Le costó disimular el estremecimiento que le recorrió el cuerpo cuando sintió sus brazos rodeándole y a duras penas consiguió contener el impulso de empujarle y alejarse. No soportaba que le tocara. No soportaba su olor. No soportaba su voz. No soportaba al hombre al que no hacía tanto quería con locura, tanto que decidió pasar el resto de su vida a su lado, y cada vez le costaba más ocultar el sentimiento, cercano a la repulsión, que sentía cuando le tenía cerca. Mientras recogía las bolsas del suelo, Carlos cogió a la pequeña Estela de la mano y empezaron a subir las escaleras cantando una canción infantil. La niña perfecta, el hombre perfecto, la escena perfecta. Y ella, completamente desenfocada. Daniella les observó, deseando que acabaran de una vez las malditas vacaciones para recuperar la rutina porque, con excepción de sus mañanas en la oficina, "rutina" significaba soledad y silencio. Paz.

Se las arregló para reírse en vez de llorar, que es lo que en realidad le apetecía. Sentarse en la playa y llorar hasta quedar limpia por dentro, a ver si así conseguía recuperar la cordura y su vida. Se encogió de hombros y subió las escaleras una a una, arrastrando los pies, preguntándose si algo así sentirían los condenados cuando se acercaban al patíbulo. Como un eco del pasado, llegó hasta ella la voz de su madre: "¿Por qué tienes que ser siempre tan exagerada?" y no supo qué contestar.
Mjo
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