Se cumple un año esta noche. Habrá quien piense
que es una locura respetar este aniversario y me siento tentado a
darles la razón. Es, cuando menos, tétrico. No, muy exagerada la palabra.
¿Lúgubre? Morboso. Sí, esa es la que se le ajusta más: morboso. Bueno, es que
siempre he sido una persona con cierto gusto por lo extraño, de esas que se
recrean en los detalles escabrosos de cualquier noticia. Cuando compro el
periódico, cosa que ocurre muy de tanto en tanto, busco dos secciones: sociedad
y sucesos. El resto me importa bastante poco porque siempre son iguales. Los
políticos siguen tirándose los platos a la cabeza y culpándose, mutuamente, de
los desmanes de los otros. De economía no entiendo más que lo básico para
llegar a fin de mes, estirando hasta el último céntimo de mi sueldo, y que todo
cuesta cada día más. Y, por favor, no me hagáis hablar de deportes porque
podría estar horas hablando de lo ridículo que se ha vuelto el mundo del
fútbol, donde un solo jugador gana en diez minutos lo que cualquier mortal en
todo un año de duro trabajo. Y mira que me gusta, ¿eh? Pero me jode mucho
incluso reconocerlo. No, en serio, mejor lo dejamos, que me indigno y hoy
preferiría no hacerlo. Necesito estar tranquilo para celebrar, como se merece,
que, un día como éste, la perdí.
¿Celebrar una pérdida?, os preguntaréis. Hombre,
pues sí. Bueno, no. Lo que yo celebro es los años que pasamos juntos, los
recuerdos que me quedan, nuestra vida. Ya. Muy manido, ¿verdad? Veréis, yo no
fui nunca un hombre afortunado en amores. Ni en el juego, para qué vamos a
mentir. Digamos que soy un tópico andante. Inteligente, trabajador, de buen
carácter, con cultura y conversación. Tengo un sentido del humor que se adapta
a prácticamente todas las situaciones y, en general, cuando estoy con gente no
soy el perejil de todas las salsas pero no me quedo sentado en un rincón, con
un plato de canapés mustios sobre las rodillas y un vaso de cerveza caliente en
la mano. Sobreviví a la temible adolescencia, con sus cambios de humor, las
hormonas desbocadas y los furibundos ataques de acné, y lo cierto es que no
puedo quejarme demasiado. No tenía demasiado éxito pero, de vez en cuando,
alguna se fijaba en el chico callado que se sentaba en la última fila de clase
y se dignaba a salir conmigo una temporada. Nunca duraba demasiado, más o menos
lo que tardaban en fijarse en el cachitas de turno, pero yo disfrutaba todo el
proceso, incluso de la ruptura. ¿Por qué no hacerlo? Todo en la vida es un
maldito aprendizaje y, de esos años, yo saqué unas muy valiosas enseñanzas. Y
estoy convencido de que, gracias a ellas, Silvia acabó entrando en mi vida y
quedándose conmigo para compartirla.