domingo, 20 de noviembre de 2016

CRONICA DE UN VIAJE (6)

  8 - OCTUBRE - 2016, Sábado (Despedida y cierre: Firenze-Barcelona)   

Qué decepción. He venido hasta Careggi para visitar la villa Medici a pesar de que el día amaneció gris y al llegar aquí empezó a llover. Me he pegado la pateada de mi vida alrededor del pueblo porque nadie ha sabido indicarme bien cómo llegar y justo cuando estaba a punto de abandonar, voy y encuentro la entrada a la Villa. Y ahora viene la parte de la decepción enorme.

Villa Medici, en Careggi. 
No he podido llegar porque el acceso está en obras de renovación o arreglo o "vamos a tocar las narices al pobre turista que venga hasta aquí" y, por lo tanto, cerrado. Cabezona como soy, me he metido por un camino lateral que se perdía entre la arboleda que rodea la propiedad y he conseguido llegar hasta una entrada, por supuesto cerrada, desde la que he podido ver una parte (minúscula) del jardín y una parte (minúscula también) de la villa. He hecho un par de fotos, le he prometido a Lorenzo que volveré la próxima vez que venga a Firenze y, cogiendo mi decepción y mis ganas de llorar a moco tendido, me he subido a otro autobús que me lleva de vuelta a la ciudad.

Para colmo de desdichas, llueve de verdad. Nada de cuatro gotas, no. Llueve en serio. Vaya manera de despedirme de la ciudad.
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Lateral del Duomo
Qué lástima de día. Así no hay quien se despida de la ciudad como debe ser. Llueve a ratos, hace frío, tengo los pies empapados y me duele la cabeza. Encima es sábado y han llegado unos diez millones de turistas nuevos que andan, paraguas en mano, mirando a todas partes menos al frente. O andas con cuidado o acaban por sacarte un ojo. He ido hasta el Ponte Vecchio, a la Piazza della Signoria y he acabado en la Piazza del Duomo para comer antes de la una del mediodía. Estoy cansada de andar y tengo hambre, así que... Es lo bueno de viajar sola: no tienes que depender de nadie para nada. Cuando salga, compraré la pasta y me iré directa al hotel. Hasta las siete o así no saldré para el aeropuerto pero¿ qué narices se puede hacer con el tiempo así de mal? Pues reírse de los demas, internamente.

En la mesa de al lado se ha sentado una pareja italiana de mediana edad. Ella no lo sé pero él tiene una pinta de repelente... Pinta que se ha confirmado cuando le han traído la copa de vino y ha empezado a olerla y probarla con cara de éxtasis. Tontos que van de entendidos los hay en todas partes, está claro.  Y de vino quizá entienda pero cuando me han traído mis regatoni all'amatricciana se le han salido los ojos de las órbitas y ha preguntado a la camarera qué eran. Espero que los haya pedido porque ¡están buenísimos!
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Bueno, pues este viaje ha llegado a su fin antes de lo previsto. Esta claro que no puedo venir a Firenze y escapar de la lluvia. He vuelto al hotel con los pies empapados por completo y triste hasta decir basta. Qué manera más triste de despedirme,
Battistero di San Giovanni
con un tiempo tan malo... Aún así, hay algo positivo y es que no me tocaba hacer ninguna cola para entrar en algún museo. Las colas para el Campanille o l'Accademia eran terribles y más al aire libre. Cómo se nota que es fin de semana, hay zonas por las que casi no se puede andar sin tropezar con un turista despistado que, guía en mano, va buscando tal o cual lugar de interés. No sé si compadecerles por el primer mal día en la ciudad o felicitarles porque acaban de llegar y aún les queda mucho por ver. En cualquier caso, que la disfruten mucho. Si se abren a ella, Firenze les regalará una experiencia inolvidable, con o sin lluvia.

Piazza della Signoria, Palazzo Vecchio
Campanile en un charco
En cuanto a mi... Creo que este viaje ha cumplido con las expectativas que tenía. Me he reecontrado con una ciudad de la que tenía buenos recuerdos y, por qué no reconocerlo, una visión romántica que no se ajustaba del todo a la realidad. Siempre he dicho que no me gustan esos viajes que te llevan de un sitio para otro sin tiempo más que para ver lo imprescindible. Los he hecho pero no me gustan. Hay ciudades que no se pueden ver, conocer, en uno o dos días por pequeñas que sean. Hay que conocerlas poco a poco, quitarles una capa detrás de otra con cariño. Hay que perderse en sus calles, tropezar con sus gentes, ver las zonas menos bonitas y encontrar pequeños tesoros. A veces, una planta naciendo de un zapato viejo, a modo de maceta, es el detalle que te arranca la primera o la última sonrisa del día. Tienes que dejarte los pies caminando, los ojos leyendo las placas conmemorativas, las manos rozando sus paredes, los oídos intentando entender su idioma y la nariz siguiendo los rastros de su cocina. Tienes que mimetizarte con ella, dejar que te asalte en una esquina y te robe el aliento. Tienes que acostarte agotada por pasear y levantarte deseando salir de nuevo a tomarla por sorpresa. Hay ciudades que no se pueden ver, se tienen que conocer porque sólo así consigues verlas tal y como son, únicas y auténticas, y amarlas sin remedio.
Torre de la Signoria, reflejo

Siempre he tenido una inclinación por Italia, no sé por qué. Me gusta la historia y el arte, eso es cierto, pero hay algo en este país que me atrae de una manera muy especial. Y no sé por qué, tampoco, Firenze se ha convertido en mi ciudad favorita. Roma me encantó, con tanto monumento arqueológico y tanta historia sangrienta ¿cómo no caer rendida a los pies de sus siete colinas? De Venezia te tienes que enamorar sí o sí; quien diga lo contrario tiene menos sensibilidad que un pimiento. Es una delicia caminar esquivando canales y encontar rincones que no salen en las guías. Recuerdo una plaza cuadrada a la que llegamos no sé cómo, en la que había un pozo antiguo en el centro y de los balcones colgaba ropa puesta a secar; me pareció preciosa, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel rincón y, en cualquier momento, Casanova fuera a aparecer despidiéndose de la enamorada de turno. Verona, Padova, Milán... Las vi tan rápido que no me dejaron muy buen recuerdo, aunque soy consciente de que, al menos la dos primeras, merecen una segunda vista de confirmación. O de reconciliación, mejor dicho.

Ponte Vecchio, bajo la luz gris de un día de otoño. Sigue siendo precioso
Firenze la he visto... No, empiezo mal. En Firenze he estado tres veces. La primera, con el cole, llovió a mares y recuerdo poca cosa más, excepto que nos perdimos y tuvimos que preguntar por el restaurante, que estaba en la via Reparata, como un millón de veces. En esa ocasión no hubo visita a museos ni ninguna otra cosa que se le pareciera porque tendría algún recuerdo, por pequeño que fuera y no, no hay nada más. Tenía 18 años y estaba, sospecho, más interesada en los italianos (por los que también tengo una debilidad más que acusada, ese acentillo que tienen... ais) que en la ciudad.
Campanile y Cùpula del Duomo

La segunda vez vine tres días con mi hermana y qué diferente fue. También llovía pero era febrero y tampoco es que eso se salga de lo normal. Reservamos entradas para la Galeria degli Ufizzi y l'Accademia por internet y pasamos dos tardes memorables contemplando las mismas obras de arte que habíamos estudiado en el colegio y por las mañanas paseamos por el Duomo, la Santa Croce y subimos a lo más alto del Campanile para ver la ciudad entera a nuestros pies. Tengo un recuerdo imborrable de esos tres días y me juego el cuello que a mi hermana le pasa lo mismo.

Pero esta vez ha sido un enamoramiento total y absoluto. Quizá influya el momento en el que he venido pero realmente ha sido especial. A pesar de haber pasado seis días recorriendo sus calles y visitando sus museos, me quedo con la sensación de tener todavía demasiadas cosas que ver. Más museos, más plazas, más iglesias, más puentes sobre el Arno, más ciudades cercanas. Y sí, ¡más Medici jajajaja! Me queda pendiente también regañar un poquito a Beatrice, a ver si me echa una manita en las cosas del corazón porque la vez anterior me ignoró soberanamente y está claro que necesito ayuda en este campo.

No ha sido un año fácil para mí. Empecé con muchas ilusiones y se me rompieron tan pronto que aún no estoy segura de haberlo asimilado; he estado (y en cierta manera sigo estando) perdida desde ese momento. Necesitaba con urgencia pasar tiempo conmigo, lejos de mi ambiente habitual, y escucharme. No sé por qué pero se me ocurrió que así conseguiría encontrar las respuestas a las preguntas que no dejo de hacerme y dejar atrás parte de mi carga. Creo que ha funcionado, en parte al menos. Naturalmente, las cosas todavía me estarán esperando cuando vuelva a casa pero empiezo a ver algo de claridad. No va a ser fácil ni pasará de la noche a la mañana pero, tarde o temprano, acabará. Seguro.
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Puesta de sol entre dos rachas de lluvia.
Hice una pausa porque salió el sol y me escapé para una última visita. A mi me va a cosar una enfermedad dejar esta ciudad. En cuanto he llegado a la Piazza della Signoria se me han saltado las lágrimas (otra vez), es como si me despidiera de alguien muy querido. ¿Recuerdas cómo me siento cuando me voy de Adrall? Bueno, pues es algo muy parecido, una sensación de pérdida enorme. ¡Y es absurdo! Tampoco me llevo tantos recuerdos de aquí. A ver, qué sí pero sólo he estado seis días. Intensos, sí, pero seis. Y parece que he estado toda la vida aquí. ¡Se me va la cabeza, jajajaja! En cualquier caso, volveré. No sé cuándo, cómo o con quién pero que volveré lo sé ya.

Recojo el chiringuito, el taxi llegará en veinte minutos como mucho. Se acaba un sueño, a partir del lunes me toca enfrentarme otra vez con la realidad.

No le digo adios a Florencia, sino "ciao, ci si vede presto". 

Mjo



Algunas paredes hablan y van directas al corazón. Ésta estaba en Careggi. 







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