martes, 30 de mayo de 2023

INSIGNIFICANTE (Escriu-Mó 2023, versión en español)

 

Al principio fue la mancha, pequeña, ridícula, casi insignificante, más cagadita de mosca que mancha en realidad, pero a David le resultaba francamente molesta. A su mujer no; ¡Marta es que ni la veía! Al final, se hartó de verla y un domingo por la mañana, aprovechando que Marta había salido a tomar el brunch con las más pijas de sus amigas, se subió en una escalera y pintó el trocito de pared donde la mancha reinaba sin oposición. 

Al día siguiente, cuando se despertó, lo primero que vio fue la mancha, que había vuelto, dispuesta a plantarle cara. 

Pero... dijo, sentado en la cama, después de restregarse los ojos hasta que le dolieron. ¿Cómo es posible?

¿El qué? preguntó Marta, con la cabeza debajo del nórdico para disfrutar de sus cinco minutos extras de sueño.

—¡Ha vuelto!

—¿El qué? —repitió ella, con un punto de irritación en la voz. 

—¡LA MANCHA! —exclamó, levantándose para verla más de cerca—. ¡Y es todavía más grande!

Resoplando con disgusto, Marta sacó la cabeza, paseó la mirada por toda la pared y se encogió de hombros. 

—David, cariño, no hay nada. 

—¿Cómo que no? Fíjate un poquito, chata, está justo aquí —dijo, dándole golpecitos al muro que separaba la habitación del estudio. 

Ella lo miró, frunció el ceño y decidió que era demasiado temprano para pelearse. Quizá después de una ducha y un café, pero antes no, de ninguna manera.

—Lo que tú digas, bonico —Salió de la cama y fue hacia el baño—. Pon la cafetera, ¿quieres? Salgo en quince minutos. 

David se mordió las ganas de gritar. Era un círculo perfecto, de la medida de una moneda de dos euros y negro como la noche más oscura, en medio del desierto uniforme y luminoso que era la pared. ¿Cómo podía no verla?

Tan pronto como MArta se fue al trabajo, envuelta en una nube tóxica del perfume más empalagoso del mundo, corrió hacia la habitación y se plantó delante de la mancha. La tocó, la raspó con la uña, hasta le acercó la oreja y, al final, aceptó que aquello no era más que lo que aparentaba ser: una estúpida y absurda mancha. Volvió a subirse a la escalera, le dio tres capas de pintura y la hizo desaparecer para siempre. 

Al la mañana siguiente, ¡vuelta a empezar!

Empezó, entonces, un delirio obsesivo en el cual David pintaba cada mañana un trozo más grande de pared y la mancha aprovechaba la noche para volver con energías renovadas, hasta que ya no quedó pared ni pintura, tan solo una mancha siniestra que amenazaba con tragárselo todo, incluidos David y Marta.

El último martes de abril se le acabó la paciencia y, armado con una vieja maza de paleta, destrozó la pared de sus pesadillas. Cuando Marta volvió, poco antes de las siete, se lo encontró cubierto de polvo de la cabeza a los pies, rodeado de escombros y sentado enmedio de un charco de agua, riendo como un loco mientras repetía una vez y otra que "muerta la pared, muerta la rabia". 

A causa de este episodio, David pasó una temporada ingresado en un centro de reposo, donde le trataron su pequeño transtorno. Al salir, le pidió perdón a su mujer y ella, que le quería de verdad, aceptó sus disculpas y lo acogió de nuevo. Aquel verano lo pasaron saltando de isla griega en isla griega y, al volver, la vida siguió como si nunca hubiera pasado nada. 

Una mañana soleada de septiembre, Marta despertó y se encontró sola en la cama. Se estiró todo lo larga que era y disfrutó de la soledad y el silencio hasta que las ganas de ir al lavabo la obligaron a levantarse. Iba hacia el baño cuando, en la pared reconstruida, algo le llamó la atención. 

—No me jodas... —exclamó, sorprendida—. ¡Una mancha!

Corrió hasta la cocina, cogió a David del brazo, lo arrastró hasta la habitación y, sin dar ninguna explicación, señaló la pared. 

—¡Mira!

—¿Que mire qué?

—¿Cómo que qué? ¡La mancha, David, la mancha!

—Mmmm... Reina, yo no veo nada. 

—Es una broma, ¿no? ¡Está aquí! —Y le dio unos golpecitos con una uña de manicura perfecta. 

—De verdad que no veo nada. ¿Puedo volver a desayunar?

—Sí, sí, por supuesto... Lo siento —dijo, dibujando una sonrisa de disculpa. 

David le guiñó un ojo y salió del dormitorio con las manos en los bolsillos traseros del pantalón, donde escondía el rotulador permanente con el que había pintado en la pared, alrededor de las cuatro de la madrugada, una mancha pequeña, ridícula, casi insignificante, más cagadita de mosca que mancha en realidad. 

Qué dulce es, el sabor de la venganza. 


Mjo

Abril-2023






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