domingo, 12 de abril de 2020

PESADILLAS (semana 13)


La niña se había acostumbrado a ver películas “prohibidas” a través de una rendija. Se metía en la cama sin protestar y, cuando su madre apagaba la luz y salía de la habitación, se sentaba a esperar el momento perfecto para deslizarse fuera de las sábanas. De puntillas, caminaba por el pasillo hasta encontrar el sitio perfecto que le permitiera ver sin ser vista. Sus padres, confiados en que dormía plácidamente, se acomodaban en las mecedoras para ver películas, obras de teatro, series y, una vez a la semana, un programa cuya música inicial le ponía la piel de gallina y era presentado por un señor con barba que fumaba como un carretero. No entendía ni jota de lo que hablaban, todos se peleaban con todos y, a veces, sus padres se indignaban con los comentarios. Ella, sentada en la frialdad del pasillo, tenía la sensación de asistir a una obra de teatro real que le fascinaba. Sin embargo, nunca disfrutaba más que cuando emitían “Mis terrores favoritos”.

Aquellas noches eran las mejores. Poblaban sus sueños de criaturas de otros mundos, monstruos sedientos de sangre, asesinos en serie, fantasmas burlones y niños inocentes que desaparecían al entrar en un bosque encantado. Alguna vez intentó levantarse y huir pero lo que veía en la pantalla, casi siempre en blanco y negro, le atraía como la luz a las polillas. Se quedaba hasta que la escena final se fundía en negro y las palabras “The End” aparecían en pantalla. Ese era el momento de levantarse, ignorando el dolor de piernas, y volar de vuelta a la cama antes de que la pillaran. Lo conseguía casi siempre y cuando eso no pasaba, la regañina era antológica. Prometía no volver a hacerlo pero la tentación era demasiado fuerte y la semana siguiente, a la misma hora, la niña repetía el ritual paso por paso. Fue la primera adicción de su vida y la menos dañina de todas. Años después, cuando lo recordaba, la sonrisa se le escapaba sin remedio. Añoraba a aquella criatura que se rebelaba contra las reglas y, además de leer libros bajo las mantas alumbrada por una linterna, vio montones de clásicos de terror escondida en un pasillo a oscuras.


La adulta que es ahora lleva clavada en la memoria una pesadilla que, quizá por culpa de aquellas películas, la asustó durante noches enteras. No por el tema el tema sino por lo real que le pareció, la sensación de verdad que se le coló bajo la piel y, muchos años después, todavía sentía en ciertas ocasiones. En el sueño, la niña dormía plácidamente en la cama de su habitación nueva. Con los muebles en azul y crema, ese espacio era suyo por completo y se sentía feliz y libre cuando entraba y cerraba la puerta. Allí dentro sólo tenían cabida sus fantasías y desilusiones, como no tener un hermano o hermana con quien jugar y lo mal que lo pasaba en el colegio, donde no tenía amigos que le ayudaran a pasar mejor las horas. En su habitación, era feliz sin tener que dar explicaciones. Lo único que habría cambiado era la ventana. No tenía persianas y la luz se colaba a raudales cada mañana, despertándola. No le daba miedo la oscuridad, eso vino después, cuando aprendió que allí se escondían monstruos que podían ser mucho peores que los que su imaginación creaba, pero jamás fue capaz de dormir con tanta claridad. Le pidió a sus padres que lo remediaran y lo hicieron, poniendo una tela oscura y tupida colgada en dos clavos sobre la madera. El remedio no era perfecto, en realidad era bastante chapucero, pero resultó ser muy eficaz. Durante el día, recogía la tela a un lado para que entrara la luz y, antes de acostarse, volvía a colocarla en su sitio. Y esa ventana, con ese trapo colgado, fue el escenario de su peor pesadilla.

Soñó que despertaba en su cama, con la sensación de que alguien la observaba. Se giró despacio y vio la silueta de alguien, o algo, perfectamente recortada en la parte exterior de la ventana. Parecía estar sujeto con manos y pies al marco y que miraba al interior, vigilándola mientras dormía. La niña quiso darse la vuelta y volver a dormirse porque incluso en el sueño creía que lo que veía no era realidad. Pero no podía, cerraba los ojos y notaba la mirada de aquella criatura fija sobre ella. Sabía que lo único que estaba esperando era que se quedara dormida para saltar sobre ella y destrozarla. Volvió a mirarle, intentando no hacer ruido para alertarla, y decidió enfrentarse. Una locura, claro, ya había visto en las películas cómo podía acabar aquella historia, pero no podía quedarse allí tumbada, esperando. Tenía que hacer algo.

- ¿Quién hay ahí? – preguntó en voz baja.

Una especie de gruñido ronco llegó desde el otro lado de la ventana y se estremeció de miedo. Se tapó la cabeza con las mantas y empezó a temblar. Dejó pasar el tiempo, atenta a cualquier sonido que activara una alarma en su cabeza, pero no ocurrió nada. Se atrevió a salir de su refugio y volvió a preguntar. Obtuvo la misma respuesta pero, esta vez, la forma se movió y rozó el cristal. La niña se sentó en la cama, sin notar siquiera el frío que hacía, y se quedó mirando a aquella cosa que acechaba con paciencia. No podría dormir hasta que supiera qué era, qué quería de ella. Se puso de rodillas y, con cuidado, se acercó a la ventana. Levantó la cortina azul de encaje y una esquina del trapo oscuro y, con los nudillos, golpeó el cristal dos o tres veces. Nada, ni un sonido ni un movimiento, tan solo silencio. La niña respiró hondo y se atrevió a golpear el cristal de nuevo. Como no ocurrió nada, retrocedió hasta quedar sentada con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y los ojos clavados en el hueco de la ventana. Le pesaban los párpados de sueño, pero sabía que no podía dormirse, porque eso era justo lo que la criatura esperaba.

Espero con paciencia, con los brazos cruzados y las piernas bajo las mantas para protegerse del frío. Pasó el tiempo sin que ninguno de los dos, el acechador o la acechada, hiciera nada más que vigilarse mutuamente. Cada vez con más frecuencia, la niña bostezaba y se restregaba los ojos para espantar el sueño y, de vez en cuando, del otro lado del cristal le llegaba el sonido de un gruñido ronco y el rascar de unas uñas contra la madera. Al final, hizo acopio del poco valor que le quedaba y volvió a acercarse, levantó el trapo oscuro y golpeó con suavidad. En ese momento, la criatura se abalanzó contra la ventana con la fuerza de un huracán. La madera y el cristal saltaron hechos mil pedazos y cayeron sobre la cama y el suelo con un tintineo ensordecedor. La niña, sorprendida, apenas tuvo tiempo de saltar de la cama, descalza, y se quedó de pie contra el armario de dos puertas. Con los ojos desorbitados por el terror, contempló a la forma negra que, poco a poco, se ponía de pie sobre su cama. No sabía qué era aquella criatura peluda y gigantesca, con dos garras por manos y una boca llena de dientes puntiagudos, que gruñía con fiereza mientras miraba alrededor y olisqueaba el aire. La buscaba, por supuesto, porque sabía que tenía que estar allí, en algún lugar de aquella habitación demasiado llena de muebles. Y cuando la encontrara, acabaría con ella sin dudarlo.

Todo eso pasó la mente de la niña en una fracción de segundo. Se llevó las manos a la boca, para contener el grito que empezaba a subirle por la garganta, y se preparó para huir. Con cuidado de no hacer ruido, se deslizó por el armario, en dirección a la puerta. Pisó un cristal, se cortó y se le escapó un quejido que hizo que la criatura girara la cabeza en su dirección. Se mordió los labios y aguantó la respiración hasta que pasó el peligro. Dio otro paso más, ignorando el dolor de la planta del pie, y otro más hasta llegar a la puerta. Por suerte, su madre no le dejaba que la cerrara del todo por las noches, y quedaba un hueco por el que se podría deslizar sin problemas. Ya casi estaba en el recibidor del piso cuando se le enganchó la manga del pijama en la maneta. Empezó a tirar con suavidad para no delatarse y, después de un tiempo que le pareció eterno, consiguió liberarse. Miró por la puerta medio abierta y vio que la criatura se había bajado de la cama y se acercaba, apoyando las garras en el suelo, hasta la puerta. Por un momento, sus ojos se cruzaron y la niña se quedó paralizada. La criatura se puso de pie en un solo movimiento y abrió la boca en un rugido triunfal.

La niña gritó, gritó tanto que no podía entender cómo sus padres todavía no habían aparecido en la habitación para salvarla o morir con ella. Y echó a correr, pasillo adelante, sintiendo el aliento fétido de la criatura en la nuca, segura de que acabaría por sentir sus garras en la espalda y eso sería todo. Llegó al comedor, tropezó con el sofá, cayó al suelo y se levantó de un salto. La habitación de sus padres estaba ya al alcance de su mano. Hizo un último esfuerzo y se lanzó contra la puerta cerrada. Abrió de un manotazo, entró y cerró de golpe. Al otro lado, la criatura forcejeaba con la maneta, intentando entrar. La niña, sabiendo que ya nada podía hacer, se quedó sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la madera, llorando.

En ese momento, se encendió la luz de la lamparilla de su padre.

- Pero… Jose, ¿qué haces ahí? – preguntó, incorporándose a medias-. ¡Venga y tira para la cama, que no son horas!

La niña intentó explicarle que no podía salir, que había un monstruo esperando para matarla. Se puso en pie y se acercó a su padre, sin dejar de llorar.

- Ángel ¿qué pasa? – dijo su madre, levantando la cabeza de la almohada.

- No sé. La niña, que está aquí llorando.

- ¿Llorando? – encendió también su lamparilla y salió de la cama. Se acercó y le apoyó las manos en los hombros-. Madre mía, ¡pero si estás temblando!

La niña se abrazó a ella y, con la voz entrecortada, empezó a contarle lo que había pasado, punto por punto, mientras su madre le acariciaba la cabeza. Cuando acabó, se agachó para limpiarle las lágrimas y sonrió.

- No te preocupes, ahora va tu padre y mira a ver si se ha ido el monstruo, ¿vale? – le dijo, abrazándola.

- ¿Ahora me tengo que levantar y…?

- Sí, ahora te tienes que levantar y…

- Pero si sólo ha sido una pesadilla, Encarna…

- ¿Es que no ves que está temblando? Haz el favor de ir a ver si ya se ha ido el puñetero monstruo.

Su padre salió de la cama y, rezongando, se puso las zapatillas y partió a investigar si había pasado el peligro. Volvió al cabo de cinco minutos, les aseguró que todo estaba correcto, que no quedaba ni rastro del bicho y, por arte de magia, la ventana estaba intacta y podía volver a su cama. La niña empezó a temblar de nuevo y se abrazó a su madre.

- ¿Quieres quedarte a dormir esta noche aquí, Jose? – le dijo al oído. La niña asintió-. Ea, pues ya está. Métete en la cama, que vas a pillar una pulmonía.

- Pero Encarna, por Dios, que ya tiene seis años…

- No, Ángel, sólo tiene seis años y está muerta de miedo – contestó su madre, tapándola y metiéndose ella también en la cama.

- ¿Te acuerdas de lo que se mueve esta niña cuando duerme? ¡Que da más patadas que los defensas del Europa! ¡Y yo me tengo que levantar a las seis, que mañana hago turno doble en la fábrica!

- ¿Ah, sí? Es verdad, se me había olvidado… Bueno, pues como tienes que descansar porque mañana tienes un día duro, lo mejor que puedes hacer es dormir tú en la cama de la niña – Apagó su lamparilla y apoyó la cabeza en la almohada-. Llévate el despertador, no te olvides de apagar tu luz y, cuando salgas, cierra la puerta.

- El desayuno, mañana, ¿lo hago yo…?

- Sí, lo haces tú. La cafetera está preparada y el resto de cosas, ya sabes dónde están. Cierra el butano antes de irte, por favor.

- Encarna…

- Buenas noches, Ángel.

El padre se quedó mirándolas, a su hija profundamente dormida y a su mujer, que le miraba con una sonrisa burlona. No valía la pena ni intentar razonar con ella así que se rindió. Recogió la ropa del trabajo, que había dejado preparada en la silla, y el despertador de la mesilla. Apagó la lamparilla y, a oscuras, palpando el aire a su alrededor, fue caminando hacia donde suponía que estaba la puerta. Se golpeó el dedo pequeño del pie derecho con la pata del mueble tocador y lanzó un montón de maldiciones. Salió al comedor, dejó la ropa en el sofá y, arrastrando los pies, fue hasta la habitación de su hija.

Arregló un poco las mantas, que estaban revueltas y se habían salido por la parte de debajo de la cama, y se acostó con un suspiro. Por suerte, habían había comprado un buen colchón y, al menos, dormiría cómodo. Si es conseguía dormir algo, claro. Dio tres o cuatro vueltas, buscando una posición cómoda. Al final se quedó de lado, mirando hacia la ventana.

- Qué imaginación tiene esta niña, no sé de dónde la habrá sacado. De mi familia no, eso seguro…

Estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó un gruñido ronco. Abrió los ojos de par en par y sintió que se le helaba la sangre al ver la silueta de alguien, o algo, perfectamente recortada en la parte exterior de la ventana.


Mjo

05-04-2020

Reto RayBradbury

Semana 13

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