viernes, 26 de marzo de 2021

QUE LA VIDA ES SUEÑO...

... y los sueños, sueños son. Y a veces, se hacen realidad. 

Quienes me conocen, real o virtualmente, saben que lo de la escritura es una parte muy importante de mi vida. He emborronado páginas y páginas y páginas de libretas, diarios, hojas sueltas y, más tarde, hojas de word desde que tengo memoria, contando mi (triste) vida, relatando anécdotas a mis sufridos amigos en forma de carta o inventando historias que, a menudo, quedaban incompletas. A veces, poner sobre un papel lo que fuera que me pasaba por la cabeza, me ha salvado la vida o, al menos, me ha ayudado a poner en claro mis ideas. Sin ir más lejos, durante el confinamiento del año pasado. Cuántas horas "perdidas" escribiendo, borrando, corrigiendo, repasando, enviando y publicando aquellas cosas que se me ocurrían... Las palabras pueden arruinarte la vida o, como en mi caso, ayudarte a salir adelante. 

El año pasado fue una tortura. Me gustó, en realidad, hasta el 14 de marzo. A partir de ese día, todo pareció ir cuesta abajo. La pandemia, el confinamiento, un ERTE, la lejanía con mi familia y amigos, la incerteza económica, el miedo, la inseguridad y la soledad de mi piso, ese espacio en el que solía sentirme segura y protegida y que, de un día para otro, se convirtió en poco menos que una prisión. Poco a poco me fui acostumbrando a todo; a no ver a nadie más que cuando iba al supermercado o a través de la pantalla del móvil o del portátil, al silencio que se rompía sólo con la televisión o la radio, hacer ejercicio (de vez en cuando, que tampoco hay que pasarse) y, sobre todo, a la rutina de escribir cada día un poquito. Andaba metida en el reto Ray Bradbury, que me "obligaba" a crear un relato corto cada semana, y aprovechaba la última hora de la tarde para relajarme delante de una libreta o del portátil. Y cómo me gustaba esa sensación de quietud, encontrar un hilo e ir tirando de la madeja hasta desenredar una historia que, hasta ese momento, sólo había existido en mi cabeza. A veces salían solas, otras tenía que pelearme con ellas porque se resistían y otras les daba vueltas y más vueltas hasta que ganaban la partida y acababa por quedarme con la versión que menos me horrorizaba. 

Al finalizar el año, tenía una colección de 52 relatos como 52 soles, mis criaturitas. Entonces llegó el momento de decidir qué hacer con ellos. Siempre quise intentar publicar algo, ya fuera poemas, relatos o, modestamente, la novela del siglo (puestos a soñar, que sea a lo grande), pero jamás tuve la confianza suficiente como para intentarlo. Ni la fuerza de voluntad, la verdad, para acabar algo que mereciera la pena. Supongo que me faltaba algo muy importante: creer en mí. Y el año pasado hubo quien, a empujones cariñosos y con una paciencia digna de alabanza, me ayudó a aceptar que quizá, tal vez, podría ser, era posible, igual... podía hacerlo. Se leyeron mis relatos antes de que los publicara y me señalaron errores de argumentos, fallos gramaticales, que mataba mucho (me ha salido una vena homicida que hasta a mí me daba susto), incongruencias temporales, nombres que no gustaban, hombres que gustaban demasiado, mujeres que querían sin esperanza, que daba miedo, que daba risa y, en fin, me alabaron y me pusieron en el camino correcto. Nunca podré agradecerles lo suficiente lo que han hecho por mí. No sé si, sin ellos, esto se habría hecho realidad.

Y una vez completado el reto, ¿qué hacer con todo eso? La yo de hace un par de años se habría dado unas palmaditas en la espalda, se habría dicho "Muy bien, prueba superada" y a otra cosa. Esta que soy ahora quiso dar un paso más. Hizo una selección y preguntó a un par de personas qué le parecían. Recibí buenas críticas, muchos ánimos (¡gracias, tite!) y algunos consejos que me han sido de gran ayuda. Como resultado, a finales de febrero me encontré con un manuscrito de doce relatos (once del reto y uno que había escrito hace mucho y me sigue encantando, porque está mal que yo lo diga, pero ¡qué bien me quedó!), una portada preciosa que me diseñó mi hermana y los nervios a flor de piel. Lo organicé de la mejor manera posible y lo envié a una editorial, Libros Indie, a ver si tenía suerte. O talento. O ambas cosas, pero sobre todo suerte. 

Podría ahora extenderme explicando el sufrimiento de los 30 días que prometían tardar en contestar, pero no tiene sentido porque no ha sido tan terrible. Por suerte, o por desgracia, en estos tiempos tan revueltos tampoco es que tengamos demasiado tiempo para perder pensando en tonterías y esto, en el fondo, lo era. Vale, no, pero un poquito sí. Además, decidí no obsesionarme y, por una vez, lo conseguí. Así que cuando el día que se cumplía el plazo, me llamaron y me dijeron que si me interesaban las condiciones, estaban dispuestos a publicarme... Veréis, me tiré todo el día pendiente del teléfono, esperando esa llamada que podía cambiarme la vida. Como era viernes, estaba trabajando y pensé que me iría perfecto porque si salía mal, ya buscaría quién me consolara y si salía bien, también podría celebrarlo con alguien. Pues no. Llamaron casi a las ocho, mientras hacía cola en el "Area de Guissona" para pagar un tetrabrik de caldo de pollo sin sal.¡El glamour, por favor, que no falte nunca! Solté el caldo y salí a la calle, temblando de la cabeza a los pies. Cuando el editor me dije que sí, que querían publicarlo, empecé a patalear y una señora, al verme, dio un rodeo enorme para no acercarse a mí. Exagerada, oiga... Total, que ni abrazos ni besos ni nada de nada para celebrarlo. Eso sí, ronda de llamadas y mensajes emocionados de ida y vuelta. Escuchar a mis padres y mi hermana emocinados al otro lado del teléfono, asegurando que siempre creyeron en mí, fue recompensa más que suficiente. 

El fin de esta historia es que ayer firmé y envié el contrato, y me dijeron que ya estaba en cola de edición. Si no ocurre nada extraño, que siendo yo tampoco sería tan raro, a mediados o finales de mayo estará el libro en la calle. ¿Y cómo se va a llamar?, os preguntaréis. Y si no os lo preguntáis, me da igual, porque os lo voy a decir igual. He bautizado a mi criaturita como "Punto de Partida", ya que son relatos sin conexión entre ellos y es mi primer libro. Espera, que lo digo otra vez: mi primer libro. ¡MI PRIMER LIBRO! Ay, mi madre... Si lo digo mucho, acabaré por creer que es verdad porque, a veces, todavía me parece que es una más de mis fantasías. De hecho, he optado por no creérmelo del todo hasta que lo tenga en la mano y, entonces sí, no me quede más remedio que aceptar que ha pasado, que es real. Que lo he conseguido. No, si después de años diciendo lo contrario, ahora resulta que algunos sueños sí se hacen realidad. Qué cosas, oiga. 

En cuanto esté disponible, lo publicaré a bombo y platillo por todas partes. Aquí, en Facebook, Instagram, Twitter y, no sé, ¿dónde más podría ponerlo? Y avisados estáis de que os voy a dar un lata que igual no merecéis, pero mira, os va a tocar aguantaros. O borrarme. O retirarme la palabra. Haced lo que queráis, pero mejor quedaos, a ver qué tal me va el experimento. Seguro que nos divertimos juntos.

Ea, pues ya está hecho el anuncio. Si habéis llegado hasta el final, gracias. Y si no... nada, da igual. 

Mjo
26-03-2021