Cuando está segura de tenerlo todo listo, pone la cafetera al fuego y, mientras el aroma del café invade hasta el último rincón, conecta el ordenador. Después se sirve una taza, corta un trozo de bizcocho de limón y desayuna repasando los encargos recibidos por mail. Los imprime y ordena según el plazo de entrega y el grado de dificultad, y los distribuye en el tablón que hay frente a los vestuarios. Dos bautizos, tres cumpleaños, una graduación y, lo que más odia, una boda. Aprieta los dientes y respira hondo. Al menos, esta vez le ha llegado con antelación más que suficiente para planificarlo con calma. Lo habitual es de hoy para ya y rara vez queda satisfecha con el resultado.
De
vez en cuando llega un pedido que se sale de lo común y representa un desafío.
Hace tiempo que la rutina está a la orden del día y no es que se aburra, pero
echa de menos el vértigo que sentía al ver la fecha de entrega cada vez más
cerca sin tener el proyecto definido. Cree que trabaja mejor bajo presión, su
cerebro parece necesitar el chute de adrenalina que genera la incertidumbre. No
pierde la esperanza; empieza la temporada de despedida de solteros y solteras,
celebraciones que suelen ofrecer muchas posibilidades para romper las reglas.
A
las ocho y media llega Adrià, parloteando por los codos y con restos de confeti
en el pelo. Pero ¿quién, por Dios, se pasa la noche de un martes de juerga?
Candela le pone una taza de café y sonríe mientras le escucha explicar dónde,
cuándo y cómo ha conocido al nuevo amor de su vida.
-
Madre mía, Candela, si vieras lo grande que es su...
-
¡Alto! – exclama, levantando las manos. Es demasiado temprano para detalles
escabrosos-. No necesito tanta información, gracias.
-
¡Su piso, señorita malpensada! – Contesta Adrià, riéndose a carcajadas-. Nos
hemos pasado la noche sentados en su sofá, hablando sin parar. Y te juro que ha
sido la mejor de mi vida. ¡La mejor!
-
Así que... ¿no ha habido sexo? – Su amigo asintió y se tapó la cara con las
manos, como si estuviera avergonzado-. Vaya... Oye, ¿quién eres tú y qué has
hecho con mi amigo?
-
Lo sé... ¡me he enamorado!
-
No sabes cómo me alegro. Ya ha pasado demasiado tiempo desde...
- Chitón, que me jodes el día – Adrià termina
el café y se levanta de un salto-. Voy a ducharme y a trabajar sin pensar en él
– Se aleja por el pasillo en dirección a los vestuarios y, a medio camino,
retrocede y asoma la cabeza por la puerta-. O, simplemente, voy a ducharme y
trabajar.
A
primera hora de la tarde, Adrià atiende una llamada que le planta una enorme
sonrisa en la cara. Candela, al otro lado de la cocina, no consigue escuchar lo
que dice, pero le ve asentir con entusiasmo mientras toma notas en el bloc de
pedidos. Cuando cuelga, le hace un gesto para que vaya al despacho y Candela,
después de meter en el horno una bandeja de galletas y lavarse las manos, le
sigue.
-
No te lo vas a creer – dice Adrià, que está sentado en su butaca, frente al
ordenador-, ¡este encargo te va a encantar!
-
Por favor, dime que no es una boda exprés...
-
Noooooo, que ya sé que las odias – Se queda pensando unos segundos y sonríe-.
Yo creo que nunca hemos hecho nada así.
-
Bueno, confío en que me digas de qué se trata antes de que cumpla el plazo de
entrega.
-
Ais, doña impaciencia, dame un momento, ¿quieres? – Entra en el buscador,
teclea una dirección, espera unos segundos y sonríe-. Qué buena pinta tiene!
Candela, te presento la web de “Red Velvet”, una sex shop especialmente
concebida para los deseos y necesidades de las mujeres – Le da la vuelta a la
pantalla para que Candela pueda verla pero ella la ignora y, simplemente, le
mira-. La tienda física se inaugura dentro de quince días y quieren que
nosotros hagamos la tarta que servirán en la fiesta de apertura.
-
¿Una sex shop? – Pone cara de escepticismo y coloca la pantalla en su lugar-.
No, lo siento, ese no es nuestro estilo.
-
No, claro, porque nosotros no hemos hecho, jamás de la vida, una polla de
bizcocho de chocolate con su relleno de nata, ¿verdad? – Contesta Adrià, con
ironía-. Déjate de remilgos, nena, que no nacimos ayer. Además – vuelve a darle
la vuelta a la pantalla y la señala-, mira su web, ¡destila glamour! No es una
chabacanería. ¿Quieres hacer el favor de mirarla? Madre mía, ni que acabaras de
salir del convento...
Candela
suspira, se incorpora en la silla y presta atención. A primera vista, no hay
nada escandaloso en la imagen de portada. Sobre un fondo negro, una mujer,
vestida con lencería de seda y encaje y calzando unos tacones de aguja de
infarto, mira al frente con una sonrisa picante, cómodamente sentada en un
sillón de terciopelo rojo. A sus pies, los restos de una tarta Red Velvet y una
frase en mayúsculas: “Ven a descubrir una nueva dimensión de placer, pensada
sólo para tí” y, entre paréntesis, con letra más pequeña: “Los caballeros son
bienvenidos, seguro que aprenden algo”. A primera vista, no hay nada ofensivo o
demasiado evidente. De hecho, le parece sugerente y hasta de buen gusto, incita
a seguir curioseando. Coge el ratón y pulsa “Continuar”. Aparece entonces,
sobre un fondo rojo, una lista con las distintas posibilidades que ofrecen,
desde disfraces hasta juguetes, pasando por aceites de masaje y, por supuesto,
una amplia selección de vibradores de todos los tamaños, colores y formas
imaginables.
-
Qué... ¿ves algo que te interese? – A Candela se le suben los colores y hace un
gesto de negación con la cabeza. Se le ha olvidado que Adrià está allí, atento
a todas sus reacciones.
-
¿Yo? No, para nada.
-
Ya... En ese caso, supongo que lo que toca ahora es decidir si aceptamos o no
el encargo. Yo voto que sí – dice, levantando la mano como si quisiera
responder una pregunta en clase. Candela mira la pantalla de reojo, pero no dice
nada-. Nena, decídete, que se me cansa el brazo... Va, que lo que querrán será
algo con clase, elegante, y de eso estamos sobrados. Di que sí, por faaaaa...
-
Está bien, está bien... – Adrià aplaude y ejecuta, sin levantarse de la butaca,
su “happy dance”-. ¡Para, hombre, que te vas a cargar la butaca!
-
¡Es que estoy contento! – Candela le lanza una de sus miradas asesinas y para
al instante-. Sí. Vale. Ya está. Voy a llamar a Piero, a ver si puede venir
esta tarde para empezar con el diseño y demás.
-
¿Quién es Piero?
-
El dueño de la sex shop – dice, mientras busca y marca el número en el móvil-.
Es italiano y si la voz le hace justicia, será DI-VI-NO. Ciao, Piero! Soy Adrià
(...) Sí, de la pastelería. He estado hablando con Candela (...) Mi socia, eso
es (...) Un nombre precioso, desde luego. Oye, hemos decidido aceptar el
trabajo y quería saber si puedes pasar esta tarde por aquí, para empezar a
(...) Ajá (...) Ajá (...) Sí, claro, lo entiendo (...) A mí me es imposible,
pero espera un momento, por favor – Pone el teléfono en silencio y se dirige a
Candela-. No puede venir, está trabajando en las reformas del local y va contrarreloj.
Quiere saber si podemos ir nosotros.
-
¿Hoy? ¿Esta noche?
-
Sí, estará allí hasta las diez o las once.
-
Bueno, dile que sí, que iremos.
-
Es que yo no puedo, he quedado con Arnau. ¡Nuestra primera cita oficial! No
puedo anularla. ¿Por qué no vas tú? – Candela niega repetidamente con la cabeza-.
Oh, venga... Sólo es la primera toma de contacto, para conocerle y saber qué
idea tiene en mente. Por favooooooooor, di que sí...
-
De acuerdo – suspira y se rinde-, pero que sepas que te odio.
-
Yo, en cambio, ¡te adoro! – Vuelve a activar el teléfono y retoma la
conversación-. ¿Piero? No hay problema, Candela irá encantada. ¿Me das la
dirección exacta, por favor? (...) Ah, que me la envías por mensaje. Mucho
mejor. Grazie! Ciao, ciao... – Cuelga, se guarda el móvil en el bolsillo del
delantal y se estira, satisfecho. Candela, al otro lado de la mesa, le mira con
los brazos cruzados y el ceño fruncido.
-
¿Yo estoy encantada de ir? ¿Es esta la cara de una persona encantada de ir a
donde sea?
Adrià
se ríe con ganas y se pone en pie. Se acerca a ella, le planta un beso en la
coronilla y la obliga a levantarse. Luego le pasa el brazo por la cintura y
salen del despacho.
-
No te enfades, mujer, piensa que así romperás la rutina de cada día y te dará
el aire, que te estás poniendo gris de tanto estar encerrada. – Sonó su móvil,
lo sacó del bolsillo y mira la pantalla-. Ah, ya ha enviado la dirección. Qué
cumplidor. Esperemos que lo sea también a la hora de pagar.
-
¿Está muy lejos? Dime que no tengo que coger el metro, por favor.
-
Pues... no, está por el Gótic y hay un autobús que te deja casi en la puerta. O
eso dice él, que me ha enviado hasta un mapa. Cómo son estos italianos, qué
elegancia...
-
Ya veremos.
-
Oh, cállate ya, quejica. Te paso los datos a tu móvil, ¿vale? – Espera que
suene el “ping” de los mensajes y que Candela le confirme que le ha llegado
bien-. Perfecto, creo que ya está todo. ¡Ah, no!
-
Dime.
Adrià
se le acercó y, después de asegurarse que nadie les oía, le susurró al oído.
-
Hazme un favor. Mejor dicho: hazte un favor esta noche y, si Piero no es un
horror y se pone a tiro... ¡te lo tiras! Que ya va siendo hora de que alguien
te quite las telarañas de los bajos, señorita – le dio una palmada juguetona en
el trasero y se alejó, riéndose, en dirección a la cocina.
-
Sí, claro – se dijo Candela, siguiéndole-, porque cosas así me pasan cada
día...
Candela
llama a la persiana, que está medio abierta, y espera a que le atienda alguien.
De la puerta de al lado sale una mujer de unos sesenta años, vestida de negro
de la cabeza a los pies y con un moño tirante, que mira a ambos lados y, al
verla, sonríe y habla en italiano.
-
Buona sera. Posso aiutarti, signorina?
-
Buona sera. Vengo a ver a Piero – La mujer la mira, como si esperara algo más-.
Soy Candela. De la pastelería.
- Oh, certo! Vieni, per favore – le hace un gesto para que la siga-. Mio figlio sta lavorando.
-
Stai atenta, questo è un disastro, signorina...
-
Candela – Extiende la mano pero la señora, en vez de estrechársela, le planta
tres sonoros besos en las mejillas.
-
Io sono Francesca, ma tutti mi chiamano mamma – subraya la palabra con ese
gesto tan italiano y a Candela se le
escapa la risa-. Eccolo... Piero, amore, Candela vi speta!
-
Vengo, mamma!
-
Va bene! A dopo, bella – se despide Francesca, dejándola sola en medio de un
salón caótico.
-
¡Candela, por favor, deme cinco minutos y seré todo suyo! – La voz, con marcado
acento italiano y, como dice Adrià, di-vi-na, llega desde el otro lado de una
estantería a medio pintar.
-
¡No se preocupe, me espero! – Candela aprovecha para curiosear. Se asoma a una
caja medio abierta, al ver el contenido, se le abren mucho los ojos y se le
escapa una risita. Son vibradores a los que no les falta ningún detalle. Saca
uno de los paquetes y se pregunta si los fabricaron a partir de un modelo real.
Al imaginar el conjunto completo, le entra hasta calor.
-
Veo que ha encontrado uno de nuestros productos estrella.
Candela
se gira de golpe y se encuentra con quien sólo puede ser el muy di-vi-no Piero,
que la observa con una sonrisa divertida. No lleva camiseta, sólo unos tejanos
salpicados de pintura de varios colores y con un roto a la altura de la rodilla
izquierda, y unas botas de trabajo que tienen pinta de pesar una tonelada. Se
está limpiando las manos con un trapo que, después, engancha en el bolsillo
trasero. Se acerca a ella, que no hace otra cosa que mirarle de arriba a abajo
con la boca, se teme, abierta por el asombro. Piero le tiende la mano y amplía
la sonrisa, dejando a la vista una hilera de dientes, cómo no, perfectos y a
Candela le da un vuelco el estómago. Se da cuenta de que todavía tiene la caja
con el vibrador en la mano y se quiere morir de la vergüenza. Lo deja en su
sitio y dibuja una mueca que, espera, parezca una sonrisa de disculpa.
-
Lo mismo digo. Disculpa que te haya hecho venir pero – hace un gesto con las
manos, señalando el caos que les envuelve -, pero las obras van atrasadas y se
acerca la fecha de apertura. Tengo que trabajar tanto como me sea posible.
-
No pasa nada. ¿Podríamos sentarnos en algún sitio?
-
Sí, vamos a la oficina. Es el único sitio donde todavía hay un poco de orden –
Recupera una camiseta, que estaba colgada en una percha, y se la pone-. Por
favor, sígueme.
El
despacho, al final de un corto pasillo, tiene el tamaño justo para poner una
estantería, una mesa, una butaca y dos sillas, dejando el espacio suficiente
para moverse alrededor sin andar tropezando con los muebles. Las paredes están
pintadas de blanco y preside la estancia un cuadro con la misma foto de la
portada de la web. Piero se sienta en la butaca y le señala una silla.
-
¿Quieres un café?
-
No, gracias, luego no podría dormir – Candela saca su carpeta del bolso y va
directa al tema que les ocupa-. Dime, ¿qué ideas tienes para la inauguración?
Pasan
la siguiente hora discutiendo las distintas posibilidades. Piero quiere que la
fiesta sea, ante todo, elegante porque el suyo, a pesar de la etiqueta “sex
shop”, va a ser un negocio con clase. Nada de colores chillones, iluminación
escandalosa, rincones oscuros ni música estridente. Vendía lo que vendía y esas
cosas, por mucho que se esforzara, no se podían disimular, pero quiere hacer
todo lo posible para atenuar el efecto. Su intención es convertir lo grotesco
en curiosidad y la perversión, en una promesa de placer. Así que, lo deja bien
claro, nada de tartas en forma de pene, magdalenas coronadas con una guinda a
modo de pezón ni, por favor, bombones con aspecto de vulva. Candela hace
algunos bocetos y Piero promete estudiarlos con calma y darle una respuesta,
como mucho, en un par de días. En cuanto al sabor de la tarta, lo tiene muy
claro: Red Velvet, para que haga honor a su marca comercial. A Candela le
parece demasiado obvio, pero el cliente paga y si quiere Red Velvet, Red Velvet
tendrá.
-
Ni mucho menos – contesta Piero, apoyando la espalda en el respaldo de la
butaca-. Ha sido muy... agradable hablar contigo, Candela. Haces que parezca
todo muy fácil.
-
Es que esta es la parte fácil – Dice, sonriendo. Sabe que tiene que levantarse
y despedirse pero no le apetece. A regañadientes, reconoce que ha disfrutado la
conversación; el intercambio de ideas ha sido muy estimulante. Y le ha gustado
el sonido de su risa. Y su voz. Y esos ojos tan oscuros... Se obliga a
detenerse porque cuando su mente se extravía, acaba metiéndose en problemas-.
Lo difícil será convertir en realidad el modelo que elijas.
Se
pone en pie y Piero la imita. Coge la chaqueta, que ha dejado en la silla
vacía, se la pone y se cuelga el bolso, esperando que Piero salga de la oficina
para seguirle. Cuando se coloca a su lado y le pone la mano en la espalda, un
escalofrío le recorre el cuerpo.
-
¿Tienes frío? Aún no me han instalado el sistema de climatización, lo siento.
-
Sí. Digo, no. Bueno – se da una colleja mental a ver si arranca-, es que estoy
un poco cansada. Ha sido un día muy largo.
-
¿Sabes qué? Que por hoy, ya he trabajado bastante. Voy a recoger los bocetos y
la chaqueta y te acompaño – Retrocede sobre sus pasos y vuelve, pasados un par
de minutos, con una mochila una chaqueta de piel negra-. Andiamo?
Mientras
cruzan la tienda, esquivando todos los obstáculos, Piero explica qué quiere
poner en cada zona y a Candela le resulta fácil imaginar cómo quedará. Para su
sorpresa, descubre que tiene ganas de verla terminada y, aunque se muere de
vergüenza al imaginar el despliegue de objetos sexuales, admite que también
siente algo parecido a la excitación.
-
Pero... sono stupido! – Piero se detiene en seco y se da una palmada en la
frente-. Me he olvidado de una cosa. ¿Me esperas un momento, por favor?
Candela
asiente, intrigada. Piero deja la mochila en el suelo, se aleja en dirección al
despacho y regresa, al cabo de unos instantes, luciendo una sonrisa traviesa y
con las manos en la espalda, como si escondiera algo.
-
Cierra los ojos – le dice, parándose cerca de Candela. Muy, muy cerca.
-
¿Cómo dices?
-
¿Confías en mí? – Candela duda y, por toda respuesta, se encoge de hombros-.
Pues cierra los ojos, por favor, y extiende las manos.
-
Te lo regalo. No es el que mirabas antes, pero éste tiene estimulador de clítoris
y del punto G. Se vende mucho y he pensado que... – Se da cuenta de que,
posiblemente, ha metido la pata y no sabe cómo rectificar-. Lo siento, es
que... No he debido hacerlo. De verdad, perdóname.
A
Candela se le ablanda el gesto. Parece tan avergonzado que acaba riéndose.
-
Gracias, es un regalo que jamás habría pensado que podría recibir – Le da
vueltas a la caja, que es de plástico transparente, y le mira-. Espero que
tenga instrucciones, no he tenido ninguno.
-
¿No? – Parece asombrado cuando ella hace un gesto negativo con la cabeza-.
Bueno, no tiene mucho secreto. Mira, funciona así...
Coge
la caja, la abre y, con cuidado, extrae el aparato. Desmonta la parte inferior,
introduce las dos pilas que llevaba en el bolsillo, y pulsa uno de los dos
botones. El aparato, que tiene dos cabezales, empieza a vibrar emitiendo un
sonido muy leve.
-
Mira, pon aquí los dedos – le coge la mano y la coloca sobre el cabezal más
grande. A Candela se le escapa la risa al notar la vibración y mira a Piero,
que parece muy satisfecho-. Bien, si aprietas el botón de nuevo, sube la
intensidad. ¿Lo notas? Y ahora, si vuelves a presionar, va más rápido y,
además, cambia el patrón. ¿Lo sientes?
¡Vaya
si lo sentía! El cosquilleo en la yema de los dedos es placentero e imagina que
si se siente así ahí, qué no podrá hacer en otra zona. De repente, está
deseando volver a casa para probarlo pero Piero, que no dice nada pero sigue
pulsando el botón, tiene los ojos clavados en ella y observa cada reacción.
-
Es muy... agradable. Muy, muy agradable – dice Candela, en voz baja-. El tacto
es tan suave...
-
Sí, ya te digo que es un súper ventas... Con él, todo son clientas satisfechas
– Pulsa el botón superior y se detiene la vibración. Candela no puede evitar
que se le escape un gemido de decepción-. Tienes que usarlo siempre con este
lubricante con base de agua, para que no se dañe el material. No te preocupes
porque está testado dermatológicamente, no te producirá ningún efecto
secundario.
Candela
abre el pequeño bote y lo acerca a la nariz.
-
¡Huele a fresas! – dice, sorprendida. Piero se ríe y asiente. Se miran durante
unos segundos. Por la cabeza de Candela pasan mil imágenes y empieza a notar
que está perdiendo el control y, lo que es peor, que le importa un pimiento-.
¿Sólo se puede usar con el vibrador o...?
No
acaba la frase porque no es necesario. Piero da un paso y se queda tan cerca
que Candela nota el olor que desprende su cuerpo. Madera, sudor, pintura y
deseo. Mete el vibrador en la caja y, junto con el bote de lubricante, lo
guarda en el bolso. Después se descuelga el bolso, se quita la chaqueta y lo
deja todo en el suelo. Piero, que lo ha entendido todo al vuelo, se quita la
cazadora y deja que caiga al suelo también.
Piero
juega con sus manos, que se pierden entre las piernas de Candela mientras la
mira fijamente, porque quiere ver en sus ojos cómo le llega el orgasmo. Tarda
un poco, Candela lo desea pero no consigue relajarse; una parte de ella le
grita “¡Pero qué estás haciendo!” y la otra le pide, simplemente, que se deje
llevar y disfrute. Gana la segunda y acaba llegando el placer como una oleada
que se lleva por delante todas las dudas y el último atisbo de cordura que le
queda. Candela ríe y tiembla y quiere más. Le quiere dentro y como ya no tiene
miedo, se lo pide. Sin medias tintas, sin florituras.
-
Fóllame, Piero, ahora – exige, porque, de alguna manera, sabe que el control es
suyo, que todo lo que está ocurriendo, ocurre porque ella lo ha querido así. Y
se siente poderosa, fuerte, viva.
Piero
se separa de ella, abre la mochila y, de la cartera, saca un preservativo.
Chico listo, piensa Candela, debe haber pasado por esto muchas veces y ya no le
pillan desprevenido. Regresa a su lado y se lo entrega. Candela se arrodilla,
rompe el envoltorio y lo saca con cuidado para no romperlo. Antes de ponérselo,
le acaricia el pene y Piero, con los ojos cerrados, responde con un gemido. A
Candela le gusta el calor que desprende, su tacto, y se pregunta a qué sabrá.
Se lo acerca a la boca y lo saborea. ¿Cuándo fue la última vez que se comportó
así, tan descarada? No lo recuerda y tampoco le importa. Se entretiene unos
segundos en devolverle a Piero parte del placer que le ha dado antes y cuando
cree que se está acelerando demasiado, para. Sabe que le acaba de hacer una
putada pero es que no quiere que acabe ni así ni tan pronto. Le pone el
preservativo despacio y cuando lo ha colocado bien, le pide que se tumbe boca
arriba. Piero, que ha rendido el mando hace rato, obedece sin dudar y Candela,
después de besarle la frente, los ojos, la punta de la nariz, la boca, el
cuello, el pecho, los pezones, sorprendentemente sensibles, y deshace el camino
en sentido contrario antes de colocarse sobre él y guiarle hacia su interior.
Cierra los ojos y, durante unos segundos, todo es silencio. Luego abre los ojos
y empieza a moverse, con las manos apoyadas en su pecho. Piero la sujeta por
las caderas, le ayuda para que la penetración sea más profunda, más larga, más
intensa. Y el orgasmo le llega sin avisar, atravesándola como un rayo que
arrasa con todo y le arranca un grito que llena todo el espacio.
Candela
se queda sin fuerzas y se desploma sobre Piero, que se mueve para colocarla
sobre la alfombra y vuelve a penetrarla. Despacio primero, conteniendo las
ganas de llegar al final en apenas unos segundos, disfrutando de aquella mujer
inesperada, subiendo un punto de placer con cada movimiento. Que le gusta estar
dentro de ella, pero le gusta todavía más oírla gemir, pedirle más profundo,
más despacio, más rápido, más, más, más. Y no puede más y se aprieta contra su
cuerpo, hunde la cabeza en el hueco de su cuello y deja escapar un grito hondo
que dura tanto como su orgasmo y le deja vacío, agotado, satisfecho. Feliz.
Candela le abraza y se ríe. Le besa la sien, le acaricia la espalda y le
susurra “Gracias” al oído. Piero sonríe, contesta “Grazie a te” y la besa.
No
tardan en sentir que el frío les muerde la piel y, sin quererlo, se separan.
Recuperan sus ropas y se visten sin dejar de mirarse. Candela mira la alfombra
y se ríe al ver que se ha manchado.
-
Vas a tener que llevarla a la tintorería – dice, señalándola.
-
O quizá no... Quizá la deje en mi despacho, como recuerdo de esta noche –
contesta Piero, riéndose.
Van
hacia la puerta de salida, Piero acciona los botones del cuadro de luces que
apaga los focos y el local queda iluminado sólo con las luces de emergencia que
hay repartidas por los lugares adecuados. Salen a la calle y caminan, en
silencio, en dirección a la avenida principal. Se detienen junto a la parada
del autobús y se miran.
-
Yo me quedo aquí, el 19 pasa justo al lado de casa – dice Candela, con las
manos en los bolsillos de la chaqueta. Esta parte del juego es la que peor se
le da; siempre teme hablar de más o de menos y deja la responsabilidad en manos
del otro, algo que no siempre funciona.
-
Yo creo que cogeré un taxi, el metro a esta hora está lleno de gente rara –
responde Piero, sin saber muy bien qué hacer. Quiere pedirle su teléfono, se
muere de ganas de besarla, de decirle que quiere volver a verla, pero no está
seguro de que ella desee lo mismo.
-
Suena absurdo después de lo que ha pasado, pero ¿me das tu número de móvil? –
pregunta Piero. Candela se lo canta y él lo apunta directamente en su
teléfono-. El mío lo tienes, ¿verdad?
-
Sí, me lo dio Adrià para que pudiera avisarte si surgía algún problema que me
impidiera venir. ¿Hablamos mañana?
-
No, mejor te llamo cuando llegue a casa y así te doy las buenas noches –
Candela sonríe, encantada-. Ahí viene otro autobús.
Piero
la besa con suavidad, le aparta el pelo de la cara, la observa mientras sube al
vehículo y se queda mirando cómo se aleja. Después detiene al primer taxi que
se acerca, sube y le da la dirección de su pequeño apartamento. Saca el móvil
del bolsillo y lee los mil mensajes que su madre, histérica, le ha enviado
porque no sabe dónde está, no le contesta las llamadas y está preocupada.
Teclea un mensaje rápido: “Mamma, sto
arrivando. Dieci minuti e sono lì.” Sabe que, cuando llegue, la regañina va a
ser de órdago, pero esa noche todo le da igual.
Mjo
22-11-2020
Reto Ray Bradbury
Semana 46
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