domingo, 26 de abril de 2020

ESCENAS (Semana 15)


ESCENA 1

(Conversación pre-cita entre Eric y Marina, después de los “¿Cómo estás?” y “¿Qué estás haciendo?” de cortesía).

ERIC (con tono de voz muy serio): Mañana, cuando llegue a tu casa, te quiero callada.

MARINA (sorprendida): ¿Quieres ser Mr. Gray?

ERIC: No, quiero ser yo quien manda. ¿Aceptas?

MARINA: ¿No podré decir nada?

ERIC: No, hasta que yo no te dé permiso.

MARINA (divertida): Qué atrevido…

ERIC (algo impaciente): ¿Sí o no?

MARINA (con decisión): Sí.

ERIC (sin acabar de creérselo): ¿En serio?

MARINA (con entusiasmo): ¡Por supuesto! 

ERIC: Te veo mañana. Llegaré sobre las ocho. O quizá antes…

MARINA: Ven cuando quieras, te estaré esperando.

(Se despiden con el siempre socorrido icono del bichito que manda un beso. Eric apaga el móvil y se mete en la cama. Da vueltas y más vueltas, intentando pensar en cualquier cosa que no sea la cita del día siguiente. Es imposible. Cada vez que cierra los ojos, le vienen imágenes a la cabeza, las situaciones que quiere provocar, y la sangre se va concentrando en la parte baja de su anatomía. Frustrado, levanta el nórdico y habla hacia el interior de la cama).


ERIC (con voz de mando): - Baja, ¡baja de una vez! (espera unos segundos, deja caer el nórdico y se lleva las manos a la cara). Claro, como si algo así me hubiera funcionado alguna vez…

(Se levanta de la cama y va a la cocina, bebe agua, se pasea por el piso, sale al balcón, revisa los mails pendientes de responder, consulta sus redes sociales. Nada. Se da una ducha con el agua más fría que es capaz de soportar y sale tal y como entró, pidiendo guerra. Apoya la frente en el espejo).

ERIC: Pero ¿qué demonios me pasa? ¡Ni que fuera mi primera vez! Parezco un adolescente incapaz de controlar las hormonas, vaya vergüenza. (Baja la mirada a la entrepierna y le habla). Vamos, hombre, no me hagas esta faena. ¿De verdad me va a hacer recurrir a eso? (Vuelve a mirarse al espejo y, por un momento, juraría que su imagen se encoge de hombros con resignación). Sí, ya veo que sí…

(Apaga la luz y se pone, nunca mejor dicho, manos a la obra. Ni siquiera tiene que esforzarse en imaginar una escena, la tiene clara en la cabeza desde el mismo instante en que decidió contarle su idea. Marina, que de un modo u otro siempre parece tener el poder, le espera sentada en el sofá, con la vista clavada en el suelo, las manos cruzadas en el regazo y completamente callada. Eric se agarra al lavabo y acelera el ritmo, cierra los ojos, se muerde el labio inferior. El alivio llega rápido y le deja con las rodillas flojas y la respiración alterada).

ERIC (mientras se lava las manos después de encender la luz): Estarás contenta, ya te has salido con la tuya. A ver si ahora me dejas dormir un rato, que mañana quiero estar descansado.

(Apaga la luz del lavabo y, pasándose las manos por el pelo alborotado, vuelve a su habitación. Se mete en la cama y se queda frito al instante).


ESCENA 2

(Estamos en el baño de Marina. Se está arreglando para la cita y, cómo siempre le pasa, tiene la sensación de ir con el tiempo demasiado justo. Sale de la ducha con el pelo envuelto con una toalla que robó de algún hotel y se pone un albornoz de color azul claro con estrellas. Se mira al espejo con ojo crítico, coge unas pinzas de depilar y arranca algún pelo de más que quedó en las cejas. Se lava los dientes a conciencia, se lava la cara con un jabón especial, se pone la crema hidratante y el contorno de ojos. Usa el desodorante especial de las grandes ocasiones y saca, del fondo del armario, la crema corporal que hace juego con su perfume favorito. Se frota con el albornoz hasta estar seca por completo y lo deja caer al suelo. Coge la crema y empieza a aplicársela en las piernas, los brazos, el pecho y, después de un segundo de duda, los alrededores de la entrepierna. Se le escapa una risita divertida porque se siente ridícula. De una percha de la puerta del baño, coge los pantalones del pijama y una camiseta de tirantes, se los pone y se quita la toalla del pelo. Se pone un líquido en las manos, lo reparte por el pelo y se desenreda con un peine amarillo. Repite la operación con otro producto, una especie de crema, dos veces y otra más con la cabeza inclinada. Saca el secador el armario, lo enchufa y pierde veinte minutos en secarse el pelo. Cuando acaba, se mira al espejo y arruga el gesto).

MARINA (con resignación): Yo es que no sé ni para qué me esfuerzo. Haga lo que haga, siempre parece que me he peinado con la batidora… En fin, ya lo arreglaré luego.

(Recoge la ropa interior que llevaba antes de ducharse y cuelga la toalla y el albornoz en las perchas de la puerta. Sale del baño y va hacia su habitación, descalza. Por el camino, se asoma a la cocina, repasa el comedor, mira la habitación de invitados y asiente cuando ve que no hay nada fuera de su sitio).

MARINA: Qué paliza de limpiar y ordenar me he pegado esta mañana, por favor, menos mal que ha quedado todo en perfecto estado de revista. Fijo que mi madre encontraría algún fallo pero no creo que Eric tenga en mente revisar si queda polvo en las estanterías de arriba (se ríe al imaginar a Eric, subido en una silla, y pasando el dedo por la parte alta de los muebles, arrugando el ceño al encontrar un rastro de polvo).

(Marina entra en su habitación, amplia y luminosa, con vistas al jardín comunitario, y mete la ropa sucia en el cesto de mimbre que hay en el rincón entre la cómoda y la pared. Abre el armario, se sienta en el borde de la cama y examina el contenido).

MARINA (en voz alta): Ese vestido ya me lo ha visto, además es muy difícil de quitar, la cremallera se atasca a mitad de recorrido. Tejanos no, son muy poco sexis. Además, me quedan un poco justos y dejarían marca en la cintura. Descartados. La mini de tablas… es una opción. (Se levanta y la descuelga de la percha. Cruza la habitación y se para frente al espejo de cuerpo entero. Se pone la falda por encima de la ropa y no parece muy convencida. La deja encima de la cama y sigue con la revisión del armario. Pasa prenda tras prenda). No. No. No. Quizá (pone un jersey de pico gris sobre la cama y sigue). No. No. ¡Ni que estuviera loca! Hombre, esto aún… (Deja una blusa negra, medio transparente, sobre la cama y sigue). No. No. Tampoco. ¡Por Dios, no tengo nada que ponerme! No. No. Podría ser… (Deja un vestido corto, negro y rojo, sobre la cama y sonríe con picardía). No sé. ¿Y el corpiño? (Camina hacia la cómoda, abre el tercer cajón y rebusca en el contenido. Cuando encuentra lo que busca, deja escapar un grito triunfal). ¡Sí, sabía que tenía que estar aquí! A ver qué tal quedaría con la falda… (Se quita la camiseta de tirantes y los pantalones, se pone la falda de tablas y pelea con el corpiño durante unos minutos, resoplando por el esfuerzo por cerrar los broches delanteros). Vale, ¡el lunes me pongo a dieta de lechuga y agua! (Cierra el último broche y, después de apartarse el pelo de la cara con un resoplido, se observa con ojo crítico en el espejo. Se mira de frente, por un lado, por otro y de espaldas, girando la cabeza tanto como se puede sin romperse el cuello). Bueno, está claro que no soy una top model pero tampoco es algo que le vaya a pillar por sorpresa. Además, si le añado las medias de rejilla y los tacones abrochados al tobillo… yo creo que el conjunto ganaría mucho. ¿Qué hora es? (Echa un vistazo al reloj de la mesita de noche y gime). ¡La siete menos cuarto! ¡Y todavía tengo que maquillarme y tratar de arreglar algo de estos pelajos! Nada, va a ser que así me quedo.

(Recoge de un manotazo la ropa que había dejado sobre la cama, la mete en el armario de cualquier manera y lo cierra. Se dirige a la cómoda, abre el primer cajón y busca unas bragas. Descarta unas blancas con encaje en los laterales, otras negras transparentes y se decide por unas rojas de encaje. De una bolsita de tela del segundo cajón, saca un par de medias de rejilla negras, con liguero, rematadas por un estrecho lazo de satén. De uno de los cajones de debajo de la cama, saca unos zapatos negros, de terciopelo y charol, con tacón de aguja de doce centímetros, atados al tobillo. Lo deja todo encima de la cama y vuelve al baño. Se lava los dientes de nuevo, se pone un poco más de desodorante y, de un cajón, saca un neceser con productos de maquillaje y se maquilla con cuidado. Base, corrector, polvos translucidos, eye liner, rimmel, colorete y, finalmente, su toque distintivo: pintalabios permanente rojo mate. Se mira al espejo con ojo crítico y decide que está perfecta, o casi. Intenta hacer algo con el pelo. Baja la cabeza y se echa un poco de laca. Lo alborota con las manos para darle volumen, echa otro poco de laca y levanta la cabeza de golpe. Se marea un poco y cierra los ojos. Cuando vuelve a abrirlo, recoloca un par de rizos, ahueca el flequillo y recurre a la laca para intentar que no se desmorone todo antes de que Eric llegue. No hay manera, su pelo tiene personalidad propia. Suspira, resignada).

MARINA: Bueno, tampoco estás tan mal, hija. ¡Un poquito de positividad, por una vez!

(Se lava las manos y se las seca antes de ponerse un poco de crema. Saca un bote de perfume del armario y da un toque detrás de cada oreja, en las muñecas, el escote y el pubis. Después pulveriza un poco en el aire y atraviesa la nube perfumada mientras se ríe por la tontería que está haciendo. Descuelga de la percha la toalla con la que se había envuelto el pelo y limpia la superficie del lavabo y algunas gotas de agua que han salpicado el espejo. Se da una última ojeada, recoloca un rizo, apaga la luz y se va hacia la habitación, cantando una canción de U2. El reloj marca las 19: 20 h).


ESCENA 3

(Eric se contempla, con ojo crítico, en el espejo del recibidor. Se mira de frente, por un lado, por otro y de espaldas, girando la cabeza tanto como se puede sin romperse el cuello. Se ha afeitado con esmero, se ha puesto after shave para evitar las irritaciones y se ha perfumado. Ha elegido una camisa blanca que Marina le dijo una vez que le quedaba muy bien, unos pantalones tejanos azules que todavía no había estrenado y unos mocasines negros que le hacían un poco de daño pero le gustaban mucho. Como no hace demasiado frío, se ha puesto una americana azul marino que le queda como un guante. El conjunto era informal pero elegante y él se veía muy atractivo).

ERIC (levantando una ceja, mirándose de arriba abajo): Sí, claro, tú te ves estupendo pero ¿te verá ella igual? (Se quita una pelusa del hombro izquierdo de la americana y se coloca bien el cuello de la camisa. Mira el reloj). Chico, son casi las siete, ya no puedes perder más tiempo.

(Va a la habitación y coge las llaves del coche y la cartera, que están sobre la mesita de noche. Se pone un poco más de colonia y apaga la luz. Sale del piso, cierra la puerta y echa la llave. Mientras espera el ascensor, su vecina de enfrente, una señora mayor con fama de ser la cotilla mayor de la escalera, sale con una bolsa de basura. Se saludan y esperan juntos al ascensor, que sube entre chirridos).

VECINA (mirando a Eric con descaro): Qué guapo estás, Eric. ¿A dónde vas tan apañado?

ERIC (con una sonrisa de circunstancias): Pues… he quedado para cenar.

VECINA (acercándose un poco y bajando la voz): ¿Con una chica…? (Eric carraspea, no dice nada y se limita a sonreír). Ay, pillín, ¡que te he pillado! ¿Cómo se llama la afortunada?

ERIC (visiblemente incómodo): No es ninguna chica, me voy con los amigos, señora Lola (pulsa de nuevo el botón del ascensor, que se había parado en el piso inferior).

VECINA (riéndose con picardía): Pues te has puesto muy guapo. Y qué bien hueles… Seguro que esta noche, ¿cómo dicen mis nietos? (La vecina piensa por un momento. El ascensor llega, por fin, y Eric abre la puerta para que ella entre. Cierra y pulsa el botón de la portería. El ascensor inicia el descenso con lentitud). ¡Ah, sí, ya me acuerdo! Seguro que esta noche pillas cacho. (Le guiña un ojo y se echa a reír a carcajadas y Eric, por cortesía, sonríe y clava la mirada en la lámpara. El ascensor frena bruscamente y Eric abre la puerta, la vecina sale y espera a que él le siga).

ERIC (aliviado): Lo siento, yo voy al parking. Me alegro de haberla visto, señora Lola. (Cierra la puerta del ascensor sin darle opción a réplica y se apoya en la pared con un suspiro). Qué mala suerte tengo, coño, mira que encontrarme precisamente con ella… ¡Mañana ya lo sabrá todo el edificio!

(Llega al parking y entra en su coche, limpio y brillante. Lo enciende y busca una emisora de radio que retransmita el partido de fútbol de su equipo. Sale del parking y se pierde por las calles de su ciudad hasta llegar a la autopista. El tráfico es fluido. Su equipo marca dos goles en quince minutos y Eric los celebra dentro del coche. Toma el desvío correcto, por una vez, y llega a su destino sin dificultades. Busca un aparcamiento cerca de la casa de Marina y tiene suerte al encontrarlo justo frente a su bloque. Aparca, apaga el motor, respira hondo y sale del coche. Cuando llama al timbre de Marina, son las 19: 25 h.).


ESCENA 4

(Marina, sentada en la cama, acaba de abrocharse los zapatos. Se levanta, pasa la mano por el nórdico para quitarle las arrugas y camina hasta el espejo. Se mira de arriba abajo, corrige la costura de las medias, que se había torcido y, en un ataque de locura, se da un pequeño toque de perfume detrás de las rodillas y en los tobillos. Deja el bote sobre el tocador y se ríe. En ese momento, suena el timbre de la portería. Marina da un bote y, como le pasa siempre, siente que el estómago le da un vuelco).

MARINA (poniéndose la mano en el estómago, apaga la luz y sale de la habitación): No hay manera, no sé si algún día seré capaz de controlar los nervios que me entran en cuanto oigo el timbre y sé que es él. (Llega al recibidor, carraspea y descuelga el interfono). ¿Sí?

ERIC: Hola, soy yo.

(Marina, sin decir nada, pulsa el botón que abre la puerta. Cuelga el interfono, abre la puerta del piso y se va al comedor. Se sienta en el sofá y cruza las piernas. Cambia de postura dos o tres veces, buscando algo casual. Al final, justo cuando oye a Eric entrar, se pone de pie, apoya una mano en la cadera y la otra en el respaldo de una silla. Separa un poco las piernas y levanta la barbilla. Respira hondo y clava la mirada en el pasillo. Cuando Eric aparece, se le aflojan las rodillas. Por el amor de Dios, está tan guapo que duele. Abre la boca para decírselo pero, en el último momento, recuerda el trato y se calla.).

ERIC (acercándose a ella con una sonrisa): Hola. ¿No me vas a decir nada? (Marina niega con la cabeza pero sonríe). Buena chica (Marina le mira enarcando una ceja y Eric se da cuenta de la metedura de pata). Mala elección de palabras, perdona.

(Eric se quita la americana y la deja en el sofá. Se acerca y le coge la mano que tenía apoyada en el respaldo de la silla. La lleva al centro del comedor y camina a su alrededor. Le roza la nuca con la punta de los dedos y siente que se estremece. Le besa un hombro y la oye gemir. Se pone delante de ella, se acerca y apoya las manos en la cintura de Marina. Ella cierra los ojos y entreabre la boca. Está rendida. Eric sonríe y, después de hacerla esperar unos segundos, la besa, con suavidad primero y con ganas después. Marina se entrega, dejándose llevar. El trato era no hacer nada que Eric no quisiera y está cumpliendo con su parte a la perfección).

ERIC (dando un par de pasos hacia atrás): ¿Estás bien? (Marina asiente con entusiasmo y sonríe). Qué raro se hace que no digas nada (ella se encoge de hombros), pero me gusta. Es… excitante.

(Eric vuelve a besarla, se abrazan, acaban cayendo en el sofá y todo se acelera. Marina, incapaz de estar quieta, le desabrocha la camisa sin dejar de besarle. Las manos de Eric se pierden debajo de su falda. Fuera, la luz de la tarde, que entra por el balcón que da a la calle, se va apagando pero ninguno de los dos se da cuenta. Tienen cosas mucho más interesantes que hacer).


ESCENA 5

(Es la mañana siguiente. Marina y Eric han desayunado café, tostadas y zumo de naranja. Se han metido en la ducha, se han enjabonado el uno al otro y han acabado por volver a la cama, totalmente empapados, para darse un último homenaje. Después, Eric se ha vestido y Marina se ha puesto una camiseta de tirantes azul y blanca. Han salido de la habitación cogidos de la mano y han cruzado el piso hasta el recibidor. Allí se han abrazado, se han besado, se han dicho adiós y han repetido la jugada una y otra vez. Después de un último beso, Eric ha abierto la puerta y, dándole una palmada cariñosa en la nalga, ha salido al rellano y se han despedido de verdad. Eric ha bajado las escaleras, se ha metido en el coche y lo ha puesto en marcha. En la radio, busca música y encuentra una emisora en la que U2 canta “A beautiful day” y él asiente. Mira por el espejo retrovisor y sale. Atraviesa las calles del pueblo hasta la entrada de la autopista y se incorpora al tráfico. Sonríe durante todo el camino. Cuando llega a su casa, mete el coche en el parking, va hasta el ascensor y, cuando llega, sube. Antes de pulsar el botón de su piso, se pone en marcha y se detiene en la portería. Se abre la puerta y entra la misma vecina. Eric maldice por lo bajo pero se las arregla para sonreír. Ella, en cambio, se alegra visiblemente).

VECINA: ¡Hombre, pero si es mi vecinito de enfrente! (Le palmea un brazo y se ríe).

ERIC: Buenos días, señora Lola.

VECINA: Vaya horas de venir (le mira de arriba abajo) y qué cara de felicidad que traes, hijo mío. ¿Tuviste suerte? ¿Pillaste cacho? (Eric abre la boca para decir cualquier cosa pero no tiene tiempo). A mí no me engañas, ¡tú has pillado cacho! ¡Y mucho!

(Eric cierra los ojos y maldice su suerte mientras la vecina se ríe a carcajadas).


ESCENA 6

(Marina se asoma al balcón hasta que Eric arranca el coche y se pierde al girar una esquina. Sonríe de oreja a oreja y ni siquiera se da cuenta de que, al otro lado de la calle, un vecino le observa con interés. Entra en su piso y va hasta la habitación. Las sábanas están húmedas del último asalto pero ella igual se tumba en la cama y se abraza a la almohada, que todavía huele a Eric. Pone la radio, con las imágenes de la noche todavía frescas en la memoria, y acunada por la voz del locutor, se queda dormida. Cuando despierta, lo primero que escucha es que la epidemia que está asolando Europa parece haber llegado para quedarse una larga temporada y el gobierno ha decretado el estado de alarma y confinamiento general de la población para los próximos quince días, como mínimo. Se le borra la sonrisa, se sienta en la cama y coge el móvil. Eric le ha enviado un mensaje. Lo abre y lee: “Ha sido una noche fantástica, ya tengo ganas de repetir.” Sonríe, a su pesar).

MARINA (escribiendo en el móvil): Sí, ha sido genial, me lo he pasado muy bien. Oye, ¿has oído las noticias? (Espera unos segundos y ve que Eric empieza a escribir).

ERIC: No, ¿qué ha pasado?

MARINA: Vas a flipar. Pues resulta que…


FIN

Mjo
19-04-2020
Reto Ray Bradbury
Semana 15

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