Doña
Paquita, que había nacido el mismo día que acababa la Guerra Civil, vivía justo
enfrente. Acompañaba su vejez con un gato naranja, tuerto y arisco, y la más
pequeña de sus hijas, que quiso ser artista y sólo consiguió convertirse en
madre soltera. Se le rompieron los sueños en cuanto la criatura dio la primera
patada y el padre, casado y con cinco hijos, se hizo humo. Regresó al pueblo con
la frente alta y el orgullo herido, para parir, sacrificarse, ser casi santa y mártir,
porque le había cogido miedo a la vida. La nieta nació rebelde y antes de
cumplir los diecisiete, cogió un tren y se perdió de vista. Ahora vive en New
York, escribe cartas plagadas de “darling”, “you know” y “so happy” y cría a
dos mocosos de piel morena con el pelo ensortijado y las sonrisas más hermosas
del mundo. Siempre dice que se ofrece a pagarles el viaje para que vayan a
verla y a conocer a sus hijos y ellas, recurriendo a las mentiras piadosas,
juran que irán el próximo verano, las navidades siguientes, cuando deje de
hacer tanto frío, antes de que apriete el calor. No pasará nunca y lo saben.
LEOCADIA:
¡Ay, todavía no les he visto! ¿Cuándo han llegado?
PILAR:
Hace tres o cuatro días, creo. No me digas que aún no han ido a rendirte
pleitesía... (concluye la puya con una risita, le da un codazo a Consuelo, que
derrama la mitad de la limonada sobre su falda nueva).
CONSUELO:
¡Pero mira que eres brutica, hija! (Deja el vaso en el suelo, saca un pañuelo
bordado de la cinturilla de la falda y lo pasa por las manchas). Nada, voy a
tener que lavarla esta noche antes de acostarme.
PILAR: Qué dramática eres (se inclina mucho
sobre la falda, porque es miope y se ha dejado las gafas en casa, y a punto
está de caerse de la silla). ¡Si apenas se ve!
LEOCADIA: Eso lo dices tú, que no ves tres en un burro
(menea la cabeza con desaprobación). Consuelo, déjala toda la noche en remojo
pero ya te digo que no va a servir de nada. Se va a quedar la mancha SE-GU-RO
(y subraya cada sílaba con una golpe de abanico al aire).
PAQUITA:
Lástima, con lo bonita que es la
falda... Si es que a quién se le ocurre vestirse tan fina para sentarse a la
fresca en la puerta de casa.
CONSUELO: Ah, claro, si es que tengo cada
cosa... A ver, tú que eres tan lista, ¿cuándo me la puedo poner?
LAS
TRES A CORO: ¡El domingo! (y se echan a reír a carcajadas).
CONSUELO:
¡El domingo! Anda ya...
PAQUITA:
Sí, mujer, para ir a misa.
LEOCADIA: ¿A misa, la irreverente ésta? (la señala con
el pulgar y suelta un bufido) Pues eso sí que iba a ser un milagro. ¿Cuánto
hace que no pisas la iglesia?
CONSUELO:
Quince años hará en noviembre (responde, levantando la barbilla en un gesto
desafiante).
PAQUITA:
¡Quince años! (Se echa las manos a la
cabeza y, después, se santigua).
PILAR:
Desde el entierro de Antonio,
¿verdad? (Consuelo siente y se cruza de brazos).
LEOCADIA:
Qué rencorosa eres, de verdad. Tampoco
fue para tanto... Además, el padre Anselmo hace ya mucho que no viene por el
pueblo (hace una pausa y se queda mirando al vacío con expresión interrogante)
PAQUITA: Eso estaba yo pensando, que hace meses que
no se le ve por aquí. ¿Qué le habrá pasado? (Mira a las demás, esperando una
respuesta)
PILAR: ¿Cómo que qué le habrá pasado? ¿Lo
dices en serio? (Paquita asiente y se encoge de hombros) No me lo puedo creer.
LEOCADIA: ¿El qué? (pregunta mientras se lleva el vaso
de limonada a la boca).
PILAR: Pero... (mira a Consuelo, que enarca
las cejas y se muerde los labios para no reírse) Madre mía, que San Drogón os
conserve el oído porque lo que es la cabeza (señala a Leocadia y Paquita) la tenéis
echada a perder.
LEOCADIA: Ea, ¡habló Doña “yo es que me acuerdo de
todo”! ¿Cuántas veces saliste ayer a comprar sal y volviste sin ella?
PILAR:
¿Y qué tendrá que ver el tocino
con la velocidad?
LEOCADIA: Vaaaaaaayaaaaaa, mírala ella, qué habla más
moderrrrrrna. ¿Quién te ha enseñado, eh? (Hace una pausa dramática y dibuja una
sonrisa maliciosa) ¿Tu nieto?
PILAR:
Ya tardaba en salir Marcos por
medio. Hay que ver la tirria que le tienes, moza. ¿Se puede saber qué te ha
hecho?
PAQUITA:
Acabáramos... (pone los ojos en blanco
y suspira, resignada).
CONSUELO:
Déjalo, mujer, si está de broma (pone la mano sobre el brazo de Pilar e intenta
cambiar de tema) ¿Qué decías de la chica de los Alelaos?
LEOCADIA: ¿A mí? Naaaadaaaaa... pero desde luego que a mi
Soraya la ha dejado para el arrastre.
PILAR: ¿Pero aún andamos con eso? Que ya hace
dos años que rompieron, por favor, ¡ya va siendo hora de que cambie el disco!
(vacía el vaso de limonada de un solo trago y lo deja en el suelo).
CONSUELO:
Señoras, que decía yo... (no puede acabar la frase).
LEOCADIA: No, por Dios, ya ni se acuerda de que existe.
De hecho, (se inclina un poco y baja la voz, como si fuera a confesar un
secreto de estado) se ve con el hijo de un director de banco, un chico de muy
buena familia. No es muy bonico pero va para arquitecto...
PILAR: Pues que le vaya muy bien, oye. Tu
Soraya es una preciosidad (miente con el descaro que dan los años y le guiña un
ojo a Paquita) y se merece toda la suerte del mundo.
LEOCADIA: Pero hay que ver los dolores de cabeza que le
ha dado tu Marcos. ¡No te puedes imaginar la cantidad de veces que le he tenido
que limpiar las lágrimas de esa cara de muñeca que tiene! (ahoga un sollozo
teatrero y aprieta los labios)
PILAR:
Y dale Perico al torno. ¡Que eran
dos críos, Leocadia! Si aún les olía el culo a pañales cuando les dio por
pasearse por el pueblo de la mano. ¡Y a ti se te llevaban los demonios al
verlos! ¿O es que ya no te acuerdas?
CONSUELO: Pero vamos a ver, ¿es que no nos
vamos a poder reunir ni una puñetera vez sin que el tema de los dos mocosos
salga a relucir? (Se hace un silencio incómodo. Leocadia y Pilar se miran de
reojo y ninguna da su brazo a torcer).
PAQUITA: Consuelo tiene razón, que sois peor que
ellos... Dejadlo ya, que no son Romeo y Julieta. Se juntaron, se dejaron y
ahora son amigos. Si ellos han sido capaces de dejar todo eso atrás, ¿me vais a
decir que vosotras no sabéis cómo hacerlo? (Las mira a las dos, con los brazos
cruzados y espera que cedan).
PILAR:
También es verdad... (concede,
sintiéndose muy generosa y un poco mártir) No sé qué me pasa, que cada vez que
alguien me mienta a Marcos, salto como una víbora. Sabré yo los defectos del
chico... pero desde que su madre pegó la “espantá” y su padre se arrejuntó con
la petarda esa (pone cara de asco supremo), me da mucha penica.
LEOCADIA: Desde luego, mala suerte ha tenido la
criatura... Ea, no se hable más del tema. ¿Amigas? (Dibuja una sonrisa de oreja
a oreja, falsa como los diamantes de sus pendientes, y ofrece una mano cargada
de anillos a su “enemiga”, que se la estrecha y aprieta un poquito más de la
cuenta).
CONSUELO:
¡Un brindis para celebrar que la sangre no ha llegado al río! (Levantan los
vasos y los entrechocan, con tan mala fortuna que un generoso chorro de
limonada va a parar a su camisa) ¡Ahora la camisa! Desde luego que esta noche
no es la mía...
PAQUITA:
Bah, eso se quita dejándola en remojo
en agua con sal gorda... Y oye, cambiando de tema, ¿qué es lo que decís que le
ha pasado al padre Anselmo?
LEOCADIA:
¡Eso, eso!
PILAR:
Agarraos las enaguas, que se os van
a caer al suelo en cuanto os lo cuente. (Baja la voz y se inclina, gesto que imitan las demás para dar más
ambiente de confidencia) ¿Os acordáis de aquel retiro espiritual que hacía cada
año, entre Navidad y Semana Santa?
PAQUITA:
Sí, claro, se va a... ¿cómo se llama el
monasterio ese? Madre mía, de verdad que tengo la cabeza hecha un desastre...
CONSUELO:
No me acuerdo yo tampoco pero da igual, no es importante. Pues resulta que la
última vez le pillaron tomando la confesión de uno de sus discípulos de una
forma digamos un poco...
PILAR:
¡Un poco, dice! (Y se echa a reír a carcajadas).
CONSUELO:
¡Calla, escandalosa, que se va a enterar medio pueblo! (Intenta mantener la
compostura pero acaba riéndose también. Leocadia y Paquita se miran sin
entender nada).
LEOCADIA:
A lo mejor si contáis el chiste, nos reímos todas, ¡que ya está bien! (Tiene el
ceño fruncido, lo que provoca que las otras dos se rían más todavía) Será
posible... ¡Paquita, me da que nos están tomando el pelo!
CONSUELO: No, para nada (dice, limpiándose las
lágrimas de los ojos) Ay, perdón, es que sólo de imaginar la escena... (se le
escapa una carcajada pero la mirada fulminante de Leocadia evita que caiga en
otro ataque de risa) Perdón, perdón...
PILAR:
Mira, que cuando entraron en la
sala en la que estaba oyendo confesión, encontraron a aquel muchacho, uno de
los novicios a los que daba clase de latín y con quién practicaba la
administración de los sacramentos, arrodillado a sus pies.
PAQUITA: Bueno, si le estaba escuchando en confesión,
¿cómo iba a estar? ¿Haciendo el pino? De verdad que tenéis cada cosa...
CONSUELO:
Ya, es que en vez de practicar la administración de los sacramentos, le estaba
administrando otra cosa, ya me entendéis... (Hace una pausa y les guiña el ojo
con picardía. Leocadia y Paquita se miran y se encogen de hombros. Piensan un
poco y, de repente, abren los ojos como platos y se les escapa una exclamación
a medio camino entre el escándalo y la diversión).
LEOCADIA:
No querrás decir que le les pillaron
con... (Consuelo y Paquita asienten al mismo tiempo, con expresión satisfecha.
Nada les gusta más que ser las portadoras de un chisme jugoso) Madre mía, quién
lo iba a decir...
PAQUITA: Con la pinta de no haber roto un plato que
tenía... (Hace un gesto con la cabeza y suspira exageradamente. Ella, tan
beata, admiraba profundamente a aquel hombre de expresión serena, siempre
dispuesto a escuchar sus preocupaciones). Se me ha caído del pedestal, ¿eh?
PILAR: A ver, tampoco vayamos a hacer ahora
una tragedia del tema, que ni es el primero ni será el último que acaba sacando
los pies del tiesto. Todos deberían declarar sus tendencias sexuales, mejor le
iría a la iglesia si se dejara de monsergas y se modernizara un poquito.
LEOCADIA:
Claro que sí, y que los curas se casen y las monjas den misa...
CONSUELO:
Pues tampoco sería tan terrible. ¡Hay que modernizarse un poquitoooooo!
PAQUITA:
¡Calla, so hereje! (Se persigna dos o
tres veces y la mira horrorizada) No me extraña que no vayas a misa, ¡es que no
deberían dejarte ni pisar el tranco de la puerta!
CONSUELO:
Anda ya, exagerá... (Coge la jarra de limonada y reparte lo que queda, casi
todo agua de los cubitos que se han derretido por el calor) Voy a buscar la
otra jarra, que la tengo en la nevera y estará bien fresquita. (Se mete en la
casa y, antes de desaparecer por el pasillo, asoma la cabeza por la puerta) ¡Ni
se os ocurra contar nada hasta que yo vuelva! (Las tres contestan, a coro, con
un “Noooooooo” divertido. Consuelo regresa tan rápido como sus cansadas piernas
le permiten, llena los vasos y se sienta en su silla de nuevo) ¿De qué
hablábamos?
PAQUITA: De la chica de los Alelaos.
PILAR:
No, hablábamos de... (no puede
acabar la frase porque Leocadia se lo impide)
LEOCADIA:
¡De la chica de los Alelaos y punto!
CONSUELO:
Sea, pues. A ver, ¿qué le pasa a esa criaturica?
PAQUITA:
Que está en los huesos, madre mía, da
lastimica mirarla...
CONSUELO:
A ver, que a nadie puede extrañarle cómo salga la niña. Acordaros de la abuela
y de su madre, el ansia de figurar que tenían siempre. Y ya sabéis lo que
dicen...
LEOCADIA:
¡Que arreglao al santo es el escapulario!
Mjo
09-08-2020
Reto
Ray Bradbury
Semana
31
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