¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por, valga la redundancia, primera vez? Yo, la madrugada del sábado 20 al domingo 21 de febrero. Y será algo que más de una persona juzgará ridículo, tonto, absurdo, impropio, ganas de perder el tiempo... Que no seré yo quien lo discuta, faltaría más; cada cual es dueño de su juicio y de emitirlo o guardarlo. Lo que si sé es que, para mi sorpresa, me lo pasé genial sin esperarlo y que tengo ganas de repetir. ¿Que qué hice? Pues tirarme, como mínimo, tres horas pegada a la pantalla del móvil, viendo como alguien, al otro lado, jugaba una partida de "Resident Evil 7".
Eso no os lo esperábais, ¿eh? Pues yo, tampoco.
Veréis, es que yo no juego. No juego porque soy genéticamente torpe para estos temas. ¿Os acordáis del jueguecito aquel del móvil, que consistía en ir cogiendo piezas y hacer una serpiente cada vez más larga? Vale, pues mis serpientes no pasaban de ser tristes lombrices de tierra. Lo dicho: en lo que a videojuegos se refiere, soy una inútil total. Además, tengo memoria cero para los mandos y eso es sinónimo de muerte. ¿Que me encuentro con un, por ejemplo, zombie con intenciones asesinas? Pues seguro que en vez de pulsar el botón de "matar", le daré al de "ofrecer un caramelo de menta" porque, como todo el mundo sabe, a los zombies le canta el aliento cosa mala por culpa de su deficiente higiene dental. Y claro, pues el zombie, en vez de agradecerme el gesto, se me come y muero a todo color en la pantalla. Si en vez de zombies, ponemos carreras de motos o coches, me como el muro en la primera curva. Si se trata de rescatar a una princesa, que se vaya buscando la vida, porque conmigo no tiene futuro... y así, sucesivamente.
"¿Y cómo, hija de mi vida, acabaste pasando parte del sábado noche haciendo eso que tan poco te pega?", diréis. Porque me pega poco, es verdad, pero también me dicen que ser fan de Metallica no va conmigo y no sólo tengo toda su discografía, sino que he ido a tres conciertos y estoy deseando que vuelvan otra vez, a ver si puedo repetir. Pues es muy sencillo: por amistad. Tengo un amigo que, hace unos meses, se juntó con otra pandilla de "locos" (con cariño lo digo, ¿eh?) y montaron una plataforma para organizar torneos, presenciales y online, entre otras cosas. Estaba ilusionado y me iba contando lo que estaban haciendo, los planes que tenían y cómo les iba. Yo, que soy un trozo de pan (jajaja!), curiosa hasta decir basta y siempre estoy dispuesta a apoyar a la gente que aprecio, le escuchaba y, cateta como soy en estas cosas, le iba pidiendo explicaciones de las que no entendía, que son muchísimas. Qué paciencia tiene... En fin, que cuando le dieron forma y fueron creando perfiles en RRSS, me apunté para seguirles y le iba dando difusión a lo que hacían. Pero como dijo John Lennon, "la vida es eso que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes" y, en este caso, la vida fue la pandemia que se nos está llevando por delante tantas cosas, entre ellas sus torneos presenciales. Aún así, siguen haciendo cosas online, directos y yo qué sé qué, porque entiendo más bien poco y la jerga ni la domino ni, me temo, la dominaré jamás. No hay problema, luego os dejo sus RRSS y su link a Twitch y, si os interesa, entráis y curioseáis a vuestras anchas y, ya que estáis, pues les seguís, ¿vale?
Pues este finde montaron un 12 horas (que acabaron siendo 24, ¡madre mía!) non stop con un montón de actividades. Una de ellas era, precisamente, esa partida de "Resident Evil 7" a la que me enganché. ¿Y por qué me quedé pillada? Ah, pues porque fue imposible no hacerlo. Fui conectando durante el día, a ver qué andaban haciendo, pero no me quedaba mucho rato porque estaba en casa con mis padres y bueno, historias que no vienen al caso. Por la noche, cuando me fui a meter en la cama, entré a ver con qué andaban liados y ¡zas!, ya no pude despegarme. Lo primero que me encontré fue a un... engendro diabólico atacando al pobre protagonista, Ethan, que despierta después sentado a una mesa donde alguien había servido un menú infernal, rodeado de personajes nada tranquilizadores. AVISO: vienen spoilers a "puñaos" y un lenguaje malsonante de narices, porque no se puede hablar de esos elementos con dulzura y corrección. Si te ofendes fácilmente, déjalo aquí. Si no, sigue leyendo...
Un jovenzuelo al que le cortan un brazo así, porque sí, y no me preguntes qué hicieron con él porque cerré los ojos; un señor, el padre, que no es que estuviera loco, es que hay que inventar una palabra nueva para describirlo, empeñado en que el protagonista se comiera... es igual, tampoco sé qué mierda era lo que quería hacerle tragar, ni quiero saberlo, también cerré los ojos; y una abuela, sentada en una silla de ruedas, que si no era la madre de Norman Bates en "Psicosis", era su prima hermana y tenía pinta de, en cualquier momento, abrir los ojos y saltarte a la yugular. Y la madre, señores, ¡la madre! Digamos que la frase que me salía automática cada vez que aparecía en pantalla era "¡hijadeputa!", así, todo junto y sin respirar. Por Odín, qué festival de mal rollo... A partir de ese momento, yo ya no fui capaz de despegar la vista de la pantalla del móvil. Qué cuadro, bonica debía estar encogida en la cama con mi pijama de Mickey Mouse, tapada hasta el cuello y con la luz apagada, acojonada perdida. Porque, madre mía, qué personajes. El padre al que achicharras y das por muerto pero no, no lo está, porque cuando menos te lo esperas aparece de yo no sé dónde y te pega un susto que hace que el corazón, por un momento, se te pare, y al que te cuesta la vida matar, porque le arreas con la sierra mecánica en mitad de la cabeza ¡y se le regenera como por arte de magia!. Unos monstruos gomosos que rugen mucho y tienen una boca de dientes que como te pillen, te arrancan cacho fijo, y salen de cualquier pared o de un seto o de un chorro de porquería que cae de las tuberías o yo qué sé ya, que cuando se juntaron dos o tres y acorralaron al pobre protagonista, yo lo que quería era quedarme sin gigas y dejar de sufrir. La madre hijadeputa que no solo es cansina, no, sino que se convierte en araña porque mira, porque sí, porque para qué va a ser una mariposa, por ejemplo, si se puede ser araña, y grita y gime y se arrastra por el suelo y las paredes, lanza amenazas y da mucha grima y para acabar con ella necesitas más balas que para tumbar al T-Rex de "Jurassic Park" y, de regalo, un lanzallamas con mucho combustible, hasta que se hace mil millones de cachitos de los que, ojo, yo no me acababa de fiar, porque pensaba que en cuanto se dieran la vuelta, se volvían a juntar para lanzarse a por el incauto muchacho por la espalda. Bichos voladores y arañas protegiendo objetos que había que coger sí o sí. La niña o el niño o el ente o lo que fuera, que daba grima oírla cantar o reírse o solamente saber que podía estar al otro lado de esa sábana mugrosa que colgaba detrás de la cama. Y la abuela, la jodida abuela que estaría momificada, o casi, pero tenía una facilidad para aparecer en cualquier parte sin que se sepa cómo ha llegado hasta allí... De verdad, qué ganas de pasarlo fatal un sábado por la noche, oye.
Y no se trata sólo de los personajes, que hace falta tener la mente muy escacharrada para juntar semejante catálogo de tarados y crearles una historia con lógica, capaz de engancharte y tenerte sin aliento, sino de todo lo que les han puesto alrededor para ambientarlo. Esa casa, que ni en mis peores pesadillas podría haber imaginado, llena de pasillos interminables (poco iluminados, por supuesto, ¡no sea que poner una bombilla cada 5 metros nos estropeé un buen susto!), armarios, cajas, terrazas, habitación tras habitación, escaleras, puertas que se abren pero no sabes si abrirlas, puertas que necesitas abrir ¡pero no se abren!, ventanas enrejadas o mal cubiertas con maderas, cachivaches en cualquier rincón, crujidos, ruido de pasos que se acercan, el viento o la lluvia o todo junto, pasarelas, jardines donde sólo pueden crecer hierbajos y, por supuesto, el teléfono recién llegado de una película americana de los años 40 y que siempre suena cuando menos te lo esperas y acabas enganchado en la lámpara del bote que pegas. Y la música, cómo no, porque no hay película o, en este caso, videojuego de terror sin su música que te ponga los pelos de punta y te hiele la sangre porque sabes, lo sabes, que anuncia que algo terrible se te viene encima. Pero da igual, porque el monstruo gomoso, el padre chamuscado, la madre araña cansina o la abuela que se teletransporta de un sitio a otro, lo mismo te pillan por sorpresa y el susto que te llevas te quita seis meses de vida.
Al final, se me olvidó que estaba viendo la partida de videojuego porque, para mí, acabó siendo una película de terror con todos sus ingredientes puestos en fila, uno detrás de otro. Me di cuenta de que tenía exactamente las misma reacciones que si lo hubiera sido: se me escaparon gritos, pegué botes en la cama, me dio calor en los momentos más bestias, cerré los ojos, se me puso la piel de gallina, solté unos cuantos "Nononono, sal de ahí, ¡sal de ahí, bobo!" y se me escapó la risa nerviosa después de algún sobresalto importante. Se me olvidó que había alguien retransmitiendo la partida, contando sus sensaciones, y los comentarios de los que estaban siguiéndole simplemente se hicieron humo. Fue alucinante, de verdad. Quizá sea porque fue mi primera vez y me pilló con la guardia baja, no lo sé, pero disfruté de todo hasta que decidieron dejar la partida en un punto medio y pasar a otro juego, no tengo ni idea de a qué hora porque el tiempo se me había ido sin darme cuenta. Sospecho que si hubieran seguido hasta el final, rescatando a Mia o muriendo en el intento, me habría quedado sin dudarlo. Cuando me despedí y cerré los ojos, lo primero que me vino a la mente fue la dichosa madre-araña y se me escapó un escalofrío. Pensé que iba a pasarme la noche soñando que corría por aquellos pasillos, con todos los personajes pisándome los talones, pero no. Creo que con tanto susto y tanto grito contenido, dejé escapar mucha de la tensión que tenía acumulada de los últimos tiempos, y dormí relativamente bien. Ahora estoy en un sinvivir, jejeje, esperando que recuperen la partida y sigan desde donde la dejaron, porque yo quiero saber cómo acaba. Es que sospecho que la tal Mia no está haciendo más que jugar con el pobre y enamorado Ethan, y en cuanto consiga encontrar dónde la tienen escondida y la saque de allí para administrarle el suero milagroso que la cure, va a resultar que todo ha sido un engaño y se lo va a merendar sin patatas ni salsa ni nada. Lo siento, es que después de tanta sangría, un final feliz ¡como que no me lo creo!
Bueno, pues eso fue todo. Lo pase muy mal, no exagero para nada, pero... Joder,¡ qué bien me lo pasé! Y quiero más.
¡Ah, sí! Sus datos, por si queréis pasaros y seguirles. De verdad que se lo merecen. Yo, que me he contectado varias veces para oírles contar cosas de lo que hacen, no entiendo ni una décima parte de lo que explican, pero sí entiendo la pasión, la ilusión, las ganas que ponen en todo y eso, en estos tiempos estúpidos que corren, tiene mucho mérito. ¿La gente así? En mi equipo siempre, gracias. Eso sí, ¡ojito, que engancha! Estáis avisados...
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Y bueno, pues ya está. Así acaba la primera entrada oficial del blog de este año. No sé qué me ha pasado; después de completar el reto me quedé... seca, sin ideas o, al menos, sin capacidad para plasmarlas en palabras sin que me asquearan. Supongo que he tenido muchas cosas en la cabeza, demasiadas, y necesitaba dejar que fueran pasando al fondo de mi mente para poder empezar a pensar, o algo así, de nuevo. Confío en que, a partir de ahora, fluya sin esfuerzo porque echo de menos sentarme delante de mi portátil, cerrar los ojos y, después de abrirlos, empezar a contar una historia.
Nos vamos viendo, ok? Portaros bien, ¿eh?
Mjo
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