lunes, 30 de diciembre de 2019

IMPULSOS


La vida es un cúmulo de impulsos.


Los que no sientes, aunque deberías, pero no te salen, no los tienes ni los deseas.

Los que pasarán, los que un día fueron importantes y ya no recuerdas.

Los que dejaste madurar, crecer, arder, consumirse en un instante.

Los que dejan huella, te atrapan, te marcan, te atan y te matan poco a poco, sin que te des cuenta.

Los que contienes porque pueden ser demasiado peligrosos.

Aquellos a los que cedes porque es imposible no hacerlo, ignorarlos, no dejarte llevar.

Y tú, que resumes todos mis impulsos. Los sensatos, los locos, los peligrosos, los inútiles, lo necesarios, los secretos. Tú.

Y yo, que he aprendido que no puedo ni quiero dejar de seguirlos.

Mjo

04.07.2016

(Tan válido ahora como entonces)

domingo, 22 de diciembre de 2019

RETOS

A mi alrededor hay mucha gente que se pone retos y, la mayoría de las veces, consigue completarlos. Yo no lo he intentando nunca. Tampoco he hecho nunca, hasta donde soy capaz de recordar, una lista de "Propósitos para el nuevo año". Como todos, aspiro a lo típico tópico: ir más al gimnasio, comer más sano, perder los kilos que me sobran, dejar de fumar... Alto, eso  lo hice años atrás, ya puedo tacharlo de mi "no-lista".  Es cierto; no tengo (casi) ninguna ambición y reconozco que me canso demasiado pronto de según qué cosas, sobre todo cuando veo que no salen como yo quiero. O como creo que esperan los demás. No me preocupa decepcionarme sino decepcionar a los demás, a lo que confían en mí, aquellos que creen que tengo talento para hacer "X" o fuerza de voluntad para llegar hasta "Y". Este año, sin embargo, han habido tantos cambios, tantas cosas nuevas en mi vida, que empiezo a tener ganas de imponerme cierta disciplina, un punto de partida y una meta. Así que he decidido perder esos malditos kilillos de más, comer menos y más sano, ir al gimnasio tres días por semana como poco, sonreír más, besar tanto como sea posible, quejarme menos,  y... ponerme retos de lectura y escritura. 

El primero porque hace años que me digo que hay ciertos libros que, por obligación, debería leer y de los que huyo porque me parecen demasiado sesudos para mí o me repelen porque les han colocado la etiqueta del "lectura obligatoria", algo que provoca a esa parte de mí que tanto disfruta llevando la contraria. Y no los leo. 

El segundo, el de la escritura, es porque últimamente tengo muchas más ganas de escribir, de contar cosas que quizá sólo me importan a mí, ya sea en forma de relato, de reflexión o incluso confesión más o menos disimulada. No sé, no puedo explicarlo, simplemente ocurre y no busco las razones. Sucede y ya. El caso es que, buceando en el blog de David Generoso (https://davidgeneroso.com/) que me recomendó un amigo, el de Gabriela Literaria (https://www.gabriellaliteraria.com/) y Literautas (https://www.literautas.com/), me encontré con varias ideas sobre cómo actuar para superar un bloqueo (ese pánico de la página en blanco que no afecta sólo a los escritores reconocidos), pautas para adoptar una rutina o incluso listas con sugerencias para empezar un relato. Así, pasando de un artículo a otro entre los tres blogs, llegué a uno que hablaba sobre el "Reto Ray Bradbury". ¿Quién?, dirá alguien. Bueno, enlace a wikipedia ( https://es.wikipedia.org/wiki/Ray_Bradbury) y recomendación de leer su magnífico "Fahrenheit 451" que os dejo. Me llamó la atención y mucho. Abrí el enlace al artículo y...

Básicamente, el reto consiste en escribir un relato o cuento corto, entre 2000 y 3000 palabras, cada semana durante un año. De tal manera, al llegar al 31 de diciembre tendríamos una colección de 52 narraciones que, se supone, nos permitiría comprobar la evolución como escritores de peor a mejor. Como dicen en el artículo, nadie puede escribir 52 historias que no valgan la pena, alguna seguro que se salva! Sugieren una rutina (qué fea palabra), quiero decir unos hábitos que abarquen siete días y empiecen con la idea que queramos desarrollar y acaben con el envío del resultado final a uno o varios "lectores cero" y, si sale algo que realmente vale la pena, incluso enviarlos a concursos o acabar publicarlos en formato libro. Me interesa. Me interesa y mucho! Así que he decidido que el dos de enero (el uno no, que está el concierto desde Viena y es posible que arrastre algo de resaca post-Nochevieja) me voy a poner en serio con ello. No será fácil. No ME será fácil. Mis hábitos son cualquier cosa menos eso, habituales, soy más de improvisar, dejarme llevar por lo que me apetece, y quizá ya va siendo hora de poner algo de orden en mi vida. Soy consciente de que el horario de trabajo que tengo no me ayudará demasiado pero, si me esfuerzo, puedo conseguirlo. Si me esfuerzo y si pido ayuda, claro, porque creo que sola no voy a poder. Y eso será una de las partes más difíciles, no sé pedir ayuda ni me gusta molestar... pero lo tendré que hacer. Aunque sólo sea para que me obliguen a seguir cuando tenga ganas de rendirme y lanzar la pluma a la basura. 

Ah, y también publicar un microcuento cada... dos o tres días en Instagram. Es menos serio pero, porras, para alguien que escribe como habla, sin control alguno, condensar una historia con cierta lógica en 100 palabras o menos es todo un desafío!

El reto de lectura será más sencillo, creo. Ahí van los títulos elegidos para que me acompañen durante el 2020, a ver si consigo tachar todos los de la lista: 

- Saga Harry Potter, de J.K. Rowling (vi la primera película y le cogí una tirria a Hermione...)
- Orlando Furioso, de Ludovico Ariosto 
- Algún clásico de la literatura española: Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós, Los Gozos y las Sombras de Torrente Ballester, La Barraca de Blasco Ibáñez o Los Pazos de Ulloa de Pardo Bazán
 - Algún Sherlock Holmes, empezando por el principio a ser posible
-  Grandes Esperanzas, de Charles Dickens

Y entremedio, acabar la serie de mi querido Montalbano y despedirme de él, y sus compañeros de la comisaria de Vigata, como se merece: con una buena cena regada por un vino excelente y una caminata frente al mar para hacer la digestión. Que me va a costar hacerlo, de verdad, le he cogido mucho cariño a ese detective esquivo, irónico y con un corazón de oro. Se le va a echar de menos...

Y después de soltaros tamaño rollo, primero disculparme por la pesadez (y la pedantería que, sin duda, alguien verá entre líneas) y después agradeceros el apoyo que me dais incluso sin que yo me de cuenta. Escribo para mí y publico porque quiero hacerlo. Que me lea una persona o un ciento (jajajaja, qué gracia!) no me importa demasiado aunque agradezco mucho que alguien pierda un poquito de su tiempo en hacerlo e incluso decirme que le ha gustado o no. La sensación que se produce no es bonita, no, hay que inventar una palabra nueva para describirlo. 

Me voy a la cama, que ya es hora. Bona nit! 

Mjo

jueves, 19 de diciembre de 2019

DICIEMBRE


Qué tendrá diciembre con sus noches largas y las luces de colores que asaltan las calles. Qué tendrá diciembre que provoca risas y llantos por igual. Qué tendrá diciembre, con su variedad de olores y sabores, los precios que suben, el ansia de gastar que nos invade, la necesidad de decir "te quiero", el papel de regalo, las cuentas a cero o casi. Qué tendrá diciembre, y su inevitable Navidad, que nos vuelve locos si es que alguna vez, en los doce meses, llegamos a estar cuerdos.

No hace mucho recordaba las tardes del día de Navidad de mi infancia, cuando la familia recogía los trastos después de comer y nos llevaban a Barcelona a ver el magnífico belén de El Corte Inglés de Plaza Catalunya. No sé los demás,  pero yo lo vivía como una extraordinaria aventura. Las luces, la gente, el ruido, los muñecos que cantaban y se movían como por arte de magia, los niños ilusionados entregando sus cartas a los pajes reales y mis padres cogidos a mis manos, el único ancla que necesitaba para no perderme en el gentío. De regalo, una hamburguesa en el McDonald's y oye, qué rica la salsa y que quiero otra y otra... pero ya no saben igual, ¿sabes? Algo me han cambiado en la fórmula que son distintas. Aunque lo más probable es que la distinta sea yo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

CÁNTEME AL OIDO, SEÑOR COHEN...




De fondo, Leonard Cohen
y, en primer plano, tú.
Y yo pensando que ahí,
sí, justo ahí,
en ese espacio que queda
entre tu nariz y tu barbilla,
podría quedarme a vivir.
Respirándote. Viviéndome.
Escuchando el silencio,
creando música sin letra.
Saboreándote. Descubriéndome.
Respondiendo preguntas,
despejando dudas.
Si, ahí, justo ahí,
donde nace el deseo
y se apaga el miedo.


Mjo
2019

viernes, 15 de noviembre de 2019

ESCRITURA AUTOMATICA

"... follarte en voz baja
o hacer el amor a gritos" (Marwan)

... y todo en el corto espacio de una noche que va de sábado a domingo. O en una tarde de viernes, perezosa y aturdida, sin prisa ni pausa. Y repetir por el simple placer de hacerlo, porque lo pide el cuerpo y lo necesita el alma. Despedirse cuando sea, sin reproches ni exigencias, con un abrazo suave y un beso lento, hasta la próxima vez. Porque sabemos que habrá una próxima vez y otra y quizá otra...

Algunas cosas se saben.

Otras, además, se desean.

Mjo
Nov'2019

domingo, 3 de noviembre de 2019

FELIZ POR DECRETO (Malditos domingos...)

Tienes que ser feliz. Y punto. Que te lo dicen los anuncios de las revistas, los programas de la tele, las series edulcoradas, los libros con portadas en color pastel y, por supuesto, las tazas. Que seas feliz, ostia, que tampoco cuesta tanto!

Y tú vas por ahí con una sonrisa pintada en la boca, aunque por dentro te estés muriendo, porque ser desgraciado pues no queda bien en las fotos de Instagram, no hay filtros que lo disfracen. Así que sonríes. Sonríes hasta que te duelen las mandíbulas, te salen patas de gallo (son arruguitas de felicidad!) y demuestras que esa pasta de dientes blanqueante funciona, pero no del todo. Que no queda bien? Nada, busca filtro que lo disimule. Haz lo que te de la gana pero sé feliz. No se te ocurra dar a entender que en algún momento, algunos días, te gustaría meterte en un rincón a oscuras y desaparecer del mundo. No lo digas, por favor, que siempre habrá quien venga a decirte que te amargas la vida porque quieres, que en el fondo es culpa tuya porque es mucho más fácil sentirse mal que bien, que requiere menos esfuerzo "deprimirse" y ponerse trágica ya no se lleva. Y te tragas las ganas de mandarlos a la mierda, de decirles que te dejen en paz porque en la tristeza, en la soledad, en la amargura también hay belleza y hasta crees que es necesaria. Ser feliz las veinticuatro horas del día (sí, cuando duermes también tienes que ser feliz), siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco (o sesenta y seis) días al año es agotador. Te lo digo yo, que lo he intentado y lo único que he conseguido es acabar arrastrándome por el suelo y sin saber a qué maldito clavo ardiendo agarrarme.

Los consejos bienintencionados los carga el diablo y todos tenemos montones para repartir. Ya sabéis: consejos vendo y para mí no tengo. Ir soltándolos por el mundo es tan sencillo y nos hace sentir tan bien que los regalamos con alegría. Somos egoístas, hay que admitirlo. ¿Quién sabe qué haría en una situación u otra antes de que se produzca? Soy consciente de las buenas intenciones que, casi siempre, se esconden detrás de esos consejos. Nadie le desea el mal a nadie a conciencia, especialmente si esa persona que te pide ayuda, o te cuenta qué ha decido hacer o no, te importa de verdad. Pero, a la hora de la verdad, ¿qué se esconde detrás de eso? ¿Las ganas de ayudar o de decir después "ves como yo tenía razón? Si me hicieras más caso, ¡no te pasarían las cosas que te pasan!". No tenemos asimilado que, en la vida, es tan importante acertar como equivocarse. De hecho, creo que es mucho más importante lo segundo porque te da armas para defenderte, aunque no siempre funcionen, y aprendes a no repetir errores. O, en mi caso, que hay errores que cometerías una y otra vez porque te hacen sentir viva a reventar. Acertar siempre debe ser aburrido y no arriesgar, de cobardes. Ya lo dijo Bruce Lee: "Vale más tener cicatriz por valiente que piel intacta por cobarde". Y alguien mucho más sabio que yo, lo que incluye al 99'99% de la población de este mundo: "El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada".

Llegar a ciertas conclusiones, a "esas" conclusiones, cuesta una vida y muchos golpes. Al final aprendes que no puedes dejar a un lado a nadie que realmente te importe, aunque sí admitas que a tí te lo hagan, pero llega un punto en el que no puedes seguir andando por el camino que otros te señalan. No dejas de agradecer que se preocupen por tí pero... Pero sigues adelante con lo que crees que debes o, simplemente, te apetece hacer. Si falla, pues apechugas y a por otra cosa. Si aciertas, ¡a celebrarlo! Y que quede claro que no creo que acertar sea que salga bien, sino que te haga sentir bien. En este mundo, hay pocas cosas que nos hagan sentir vivos, que nos erice la piel, que nos ponga una sonrisa porque sí, que nos haga desear que pase el lunes y llegue el martes o que el tiempo se detenga por un instante para que ese instante dure horas... Y, sobre todo, hay pocas cosas que merezcan la pena recordar para siempre, ya sea por bueno o por terrible. Las cicatrices no son feas, demuestran que tuviste un tropezón, que caíste, te levantaste y seguiste andando. Me gustan la cicatrices, he aprendido a admirar y querer las mías.

En fin... malditos domingos (gracias, Marwan!)

Mjo

DANIELLA

Miró a su perfecta hija y a no menos perfecto marido y, como tantas otras veces en los últimos meses, tuvo ganas de soltarlo todo y salir huyendo. Se arrepintió al instante, como siempre, y dibujó una sonrisa que espantara los malos pensamientos. Cogió el móvil, buscó el mejor encuadre y disparó cuatro o cinco fotos para inmortalizar un momento que debería ser inolvidable. Sintió un nudo en la garganta cuando Carlos se acercó a comprobar el resultado y la felicitó con un abrazo y un beso en los labios. "¡Han quedado geniales, Daniella! Haremos copias y se las mandaremos a los abuelos", dijo con el entusiasmo de un niño al abrir los regalos la mañana de Reyes.

miércoles, 9 de octubre de 2019

SOLEDAD COMPARTIDA

Para hablar de ella, hay que hacerlo con ritmo de bolero. De cualquier otra manera, sería imposible entender el vaivén de sus caderas al andar, el sonido de su risa que saltaba sin avisar y el rastro de calor que dejaban sus dedos al recorrer mi piel. Entró en mi vida sin anunciarse y se llevó por delante todos los escombros que quedaban, sustituyéndolos por unos nuevos y algunos destellos felices. Tanto tiempo después, recordarla me provoca un estremecimiento de la cabeza a los pies y hay noches en las que aún acierto a echarla de menos, incluso sintiendo la respiración de otro cuerpo que duerme a mi lado. Debí huir en el mismo instante en que me sonrió pero no fui capaz de resistir su hechizo, ni siquiera sabiendo que no podía durar, que se iría antes de darme tiempo a acostumbrarme a su presencia. Las mujeres como ella nunca se quedan demasiado tiempo en ningún lugar. Son brujas buenas, espíritus misteriosos hechas para no pertenecer a nadie más que ellas mismas.

domingo, 29 de septiembre de 2019

NOCHES DE FIESTA


El jaleo de los días de feria ya se oía a un kilómetro del pueblo. Si tenías el olfato fino, también llegaban hasta ti los olores a fritanga y, algo por debajo de la superficie, el regusto a vino peleón de los puestos de comida. La gente, vestida de domingo, se dirigía a la plaza, donde una orquesta de quinta fila afinaba sus instrumentos para amenizar la velada. Todavía no se había puesto el sol y los mosquitos ya empezaban su baile infernal.

A Marisa le daba la vida ese ambiente exaltado. En esos cuatro días, nadie se acordaba de problemas o penas y todos eran amables o, como mínimo, simpáticos con todos. Cuando se acababa la fiesta, la vida volvía a la normalidad y los vecinos se miraban con recelo, los cuchicheos regresaban a todas las esquinas, los ricos sólo se codeaban con los ricos y los pobres recuperaban la lucha por sobrevivir. Pero esa pausa, esas noventa y seis horas, compensaban todo un año de penurias y estrecheces.
Estrenaba los dos vestidos que había cosido, después de volver del campo, limpiar la cocina y acostar a sus hermanos pequeños. Se arreglaba el pelo, se pintaba los labios, se ponía unas gotitas de perfume y se calzaba los zapatos que había lustrado con esmero para que nadie notara las rozaduras del tiempo. Y bailaba. Bailaba toda la noche, hasta que le dolían los pies y el mareo le hacía olvidar las penas. Y se reía a carcajadas con sus amigas, al sentir sobre su piel las miradas de los mozos más apuestos del pueblo, que parecían repartirse las presas como si de una partida de caza se tratara. No acabaría con ninguno, valía más que ellos, pero jugaba con todos con un gato con un ratón despistado. Se dejaba admirar, incluso querer, sin traspasar jamás la línea de la decencia. Aspiraba a más y sabía que su destino no estaba allí, en aquella plaza empedrada donde una banda de mala muerte destrozaba canciones hasta que salía el sol.

martes, 24 de septiembre de 2019

OTOÑO

"Septiembre tiene algo de inexplicable, algo de muda de piel, de transicion, algo indefinible entre la nostalgia, el regreso y la despedida. Ni sabría decir el qué. Es algo, como una sensación de viaje del que nunca debimos regresar" (Marwan)


Septiembre es mi mes. Un uno de septiembre nací yo, nueve meses y tres días después de la boda de mis padres. Un mes de septiembre hice esa maldita-maravillosa transición de niña a mujer. Un mes de septiembre llegó mi primera vez. En septiembre he perdido amores y encontrados amigos. En
septiembre me he vuelto a encontrar después de veranos locos, de descubrimientos, aburridos, solitarios, de vacaciones o trabajados. En septiembre vuelvo a ser un poco yo, no del todo, pero empiezo a regresar de los viajes astrales que me pego por la vida y recupero la rutina. Me gusta mi mes porque inauguramos el otoño; el sol sale más tarde y se oculta antes, regalándome amaneceres y puestas de sol dignas de ser contempladas sin decir ni una palabra. Hay tormentas, salvajes y repentinas, y se acompasa mi ritmo con el de la lluvia, los relámpagos y los truenos. Cambio la piel en septiembre, olvido errores y aciertos, busco razones y no siempre las encuentro, me aferro a antiguos vicios y los pongo bajo el microscopio por si todavía tienen algo de vida. Intento no perder la sonrisa y contesto automáticamente "Estoy bien" cada vez que alguien me pregunta; todavía lloro en privado; es el único coto al que nadie, o casi nadie, tiene acceso. En septiembre empiezan a cambiar los colores, hay rojo por todas partes, como mi pelo. Como mis labios casi cada día. Yo soy septiembre de principio a fin.

martes, 10 de septiembre de 2019

DOLORS

Dolors se miró al espejo y a duras penas se reconoció bajo la espesa capa de maquillaje. Vestida con un corpiño de terciopelo rojo que le oprimía las costillas y convertía sus pechos en dos tentaciones de carne sonrosada, unos calzones de seda negra, liguero de encaje y medias con costura, subida a unos zapatos de tacón atados al tobillo con un lazo de satén y peinada con un moño coronado con una rosa blanca, parecía una cortesana escapada de aquellos libros que a veces leía a escondidas. Pensó en su madre y se mordió el labio inferior; a la pobre le daría un soponcio si la viera de esa guisa. 

Eternamente vestida de negro, viuda joven casada en segundas nupcias con el sacristán de la iglesia del pueblo, el único hombre que se atrevió a cargar con su amargura y sus hijos. Su madre, tan de misa ella, tan de comunión diaria y confesión semanal, tan de camisa abotonada hasta el cuello, la falda un palmo por debajo de la rodilla como poco y no cruces las piernas al sentarte que así no se sientan las mujeres decentes, no mires de reojo que van a pensar que buscas halagos, no sonrías tanto que pareces una fresca, camina con los ojos pegados en el suelo y  no dejes que te hablen, que te miren, que te toquen, que te rocen siquiera y, por el amor de Dios, ¡que nadie te bese jamás! No pienses. No sientas. ¡No vivas!

Cerró los ojos y sacudió la cabeza para alejar los malos recuerdos. Había recorrido un largo camino, lleno de errores, escaso de aciertos, y sabía que en cuanto saliera de la habitación, no habría vuelta atrás. Por un momento se sintió tentada de quitarse el disfraz que llevaba, lavarse la cara, recuperar sus viejas ropas y regresar al pueblo pero no podía hacerlo. ¿Quién quedaba allí para recibirla, qué le esperaba? Nadie. A la guerra le siguió la miseria que arrasó con lo poco que le quedaba. Respiró hondo, parpadeó para ahuyentar las lágrimas y que empujó a todos sus fantasmas al rincón más oscuro de su memoria. Olió todas las botellitas de perfume que había sobre el tocador, eligió el menos pesado y se puso unas gotas detrás de las orejas, en las muñecas y entre los pechos. En un rapto de inspiración, también en la entrepierna. Por si acaso. Se miró por última vez en el espejo, inventó una sonrisa seductora, respiró hondo y salió de la habitación.

Todavía insegura sobre los zapatos de tacón y con el corazón latiendo descontrolado, bajó despacio las escaleras que llevaban al salón, del que salían música y risas. Las imponentes puertas del salón estaba entreabiertas. Se acercó con cuidado para no ser vista y espiar qué había al otro lado. Un paso dentro de esa habitación y ya no habría vuelta atrás. Estaba decidida a hacerlo, no le quedaba más remedio, pero quería hacerse una idea de lo que le esperaba al otro lado. Y se sorprendió. Esperaba una escena de depravación y no vio nada de eso. En los amplios sofás, alrededor de las coquetas mesas redondas cubiertas con ricas telas de brocados y encajes y, caminando de un lado al otro de la estancia, señores vestidos con trajes hechos a medida y chicas tan escasas de ropa como ella compartían una copa de licor o una animada conversación. La luz de las velas iluminaba tenuemente algunos rincones, donde quizá la actividad se volvía algo más... íntima pero parecía ser más una reunión de intelectuales que una tapadera para el vicio y la lujuria.


- ¿Ve algo que le guste, señorita? - una voz masculina a sus espaldas, profunda y con un leve tono de diversión, sonó sobre su hombro, provocándole un sobresalto. Se le escapó un grito y, al dar un paso atrás, se tambaleó sobre los tacones y aterrizó en sus brazos-. Discúlpeme, no quería asustarla.

Debería haberle contestado pero no fue capaz. Levantó la mirada y se encontró con unos ojos oscuros rodeados de pequeñas arrugas, un bigote perfectamente recortado y, debajo, una sonrisa juguetona que fue creciendo según la repasaba. Sus manos, grandes, apretaron su cintura más de lo necesario antes de empezar su camino de descenso hacia su trasero. No llegaron. Dolors, la antigua Dolors, la que había aprendido que ningún hombre debía tocarla hasta después del matrimonio, reaccionó asestándole una sonora bofetada de la que se arrepintió al instante.

- Dios mío, lo siento, señor. ¡Lo siento mucho! - dijo retrocediendo un par de pasos. El hombre se acariciaba la mejilla que empezaba a enrojecer y alzó una ceja en muda interrogación-. Yo... no quería hacer eso, por favor, no se lo diga a nadie.

- Eres nueva... - le contestó mirándola de arriba abajo. Parecía estar comprobando si valía la pena no quejarse o qué podría pedir a cambio de su silencio. Dolors asintió, levantando la barbilla como desafío mientras se retorcía las manos de puro nervio-. Hum… no diré nada, sé lo que podría pasarte si se lo cuento a la señora y por nada del mundo querría perderme...

- ¿Qué no querría perderse, señor?

- El placer de estrenarte, niña... - Alargó la mano y le rozó la mejilla, se detuvo un instante en los labios y bajó hasta el nacimiento de sus pechos, donde se entretuvo en acariciarlos justo por encima de la línea del corset. Dolors retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. El desconocido se acercó a ella y le cerró cualquier oportunidad de huida. Se apretó contra su cuerpo y acercó la boca a su oído. Dolors cerró los ojos y se mordió los labios para no gritar, esperando un ataque que no se produjo. Notaba el aliento del hombre deslizarse sobre su cuello, caliente y húmedo, y se le erizó la piel-. Hueles muy bien. Estoy seguro que sabrás todavía mejor.

Le dio un beso suave en el hueco de la clavícula y, después de una última caricia atrevida, se alejó. Se pasó las manos por el pelo, se miró en el espejo y entró en el salón con paso tranquilo. Pasados unos segundos, cuando volvió a respirar con cierta normalidad y dejaron de temblarle las piernas, ella le siguió con la vista clavada en el suelo para no tropezar con ninguna de las alfombras que cubrían el suelo.

Mjo

domingo, 8 de septiembre de 2019

ESCENAS AL PIE DE LA ESCALERA

(Sitges, siete de septiembre de 2019)

Bajo la mirada de la iglesia, que ya las ha visto de todos los colores, la gente sube y baja sin prestar a atención a todo lo que no sea el mejor sitio para hacerse la foto. El mar de fondo, que se va alterando poco a poco, las piedras que tanta vida han visto pasar (¿qué nos contarían si estuviéramos dispuestos a escuchar?) y el sonido de las pisadas. Parece el escenario y la banda sonora perfecta para una escena romántica que no protagonizaré yo. Hoy no, al menos. Tengo otra la memoria, en otra playa, de noche y bajo una luna roja de sangre, pero ya pasó a la historia, tan perfecta como lo fue entonces.

Me senté en un banco de piedra a pensar, leer y escribir. El daño colateral, el efecto secundario no deseado, es escuchar las conversaciones de la gente. Cuatro adolescentes que no saben dónde plantar la toalla discuten a gritos, uno arriba del todo y el resto justo a mi lado. Gana el solitario y acaban, después de lanzar insultos y maldiciones varias, siguiéndole en busca de lo imposible: un rincón sin gente.

Detrás de mi, un par de japonesas gritan y se ríen a carcajadas. Les ha pillado de lleno la última ola que explotó contra las rocas. Espero que la foto les haya salido bien, les dará para un buen ratos de risas cuando vuelvan a casa.

Una pareja joven... No, una familia joven (padre, madre y niña de unos dos años) se acercan arrastrando carrito y bolsa con un millón de cachivaches. Un runner con tendencias suicidas evidentes (no hay otra explicación para correr a estas horas y con este calor de infierno) sube las escaleras de dos en dos, resoplando por el esfuerzo. La niña, claro está, quiere imitarle. Se coloca en posición pero antes de arrancar, su madre la frena: toca foto sentada en la escalera. Se sienta bajo la atenta mirada de sus progenitores y sonríe. Es preciosa. Nuestros ojos se cruzan durante un instante y me dice hola con la mano. Yo sonrío, quizá por primera vez en toda la mañana, y trato de no pensar en lo que no debo pensar. Dos o tres o cuatro fotos más tarde, la niña vuelve a poner cara de velocidad y se lanza a la conquista de las escaleras: una a una, alcanza su meta y levanta los brazos mientras sus orgullosos padres le aplauden. Es una mini Rocky con todas las letras.

Llega un par de aspirantes a modelos y toman al asalto el espacio. Ponte aquí. Baja la cabeza. La mano en la cintura. Quítate la gorra. Ponte bien el pelo. ¡Qué perra, en tus fotos no saldrá nadie de fondo! Sonríe. Saca la lengua... Se hacen fotos una a la otra, interrumpiendo el tráfico humano y cosechando sonrisas de admiración y fastidio a partes iguales. La verdad es que son muy guapas y seguro que, con o sin gente, sus fotos quedarán perfectas, tendrán muchos likes en Instagram. Yo las miro de reojo, con un poco de envidia. Me pregunto cómo debe ser caminar por el mundo con tanta seguridad, no tener dudas de nada y me doy cuenta de que, quizá, no es más que fachada. Quién sabe qué tormentos se esconden dentro de cada una de ellas...

Mi estómago empieza a quejarse y decido recoger para irme a comer. Al pie de las escaleras, frente a la imagen de la sirena varada, una pareja de novios (gracias, universo, ya toca que dejes de reírte de mí) se hace fotos con muchos espectadores. Ella va mona, apañada. No es el vestido que yo elegiría si alguna vez me viera en la situación pero no está mal. Le sobra la capa, me parece un estorbo. El novio es punto y aparte. Madre mía, ¿de dónde habrá sacado el traje? Vestido de blanco y plata, como los toreros, cada vez que se mueve deslumbra con los destellos del sol sobre el sombrero de copa (sí, sí, lo juro) forrado a juego con el chaleco. No sé si la cadena que cruza el pecho será de adorno y realmente sujeta un reloj de bolsillo pero, desde luego, no desentona con el resto del conjunto. Ah, y el bastón? Plateado con empuñadura blanca, pura filigrana. Me recuerda a alguien, algún personaje de novela victoriana que he visto trasladada a la pantalla, pero la exageración del atuendo me despista y me cuesta encontrar el parecido. Melena un poco por debajo de los hombros, gafas de sol redondeadas con montura metálica, bigote y perilla... Después de darle muchas vueltas, me sale. ¿Habéis visto la versión de "Drácula" de Coppola? Pues el novio es una versión de Gary Oldman, uno de los vampiros más seductores de la gran pantalla, muy pasada de vueltas y brillos.

Les están haciendo fotos y no puedo irme sin pasar por en medio, algo nada apropiado, así que vuelvo a sentarme y les miro. Ella está empeñada en que la brisa que sopla le levante la capa para que sea una foto "de portada" y él da vueltas a su alrededor, bastón en mano, como si quisiera conjurar el golpe de viento que les garantice el éxito. Recuerdo a las japonesas y se me escapa una sonrisa al pensar que una ola traicionera de repente hiciera acto de presencia y... Bueno, la foto también sería impactante, ¿verdad? ¡Mucho más que la de la capa ondeando! Al final, el fotógrafo decide recoger el chiringuito y subir las escaleras en busca de otro escenario idílico. Recojo mis trastos de nuevo, bajo las escaleras y enfilo el paseo marítimo en busca de la pizzería donde cené a principios de agosto.

Y de repente, se me ocurre preguntarme si...



Mjo

(NOTA: Todas las fotos son mías, hechas a lo largo de este día)


viernes, 30 de agosto de 2019

BACKWARDS AND FORWARDS (2)

"LAS PERSONAS NECESITAN QUE LAS VEAN"
(Siri Hustved "Elegía para un americano")


Puede que sí, que sea cierto, que necesitamos que alguien nos mire para completar nuestra propia imagen. ¿Cómo, si no, podemos tener una idea cierta de quienes somos? Ni siquiera hace falta una multitud; una sola persona, si es la adecuada, es suficiente si lo hace de la manera correcta. Una sola persona, capaz de ver más allá de nuestros miedos y que se atreva a cruzar el muro. Una persona que sonría al mirarte a los ojos y llevarse, una a una, todas las dudas y deje, a cambio, certezas. Esa persona que no esperabas, la que no buscabas y un día, sin avisar, se cruza en tu camino y te da la mano. Esa persona, ese momento... y no hace falta nada más. Que te mire y te vea para que tú también te mires y te veas como si fuera la primera vez.


No sé qué extraño algoritmo une a las personas, pero habrá que agradecerle que, al menos durante un tiempo, acierte. Gracias por las conexiones salvajes que arrasan con todo, que desconciertan por lo inesperado, que dejan huella. Gracias por los silencios que lo dicen todo, por las miradas que detienen el tiempo, por las caricias que encienden la piel, por las sonrisas que se clavan en la memoria...


*********************************************************************************

"TAMBIEN HAY BELLEZA EN LO INEVITABLE"

Los círculos viciosos son inevitables. Es inevitable que un corazón roto sane. El inevitable que se vuelva a romper. Es inevitable mirar a los ojos de alguien y sentir que ahí encajan todas tus piezas. Es inevitable el desorden, que todo se venga abajo cuando se va. Es inevitable querer encerrarse hasta olvidarlo. Es inevitable negarse a hacerlo. Es inevitable pensar que , cada vez que alguien se atreve a quererte y te atreves a dejarte llevar, creas que te va a salvar de tus demonios. Es inevitable que, al descubrir que estás equivocado, los demonios vuelvan y la única persona que pueda salvarte seas tú.

En fin, la vida.

Inevitable.


Mjo

martes, 27 de agosto de 2019

BENT, NOT BROKEN


Lo peor de todo, lo más loco, son estas ganas de subir a una montaña muy alta y allí, donde nadie pueda oírme, gritar a todo pulmón. Desgañitarme, rugir, llorar a berridos hasta que no me quede nada dentro, nada. Ni dolor, ni pena, ni ganas de verle, ni necesidad de sus besos. Ni recuerdos, que me vienen a la cabeza una y otra vez, por la espalda, a traición, como una puñalada.

Que no me arrepiento de nada es cierto y también es cierto que me arrepiento de todo. De haber bajado la guardia tan rápido, de haberme atrevido a mirarme a través de sus ojos y creer lo que veía, de haber hablado sin morderme la lengua... de todas esas cosas que me han dado alegría y me han hecho feliz.

¿Y cómo controlar el deseo? Cierro los ojos y le recuerdo a mi lado, jugando a despertarme con besos, quitándonos la ropa poco a poco, el calor de su piel bajo los dedos, mis gemidos en el aire, su respiración en el hueco del cuello, cómo le hacía vibrar... Eso también necesito olvidarlo. Meterse en la cama, extender las manos y encontrar sólo el vacío me parece demasiado castigo.

Es un constante echarle de menos, mirar el móvil buscando un mensaje que no va a llegar, tropezar con su foto y quedarme atrapada en su sonrisa otra vez, tener ganas de escribirle, leerle, llamarle, oírle. Y soñar, imaginar que vuelve. Que vuelve, maldita sea, este mismo día o mañana o dentro de una semana, con la sonrisa puesta y ganas de volver a intentarlo. Si volviera, pienso, me encontraría esperando.

O no, porque la vida sigue y yo, también.

Mjo







lunes, 29 de julio de 2019

NOSTALGIA

Cuando siento que me agobia la vida, cierro los ojos y recupero sus calles. Dicen que uno siempre vuelve al lugar donde ha sido feliz y allí lo he sido y mucho. 

Llegamos por casualidad, creo recordar, y mi yo de siete años empezó a almacenar cicatrices en las rodillas y recuerdos felices desde el primer verano. A veces tengo la sensación que una parte de mi sigue correteando por aquellas calles sin asfaltar que se convertían en un barrizal imposible con las lluvias de cada tarde e imagino que, si me quedo quieta y callada, escondida en un rincón del Carrerot, me veré pasar a la carrera, con las trenzas medio deshechas y mis primos pisándome los talones. ¿Jugando a qué? A los "Ángeles de Charlie", donde era la insípida Sabrina, o quizá a "La Guerra de las Galaxias". Me tocaba ser Leia y, peinada con dos espléndidas ensaimadas sobre las orejas por obra y gracia de mi madre, fingía salvar el futuro de una galaxia muy, muy lejana. Luego vinieron "V" y sus lagartos, el inefable "Kit, te necesito", quizá un poco de "El superhéroe americano" y , posiblemente, las bicicletas de un "Verano Azul" con meriendas en algún campo a la orilla del Segre. Y los libros de "Vacaciones Santillana", las horas desperdiciadas estudiando porque en septiembre había que recuperar, las historias de terror contadas a oscuras en las golfas de la casa, la escopeta de perdigones con la que jamás hice blanco, visitas al huerto de mi tío para comer zanahorias recién desenterradas y beber agua del río, tan fría que te temblaban los dientes. Oh, y el primer viaje en moto, la sensación de libertad del aire en la cara y en los brazos, la música del motor. Tirarse rodando por la ladera de la montaña para despertar, al día siguiente, llena de arañazos y cardenales,  perderse de noche entre los árboles de detrás de la casa para escuchar, o soñar que escuchabas, el aullido de los lobos a la luna más llena y más blanca que he visto en mi vida. Colarse en la casa de un vecino para bañarnos en una charca a la que llamábamos, con mucha imaginación, "piscina" y tener que salir corriendo el día que sus legítimos dueños aparecieron para pasar las vacaciones. Y mi prima, mi compañera de aventuras perfecta, con quién compartía tantas conversaciones a media voz y, a su debido tiempo, los primeros secretos de gran importancia que tuvimos. Ya sabes... "no puedo dejar de mirarle", "creo que me ha sonreído", "ayer me besaron por primera vez" y la maravilla de descubrir el AMOR con mayúsculas con la certeza de que eres la única persona en el mundo en conocerlo. Qué inocentes éramos...

Crecimos y nos distanciamos, física y mentalmente. La vida, qué cabrona, que se empeñó en separarnos, ponernos a prueba durante años. Y no ha ganado, no lo ha hecho, porque basta descolgar el teléfono y escuchar el sonido de su risa para volver a tener siete, ocho, diez, quince años y verla a mi lado compartiendo la maravilla de despertar al mundo y soltar amarras con la infancia. Qué sabíamos nosotros entonces de lo duras que podían ser las cosas cuando tomabas decisiones equivocadas o de las vueltas que tendríamos que dar antes de encontrarnos, de un modo u otro, en el punto de salida de nuevo. Más mayores, con otro color de pelo y muchas más cicatrices en el corazón que en la piel, pero intactas, como éramos entonces. Y vivas, qué narices, muy, muy vivas, con ganas de seguir comiéndonos el mundo a mínimo que nos dieran la oportunidad. Y decir, antes de despedirnos, que necesitamos vernos de nuevo, pasar un par de días solas muertas de la risa y del llanto, si se tercia, para recuperarnos un poco de tanto tiempo perdido, para volver a coger de la mano a las niñas que fuimos, que seguimos siendo. 

Que a veces echo de menos a demasiada gente y todavía no he aprendido a decirlo. Que después de tanto tiempo, sigo sin saber cómo se pide ayuda. Que algunas noches de verano aún quiero salir huyendo sin mirar atrás. Que sé que jamás lo haré porque lo mejor que tengo en la vida es, precisamente, la gente que se pasea por ella. Y mis recuerdos, que me aterran que acaben desapareciendo un día u otro y por eso los escribo, con pluma y tinta de colores (azul, negra, lila, roja) en cuadernos infantiles que guardo debajo de la cama. 

Y que no sé, que hoy me siento rara, que me puede la nostalgia y quisiera regresar a enmendar errores del pasado, esos que no se pueden arreglar pero de los que saco lecciones cada día. Que se acerca agosto y mis vacaciones y "mi casa" ya no es "mi casa" y tengo miedo de volver a pisar aquellas calles del meu petit poble encantat donde fui feliz porque sé que no dormiré por la noche entre sus paredes. 

Y que me voy a la cama, que ya está bien de tanta tontería. 

Mjo

sábado, 20 de julio de 2019

DICEN POR AHÍ...


A veces me sorprendo susurrando su nombre por el simple placer de notarlo en los labios y se me escapa una sonrisa. Lo cierto es que, últimamente, voy derramando sonrisas por el mundo y no deja de parecerme extraño que alguien que llegó sin avisar, sin intención de quedarse más que un rato, se esté convirtiendo en la mejor sorpresa que me dio la vida en años.

Dicen que cuando dejas de buscar, encuentras. O quizá te encuentran, no lo sé. Dicen y dicen y dicen pero se olvidan de decir que no importa los planes que tengas, las certezas que pongas encima de la mesa o todas las alarmas que suenan en tu cabeza. Si la primera vez que alguien te coge la mano te tiemblan las piernas, estás pérdida. O quizá empiezas a dejar de estarlo.

Mjo

jueves, 23 de mayo de 2019

FANTASMAS (5)

No pude despedirme de ella. Cuando me fui a dormir estaba viva y regalaba al mundo el sonido de su risa ronca. Al despertar, no quedaba de ella más que un cuerpo destrozado, varios sobres con negativos y fotografías y un puñado de recuerdos para que yo lidiara con ellos. Y no podía hacerlo: me sentía incapaz de levantarme cada mañana con el hueco de su ausencia en el colchón.

Por eso sonrío cada vez que alguien me pregunta cómo sobreviví al desembarco y contesto, encogiéndome de hombros, que no lo sé, porque ignoran que la verdadera proeza es superar cada nuevo día sin ella. Tengo la certeza que morí a su lado aquella tarde de julio, atrapado en una nube de polvo y gritos, sudor y sangre, y voy tan solo sorteando el tiempo hasta reunirme con ella. A veces sueño con mi muerte y no consigo temerla, ni siquiera respetarla un poco. Me gustaría cuidarme, como siempre me pedía, mantenerme lejos del peligro que acecha detrás de cada batalla pero no sé cómo hacerlo si sólo entonces me siento vivo... 

Vivo contrarreloj desde que tengo memoria, en una carrera contra mi mismo, y todavía no sé dónde está la meta. O si existe. ¿Existe esa línea de llegada que podría salvarme? ¿Y qué me espera al otro lado? Soledad, aburrimiento, día tras día de no hacer nada, no sentir nada... No , yo no sirvo para esa especie de travesía en el desierto que alguien se atrevería a llamar vida. Nací para no estar quieto, para reír a carcajadas y llorar a gritos, para conocer a todo el mundo y no olvidar a nadie, para dejar una huella en cada calle. Nací para beber hasta caer redondo al suelo, para desear a todas las mujeres y amar solamente a una, para soñar a lo grande, para hundirme hasta el cuello en las miserias de este mundo y escapar en el último instante. Nací para vivir y cada día se me hace más difícil.

Apago el cigarro. Apuro la copa. Meto en un sobre las fotos seleccionadas y los textos que deben acompañarlas. Me paso las manos por el pelo desordenado. Me arreglo el nudo de la corbata. Me pongo la chaqueta y cojo el abrigo de la percha. Rescato las llaves de su escondite debajo de un montón de cartas sin abrir. Abro la puerta y, antes de salir, me miro al espejo ensayando mi mejor sonrisa de truhan desencantado. La imagen es impecable. 

La tormenta, sin embargo, la llevo por dentro. 

Mjo

jueves, 17 de enero de 2019

ENERO


Mañanas de enero en el tren.

Hoy perdí el de cada día; una de las grandes verdades de la vida es que si pierdes dos minutos por la mañana, te pasarás el día corriendo detrás de ellos. Ahórrate el esfuerzo, no los alcanzarás nunca y acabarás agotada. Decido olvidarme de ellos y disfrutar el viaje en tren. Al otro lado del cristal de la ventanilla, el cielo se incendia poco a poco y me regala otro amanecer digno de recordar. Como siempre, me encuentro deseando estar fuera, con la cámara en la mano, intentando plasmar esa belleza en cualquier playa, caminando entre los árboles de algún bosque o incluso por las calles de esta ciudad que ya está completamente despierta. Donde sea excepto aquí. Un avión cruza el horizonte. Sigo su estela hasta que desaparece de mi vista y me encuentro pensando que ojalá yo fuera dentro. ¿Para ir a dónde? No importa; de un tiempo a esta parte, cualquier sitio me parece mejor que éste.

Juego con la idea de hacer las maletas y marcharme. Huir. Porque, en el fondo, lo que haría sería simplemente huir a ninguna parte con la intención de dejar atrás esta vida que a ratos me agota. Y estoy en pleno vuelo cuando mi consciencia, esa zorra que no ha aprendido a callarse y arruina mis mejores fantasías, me recuerda que vaya donde vaya, llevaré mis fantasmas y demonios colgados en la espalda y no son buenos compañeros de viaje. Intento ignorar su voz pero acaba por llenarlo todo. Ha dejado en silencio a los demás pasajeros y ya no oigo ni la música del mp3. Sólo ella diciéndome que sí, que puedo huir, correr, cerrar los ojos e ignorarla pero, tarde o temprano, dará conmigo y seguiremos justo donde lo dejamos. Me dan ganas de llorar de pura rabia pero aprieto los dientes y me las trago. Como siempre. Me pregunto si es posible ahogarse en lágrimas no derramadas...

Se sienta a mi lado un señor de mediana edad. Suspira hondo y saca un libro de una vieja mochila negra. Mi curiosidad se activa y, olvidándome de mis tonterías, me inclino para mirar con disimulo el título. "Delta of Venus", de Anaïs  Nin, en inglés. Lo abre por el lugar señalado con un punto de libro que hace publicidad de un teatro y empieza a leer encerrado en su burbuja. Las páginas están amarillentas, sus bordes empiezan a tener el color del tiempo, y me dan ganas de acompañarle a través de ellas pero llega mi estación y tengo que bajarme. Mentalmente le deseo buena lectura y buen viaje mientras me pongo el abrigo. Sigo al rebaño que anda en busca de la salida y cuando llego a la calle y voy a guardar este escrito en la aplicación del teléfono, me doy cuenta de la fecha y empiezo a entender tanta melancolía.

Es 17 de enero y, desde hace tres años, el tiempo que va desde este día hasta mediados de febrero es...

Es.

Mjo