miércoles, 9 de junio de 2021

LA CITA

Lo primero que hago es lavarme la cara y recuperar las gafas. Sin ellas, corro el riesgo de descalabrarme al girar la primera esquina. En la cocina, me preparo un café largo y muy cargado, saco un yogur de la nevera y me instalo en el sofá, a desayunar con calma mientras veo el pronóstico del tiempo. No sé para qué me molesto, si no aciertan nunca ni soy capaz de concentrarme en lo que dicen. Antes de que las noticias de actualidad me amarguen la digestión, apago la televisión, dejo la taza en la fregadera y voy a ducharme. Diez minutos, más o menos, porque a esas alturas de la mañana el tiempo está empezando a morderme el culo. No me gusta llegar tarde a ningún sitio, pero hoy, especialmente, no puedo permitirme ese lujo. Es un día especial, nuestro aniversario, y tenemos una cita en el mismo bar donde nos vimos por primera vez, porque las tradiciones hay que respetarlas.

En tu honor, decido dejar los tejanos y mis camisetas olvidadas en el armario y, en su lugar, me pongo el traje azul que tanto te gusta. Yo lo odio con todas mis fuerzas, pero una vez al año, no hace daño, ¿no? Me afeito con cuidado, me perfumo como si fuera a buscar novia y me voy a la oficina, donde me reciben con silbidos burlones y alguna que otra mirada de admiración. Respondo con un gruñido y una sonrisa, me meto en el despacho y me olvido de todos hasta la hora de comer. Antes de salir, me echo un vistazo en el espejo del baño, me paso las manos por el pelo y me rocío con un poco de tu perfume favorito por encima. Me miro con ojo crítico y, después de unos segundos, decido darme el visto bueno porque he hecho todo lo que he podido con el material del que dispongo y, en fin, podría ser mucho peor.

Cojo un taxi en la puerta, le doy la dirección y mientras nos perdemos en el tráfico de hora punta, una de las muchas que tiene esta ciudad, miro por la ventanilla y me voy poniendo nervioso. No hay manera, da igual lo que haga: después de tantos años, sigo poniéndome nervioso cuando te voy a ver.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, llegamos antes de tiempo al lugar del encuentro. Entro y Dani, el camarero, me saluda y señala una mesa al fondo del local. No se ha olvidado, nos ha reservado la misma de cada año y, esta vez, ha puesto una especie de biombo alrededor para garantizarnos privacidad. Este chico vale un imperio, ya se ha ganado la propina. Le sonrío, le pido una cerveza para entretener la espera y, con la botella en la mano, atravieso el local y ocupo mi silla. En cuanto me siento, te envío un mensaje para que sepas que ya estoy allí y desconecto el móvil. Hoy no necesito, ni quiero, distracciones.

 

 

 


Llegas veinte minutos después, con un poco de retraso, pero te lo perdono en cuanto te veo. Siempre me has parecido la mujer más hermosa del mundo, pero hoy… Me quedo sin palabras. ¿Has tenido siempre la sonrisa así de brillante? Y el pelo, ¿tan suave? No, me pongo de pie y sólo cierto a acercarme a ti, abrazarte y hundir la cabeza en el hueco de tu hombro. Tú te ríes, como siempre que me vence el sentimentalismo, y es que presumo de ser un tipo duro en casi todos los aspectos de la vida, excepto aquellos que tienen que ver contigo. Eres mi punto débil, el maldito talón que acabó con Aquiles, y no me avergüenza reconocerlo. Me besas con suavidad y nos sentamos, frente a frente. Dani aparece con un par de cervezas frías y un plato con olivas variadas, otro de patatas bravas, toma nota de nuestra elección para comer y se va. Brindamos con las botellas, damos un trago y nos miramos en silencio, tú sonriendo y yo tragándome las ganas de decirte lo mucho que te quiero.

- Qué elegante vienes… - Me dices, mirándome de arriba abajo con sorna.

- Hombre, la ocasión lo merecía, ¿no crees?

- Tienes razón. Cinco años… - Juegas con la botella y me guiñas un ojo -. Caramba, ¡quién lo iba a decir!

- Yo no, desde luego. Se me han hecho eternos.

- ¡Oye, que tampoco ha sido para tanto! – Me tira la servilleta de papel con la que se acaba de limpiar los dedos y los dos nos reímos-. Podría haber sido mucho peor.

- ¿Mucho peor? – pregunto, sin humor-. Lo dudo.

Nos quedamos callados, midiéndonos en la distancia. Los dos sabemos que los últimos años han sido difíciles, mucho más de lo que nos podríamos haber imaginado, y que, en cierta manera, hemos lidiado con nuestros demonios a nuestra manera, cada uno por su lado, porque no encontramos otra manera de hacerlo y, por fin, habíamos conseguido hacer las paces con el pasado. Por eso aquel día no era sólo una celebración de aniversario, sino el principio de algo nuevo y, quizá, mejor.

Cuando Dani apareció con la comida, diez minutos después, nos encontró riéndonos a carcajadas por alguna anécdota ridícula, una de las muchas que teníamos. Alabamos la pinta de los platos, le dimos las gracias y atacamos el contenido sin mucha más ceremonia. Como era habitual, estaban todo buenísimo y no dejamos ni rastro. De postre, pastel de tres chocolates, un orujo de hierbas y un café con hielo. En el momento en que te veo masticar el hielo, me doy cuenta de que hemos repetido, punto por punto, el esquema de nuestra primera cita y me invade la nostalgia. Y me da la risa, también.

- ¿Se puede saber qué te pasa? – Te miras la pechera de la camisa, en busca de alguna mancha, y te pasas las manos por el pelo.

- Es que me he puesto un poco ñoño al recordar algunas cosas y te he oído decir “Guillem, a veces eres peor que una dama victoriana”. Y, mierda,  no me había dado cuenta hasta ahora, y odio reconocerlo pero… ¡tienes razón!

- Bueno, ¡más vale tarde que nunca! – contestas, aplaudiendo. Siempre te gustó ganar las pequeñas batallas y yo te dejaba ganar por el gusto de verte contenta-. Esto hay que celebrarlo. ¿Pedimos una botella de cava? No tenemos prisa, ¿verdad?

En ese momento, Dani aparece con un enorme ramo de flores para ti. Rosas rosas, lirios azules, tulipanes amarillos, margaritas blancas y hierbajos verdes a tutiplén, envueltos en un papel transparente y rematadas con un exagerado lazo de seda negro y rojo. Se les ha ido la mano por completo, pero ha valido la pena sólo por ver tu cara resplandeciente de felicidad.

- ¿Es para mí? – Asiento y te hago un guiño-. Caramba, ¡esta vez te has superado!

- Me alegro que te guste, Maite, me alegro mucho – Dejo el ramo sobre la mesa, ocupa casi la mitad, y volvemos a sentarnos-. Tiene una nota, ¿no vas a leerla?

- ¿Me la lees tú? – Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza-. Venga, por favor. Por favor. Porfaporfaporfa…

- Ah, vale, si así consigo que te calles… - Rebusco entre las flores hasta encontrar el sobre que, en comparación con el ramo, parece diminuto y casi ridículo. Saco la tarjeta en la que había escrito el mensaje, me aclaro la voz y empiezo a leer-. “Querida Maite: Como siempre, te quiero. Guillem”.

- ¿Y eso es todo?

- Lo bueno, si breve…

- Lo breve, si bueno… - contraatacas, usando mi misma estrategia, y los dos nos reímos-. No, en serio, me encanta. No hacen falta más palabras, cuando las que se usan son las adecuadas. Yo también te quiero, Guillem. Como siempre.

Dani asoma la cabeza y nos pregunta si queremos algo más. Yo pido un gin tonic y tú, un mojito, y esperamos en silencio hasta que nos los trae y se retira, dejándonos solos en nuestro pequeño rincón protegido. De repente, algo en el ambiente ha cambiado y nos hemos puesto tensos. Se acerca la hora y ninguno de los dos quiere que llegue. Miro el reloj y no consigo asimilar el hecho de que nos estamos quedando sin tiempo. Te miro y sé, por la expresión de tu cara, que estás pensando lo mismo. Qué lástima me da tener que luchar, sin éxito, contra el movimiento del segundero. Nos queda una hora, con suerte, y hay que aprovecharla tanto como sea posible. Quiero decirte tantas cosas que se me lían las palabras y no acierto a decirte ninguna. Me estrujo el cerebro, buscando algo que rompa el silencio pesado que se está instalando entre nosotros, y acabo saliéndome por la tangente.

- A veces, cuando veo un avión cruzando el cielo sobre mi cabeza, lo sigo con la mirada hasta que se pierde en la distancia y no queda ni rastro de su estela. Casi siempre acabo pensando que ojalá yo, en ese momento, ahí dentro, volando lejos, tan lejos como pueda llegar.

- Sí, recuerdo que solías decirlo con frecuencia, sobre todo al principio, cuando nos conocimos – Sonríes y te apartas el pelo de la cara, con ese gesto casual que tanto me gusta. Cómo duelen las pequeñas cosas, todavía -. ¿A dónde habrías ido? Nunca me lo dijiste.

- No sé, lejos. A cualquier parte, donde nadie me conociera y yo no conociera a nadie, para empezar de cero – Le doy un trago al gin tonic y dejo la copa, de un tamaño desmesurado, sobre la mesa. El pie ha dejado círculos irregulares sobre la superficie e intento limpiarlos con la mano. No sirve de nada, lo único que consigo es extender las manchas -. Ya sabes, el famoso borrón y cuenta nueva.

- Ah, sí – Se te escapa una carcajada breve, explosiva, que acaba casi antes de empezar. Siempre te avergonzó el sonido de tu risa y no lo entiendo, a mí me parece preciosa -. ¿Quién no lo ha deseado alguna vez? Una nueva vida, limpia de errores…

- Supongo – Me encojo de hombros y dibujo garabatos sobre la madera. Estrella. Luna. Sol. Flor. Corazón. Un nombre. El tuyo. Lo borro al instante, porque no quiero que sepas lo que pasa por mi cabeza ahora mismo -. ¿Tú también? ¿La mujer con los pies firmemente plantados sobre la tierra también soñaba con huir?

- ¡Claro! Soy humana, ¿qué creías? – Cruzas los brazos y los apoyas sobre la mesa. Sonríes y me miras. Yo desvío la vista hacia el cuadro del fondo, una locura de líneas y puntos de colores, porque soy consciente del efecto que tienes sobre mí. Tenerte tan cerca y no poder tocarte en este momento es mucho más duro de lo que recordaba. Trago saliva, a ver si deshago el nudo que empieza a cerrar mi garganta. Tú, que me conoces, suspiras y te rindes -. Dime, ¿de qué o de quién huirías?

- De una vida vacía y de mí, entonces. Ahora… - Hago una pausa y me atrevo a buscar el verde imposible de tus ojos. Nos miramos, yo buscando protección contra el miedo que me invade y tú, a corazón abierto porque ya no tienes nada que perder. Siempre supiste desarmar mis defensas, encontrar la grieta por la que colarte, el lugar exacto al que aferrarte para dejarme sin fuerzas. Se esfuma, en un abrir y cerrar de ojos, todo aquello que hemos compartido: el tiempo, ls distancia, el olvido, las penas, el odio, el vacío, la soledad, la ira, el deseo. Desaparece todo y quedamos tú y yo, aquí y ahora, solos. Como siempre.

- ¿Y ahora? – preguntas con suavidad. Has ganado la partida, lo sabes y lo sé, pero no quieres hacer leña del árbol caído. ¿Qué sentido tiene ya disimular? Ninguno. Estoy cansado de caminar de puntillas alrededor de esta verdad incómoda. Ha llegado el momento de sacarla a la luz, de decirla en voz alta, y que arda Troya.

- Ahora huiría de mis recuerdos – Respiro hondo y digo las palabras que me he callado tantas veces -. Y de ti.

Son sólo tres palabras, cinco letras, y se tarda apenas un segundo en decirlas, pero el efecto es devastador. Veo cómo cambia tu expresión y los ojos se te llenan de lágrimas. Te tapas la cara con las manos y se te escapa un sollozo. Quiero sentarme a tu lado, abrazarte y decirte que, a pesar de lo que parece, todo saldrá bien porque… ¿Por qué? No tengo tiempo de buscar una buena razón, aunque sea mentira. Te rehaces en un instante, coges aire dos o tres veces, sonríes y, como si nada hubiera pasado, me coges la muñeca y miras el reloj.

- Es la hora, ¿nos vamos?

 

 

 

Hacemos el camino hacia el último punto de nuestra cita en silencio, cada uno en una punta del asiento del taxi, mirando por la ventana. No sé qué pensarás tú, pero yo he empezado a arrepentirme de lo que he dicho. Sin embargo, no voy a dar marcha atrás, ya es demasiado tarde. Cuando llegamos a nuestro destino, te bajas y, sin esperarme, empiezas a andar. Me doy prisa en pagar al taxista, dejándole una propina más que generosa, y te sigo con el ramo en la mano. Te alcanzo en el punto donde el camino se bifurca en cuatro senderos, flanqueados por setos y rosales que esperan la primavera para florecer.

- Tú delante, querido – Quisiera equivocarme, pero le has dado un tono a la palabra “querido” que demuestra lo enfadada que estás. No digo nada y, simplemente, giro a la derecha y voy dejando atrás bloque tras bloque de nichos. Al girar la curva, entramos en una pequeña explanada con vistas al mar y me detengo. Tú pasas a mi lado sin mirarme, como si no estuviera allí, y la cruzas hasta llegar a la última tumba. Te agachas, limpias de hojas secas la lápida de mármol negro, repasas con los dedos las letras grabadas en la superficie y lees las palabras en voz alta -. “Maite Bakarne Torrea, diecisiete de marzo de mil novecientos setenta y ocho, veintinueve de julio de dos mil catorce. Amada hija, esposa y amiga. Tu cuerpo yace, pero tú aún vives”.

- Maite…

- Siempre me sorprende la belleza de este paisaje, no es un mal lugar para pasar la eternidad – Te ríes y, por una vez, me parece que es el sonido más triste del mundo. Extiendes una mano y coges la mía. Estás helada. Se acerca el final y, esta vez, será definitivo -. No volverás, ¿verdad, Guillem?

- No de esta manera, Maite. He… - Carraspeo para aclarar la garganta-. He conocido a alguien y, por primera vez desde que te fuiste…

- Desde que morí, querrás decir.

- … desde que moriste, siento ganas de vivir. No puedes reprochármelo, te he llorado mucho tiempo.

- No, lo entiendo, por supuesto que lo entiendo. Es sólo que te voy a echar de menos, ¿sabes?

- Yo también te echaré de menos.

- Pero tú estarás vivo – dice con rabia. Tienes los puños apretados y las lágrimas que has contenido durante tanto tiempo por fin están cayendo-. Tú estarás vivo y con otra, feliz y contento. Te casarás, porque eres de los que se casan, y tendrás hijos, porque eres de los que tienen hijos, y te olvidarás de mí porque…

- ¿Soy de los que olvidan? – Acabo la frase por ella y me alejo unos pasos. La luz está cambiando, el tiempo corre en contra nuestro. Con un poco de suerte, todo acabará antes de que podamos herirnos más. Con mucha suerte, seremos capaces de despedirnos y separarnos con el alma en paz. Te acercas a mí, me abrazas por la espalda y apoyas la cabeza en mi hombro.

- No, tú nunca olvidas y ese, cariño, es el mayor de tus problemas. Mira a dónde nos ha llevado esa manía tuya – Me sueltas y, arrastrando los pies, regresas frente a la tumba. Se acerca el momento de despedirnos y sé que no quieres porque yo siento lo mismo. La sensación de pérdida es abrumadora, ojalá pudiera dar marcha atrás, regresar al pasado y salvarte del accidente que te arrancó de mi lado -. ¿Otra vez pensando en el DeLorean de Marty McFly?

- No es de Marty, es de Doc – Acabamos la frase a duo y nos reímos-. Sí, estaría bien que algo así existiera.

- Pero no es posible, ¿verdad?

- No – contesto en voz baja-, no es posible. Pero tampoco debería serlo esto que nos está pasando, que nos ha pasado durante cinco años, y ya ves, aquí estamos.

- Bueno, todo lo que empieza, acaba. También nosotros, Guillem. Quién nos lo iba a decir – Te pones en pie, estiras los brazos por encima de tu cabeza y suspiras -. Se acerca el momento, puedo sentirlo. Me voy. Me voy para siempre.

- Nadie muere mientras se le recuerda – Te acarició la cara y apenas noto algo que no sea un aire frío que me hiela los dedos. Te pierdo, y esta vez es de verdad.

- Muy bonito. Pide que te lo graben en la lápida cuando te toque el turno.

- Puede que lo haga. Algo habrá que poner y tú me robaste la frase de Metallica.

- Dios, no me lo perdonarás nunca – Apenas se oye tu voz y no eres más que una sombra transparente-. Adiós, Guillem. Te estaré esperando, pero, por favor, no tengas prisa.

- Te quiero, Maite – Mis palabras llegan justo antes de que desaparezcas y lo último que veo es tu sonrisa burlona y el brillo de una lágrima que se desliza por tu mejilla. Me pregunto si te habrá dado tiempo a escucharme o lo dije demasiado tarde.

Dejo el ramo sobre la lápida, rezo una oración apresurada y te lanzo un beso, confiando en que te llegue, donde quiera que estés ahora. Deshago el camino rodeado de sombras y cruzo la entrada del cementerio justo antes de que el guarda cierre con llave. He llamado a un taxi mientras bajaba y no tengo que esperar más de cinco minutos antes de que llegue. Antes de subirme al coche, me giro y miro hacia el lugar en el que está tu tumba. Me da la impresión de que te veo, una sombra de pie en el borde de la terraza, mirándome. Hago un gesto de despedida y respondes de la misma manera.

- Te quiero – Tu voz me llega clara, a pesar de la distancia.

- Lo sé – Me subo en el taxi, le doy la dirección de casa y me alejo sin mirar atrás. No voy en un avión ni estoy volando lejos, muy lejos, pero acabo de hacer borrón y cuenta nueva. Y ya era hora.

 

 

Me despierto del todo, como cada mañana, después de la tercera alarma. Puede sonar exagerado, pero soy incapaz de salir de la cama antes de que suene, por orden y en intervalos de quince minutos, la banda sonora de “The Mandalorian”, “Stranger Things” y Blaumut. Entonces sí; me destapo, me quejo del frío o el calor, hago recuento de mis dolores y, por primera vez en cinco años, me levanto sin mirar al otro lado de la almohada.

 

 

MªJosé

09-06-2021 

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