domingo, 22 de agosto de 2021

AMIGOS

En un bar de moda se reunen, como todos los miércoles, dos amigos. Se conocen de toda la vida, o casi, y han compartido experiencias desde que tuvieron edad para vivirlas. Los primeros cigarrillos, las primeras borracheras, la pérdida de la virginidad, las penas de amor (porque los hombres también lloran, al menos los de verdad) y todas y cada una de las victorias y derrotas de su equipo de fútbol, que últimamente les da más disgustos que alegrías.

Salva es moreno, no demasiado alto, tiene músculos hasta en las pestañas, viste de marca de la cabeza a los pies, habla por los codos y, según él, es guapo a rabiar. Dejó los estudios en cuanto pudo y se metió a trabajar en la constructora de un primo que, con la fiebre del ladrillo, estaba creciendo como la espuma. Cuando la burbuja estalló y se quedó en la calle, se buscó las lentejas en otra parte porque es currante y espabilado, aprende rápido y no se queja de casi nada. Su físico y su carácter siempre le han facilitado el terreno a la hora de conquistar a una mujer, y pasó los últimos años de la adolescencia saltando de una relación a otra. ¿He dicho “últimos años de la adolescencia”? Como si la hubiera dejado atrás... Es uno de esos individuos aquejados del síndrome de Peter Pan y se niega a renunciar a ciertas cosas. No tiene prisa por sentar la cabeza, le va de maravilla tal y como está, pero siente que a su alrededor se va estrechando el círculo y empieza a agobiarse. Tiene novia formal, más o menos, desde hace algo más de un año y la quiere, por supuesto que la quiere. A su manera, claro.

Carlos es bastante más alto, tiene el pelo de ese color indefinido que ni es rubio ni pelirrojo, sino todo lo contrario, unos ojos grises que esconde detrás de unas gafas de pasta negras , habla lo justo, rara vez levanta la voz, y tiene ese aire desgarbado de quien creció demasiado deprisa y todavía anda intentando acomodarse a las dimensiones de su cuerpo. Estudió hasta el final, como sus padres deseaban, y trabaja en el Museo de Historia de la ciudad desde hace varios años. Se pasa el día perdido entre documentos antiguos, investigando su procedencia para darles una vida que se creía perdida, y su nombre empieza a ser conocido a nivel nacional. Aunque no le gusta llamar la atención, si se le da la oportunidad, conquista. Le encantaría encontrar a la persona con la que compartir su vida, pero no parece tener prisa. “Ya llegará”, dice siempre, “y si no, pues tampoco pasa nada”. Tiene sus rollos por ahí, pero no suele hablar de ellos. A la hora de presumir, prefiere hacerlo con sus logros que con sus historias personales. Por eso se lleva de maravilla con Salva, es el complemento perfecto para ese huracán que, casi siempre, es su amigo. Salva acapara todas las luces y Carlos se queda tranquilo en las sombras. A cada cual, lo suyo.

SALVA: Qué pereza me da, en serio te lo digo. Vale, las nuevas tecnologías con la leche; nos facilitan la vida, nos mantienen en contacto aunque estemos lejos, ayudan a encontrar soluciones a los problemas en un tiempo record, bla, bla, bla...

CARLOS: Ya estamos otra vez... (Pone los ojos en blanco y da un sorbo a la cerveza)¡Pero si te pasas el día colgado de las redes sociales, te compras el último móvil, tu coche tiene mil chorraditas y tu televisión no tiene más “K” porque no se puede!

SALVA (se ríe antes de contestar): Que sí, pesao, que son la caña, lo más de lo más, la ostia en patinete y lo que tú quieras, pero cuando tu novia se empeña en hacerte una videollamada cada día para contarte, no sé, que el pollo ha subido de precio una barbaridad o que no encuentra unas sandalias que le gusten...

CARLOS (se cruza de brazos y le mira, resignado): No, ¿eh? Otro discursito sobre “Mi novia me tiene frito”, no. ¡Cada semana lo mismo!

SALVA (levantando las manos al cielo con dramatismo): ¡Es que me toca las narices, por no decir lo huevos, bastante tirando a mucho, demasiado! Si no fuera porque el móvil cuesta un riñón y todavía no está pagando del todo, te juro que lo tiraría por la ventana. O al mar.

CARLOS: Primero, no te lo crees ni tú. Y segundo, al mar no, gilipollas, que contamina. Si quieres deshacerte de él, o me lo das a mí o lo llevas al punto de reciclaje.

SALVA (poniendo voz de repelente): No, es verdad, al mar no, que contamina. (Carlos le enseña el dedo medio y hace una seña al camarero para que les sirva otra ronda).

CARLOS: Claro, claro... Porque lo de dejar a Yolanda ni se te pasa por la cabeza, supongo. (Salva le mira como si estuviera loco y niega con la cabeza) No, hombre, qué tontería. Te tiene hasta las narices, pero como está tan buena, pues aguantas.

SALVA: Es que, tío, ¿tú la has visto? ¡Está muy, pero que muy buena! Vamos, a nivel top model de los 90, aquellas que tenían chicha y no huesos. Y el mercado está fatal, echado a perder del todo. ¡Hay mucha loca desesperada por ahí, deseando echarte el guante y meterte en casa, te lo digo yo!

CARLOS: Desesperadas... ¿Me puedes explicar eso?

SALVA: Joer, con el ansia de casarse y tener niños y una casa y un cochazo y verano en la playa e invierno en la nieve... Todo el día con la misma cantinela: que si todas sus amigas ya están casadas, que si sus primas la miran de reojo y se ríen de ella, que si su abuela le ha dicho que se va a quedar para vestir santos y el arroz que se le pasa y el puto reloj biológico. ¿Qué coño es eso del reloj biológico, tío?

CARLOS (abriendo mucho los ojos): ¿En serio no sabes lo que significa? ¡Tú estás en el mundo porque tiene que haber de todo, chaval!

SALVA (ignora el comentario de su amigo y sigue con su monólogo): ¡Una locura, que te lo digo yo, que están todas locas! Qué ganas de arruinarnos la vida tienen, con lo bien que se está así...

CARLOS: ¿Así, cómo? Porque tu “así” me parece que te está llevando por el camino de la amargura.

SALVA: ¿Que te defina “así”? Pues... (hace una pausa para pensar su respuesta) Así, coño, así, ¡no me líes! En pareja, pero ella en su casa y yo, en la mía. Vernos un par de veces entre semana, hablar de vez en cuando, mucho ji ji, algo de ja ja, y el sábado, sabadete... ¡camisa nueva y unos polvetes, jajajajaja! (Carlos suspira y niega con la cabeza) Va, hombre, no seas tan muermo, ríete un poquillo, que falta te hace.

CARLOS: Salva, te quiero mucho, pero a veces eres un poco capullo, ¿sabes?

SALVA (se echa hacia atrás en la silla y pone las manos sobre la mesa): Ah, muy bien, ahora resulta que soy un capullo. Pues una cosa te digo, que eres tú quien tiene un problema, tío, ¡no yo!

CARLOS: Y mi problema vendría a ser exactamente ¿cuál?

SALVA: ¿En serio no lo sabes? Menos mal que me tienes a mí (Carlos junta las manos e inclina la cabeza, como si le diera las gracias) Que cuál es el problema, dice. Ostia, tío, pues que pareces un jodido seminarista. ¡Ese es tu problema! Ese y la envidia que me tienes, (Carlos, que acababa de meterse un trozo de morro frito en la boca, por no mandarle a la mierda, casi se atraganta al escucharle). ¡Ya no me acuerdo de la última vez que te vi con una tía. A ver, listillo, ¿te acuerdas de la última teta que tocaste?

CARLOS (abriendo los brazos con exageración): ¿Y eso a qué coño viene ahora? ¡Ni que fuera tan importante!

SALVA: Noooo, no, no, a mí no me vengas con “¿Y eso qué importancia tiene ahora?” No me vengas con que estás buscando el amor de tu vida y esas chorradas de tías... (se queda mirando a su amigo, pensando)

CARLOS: Jamás he dicho algo semejante y lo sabes.

SALVA (baja la voz y se inclina sobre la mesa, como si fuera a tratar un secreto de estado): Oye, ahora que lo pienso... ¿tú no serás gay y no sabes cómo salir del armario?

CARLOS: ¿Qué? (Se tapa la cara con las manos y empieza a reírse a carcajadas)

SALVA: ¡Oye, relaja, que no he dicho nada raro! Además, si a mí me da igual, yo te voy a querer lo mismo tío, ¡que eres mi bro! Pero vamos, que si es eso, pues ya va siendo hora de que lo reconozcas. Seguro que hay un tío esperándote en algún sitio. (Carlos resopla, saca la cartera y deja un billete de 50€ sobre la mesa. Se levanta, coge la chaqueta del respaldo, se la pone y, sin decir nada, sale del bar, dejando a Salva en la mesa, hablando solo) Oye, escucha, ¿dónde vas? ¡Tío, que no es para que te alteres! ¡Ni que estuvieras premenstrual o algo así! Bah, que te den... Ya volverás. ¡Rafa, ponme otra birra! Y... ¿tienes callos? Pues una de callos, que paga el tonto de Carlos. ¡Y pan, mucho pan!

Carlos sale del bar, después de echar un último vistazo a su amigo, que parece haberse olvidado de él. Se aleja, calle abajo, con pasos largos. Aprecia mucho a Carlos, pero a veces le mataría, por ser tan gilipollas y tener cero filtros a la hora de hablar con cualquiera. No es la primera vez que se plantea porqué sigue siendo su amigo, con la cantidad de veces que le ha dejado en ridículo o lo poco que le importa hacerle daño. Está seguro de que nunca se ha sentido culpable por absolutamente nada en su vida, va como un toro detrás del trapo rojo y le da igual herir los sentimientos de los demás. Sus padres están deseando de que se independice o se case, lo que sea que haga que se vaya de su casa, y la mayoría de sus amigos evita quedar con él con frecuencia porque, bueno, saben que tarde o temprano acabará montando un pollo u ofendiéndolos. Si no le ha dado la patada hasta ahora es porque, ya son muchos años de amistad y también por todas las cosas que han pasado juntos. No puede negar que, en más de una ocasión, Salva le ha salvado de algún problema y hasta llegó a partirse la cara con otros tíos por defenderle, y le está agradecido de verdad. Pero, de un tiempo a esta parte, cada vez le cuesta más tolerar sus tonterías. ¿Y por qué se queda, entonces? No lo sabe, se ha hecho esa pregunta un montón de veces y no encuentra una respuesta válida.

Llega casa, saluda a sus padres y dice que no tiene ganas de cenar, que ya ha picado algo con Salva. Su madre, que le conoce mejor que él, le pregunta si está bien porque trae una expresión rara en la cara. Le dice que no es nada, que sólo está cansado porque está peleando con la traducción de un manuscrito del siglo XII que le lleva de culo, pero que se le pasará en cuanto duerma sus ocho horas. Ella finge creerle y él lo sabe, pero no tiene ganas de hablar. Está reventado. Se mete en la habitación, la misma que ha ocupado desde el día que cumplió un año, se tumba en la cama y cierra los ojos. Al cabo de un rato, cuando estaá a punto de quedarse dormido, suena su móvil. Se levanta, lo saca del bolsillo de la chaqueta y, al ver el nombre que aparece en pantalla, sonríe. Y entonces, justo en ese momento, cuando el corazón se le acelera en el pecho, comprende por qué se queda con Salva. Culpabilidad.

CARLOS: Hola, niña. No te vas a creer con qué idiotez me salió Salva esta tarde...

Y pasa la siguiente media hora hablando con Yolanda, la novia de su mejor amigo, que le usa de paño de lágrimas cada vez que se pelea con su amigo. Yolanda, la única mujer por la que daría la vida y, posiblemente, la única que jamás podrá tener. A veces cree, intuye, piensa, sueña que ella también siente algo por él, pero ninguno de los dos da ni el más mínimo paso en esa dirección. Yolanda jamás dejará a Salva y Carlos nunca se pondrá en su camino. “Puta responsabilidad”, piensa después de quitarse la ropa, meterse en la cama y apagar la luz, “puta conciencia, puta decencia, puta culpabilidad... ¡Puto Salva!”

Mjo

22-08-2021