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Pero ¿qué narices le pasa al mundo? ¿Dónde porras han ido a parar la cortesía,
la educación y el respeto debido a los vecinos? – Me tapé la cara con las manos
y ahogué un gemido de desesperación-. ¡Que no son horas de ponerse a dar
conciertos, por Dios!
Aparté
el nórdico a patadas, salí de la cama y, furiosa, metí los pies en las
zapatillas. Me puse, encima del pijama con dibujos de Mafalda, una sudadera que
había visto tiempos mejores, me recogí el pelo en una trenza mal hecha y evité
mirarme al espejo antes de salir de la habitación. Total, si a esas horas
tampoco iba a cruzarme con nadie, interesante o no, ¿qué más daba la pinta que
tuviera? Atravesé el piso a tropezones con los muebles, abrí la puerta de la
calle, asomé la cabeza y presté atención, intentando averiguar de dónde venia
la música del maldito piano. ¿Venía del hueco de la escalera, quizá? Me acerqué
de puntillas y comprobé que así era.
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¡Ajá! Ha llegado el momento de poner los puntos sobre las puñeteras íes – Sonreí
con malicia, retrocedí sobre mis pasos, cogí las llaves y abandoné el piso.