lunes, 19 de octubre de 2020

A PROPÓSITO DE ADÁN (Semana 40)

Oye, pues para haber hecho el trabajo en seis días, le quedó un mundo de lo más apañadito. Lástima que el séptimo día se viniera arriba y decidiera tumbarse a la bartola a descansar y darse palmaditas en la espalda por ser tan bueno. Que no digo yo que el pobre no estuviera agotado ni se mereciera un sueñecito reparador, ni mucho menos. Vamos, que si hubiera pedido un masaje en los pies y un mojito, pues también habría estado justificado. Pero, no sé, pienso que igual podría haber esperado un poco más y arreglar algunas cosillas que no le quedaron tan, tan, tan perfectas como él pensaba. Adán, por ejemplo. A ver, el hombre no le había salido mal, aunque tampoco es que tuviera con quien compararlo, ¿verdad? Era el único hombre. Había montones de plantas, árboles y flores, tropecientas especies animales y algunas se las podía haber ahorrado porque son francamente asquerosas. Había variedad de colores, tamaños, formas y sonidos en todo lo que veía, excepto en el tema de los hombres: uno y se acabó. No me parecía justo, qué queréis que os diga.

¿Qué pasaba si se estropeaba? O se rompía. Y si no nos soportábamos, ¿qué íbamos a hacer si no nos aguantábamos? ¿Teíamos que quedarnos solos, cada uno a su aire, en algún rincón lejano del Paraíso? Nah, no me parecía que hubiera sido muy inteligente con esto de la creación, no lo pensó bien. Quiero decir, ¿tenía un plan B? Porque si así era, nos lo debería haber contado, ¿no? Se pasaba el día señalando todo lo bueno que había hecho, ya fuera útil o inútil, hermoso o feo, pidiendo que le hiciéramos casito y cantásemos alabanzas sobre su maestría ¿y no nos daba alternativas por si algo no funcionaba? Qué patinazo... No lo culpo, claro. También era su primera vez en esto de ir creando mundos y llenarlos de criaturas y demás. Seguro que tomó buena nota de los fallos y la próxima vez lo hará mucho mejor. O eso espero, al menos. Lo malo es que a mí me tocó vivir en éste y siento tener que decir que empecé a ver tantas cosas por arreglar que no sabía ni por dónde empezar. Bueno, sí: Adán. Señor, qué muermo.

domingo, 11 de octubre de 2020

¿Y TÚ QUÉ SUEÑAS? (semana 39)

 

Despertó gritando, con el cuerpo empapado en sudor y el cuello dolorido. Esta vez, el sueño había sido demasiado real, tanto que juraría que había notado el frío de la guillotina penetrar por su nuca y atravesar, con un chirrido siniestro, nervios, músculos, venas y huesos, hasta cercenar su cabeza limpiamente. Se sentó en la cama, temblando, y buscó el interruptor de la lamparilla. Necesitaba luz para quitarse de encima los restos pegajosos de aquel sueño. Y necesitaba mirarse en el espejo, comprobar si seguía conservando la cabeza intacta sobre los hombros.

Se acercó con miedo al tocador y contempló su reflejo. Sí, ahí estaba su cabeza, justo donde debía estar. ¡Y entera! El pelo revuelto, los ojos miopes, las orejas algo despegadas, la nariz un poco torcida y la boca que tanto le gustaba a su novia. Todo parecía estar en su sitio, pero ¿funcionaría? Probó a sonreír y sonrió. Bien. Intentó guiñar un ojo y pudo hacerlo. Se tocó las mejillas y rascaban. Le iba a tocar afeitarse otra vez, con lo mal que lo pasaba. Igual podía aguantar uno o dos días más, ya lo decidiría por la mañana.

- Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más bella? – A Daniel, que había olvidado que Carla se había quedado a dormir en su casa esa noche, se le escapó un grito-. ¿Se puede saber qué narices haces delante del espejo? ¡Que son las tres de la mañana!

- ¿Qué quieres? – Replicó, llevándose la mano al corazón-, ¿matarme de un susto? Anda, vuelve a dormirte.