ESCENA
1
(Conversación
pre-cita entre Eric y Marina, después de los “¿Cómo estás?” y “¿Qué estás
haciendo?” de cortesía).
ERIC (con tono de voz muy serio): Mañana,
cuando llegue a tu casa, te quiero callada.
MARINA (sorprendida): ¿Quieres ser Mr. Gray?
ERIC: No, quiero ser
yo quien manda. ¿Aceptas?
MARINA: ¿No podré
decir nada?
ERIC: No, hasta que
yo no te dé permiso.
MARINA (divertida): Qué atrevido…
ERIC (algo impaciente): ¿Sí o no?
MARINA (con decisión): Sí.
ERIC (sin acabar de creérselo): ¿En serio?
MARINA (con entusiasmo): ¡Por supuesto!
ERIC: Te veo mañana.
Llegaré sobre las ocho. O quizá antes…
MARINA: Ven cuando
quieras, te estaré esperando.
(Se despiden con el siempre socorrido icono del bichito que manda un beso.
Eric apaga el móvil y se mete en la cama. Da vueltas y más vueltas, intentando
pensar en cualquier cosa que no sea la cita del día siguiente. Es imposible.
Cada vez que cierra los ojos, le vienen imágenes a la cabeza, las situaciones
que quiere provocar, y la sangre se va concentrando en la parte baja de su
anatomía. Frustrado, levanta el nórdico y habla hacia el interior de la cama).
ERIC (con voz de mando): - Baja, ¡baja de una
vez! (espera unos segundos, deja caer el
nórdico y se lleva las manos a la cara). Claro, como si algo así me hubiera
funcionado alguna vez…
(Se levanta de la cama y va a la cocina, bebe agua, se pasea por el
piso, sale al balcón, revisa los mails pendientes de responder, consulta sus
redes sociales. Nada. Se da una ducha con el agua más fría que es capaz de
soportar y sale tal y como entró, pidiendo guerra. Apoya la frente en el espejo).
ERIC: Pero ¿qué
demonios me pasa? ¡Ni que fuera mi primera vez! Parezco un adolescente incapaz
de controlar las hormonas, vaya vergüenza. (Baja
la mirada a la entrepierna y le habla). Vamos, hombre, no me hagas esta
faena. ¿De verdad me va a hacer recurrir a eso? (Vuelve a mirarse al espejo y, por un momento, juraría que su imagen se
encoge de hombros con resignación). Sí, ya veo que sí…
(Apaga la luz y se pone, nunca mejor dicho, manos a la obra. Ni siquiera
tiene que esforzarse en imaginar una escena, la tiene clara en la cabeza desde
el mismo instante en que decidió contarle su idea. Marina, que de un modo u
otro siempre parece tener el poder, le espera sentada en el sofá, con la vista
clavada en el suelo, las manos cruzadas en el regazo y completamente callada.
Eric se agarra al lavabo y acelera el ritmo, cierra los ojos, se muerde el
labio inferior. El alivio llega rápido y le deja con las rodillas flojas y la
respiración alterada).
ERIC (mientras se lava las manos después de
encender la luz): Estarás contenta, ya te has salido con la tuya. A ver si
ahora me dejas dormir un rato, que mañana quiero estar descansado.
(Apaga la luz del lavabo y, pasándose las manos por el pelo alborotado,
vuelve a su habitación. Se mete en la cama y se queda frito al instante).
ESCENA
2
(Estamos
en el baño de Marina. Se está arreglando para la cita y, cómo siempre le pasa,
tiene la sensación de ir con el tiempo demasiado justo. Sale de la ducha con el
pelo envuelto con una toalla que robó de algún hotel y se pone un albornoz de
color azul claro con estrellas. Se mira al espejo con ojo crítico, coge unas
pinzas de depilar y arranca algún pelo de más que quedó en las cejas. Se lava
los dientes a conciencia, se lava la cara con un jabón especial, se pone la
crema hidratante y el contorno de ojos. Usa el desodorante especial de las
grandes ocasiones y saca, del fondo del armario, la crema corporal que hace
juego con su perfume favorito. Se frota con el albornoz hasta estar seca por
completo y lo deja caer al suelo. Coge la crema y empieza a aplicársela en las
piernas, los brazos, el pecho y, después de un segundo de duda, los alrededores
de la entrepierna. Se le escapa una risita divertida porque se siente ridícula.
De una percha de la puerta del baño, coge los pantalones del pijama y una
camiseta de tirantes, se los pone y se quita la toalla del pelo. Se pone un
líquido en las manos, lo reparte por el pelo y se desenreda con un peine
amarillo. Repite la operación con otro producto, una especie de crema, dos
veces y otra más con la cabeza inclinada. Saca el secador el armario, lo
enchufa y pierde veinte minutos en secarse el pelo. Cuando acaba, se mira al
espejo y arruga el gesto).
MARINA (con resignación): Yo es que no sé ni
para qué me esfuerzo. Haga lo que haga, siempre parece que me he peinado con la
batidora… En fin, ya lo arreglaré luego.
(Recoge la ropa interior que llevaba antes de ducharse y cuelga la
toalla y el albornoz en las perchas de la puerta. Sale del baño y va hacia su
habitación, descalza. Por el camino, se asoma a la cocina, repasa el comedor,
mira la habitación de invitados y asiente cuando ve que no hay nada fuera de su
sitio).
MARINA: Qué paliza de
limpiar y ordenar me he pegado esta mañana, por favor, menos mal que ha quedado
todo en perfecto estado de revista. Fijo que mi madre encontraría algún fallo
pero no creo que Eric tenga en mente revisar si queda polvo en las estanterías
de arriba (se ríe al imaginar a Eric,
subido en una silla, y pasando el dedo por la parte alta de los muebles,
arrugando el ceño al encontrar un rastro de polvo).
(Marina entra en su habitación, amplia y luminosa, con vistas al jardín
comunitario, y mete la ropa sucia en el cesto de mimbre que hay en el rincón
entre la cómoda y la pared. Abre el armario, se sienta en el borde de la cama y
examina el contenido).
MARINA (en voz alta): Ese vestido ya me lo ha
visto, además es muy difícil de quitar, la cremallera se atasca a mitad de
recorrido. Tejanos no, son muy poco sexis. Además, me quedan un poco justos y
dejarían marca en la cintura. Descartados. La mini de tablas… es una opción. (Se levanta y la descuelga de la percha.
Cruza la habitación y se para frente al espejo de cuerpo entero. Se pone la
falda por encima de la ropa y no parece muy convencida. La deja encima de la
cama y sigue con la revisión del armario. Pasa prenda tras prenda). No. No.
No. Quizá (pone un jersey de pico gris
sobre la cama y sigue). No. No. ¡Ni que estuviera loca! Hombre, esto aún… (Deja una blusa negra, medio transparente,
sobre la cama y sigue). No. No. Tampoco. ¡Por Dios, no tengo nada que
ponerme! No. No. Podría ser… (Deja un
vestido corto, negro y rojo, sobre la cama y sonríe con picardía). No sé.
¿Y el corpiño? (Camina hacia la cómoda,
abre el tercer cajón y rebusca en el contenido. Cuando encuentra lo que busca,
deja escapar un grito triunfal). ¡Sí, sabía que tenía que estar aquí! A ver
qué tal quedaría con la falda… (Se quita
la camiseta de tirantes y los pantalones, se pone la falda de tablas y pelea
con el corpiño durante unos minutos, resoplando por el esfuerzo por cerrar los
broches delanteros). Vale, ¡el lunes me pongo a dieta de lechuga y agua! (Cierra el último broche y, después de
apartarse el pelo de la cara con un resoplido, se observa con ojo crítico en el
espejo. Se mira de frente, por un lado, por otro y de espaldas, girando la
cabeza tanto como se puede sin romperse el cuello). Bueno, está claro que
no soy una top model pero tampoco es algo que le vaya a pillar por sorpresa.
Además, si le añado las medias de rejilla y los tacones abrochados al tobillo…
yo creo que el conjunto ganaría mucho. ¿Qué hora es? (Echa un vistazo al reloj de la mesita de noche y gime). ¡La siete
menos cuarto! ¡Y todavía tengo que maquillarme y tratar de arreglar algo de
estos pelajos! Nada, va a ser que así me quedo.
(Recoge de un manotazo la ropa que había dejado sobre la cama, la mete
en el armario de cualquier manera y lo cierra. Se dirige a la cómoda, abre el
primer cajón y busca unas bragas. Descarta unas blancas con encaje en los
laterales, otras negras transparentes y se decide por unas rojas de encaje. De
una bolsita de tela del segundo cajón, saca un par de medias de rejilla negras,
con liguero, rematadas por un estrecho lazo de satén. De uno de los cajones de
debajo de la cama, saca unos zapatos negros, de terciopelo y charol, con tacón
de aguja de doce centímetros, atados al tobillo. Lo deja todo encima de la cama
y vuelve al baño. Se lava los dientes de nuevo, se pone un poco más de
desodorante y, de un cajón, saca un neceser con productos de maquillaje y se
maquilla con cuidado. Base, corrector, polvos translucidos, eye liner, rimmel,
colorete y, finalmente, su toque distintivo: pintalabios permanente rojo mate.
Se mira al espejo con ojo crítico y decide que está perfecta, o casi. Intenta
hacer algo con el pelo. Baja la cabeza y se echa un poco de laca. Lo alborota
con las manos para darle volumen, echa otro poco de laca y levanta la cabeza de
golpe. Se marea un poco y cierra los ojos. Cuando vuelve a abrirlo, recoloca un
par de rizos, ahueca el flequillo y recurre a la laca para intentar que no se
desmorone todo antes de que Eric llegue. No hay manera, su pelo tiene
personalidad propia. Suspira, resignada).
MARINA: Bueno,
tampoco estás tan mal, hija. ¡Un poquito de positividad, por una vez!
(Se lava las manos y se las seca antes de ponerse un poco de crema. Saca
un bote de perfume del armario y da un toque detrás de cada oreja, en las
muñecas, el escote y el pubis. Después pulveriza un poco en el aire y atraviesa
la nube perfumada mientras se ríe por la tontería que está haciendo. Descuelga
de la percha la toalla con la que se había envuelto el pelo y limpia la
superficie del lavabo y algunas gotas de agua que han salpicado el espejo. Se
da una última ojeada, recoloca un rizo, apaga la luz y se va hacia la
habitación, cantando una canción de U2. El reloj marca las 19: 20 h).
ESCENA
3
(Eric
se contempla, con ojo crítico, en el espejo del recibidor. Se mira de frente,
por un lado, por otro y de espaldas, girando la cabeza tanto como se puede sin
romperse el cuello. Se ha afeitado con esmero, se ha puesto after shave para
evitar las irritaciones y se ha perfumado. Ha elegido una camisa blanca que
Marina le dijo una vez que le quedaba muy bien, unos pantalones tejanos azules
que todavía no había estrenado y unos mocasines negros que le hacían un poco de
daño pero le gustaban mucho. Como no hace demasiado frío, se ha puesto una americana azul
marino que le queda como un guante. El conjunto era informal pero elegante y él
se veía muy atractivo).
ERIC (levantando una ceja, mirándose de arriba
abajo): Sí, claro, tú te ves estupendo pero ¿te verá ella igual? (Se quita una pelusa del hombro izquierdo de
la americana y se coloca bien el cuello de la camisa. Mira el reloj). Chico, son casi las siete, ya no puedes perder más
tiempo.
(Va a la habitación y coge las llaves del coche y la cartera, que están
sobre la mesita de noche. Se pone un poco más de colonia y apaga la luz. Sale
del piso, cierra la puerta y echa la llave. Mientras espera el ascensor, su
vecina de enfrente, una señora mayor con fama de ser la cotilla mayor de la
escalera, sale con una bolsa de basura. Se saludan y esperan juntos al
ascensor, que sube entre chirridos).
VECINA (mirando a Eric con descaro): Qué guapo
estás, Eric. ¿A dónde vas tan apañado?
ERIC (con una sonrisa de circunstancias):
Pues… he quedado para cenar.
VECINA (acercándose
un poco y bajando la voz): ¿Con una chica…? (Eric carraspea, no dice nada y se limita a sonreír). Ay, pillín,
¡que te he pillado! ¿Cómo se llama la afortunada?
ERIC (visiblemente incómodo): No es ninguna
chica, me voy con los amigos, señora Lola (pulsa
de nuevo el botón del ascensor, que se había parado en el piso inferior).
VECINA (riéndose con picardía): Pues te has
puesto muy guapo. Y qué bien hueles… Seguro que esta noche, ¿cómo dicen mis
nietos? (La vecina piensa por un momento.
El ascensor llega, por fin, y Eric abre la puerta para que ella entre. Cierra y
pulsa el botón de la portería. El ascensor inicia el descenso con lentitud). ¡Ah,
sí, ya me acuerdo! Seguro que esta noche pillas cacho. (Le guiña un ojo y se echa a reír a carcajadas y Eric, por cortesía,
sonríe y clava la mirada en la lámpara. El ascensor frena bruscamente y Eric abre
la puerta, la vecina sale y espera a que él le siga).
ERIC (aliviado): Lo siento, yo voy al parking.
Me alegro de haberla visto, señora Lola. (Cierra
la puerta del ascensor sin darle opción a réplica y se apoya en la pared con un
suspiro). Qué mala suerte tengo, coño, mira que encontrarme precisamente
con ella… ¡Mañana ya lo sabrá todo el edificio!
(Llega al parking y entra en su coche, limpio y brillante. Lo enciende y
busca una emisora de radio que retransmita el partido de fútbol de su equipo.
Sale del parking y se pierde por las calles de su ciudad hasta llegar a la
autopista. El tráfico es fluido. Su equipo marca dos goles en quince minutos y
Eric los celebra dentro del coche. Toma el desvío correcto, por una vez, y
llega a su destino sin dificultades. Busca un aparcamiento cerca de la casa de
Marina y tiene suerte al encontrarlo justo frente a su bloque. Aparca, apaga el
motor, respira hondo y sale del coche. Cuando llama al timbre de Marina, son
las 19: 25 h.).
ESCENA
4
(Marina, sentada en la cama, acaba de abrocharse los zapatos. Se
levanta, pasa la mano por el nórdico para quitarle las arrugas y camina hasta
el espejo. Se mira de arriba abajo, corrige la costura de las medias, que se
había torcido y, en un ataque de locura, se da un pequeño toque de perfume
detrás de las rodillas y en los tobillos. Deja el bote sobre el tocador y se
ríe. En ese momento, suena el timbre de la portería. Marina da un bote y, como
le pasa siempre, siente que el estómago le da un vuelco).
MARINA (poniéndose la mano en el estómago, apaga la
luz y sale de la habitación): No hay manera, no sé si algún día seré capaz
de controlar los nervios que me entran en cuanto oigo el timbre y sé que es él.
(Llega al recibidor, carraspea y
descuelga el interfono). ¿Sí?
ERIC: Hola, soy yo.
(Marina, sin decir nada, pulsa el botón que abre la puerta. Cuelga el
interfono, abre la puerta del piso y se va al comedor. Se sienta en el sofá y
cruza las piernas. Cambia de postura dos o tres veces, buscando algo casual. Al
final, justo cuando oye a Eric entrar, se pone de pie, apoya una mano en la
cadera y la otra en el respaldo de una silla. Separa un poco las piernas y
levanta la barbilla. Respira hondo y clava la mirada en el pasillo. Cuando Eric
aparece, se le aflojan las rodillas. Por el amor de Dios, está tan guapo que
duele. Abre la boca para decírselo pero, en el último momento, recuerda el
trato y se calla.).
ERIC (acercándose a ella con una sonrisa): Hola.
¿No me vas a decir nada? (Marina niega
con la cabeza pero sonríe). Buena chica (Marina le mira enarcando una ceja y Eric se da cuenta de la metedura de
pata). Mala elección de palabras, perdona.
(Eric
se quita la americana y la deja en el sofá. Se acerca y le coge la mano que
tenía apoyada en el respaldo de la silla. La lleva al centro del comedor y
camina a su alrededor. Le roza la nuca con la punta de los dedos y siente que
se estremece. Le besa un hombro y la oye gemir. Se pone delante de ella, se
acerca y apoya las manos en la cintura de Marina. Ella cierra los ojos y
entreabre la boca. Está rendida. Eric sonríe y, después de hacerla esperar unos
segundos, la besa, con suavidad primero y con ganas después. Marina se entrega,
dejándose llevar. El trato era no hacer nada que Eric no quisiera y está
cumpliendo con su parte a la perfección).
ERIC (dando un par de pasos hacia atrás):
¿Estás bien? (Marina asiente con
entusiasmo y sonríe). Qué raro se hace que no digas nada (ella se encoge de hombros), pero me
gusta. Es… excitante.
(Eric vuelve a besarla, se abrazan, acaban cayendo en el sofá y todo se acelera.
Marina, incapaz de estar quieta, le
desabrocha la camisa sin dejar de besarle. Las manos de Eric se pierden debajo
de su falda. Fuera, la luz de la tarde, que entra por el balcón que da a la
calle, se va apagando pero ninguno de los dos se da cuenta. Tienen cosas mucho
más interesantes que hacer).
ESCENA
5
(Es
la mañana siguiente. Marina y Eric han desayunado café, tostadas y zumo de
naranja. Se han metido en la ducha, se han enjabonado el uno al otro y han
acabado por volver a la cama, totalmente empapados, para darse un último
homenaje. Después, Eric se ha vestido y Marina se ha puesto una camiseta de
tirantes azul y blanca. Han salido de la habitación cogidos de la mano y han
cruzado el piso hasta el recibidor. Allí se han abrazado, se han besado, se han
dicho adiós y han repetido la jugada una y otra vez. Después de un último beso,
Eric ha abierto la puerta y, dándole una palmada cariñosa en la nalga, ha
salido al rellano y se han despedido de verdad. Eric ha bajado las escaleras,
se ha metido en el coche y lo ha puesto en marcha. En la radio, busca música y
encuentra una emisora en la que U2 canta “A beautiful day” y él asiente. Mira
por el espejo retrovisor y sale. Atraviesa las calles del pueblo hasta la
entrada de la autopista y se incorpora al tráfico. Sonríe durante todo el
camino. Cuando llega a su casa, mete el coche en el parking, va hasta el
ascensor y, cuando llega, sube. Antes de pulsar el botón de su piso, se pone en
marcha y se detiene en la portería. Se abre la puerta y entra la misma vecina.
Eric maldice por lo bajo pero se las arregla para sonreír. Ella, en cambio, se
alegra visiblemente).
VECINA: ¡Hombre, pero
si es mi vecinito de enfrente! (Le palmea
un brazo y se ríe).
ERIC: Buenos días,
señora Lola.
VECINA: Vaya horas de
venir (le mira de arriba abajo) y qué
cara de felicidad que traes, hijo mío. ¿Tuviste suerte? ¿Pillaste cacho? (Eric abre la boca para decir cualquier cosa
pero no tiene tiempo). A mí no me engañas, ¡tú has pillado cacho! ¡Y mucho!
(Eric cierra los ojos y maldice su suerte mientras la vecina se ríe a
carcajadas).
ESCENA
6
(Marina se asoma al balcón hasta que Eric arranca el coche y se pierde
al girar una esquina. Sonríe de oreja a oreja y ni siquiera se da cuenta de
que, al otro lado de la calle, un vecino le observa con interés. Entra en su
piso y va hasta la habitación. Las sábanas están húmedas del último asalto pero
ella igual se tumba en la cama y se abraza a la almohada, que todavía huele a
Eric. Pone la radio, con las imágenes de la noche todavía frescas en la memoria,
y acunada por la voz del locutor, se queda dormida. Cuando despierta, lo
primero que escucha es que la epidemia que está asolando Europa parece haber
llegado para quedarse una larga temporada y el gobierno ha decretado el estado
de alarma y confinamiento general de la población para los próximos quince
días, como mínimo. Se le borra la sonrisa, se sienta en la cama y coge el
móvil. Eric le ha enviado un mensaje. Lo abre y lee: “Ha sido una noche
fantástica, ya tengo ganas de repetir.” Sonríe, a su pesar).
MARINA (escribiendo en el móvil): Sí, ha sido
genial, me lo he pasado muy bien. Oye, ¿has oído las noticias? (Espera unos segundos y ve que Eric empieza a
escribir).
ERIC: No, ¿qué ha
pasado?
MARINA: Vas a flipar.
Pues resulta que…
FIN
Mjo
19-04-2020
Reto Ray Bradbury
Semana 15
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