Me levanto hoy, domingo 15 de marzo, y me sorprende el silencio. No sé por qué, vivo sola y es lo más habitual los fines de semana. Pero hoy... es especial, diferente.
Reconozco que, aunque no lo diga, toda esta situación me supera. Bueno, a mí y a todos, creo, porque no estamos preparados para afrontar una crisis de semejante magnitud ni dispuestos a renunciar a algunos aspectos de nuestra cómoda vida. Confundimos "aislamiento" y "quedarse en casa" con "vacaciones" y "me voy p'al pueblo" sin darnos cuenta que en vez de huir del contagio, lo que haremos es repartirlo allá por donde vayamos. No digo que todo el mundo lo haga o esté contagiado, ni mucho menos. Pero las autoridades sanitarias, las únicas a las que deberíamos hacer caso, nos han repetido de todas las maneras posibles, que el dichoso Covid19 tarda en manifestarse y que la mayoría de personas lo sufrirán sin darse cuenta siquiera. Podría pasar por un simple resfriado... aunque con el nivel de psicosis que arrastramos, y que cada día sube un puntito o dos, un estornudo por alergia al polen probablemente nos impulse a acudir corriendo a urgencias. No me corresponde a mí decirlo pero, por favor, usad la cabeza y los medios que las autoridades recomiendan y no colapséis los servicios sanitarios sin motivo porque podéis provocar que quien realmente lo necesita se quede sin atención médica. Yo no sé vosotros pero yo no podría vivir pensando que por mi culpa, un infarto o un herido en accidente no ha podido ser atendido y, quizá, ha muerto. Llamadme alarmista, histérica, tía loca o lo que os de la gana. Cada cual con su conciencia, yo tengo que vivir con la mía.
Vivo sola, ya lo he dicho, y no sé qué sería de mi sin whatsapp, telegram, twitter y, en menor medida, instagram y facebook. Que sí, que hay mucho postureo, un nivel de histeria que madremiadelamorhermoso y mucha pelea política que, ahora mismo, no sirve para una mierda. No sé vosotros, pero a mí me están haciendo sentir conectada, primero a mi familia y mis amigos y, después, a ese mundo que se queda al otro lado de las paredes. Será que soy muy superficial o algo. Lo cierto es que me muero por hablar con vosotros en persona, necesito un abrazo y que alguien me diga, al oído, "todo saldrá bien, estaremos bien, estarás bien". Echo de menos el contacto piel con piel, ver la sonrisa de mi sobrino en directo, que mi madre me regañe porque siempre encuentra algún motivo para hacerlo aunque sea de broma, reírme a carcajadas con mis amigas, las caminatas domingueras con mi prima mientras decidimos dónde vamos a redesayunar después. Echo de menos la vida, esa versión de vida a la que no le damos importancia nunca porque queremos, deseamos, soñamos con momentos que nos marquen y nos arranquen de la rutina. Joder, bendita rutina la que vivimos cada día, cómo la echo de menos ahora parece haber saltado por los aires. Que veo la tele y me harta, que leo libros y no me quedo con la mitad de las frases, que escucho la radio y todo me parece repetitivo, que escribo y sólo me salen vaguedades, que tengo hambre y sólo me apetecen guarrerías. Alto ahí, que os veo venir: el chocolate no es guarrería, es una necesidad y por eso he comprado de dos tipos diferentes: con leche y 70% de cacao, que es más sano... dicen. En fin, hablo por no quedarme callada.
Salgo a tender la ropa y el aire huele a pimientos asados. Qué hambre, de repente. Hoy haré arroz con espárragos y alcachofas, de postre yogur con piña y, seguro que sí, un trocito de chocolate negro. Después, siesta. Y seguimos para bingo.
Vosostros, ¿estáis bien?
Mjo
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