viernes, 4 de septiembre de 2015

REFLEXIONANDO

A las chicas de mi generación nos enseñaron muchas cosas desde pequeñas. Si un chico te incordia, por ejemplo tirándote de las trenzas a la hora del patio, es que le gustas (error: ese chico es un gilipollas y tú deberías cortarte del pelo a lo garçon después de pegarle una patada entre pierna y pierna). A los hombres se les conquista por el estómago (error: la mitad de las veces hay que atacar algo más abajo y, de vez en cuando, empezar por el cerebro también funciona). Si guardas tus defectos será más difícil que alguien los vea (error: tarde o temprano salen y lo mismo se van corriendo, dejándote sola y con cara de tonta). La ropa interior negra, sobre todo si lleva puntilla, no es decente (error: cuando te pones esa ropa interior, en lo último que piensas es en la decencia! Y no quiero ni pensar si el color es rojo!). Sonríe mucho y habla poco (error: las mandíbulas acaban doliendo de tanto sonreír sin ganas y si no hablas, no pensarán que eres aburrida?). No enseñes el género antes de tiempo (error: con la ropa de hoy, difícil es no enseñar hasta lo que no tienes). No te entregues si no te han puesto el anillo en el dedo (error: el anillo en el dedo tampoco te garantiza que no se hará humo al día siguiente). Y así, un largo etcétera de tontadas con el único objetivo de que, un día, conozcas a un hombre maravilloso y tengas tu propio final feliz.

Cada película que vimos, cada historia que nos contaron, cada libro que leímos nos pedía a gritos que creyéramos que eso ocurriría. Si sigues las reglas sin cuestionarlas demasiado, obtendrás tu premio: una declaración de amor inesperada (más o menos), la excepción a la regla. Y colorín colorado, otra boba que ha pringado!

Pero a veces estamos tan obsesionadas por encontrar nuestro "happy ending" que nos olvidamos de leer las señales, aquellas que diferencian a los que nos quieren de los que no, a los que se quedarán de los que acabarán por irse sin mirar atrás. Y no se nos ocurre pensar que es posible que ese final feliz no incluya al hombre ideal. Porque seamos sinceras: ¿cuántas de nosotras hemos soñado con el Príncipe Azul y hemos acabado por descubrir que desteñía en cuanto lo frotabas un poco? La monarquía está muy sobrevalorada, incluso cuando se habla de amor.

Puede que tu final feliz seas tú, recomponiéndote y volviendo a empezar, liberándote para algo mejor que puede estar en tu futuro. Puede que el final feliz sea, simplemente, aceptar y pasar página. 

O puede que el final feliz sea éste, saber que a pesar de todas las llamadas no devueltas, las citas desastrosas, los desengaños, las meteduras de pata, las señales malinterpretadas, el dolor, el bochorno y las noches en blanco pensando qué puñetas podrías haber hecho que lo cambiara todo, un buen día te encuentras con alguien que no esperabas (de hecho, ni lo buscabas), te sonríe y las piezas empiezan a encajar. En el fondo, confiésalo, nunca perdiste la esperanza. Porque la esperanza, amiga mía, es lo último que debe perderse. Te lo digo yo! 

Mjo

SE ME HABIA OLVIDADO...

Se me había olvidado por completo la sensación de vacío en el estómago cuando se acerca la hora de una primera cita. Se me había olvidado ese tembleque de piernas al verle esperándote a la salida del metro. Se me había olvidado lo fácil que es sonreír cuando te sonríen con calidez, con cariño y una pizca de admiración. Se me había olvidado la vergüenza cuando resulta que te encuentras con todos sus amigos en el restaurante y te miran con curiosidad. Se me había olvidado lo bien que sienta oír reír a una persona sabiendo que eres tú quien le hace reír. Me había olvidado de tantas cosas...

Pero me he acordado de todo otra vez. Me he acordado del escalofrío que recorre tu piel la primera vez que te coge la mano porque aunque dure un segundo, el calor permanece durante horas. Me he acordado de cómo se acelera el corazón cuando se acerca un poco más de lo normal y crees que va a besarte... pero no lo hace y no sabes si respirar tranquila o decepcionarte. Me he acordado de lo rápido que pasa el tiempo cuando estás cómodo y lo reconfortante que resulta que él te diga que le ocurre lo mismo. Me he acordado de lo ridícula que te puedes sentir cuando llega el momento de la despedida y esperas el beso y se acerca y, sin saber ni cómo, giras la cara y te lo da en la mejilla. Y sobre todo, he recordado cómo sabe el beso, el primero, apenas un roce, pero que quema y late y se graba y es lo último en lo que piensas al acostarte y lo primero que te viene a la cabeza cuando despiertas a la mañana siguiente.

También he recordado el miedo estúpido e irracional de pensar que quizá, a pesar de las buenas sensaciones que tienes no sólo porque lo sientes así sino porque él te lo ha dicho, al día siguiente todo quedará en una buena noche y nada más. Y he recordado la tranquilidad después de recibir un mensaje en el que dice que ha pensado en tí todo el día y que tiene ganas de volver a verte, que está contento por tu culpa, porque se alegra de haberte conocido.

No, espera... eso último no lo he podido recordar porque creo que no me había pasado nunca antes. Así que supongo que todo lo que venga a partir de ahora será nuevo.

Mjo