lunes, 4 de marzo de 2024

RELATO TRAMPA

Lola despertó con un tremendo dolor de cabeza y sin tener ni idea de qué hora era. La noche anterior se le había ido la mano con la bebida, o quizá no; quizá solo había pasado tanto tiempo desde la última vez que su cuerpo, simplemente, se había olvidado de cómo debía sentirse.

—Dios de mi vida, pero qué migraña…

—Eso no es migraña, cariño —le dijo su marido desde la puerta del baño, con el cepillo de dientes en la mano y la boca llena de pasta—, eso se llama RE-SA-CA. Anoche te bebiste hasta el agua de la piscina.

—Qué exagerado, si no fueron más de cuatro, cinco como mucho, copas de vino—Intentó incorporarse, pero el mundo empezó a girar como una peonza y tuvo que volver a tumbarse—. Uf, no, demasiado pronto, demasiado pronto.

—Cuatro o cinco copas, dice la señora… Y lo de después, ¿qué?

—¿Qué es lo de después?

—Te lo contaré cuanto estés más… —Hizo un gesto vago con la mano y sonrió—. Voy a prepararme el desayuno, ¿te apetece algo?

El estómago de Lola se rebeló, enviando un chorro ácido hacia su garganta. Apretó los labios para no vomitar y se estremeció. Nunca, ¡nunca más!

—Sí, morirme —susurró cuando cesaron las náuseas—. No, ya comeré algo cuando vuelva a ser un poco persona.

—¿Qué pasa? Has puesto una cara…

—No sé, es que me ha venido una imagen muy rara a la cabeza.

—Resaaaacaaaa…

—Calla ya, qué pesado eres, hijo. Para una vez que bebo…

—Tienes razón, lo siento, lo siento. —Se sentó a su lado, se inclinó y le dio un beso en la frente—. Cuéntaselo a papi, ¿qué imágenes son esas?

—Pues… Juraría que estaba en un submarino, ¿sabes?, porque era igual que esa película de Sean Connery que tanto te gusta.

—¿La caza del octubre rojo?

—Ajá. Bueno, pues estoy rodeada de gente con uniforme militar y todo el mundo grita: que si los misiles, que si el radar, que si hay que sumergirse más, que si hay un traidor entre nosotros, y que tengo que acelerar, ponerlo a la máxima velocidad, o acabaran por alcanzarnos y moriremos. Y yo, a lo loco porque no tengo ni idea de qué tengo que hacer, empiezo a pulsar botones y accionar palancas, pero el submarino no se mueve, y entonces me gritan más y alguien saca una pistola, me apunta a la cabeza y me dice que, a menos que los saque de allí, me va a matar y entonces… Entonces me he despertado.

—¡Joder, qué sueño! Voy a prohibirte que bebas nada más fuerte que Sprite con una rajita de limón.

—Vete a la mierda, Miguel, ¿quieres? No es culpa de la bebida, es… ¿Qué día es hoy?

—Domingo.

—De número, idiota.

—A ver… —Miguel miró su reloj digital, que hacía de todo menos cocinar y limpiar el piso, y fue pasando pantallas hasta encontrar el calendario. Ocho; domingo, ocho.

—Ahora lo entiendo todo…

—¿Qué tal si me lo explicas?

—Me tiene que bajar la regla la semana que viene, y mi cuerpo ya se está poniendo del revés.

—¡Venga ya! No querrás hacerme creer que estás así de mal porque tienes síndrome premenstrual…

—Subestimas el poder maligno del síndrome premenstrual, y ese es un error muy grave, Miguel.

—No, no, no lo subestimo en absoluto; después de diez años viviendo contigo, tengo muy claro hasta qué punto te afecta. Lo que pasa es que me parece muy triste que lo uses como excusa para cualquier cosa, ¡incluso para tapar la resaca!

—¿Sabes?  Te juro que, a veces, me cuesta horrores entender por qué me casé contigo, si te odio el 90% del tiempo.

Miguel se echó a reír con ganas, y cada carcajada fue como un dardo que acabó clavado en la cabeza de Lola.

—Me voy a la cocina antes de que me vomites encima —le dio una palmadita afectuosa en la mejilla izquierda y sonrió—, porque te estás poniendo verde.

Se levantó y salió de la habitación riéndose todavía.

—Eso, tú vete y deja que muera aquí, a solas. ¡Que sepas que pienso volver de la tumba para amargarte lo que te quede de vida!

En vez de contestar, Miguel encendió la radio y un locutor, con voz grave y apesadumbrada, anunció que, debido a la situación de pandemia mundial, el gobierno había decidido declarar el estado de emergencia durante los próximos quince días, y que esperaban poder ampliar la noticia en los sucesivos boletines. Cuando acabó, después de los resultados deportivos y el pronóstico del tiempo, dio paso a la fórmula musical y Michael Jackson. A Miguel le encantaba, tenía todos sus discos, rarezas incluidas, en todos los formatos existentes, y sin tener ni la más mínima consideración, subió el volumen hasta que las paredes temblaron. Lola, que intentaba entender qué había explicado el locutor, se tapó la cabeza con la almohada y gimió.

—Puto cabrón de mierda —susurró, agobiada—. Lo mato, ¡yo lo mato!

En la cocina, Miguel rompió un par de huevos para prepararse una tortilla de queso, bailando al ritmo de la música, y lanzó las cáscaras al cubo de basura que había en el rincón. Falló, se cayeron al suelo y allí se quedaron hasta que Lola las recogió, muchas horas después, mientras el cuerpo de Miguel se enfriaba en el comedor.


 

 

28-02-2024

MªJosé

martes, 30 de mayo de 2023

INSIGNIFICANTE (Escriu-Mó 2023, versión en español)

 

Al principio fue la mancha, pequeña, ridícula, casi insignificante, más cagadita de mosca que mancha en realidad, pero a David le resultaba francamente molesta. A su mujer no; ¡Marta es que ni la veía! Al final, se hartó de verla y un domingo por la mañana, aprovechando que Marta había salido a tomar el brunch con las más pijas de sus amigas, se subió en una escalera y pintó el trocito de pared donde la mancha reinaba sin oposición. 

Al día siguiente, cuando se despertó, lo primero que vio fue la mancha, que había vuelto, dispuesta a plantarle cara. 

Pero... dijo, sentado en la cama, después de restregarse los ojos hasta que le dolieron. ¿Cómo es posible?

¿El qué? preguntó Marta, con la cabeza debajo del nórdico para disfrutar de sus cinco minutos extras de sueño.

—¡Ha vuelto!

—¿El qué? —repitió ella, con un punto de irritación en la voz. 

—¡LA MANCHA! —exclamó, levantándose para verla más de cerca—. ¡Y es todavía más grande!

Resoplando con disgusto, Marta sacó la cabeza, paseó la mirada por toda la pared y se encogió de hombros. 

—David, cariño, no hay nada. 

—¿Cómo que no? Fíjate un poquito, chata, está justo aquí —dijo, dándole golpecitos al muro que separaba la habitación del estudio. 

Ella lo miró, frunció el ceño y decidió que era demasiado temprano para pelearse. Quizá después de una ducha y un café, pero antes no, de ninguna manera.

—Lo que tú digas, bonico —Salió de la cama y fue hacia el baño—. Pon la cafetera, ¿quieres? Salgo en quince minutos. 

David se mordió las ganas de gritar. Era un círculo perfecto, de la medida de una moneda de dos euros y negro como la noche más oscura, en medio del desierto uniforme y luminoso que era la pared. ¿Cómo podía no verla?

Tan pronto como MArta se fue al trabajo, envuelta en una nube tóxica del perfume más empalagoso del mundo, corrió hacia la habitación y se plantó delante de la mancha. La tocó, la raspó con la uña, hasta le acercó la oreja y, al final, aceptó que aquello no era más que lo que aparentaba ser: una estúpida y absurda mancha. Volvió a subirse a la escalera, le dio tres capas de pintura y la hizo desaparecer para siempre. 

Al la mañana siguiente, ¡vuelta a empezar!

Empezó, entonces, un delirio obsesivo en el cual David pintaba cada mañana un trozo más grande de pared y la mancha aprovechaba la noche para volver con energías renovadas, hasta que ya no quedó pared ni pintura, tan solo una mancha siniestra que amenazaba con tragárselo todo, incluidos David y Marta.

El último martes de abril se le acabó la paciencia y, armado con una vieja maza de paleta, destrozó la pared de sus pesadillas. Cuando Marta volvió, poco antes de las siete, se lo encontró cubierto de polvo de la cabeza a los pies, rodeado de escombros y sentado enmedio de un charco de agua, riendo como un loco mientras repetía una vez y otra que "muerta la pared, muerta la rabia". 

A causa de este episodio, David pasó una temporada ingresado en un centro de reposo, donde le trataron su pequeño transtorno. Al salir, le pidió perdón a su mujer y ella, que le quería de verdad, aceptó sus disculpas y lo acogió de nuevo. Aquel verano lo pasaron saltando de isla griega en isla griega y, al volver, la vida siguió como si nunca hubiera pasado nada. 

Una mañana soleada de septiembre, Marta despertó y se encontró sola en la cama. Se estiró todo lo larga que era y disfrutó de la soledad y el silencio hasta que las ganas de ir al lavabo la obligaron a levantarse. Iba hacia el baño cuando, en la pared reconstruida, algo le llamó la atención. 

—No me jodas... —exclamó, sorprendida—. ¡Una mancha!

Corrió hasta la cocina, cogió a David del brazo, lo arrastró hasta la habitación y, sin dar ninguna explicación, señaló la pared. 

—¡Mira!

—¿Que mire qué?

—¿Cómo que qué? ¡La mancha, David, la mancha!

—Mmmm... Reina, yo no veo nada. 

—Es una broma, ¿no? ¡Está aquí! —Y le dio unos golpecitos con una uña de manicura perfecta. 

—De verdad que no veo nada. ¿Puedo volver a desayunar?

—Sí, sí, por supuesto... Lo siento —dijo, dibujando una sonrisa de disculpa. 

David le guiñó un ojo y salió del dormitorio con las manos en los bolsillos traseros del pantalón, donde escondía el rotulador permanente con el que había pintado en la pared, alrededor de las cuatro de la madrugada, una mancha pequeña, ridícula, casi insignificante, más cagadita de mosca que mancha en realidad. 

Qué dulce es, el sabor de la venganza. 


Mjo

Abril-2023






jueves, 18 de mayo de 2023

INSIGNIFICANT (Escriu-Mó 2023, versió en catalá)

 

Al principi va ser la taca, una taca petita, ridícula, gairebé insignificant, més cagadeta de mosca que taca en realitat, però al David li resultava francament molesta. A la seva dona no; la Marta és que ni tan sols la veia! Al final, el David es va afartar de veure-la i un matí de diumenge, aprofitant que la Marta havia sortit a fer el brunch amb les més pijes de les seves amigues, va pujar a l'escala i va pintar el trosset de paret on la taca regnava sense oposició.

L'endemà, quan va despertar, el primer que va veure va ser la taca, que havia tornat, disposada a plantar-li cara.

—Però... —va dir, assegut al llit, després de fregar-se els ulls fins a fer-se mal—. Com és possible?

—El què? —va preguntar la Marta, amb el cap sota el nòrdic per gaudir dels seus cinc minuts extra de son.

—Ha tornat!!!

—El què? —va repetir ella, amb un punt d'irritació a la veu.

—La taca!!! —va exclamar, aixecant-se per a veure-la més de prop—. I és més gran encara!
Esbufegant amb disgust, la Marta va treure el cap, va passejar la mirada per tota la paret i va acabar per arronsar les espatlles.

—David, estimat, aquí no hi ha res.

—Com que no? Fixa't una mica, nena, justament aquí —va dir, donant copets al mur que separava l'habitació de l'estudi.

El va mirar, arrufant les celles, i va decidir que era massa aviat per a barallar-se. Potser després d'una dutxa i un cafè, però abans no, de cap manera.

—El que tu diguis, bonic —Va sortir del llit i va anar cap al bany —. Vols posar la cafetera, si et plau? Sortiré en quinze minuts.

David va mossegar-se les ganes de cridar. Era un cercle perfecte, de la mida d'una moneda de dos euros i negra com la nit més fosca, al mig del desert uniforme i lluminós que era la paret; com podia no veure-la?

Tan aviat com la Marta va marxar cap a la feina, envoltada en un núvol tòxic del perfum més embafador del món, el David va córrer cap a l'habitació i es va plantar davant de la taca. La va tocar, la va raspar amb l'ungla i li va acostar l'orella. A final, va haver d'acceptar que allò no era res més que el que aparentava ser: una estúpida i absurda taca. Va tornar a pujar a l'escala, li va donar tres capes de pintura i la va fer desaparèixer per sempre.

L'endemà al matí, sant tornem-hi!

Va començar llavors un deliri obsessiu en el qual el David pintava cada matí un tros més gran de paret i la taca aprofitava la nit per tornar amb energies renovades, fins que ja no va quedar paret ni pintura, només una taca sinistra que semblava tenir la vida pròpia.

L'últim dimarts d'abril, se li va acabar la paciència i, armat amb una vella maça de paleta, va destrossar la paret dels seus malsons. Quan la Marta va tornar de la feina, poc abans de les set de la tarda, s'ho va trobar cobert de pols del cap als peus, envoltat de runa i assegut enmig d'un toll d'aigua, rient com si s'hagués tornat boig mentre repetia una vegada i una altra que morta la paret, morta la ràbia!

Després d'aquell episodi, el David va passar una temporada a un centre de repòs, on es va recuperar del tot del seu trastorn transitori. En tornar, li va demanar perdó a la Marta i ella, que se l'estimava de veritat, va acceptar les seves disculpes i el va acollir de nou. Aquell estiu el van passar saltant d'una illa grega a una altra i, en tornar, la vida va seguir com si mai no hagués passat res. Però...

Un matí assolellat de setembre, la Marta es va despertar i es va trobar sola al llit. Mandrosa com era, es va estirar tan llarga com era, gaudint de la soledat i el silenci, fins que les ganes de pixar la van fer aixecar. Anava cap al bany quan, a la paret del fons, alguna cosa li va cridar l'atenció. Va retrocedir, va pujar al llit i es va apropar tant com va poder.

—No fotis! —va exclamar—. Una taca!!!

Va baixar d'un salt i va anar fins a la cuina, on el David esmorzava mirant una sèrie al mòbil. Sense donar explicacions, el va agafar del braç, el va arrossegar fins a l'habitació i, una vegada allà, va assenyalar la paret.

—Mira!

—El què?

—Com que el què? La taca, David, la taca!!!

—Mmmm... jo no veig res, nena.

—És una broma, no? Està aquí! —I li va donar copets amb una ungla de manicura impecable.
—De veritat que no veig res.

—No?

—No. Puc tornar a esmorzar?

—Sí, sí, és clar... Perdona —i va dibuixar un somriure de disculpa mentre tornava a mirar la paret.

El David li va picar l'ullet i va sortir de l'habitació amb les mans a les butxaques de darrere dels pantalons, on amagava el retolador permanent amb el qual havia pintat a la paret, al voltant de les quatre de la matinada, una taca petita, ridícula, gairebé insignificant, més cagadeta de mosca que taca en realitat.

Que n'era de dolç, el sabor de la venjança.


Mjo

Abril-2023

jueves, 8 de diciembre de 2022

JARDIN DE SOMBRAS (tercera parte)

Les tocó la quinta y la sexta posición en un grupo compuesto por otras dos parejas y una señora con sus dos hijos, ninguno mayor de ocho años, que iban agarrados a la cintura de su madre como si todavía estuvieran unidos a ella por el cordón umbilical. Para acceder a la atracción, tuvieron que atravesar una puerta de madera envejecida, manchada con polvo de mentira y telarañas de lana deshilachada, y una cortina, negra como la noche más oscura, que olía a encierro y olvido. Por los altavoces, sonaba una música siniestra que ocultaba cualquier sonido, incluido el de sus propios pasos y, por supuesto, los de cualquier otro. Les acompañaba un personaje siniestro disfrazado de botones recién desenterrado, que les llevó hasta una amplia habitación decorada como la recepción del hotel de todas sus pesadillas. Les dio cuatro indicaciones (no toquen y no les tocarán, no corran, no se separen, no se adelanten ni se retrasen) y les dejó solos para que se jugaran a un golpe de vista quién daba el primer paso. Todos se miraron, excepto los niños, retándose a aceptar el desafío de abrir la marcha. Antes de que nadie se moviera, de detrás del mostrador de recepción saltó una niña diabólica, porque no podría describirse de ninguna otra manera, que arrancó el primer grito en los adultos y activó el llanto, en modo histérico, de las dos criaturas. Nadie tuvo narices de recriminarles nada, y compadecerse de ellos tampoco se les pasó por la cabeza; estaban demasiado ocupados recuperando los corazones que se les habían escapado por la boca y disimulando que se acababan de cagar de puro miedo.

La niña era una actriz bajita vestida con un camisón blanco lleno de lazos y encajes, maquillada para que en la palidez del rostro destacaran unos enormes ojos subrayados por ojeras muy oscuras, tenía dos coletas con tirabuzones, caminaba a saltitos y cargaba una muñeca despelucada a la que le faltaba una pierna. Contó alguna historia relacionada con la habitación 666, cómo no, y ¿un asesino? No. ¿Un fantasma? Tampoco. ¿Un vampiro? Quizá...

―Pero da igual ―susurró, mirando a todos los rincones―, da igual. Vosotros no entréis, porque sea lo que sea lo que espera al otro lado, quien entra...

―¿No sale? ―preguntó, con voz temblorosa, uno de los sufridores integrantes del grupo.

―¿OTRA VEZ ASUSTANDO A LOS HUÉSPEDES, GWENDOLINE? ―berreó el botones de ultratumba, que había regresado sin anunciarse, como si quisiera que lo oyeran desde el otro lado del parque de atracciones―. A tu padre no le gustará saberlo.