de la nieve que seguramente cubría las calles antes de que el cambio climático llegara para darle la vuelta a todo, convirtiendo las estaciones en simples palabras casi sin sentido. Primavera, verano, otoño, invierno, que ya no son lo que eran porque nosotros estamos haciendo que dejen de serlo. 

En las calles de mi pequeño pueblo encantado no reina el silencio. En lo más ardiente del verano, las chicharras ensordecen todos los oídos y no hay siesta que no empiece y acabe con ese sonido de fondo. En invierno, el frío lo cubre todo, lo duerme todo, lo cambia todo, pero sigue latiendo su vida por debajo de la nieve, la escarcha, la lluvia helada y el viento que silba al atravesar esos espacios vacíos. ¿Tendrán memoria esas piedras, los rincones, los campos, la fuente del lavadero y los caminos de tierra? A veces juego con la idea de sentarme en algún lugar secreto y esperar a que pase la sombra de los niños que fuimos en un tiempo que no parece demasiado lejano. Me imagino corriendo detrás de mis primos, delgada como un sarmiento, con las rodillas peladas de tanto caerme, los brazos quemados por el sol, el estómago lleno de moras maduras y manzanas verdes robadas de los campos, riendo a carcajadas, con el pelo largo ondeando a mi espalda, recogido en dos gruesas trenzas o, el peinado estrella de algunos veranos, en forma de redondas ensaimadas sobre mis orejas. Es que yo fui Leia, la princesa más guerrera de todas, y recorrí la galaxia siguiendo a Han Solo, y fui un ángel de Charlie y una lagarta de "V" y algún personaje sin nombre al que Michael y Kit salvaban. También tuve no uno, sino montones de Veranos Azules y mi pandilla para andar de bicicleta. En vez de mar azul, teníamos un río pedregoso y transparente, y cambiamos las interminables y abarrotadas playas de arena suave, por inmensos campos verdes y árboles muy altos que daban sombra y cielos abiertos y libertad para hacer y deshacer a nuestro antojo. En aquel escenario que creíamos nuestro, que hacíamos nuestro cada día, nos descubríamos año a año. Dejamos atrás los juegos inocentes y empezamos a tantear con los placeres culpables de convertirse en adulto, viendo a algunos amigos como algo más que no sabes nombrar, pero sí sabes que está ahí y te da la risa tonta cuando te mira, y calor si se te acerca, y sueñas con él a todas horas y en los cuadernos de verano, que invariablemente tenías que completar un año sí y otro también, en vez de escribir las respuestas, ponías su nombre rodeado de corazones. Bendita inocencia, la de aquellos días, cuando una sonrisa nos hacía soñar con un final feliz que todavía no ha llegado. 

En ese pueblo hay una casa que una vez fue nuestra y aún conservo la ilusión de que algún día vuelva a serlo. En mi memoria, huele a los roscos que hacía mi abuela en Semana Santa, y a sus borrachuelos, que llevaban anís y eran mis favoritos. Huele a potaje de garbanzos y bacalao frito, a tortilla de patatas, arroz con conejo, lentejas y puchero, a gazpacho, limonada fresca con menta recién cortada y manzanas asadas en su viejo horno de leña. Sonaba a un coro de niños subiendo y bajando escaleras a la carrera, haciendo cola cada mañana para aporrear la puerta del único baño, pidiendo a quien estuviera dentro que acabara de una vez. Sonaba a familia escandalosa, de esas en las que todos hablan a la vez y nadie se entiende, reunida alrededor de una mesa de comedor, con el Telediario de fondo; a regañinas porque no hacíamos los deberes, salíamos demasiado temprano, volvíamos demasiado tarde, pisábamos en lo mojado o nos escondíamos en el desván a invocar fantasmas que nunca se tomaron la molestia de manifestarse. Sonaba a mujeres ajetreadas organizando el caos que los demás creábamos, a mi abuelo jugando a las cartas con mi padre y mi tío, riéndose porque alguien era un mal perdedor, a las fichas de dominó al deslizarse por una mesa que había venido del piso de mis abuelos y había aterrizado allí, para ser testigo de cientos de banquetes, horas de debates encendidos, de deberes que nunca se acababan e incluso curas improvisadas de montones y montones de heridas. Si las paredes de piedra de la casa hablaran, no quedaría nadie que no se avergonzara por un motivo u otro. ¿Habría más relatos felices o de desencuentros?

La vida es una extraña mezcla de luces y sombras, y el resultado depende, en gran medida, de cómo hagamos la mezcla. Creo que hoy, ahora, en este momento, la mía tiene mucho de lo primero y algunas pinceladas de lo segundo, lo justo para darle color y sentido. O quizá es que elijo verlo así, porque estoy cansada de oscuridades y tristezas. Es que vienen solas, no se pueden evitar, y a veces te pillan con la guardia baja o durmiendo o mirando hacia otro lado, no consigues esquivarlas y te atrapan. No se trata de salir huyendo, sino de dejar que te hagan compañía durante un día o dos, y después invitarlas a irse por donde han venido, que dejen espacio libre para que algo mejor entre y te devuelva la sonrisa, aunque sólo dure unas horas, aunque sólo sea por unos minutos. Pura maldita vida, qué difícil se nos hace a veces. 

Y, con perdón, puta melancolía, que algunas mañanas, y algunas tardes, sólo nos deja pensar en lo que fuimos, en lo que ya no somos ni tenemos, en aquellas personas que estuvieron a nuestro lado y nos cogieron de la mano, nos moldearon y nos lanzaron al mundo para que probáramos nuestras alas, y un día se fueron y nos dejaron inmensamente solos. Si nos paramos a pensarlo, en realidad nunca se han ido y nunca se irán del todo. Forman parte de nosotros, de una forma que no somos capaces de entender, ni explicar, del todo. Esas personas que ya no están y todas las que cada día andan poniéndonos el mundo patas arriba, para bien o para mal y casi siempre sin que lo sepamos o lo sepan, son las que hacen que, al final, todo valga la pena. 

Y nunca, jamás, dejes que nadie te diga lo contrario. 


Mjo








sábado, 8 de mayo de 2021

MOONLIGHT SERENADE

Abrí los ojos, miré el móvil y maldije entre dientes al ver la hora. Las 3:33 de la madrugada, como cada noche, y ya iban demasiadas.

- Pero ¿qué narices le pasa al mundo? ¿Dónde porras han ido a parar la cortesía, la educación y el respeto debido a los vecinos? – Me tapé la cara con las manos y ahogué un gemido de desesperación-. ¡Que no son horas de ponerse a dar conciertos, por Dios!

Aparté el nórdico a patadas, salí de la cama y, furiosa, metí los pies en las zapatillas. Me puse, encima del pijama con dibujos de Mafalda, una sudadera que había visto tiempos mejores, me recogí el pelo en una trenza mal hecha y evité mirarme al espejo antes de salir de la habitación. Total, si a esas horas tampoco iba a cruzarme con nadie, interesante o no, ¿qué más daba la pinta que tuviera? Atravesé el piso a tropezones con los muebles, abrí la puerta de la calle, asomé la cabeza y presté atención, intentando averiguar de dónde venia la música del maldito piano. ¿Venía del hueco de la escalera, quizá? Me acerqué de puntillas y comprobé que así era.

- ¡Ajá! Ha llegado el momento de poner los puntos sobre las puñeteras íes – Sonreí con malicia, retrocedí sobre mis pasos, cogí las llaves y abandoné el piso.