Su vida fue una sucesión de excesos que, a la hora de recordarle, pesan más que su talento. La gente recuerda las borracheras memorables, la infinidad de drogas con las que experimentó, la cantidad de mujeres que pasaron por su cama... Pero no hablan de la profundidad extraña, onírica, casi hipnótica, de sus letras, la asombrosa capacidad para llevar a éxtasis a un estadio de football abarrotado, de sus poemas. Olvidan que, a pesar de todas las demás, en su corazón sólo había sitio para una mujer, su música, sus canciones. Olvidan que quiso dejarlo todo atrás y no pudo hacerlo, que dejaron de tomarle en serio cuando perdió el aire de adolescente retador que miraba a la cámara con el ceño fruncido.
"Estás bebiendo con el tercero", solía decir a sus ocasionales compañeros de copas después de la muerte de Hendrix y Joplin. Sabía que sería el siguiente en una lista infernal que dejó al mundo un poco más triste y silencioso. Y parece que no le importaba.
Jugó con la muerte tantas veces que acabó por convertirse en costumbre. Andar por cornisas en edificios altos, sentarse en el alféizar de una ventana con una botella en la mano y aullando a la luna, provocar un incendio para castigar una infidelidad, correr a toda velocidad por una carretera en el desierto. "¿Morirías por mi, nena? ¿Morirías por mi?". Nunca supo la respuesta pero lo cierto es que quizá lo hizo. Pamela, su musa, su compañera cósmica apenas le sobrevivió tres años y durante ese tiempo no fue más que una pálida sombra de la mujer enamorada que recordaba. Una mujer que lo único que quería era volver a verle, escuchar su voz. "Todos los poemas guardan un lobo en su interior. Todos menos uno, el más hermoso de todos: Ella danza en un círculo de fuego y, encogiéndose de hombros, acepta el desafío". El desafío debió ser atreverse a amar a un hombre tan fuera de lo común como fue Jim Morrison, capaz de enloquecer a una multitud o perderse en las calles del viejo París siguiendo las huellas ocultas de ancianos filósofos. Quizá algunas personas están destinadas a quererse a pesar de ellos mismos, de sus obsesiones y locuras, de los obstáculos que ellos mismos ponen en el camino, en una carrera contra el tiempo y la propia destrucción.
Pam y Jim, los hermanos de las flores, el verano del amor. Ácido, marihuana, alcohol, peyote... cualquier cosa que sirviera para abrir la mente, las puertas de la mente, para experimentar con horizontes desconocidos. El mundo no era suficiente, tenía que haber algo más al alcance sólo de una minoría, de aquellos que tuvieran el coraje necesario para estirar las manos y cogerlo. Los elegidos, la juventud dorada, la música, la literatura... las vidas truncadas.
Antes de ellos, el mundo era otro. Después de ellos, nada fue igual. No sé si mejor o peor, pero definitivamente distinto. Para mi es fácil cerrar los ojos cuando oigo sus canciones y trasladarme a aquellos tiempos que no conozco más que por referencias ajenas y, a veces, desearía haberlos vivido. No es añoranza sino tristeza. Hoy no se crean mitos como entonces y los que nos quedan van muriendo, dejándonos huérfanos de una sabiduría y unas experiencias que, por nosotros mismos, no seríamos capaces de encontrar.
Jim murió a los veintisiete años, dejando un no tan bonito cadáver y un hueco que nadie pudo llenar, pero vivió varias vidas al mismo tiempo. Probablemente, también murió varias muertes, hasta que su amante eterna, la parca que desafiaba una y otra vez, consintió y se lo llevó. ¿Dónde? No sé. Cielo, infierno... Cualquier dimensión parece demasiado pequeña para contenerle eternamente. Prefiero pensar que flota libre, riéndose de nuestras obsesiones y búsquedas, sabiendo que jamás descubriremos el secreto. "I am the Lizzard King, I can do anything". Y lo hizo. Manejó su vida como quiso y se fue por la parte de atrás, dejándonos con un palmo de narices. Al fin y al cabo, murió como vivió, como mueren los mitos: sin avisar y sin pedir permiso.
"When the music is over, turn off the lights"
Mjo
29-04-2014
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