domingo, 22 de marzo de 2020

JULIETA DESENGAÑADA (semana 10)


Julieta paseaba de la alcoba al balcón y del balcón a la alcoba. Llevaba así tres horas, inquieta, asomándose por la barandilla de piedra cada vez que oía el rumor de cascos de caballos por la calle o alguna voz se colaba por las puertas abiertas. Seis noches ya. Romeo llevaba seis noches seguidas volviendo de madrugada, sin excusas creíbles y apestando a furcia barata. ¿Pero qué se había creído el Montesco ese? A ver si al final iba a tener que darle la razón a su madre, que no dejaba de calentarle la oreja con “qué error, hija mía, con lo bien que te habría ido con Conde París…” Y ella, erre que erre con que la dejara en paz, que ya era mayorcita y sabía lo que hacía. Se le estaba agotando la paciencia y no sabía él cómo se las gastaba una Capuleto enfadada. Para empezar, esa noche su maridito del alma querido iba a dormir al raso. Así, como quién no quiere la cosa, a ver si se iba dando cuenta de lo que iba el tema este del matrimonio. Se levantó de la cama, encendió una vela y se acercó a la habitación del ama, tropezando con los faldones del camisón de batista. Entró sin llamar, que para eso era la dueña y señora. Se acercó a la cama donde la anciana dormía con la boca abierta, lanzando unos ronquidos que hacían temblar las paredes, y la sacudió con energía hasta despertarla.

- ¿Ya es de día? – preguntó, sobresaltada.

- No, pero necesito que transmitas mis órdenes a la guardia – contestó Julieta, apartándose el largo pelo de la cara y haciendo esfuerzos por subirse a la cama-. Dios del Cielo, ¿ha sido siempre tan alta esta cama?

- Da la vuelta, las escaleras están en el otro lado – replicó el ama entre dos bostezos-. ¿Se puede saber qué pasa?

- Que Romeo todavía no ha vuelto, eso pasa, y me tiene ya hasta la coronilla – contestó, con el ceño fruncido-. No hace ni seis meses que nos casamos y ya me está haciendo el salto. Pues se ha acabado la tontería, esta noche no entra en casa porque a mí no me da la gana y se acabó.

- Me parece muy bien. ¿Y cómo piensas evitarlo, si se puede saber? Recuerda que la casa es suya.

- La casa será suya pero aquí mando yo. Dile a la guardia que cierren todas las puertas con llave y las atranquen como si fuéramos a sufrir un asedio. Que doblen la vigilancia y le cierren el paso en cuanto aparezca y no le permitan entrar hasta que las campanas de la iglesia den las ocho de la mañana.

- Pero chiquilla, que está helando en la calle… Mira que tu pataleta le va a costar una pulmonía y no tienes ni idea de cómo son los hombres cuando están enfermos.

- ¡Me importa un pito! – exclamó Julieta.

- Claro que sí, bonita, como no te tocará a ti ir y venir atendiendo sus caprichos ni escuchar sus “¡Dios mío, ten piedad, acaba con esta agonía de una vez! ¡Me muero!” cada vez que tosa…

- Pero vamos a ver, ama, ¿de parte de quién estás? ¿A quién has criado tú, a mí o al mastuerzo con el que me fui a casar?- Julieta, que había estado dando vueltas al pie de la cama, arrastrando el camisón demasiado grande para su menuda figura, frenó de golpe y se cruzó de brazos.

- De la tuya, niña, de la tuya siempre… - respondió el ama, conciliadora.

- ¡Pues arreando, que ya vamos tarde! A este paso, Romeo estará de vuelta en su cama antes de que tú salgas de esta cámara.


- Deja que me ponga las zapatillas, al menos, que está el suelo helado. ¿Dónde demonios estarán? – La mujer se inclinó con esfuerzo para buscarlas debajo de la cama, donde creía haberlas dejado antes de acostarse.

- ¡Ahí tienes  las malditas zapatillas! – gritó Julieta, lanzándoselas a la cabeza desde el otro lado de la habitación.

- Válgame, niña Julieta, ¡a fe mía que no me extraña que no quiera regresar a tu lado si con él también gastas este humor!

- ¡QUE TE VAYAS YA!

El ama salió tan rápido como sus cansadas piernas le permitieron, con las zapatillas en la mano y preguntándose dónde había ido a parar la dulce criatura que había iluminado todos sus días durante catorce años. Se detuvo en mitad de la escalera para coger una tea que le alumbrara el camino, pues sólo le faltaba caerse y romperse la crisma. Cruzó el patio empedrado sintiendo que el frío le calaba hasta los huesos y se acercó a los guardias que custodiaban la puerta. Se los encontró dormidos, sentados sobre unos sacos de paja y apoyados en la pared. Anda que si su seguridad dependía de ellos, se podían dan por muertas.

- ¿Se puede saber qué hacéis durmiendo? ¡Como se entere el señor, no va a haber quién os libre de los latigazos! – Se pusieron en pie de un salto, chocando entre ellos antes de adoptar la posición de firmes-. Madre mía, qué nochecita…

- ¿Qué ocurre, ama? – preguntó el más alto de los dos.

- Nada, que anda la niña Julieta con el ánimo alborotado porque Romeo se ha ido de parranda otra vez y la ha dejado aquí – los guardias se miraron y soltaron una risita. Todos sabían dónde estaba pero se habrían dejado arrancar la piel antes que delatarlo.

- Vamos, ama, ¿de veras no sabe dónde está? – Comentó el segundo guardia-. Pero si en Verona no se habla de otra cosa…

- Claro que lo sabe, a ver si pensáis que es tonta. Joven sí y atolondrada también pero ¿tonta? ¡Ni un pelo tiene, fíjate! Lo que pasa es que no se lo quiere creer, como le dijo que le quería y esas cosas, pues la pobre está disgustada. Ya se acostumbrará.

- Ya, claro, claro…

- De cualquier forma, me ha dicho que os ordena mantener las puertas cerradas a cal y canto y que por mucho que el Montesco llame y pida que le abráis, no se os ocurra hacerlo antes de que las campanas anuncien las ocho.

- Pero ¿cómo lo vamos a dejar en la calle? ¡Que cuando nos eche mano, nos mata!- replicaron los guardias, imaginándose lo peor.

- Bueno, os mata él o lo hace ella, que está que no hay quién la aguante. ¡Vosotros mismos! Yo me vuelvo a la cama, que no tengo edad de ir haciendo de mensajera en mitad de la noche – dio media vuelta y deshizo sus pasos hasta su cámara-. Señor, Señor, que yo no me metí a ama para esto…



Romeo, mientras tanto, cruzaba la plaza sostenido por su primo Benvolio y su criado Baltasar. Llevaba semejante cogorza que si lo soltaban, se iba redondo al suelo sin darse cuenta siquiera. Aquella noche se había bebido hasta el agua de los floreros y no quedó una moza sin que recibiera una caricia, un beso o un pellizco en el culo. No conseguían entender qué le había sucedido en tan poco tiempo. No hacía tanto que andaba suspirando por los rincones, siempre con el nombre de Julieta en la boca. Que si la más bella, que si no había amado antes de conocerla, que si sin ella prefería morirse y que también era mala pata que la única mujer en el mundo que le importaba tuviera que ser una Capuleto. Tenía un ojo para elegirlas... Desafió a su familia sólo por ella y a punto estuvo de palmarla por escapar del exilio para vivir su amor, ¿y para qué? Para acabar corriendo detrás de cualquier falda que se le pusiera a tiro. Ya lo dijo Fray Lorenzo, ya, que la más dulce miel empalaga de pura delicia y, al probarla, mata el apetito. Pues aquellos dos bobos de solemnidad se debían haber pegado un festín digno de alabanza porque les había durado la felicidad lo mismo que una moneda de oro a la salida de la iglesia: nada.

- Venga, Romeo, colabora un poco que no llegamos… Un pasito más, anda, que estamos muy cerquita – le dijo Benvolio, limpiándose el sudor de la frente.

- ¡Ánimo, señor, verá que ya mismo llegamos! – añadió Baltasar, resoplando por el esfuerzo.

- ¡Quiero más vino y más mujeres! – gritó Romeo, deshaciéndose de ellos de un empujón. Dio unos pasos tambaleándose y, como no podía ser de otra manera, acabó estrellando sus huesos contra el suelo-. ¿Pero quién ha puesto el mundo del revés?

- El mundo del revés, dice… ¡Tu cerebro es lo único que está del revés, primo!- Entre los dos consiguieron ponerlo de pie y siguieron su camino trabajosamente-. Nos quedan menos de cien pasos para llegar a tu casa, pronto estarás calentito en la cama con tu Julieta.

- Uy, sí, mi Julieta… - Romeo resopló con desprecio y puso los ojos en blanco-. No hay lecho más frío que aquel en el que se mete esa mujer. No sé qué hechizo me lanzó para conquistarme.

- ¿Hechizo? Lo que me faltaba por oír…

- ¡Sí, Benvolio, un hechizo! Si no, ¿de qué iba yo a dejar plantada a Rosalina, que a punto estaba de quitarse las calzas, para casarme con ella? Casarme, primo, por Dios, a los diecisiete años. Qué desperdicio…

- Madre mía, señor, no deja usted de decir barbaridades esta noche – murmuró Baltasar, y siguieron con su camino.



A trompicones y resoplando, la triste comitiva alcanzó la casa de Romeo. Le dejaron apoyado en la pared para empujar la puerta. Nada, no se movió ni un milímetro. Rebuscaron en la faltriquera de Romeo a ver si se había acordado de coger la llave y, por una vez, la fortuna se puso de su parte y la encontraron. Metieron la pesada llave de hierro en la cerradura, dieron tres vueltas y tampoco ocurrió nada.

- Maldita sea mi estampa, ¿han colocado la barra? – Preguntó Benvolio con incredulidad-. Ni que nos fueran a invadir los turcos… ¡Cuidado, Baltasar, que Romeo resbala y…! Nada, es igual, del suelo no se va a mover.

Después de asegurarse que Romeo estaba bien y sólo se había desmayado por la borrachera, Benvolio y Baltasar se dedicaron a aporrear la puerta y dar voces para que acudieran a abrirles. Durante unos minutos no ocurrió nada, nadie acudió a su llamada ni dieron razón desde el otro lado de los muros.

- ¿Pero qué demonios sucede esta noche? Están los hados en contra nuestra… - Benvolio empezó a dar patadas contra la madera mientras Baltasar rodeaba la casa para asomarse al patio de los almendros. Al volver, anunció que había luz y se oían voces y risas, entre ellas las de Julieta, que parecía estar disfrutando de la situación.

- Mala pécora, a saber qué maldad estará tramando… ¡Julieta, maldita loca, abre la puerta de una vez, que nos estamos helando! – gritó.

Se abrió una ventana en al lado de la puerta y apareció el rostro del ama.

- ¡Un poco de respeto, mequetrefe, que habláis de mi señora!

- Vaya, hombre, ahora habrá que tener cuidado con lo que se dice... – contestó Benvolio, indignado-. ¿Se puede saber qué narices pasa? Hace mucho que llamamos y nadie contesta. ¡Abrid la puerta de una vez, brujas!

- No, no, no – dijo el ama, moviendo la cabeza con enfado-, así no vamos nada bien.

- Aparta, ama, que te estás alargando demasiado – Julieta se asomó a la ventana, el largo pelo revuelto y con los hermosos ojos verdes, que tanto alababa Romeo, echando chispas-. ¡Vamos a ver, señores! No son horas de venir a aporrear la puerta de una casa decente como ésta, vociferando como energúmenos y borrachos perdidos. En ese estado, no os podemos abrir, lo lamento. Id a casa de mis suegros, allí os acogerán encantados, o dormid en la calle. Aquí, esta noche, no hallareis amparo.

- ¡Julieta, luz de bi vida, calod de bis boches… de pis poches… amod pío!- exclamó Romeo, todavía tirado en el suelo. Benvolio puso los ojos en blanco y Baltasar se tapó la cara con las manos-. ¡Adre, que hache río! ¡Prio! Bah, essshigual…

- Madre mía, cómo viene, que ni las palabras más sencillas le salen… - susurró el ama, oculta tras Julieta, aguantándose la risa.

- Tendrás descaro. Borracho, casquivano, crapuloso… ¡Pero en qué momento, Señor misericordioso, fui yo a enamorarme de este fantoche!!!! – Exclamó la joven, mirando al cielo con las manos alzadas-. ¡Si desde aquí te huelo, apestas a burdel! Esta noche duermes en la calle o donde te dé la gana, que poco me importa. Y si no vuelves mañana, ¡tampoco me importa!

Las casas cercanas empezaron a iluminarse con las velas de los vecinos, que se asomaban a ventanas y balcones para curiosear. A la mañana siguiente, el mercado iría calentito de rumores, lo único que les faltaba a esa pareja que tanto habían dado que hablar cuando se conocieron. En cuanto llegara la historia al Príncipe, los exiliaba a Mantua otra vez. ¡Y eso, si tenían suerte!

- Julieta, niña, abre la puerta y sigue la discusión dentro, por favor. Mira que los vecinos están todos atentos a lo que pasa…

- No, de ninguna manera, he dicho que no entra ¡y no entra! – cerró la ventana con dos golpes que resonaron en la noche como cañonazos y volvió, sin mirar atrás, a su habitación.




Julieta cayó en la cama y se deshizo en lágrimas porque, maldita sea su estúpido corazón, en el fondo amaba a aquel gañán con desesperación. Y sabía que él la quería de la misma manera. Por algo habían luchado contra viento y marea, para poder estar juntos, venciendo todos y cada uno de los obstáculos que les habían puesto en el camino. Le perdonaría, se perdonarían mutuamente, y lo celebrarían con un revolcón memorable al abrigo de las cortinas de damasco de su lecho. Y es que, a pesar de todos sus defectos y las dificultades que atravesaban, eran conscientes de que nadie en ese mundo podría jamás encenderles la sangre como lo hacían ellos. Que cuando se miraban, el mundo desaparecía y sólo existía Romeo, sólo existía Julieta. Se odiaban y se amaban, un día tras otro, y así sería hasta el final de los tiempos.

Antes de quedarse dormida, bajo el ojo atento del ama, que había entrado de puntillas para vigilar que no hiciera ninguna locura, Julieta susurró:

- Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama…

- En los hombres no hay lealtad, fidelidad, ni honradez. Todos son perjuros, embusteros, perversos y falsos – dijo el ama, compadeciéndose de su sufrimiento.

- ¡La lengua se te llague por lo que ha dicho!

- Ah, pero ¿todavía le defiendes? – exclamó, asombrada. De verdad, a los adolescentes no hay quién los entienda.

- ¿Acaso no debo defender al que es mi marido? – Abrazó la almohada, buscando el último rastro de su olor y se encogió de hombros-. Yo me hice la cama, tendré que dormir en ella.



A cuatro calles de allí, arrastrado por Benvolio y Baltasar, Romeo lloraba.

- El amor corre al amor como el niño huye del libro y, cual niño que va a clase, se retira entristecido. Julieta, ay, mi Julieta…



Mjo

15-03-2020

Reto Rey Bradbury

Semana 10


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