Cada
película que vimos, cada historia que nos contaron, cada libro que
leímos nos pedía a gritos que creyéramos que eso ocurriría. Si sigues
las reglas sin cuestionarlas demasiado, obtendrás tu premio: una
declaración de amor inesperada (más o menos), la excepción a la regla. Y
colorín colorado, otra boba que ha pringado!
Pero
a veces estamos tan obsesionadas por encontrar nuestro "happy ending"
que nos olvidamos de leer las señales, aquellas que diferencian a los
que nos quieren de los que no, a los que se quedarán de los que acabarán
por irse sin mirar atrás. Y no se nos ocurre pensar que es posible que
ese final feliz no incluya al hombre ideal. Porque seamos sinceras:
¿cuántas de nosotras hemos soñado con el Príncipe Azul y hemos acabado
por descubrir que desteñía en cuanto lo frotabas un poco? La monarquía
está muy sobrevalorada, incluso cuando se habla de amor.
Puede
que tu final feliz seas tú, recomponiéndote y volviendo a empezar,
liberándote para algo mejor que puede estar en tu futuro. Puede que el
final feliz sea, simplemente, aceptar y pasar página.
O
puede que el final feliz sea éste, saber que a pesar de todas las
llamadas no devueltas, las citas desastrosas, los desengaños, las
meteduras de pata, las señales malinterpretadas, el dolor, el bochorno y
las noches en blanco pensando qué puñetas podrías haber hecho que lo
cambiara todo, un buen día te encuentras con alguien que no esperabas
(de hecho, ni lo buscabas), te sonríe y las piezas empiezan a
encajar. En el fondo, confiésalo, nunca perdiste la esperanza. Porque la
esperanza, amiga mía, es lo último que debe perderse. Te lo digo yo!
Mjo