domingo, 11 de octubre de 2020

¿Y TÚ QUÉ SUEÑAS? (semana 39)

 

Despertó gritando, con el cuerpo empapado en sudor y el cuello dolorido. Esta vez, el sueño había sido demasiado real, tanto que juraría que había notado el frío de la guillotina penetrar por su nuca y atravesar, con un chirrido siniestro, nervios, músculos, venas y huesos, hasta cercenar su cabeza limpiamente. Se sentó en la cama, temblando, y buscó el interruptor de la lamparilla. Necesitaba luz para quitarse de encima los restos pegajosos de aquel sueño. Y necesitaba mirarse en el espejo, comprobar si seguía conservando la cabeza intacta sobre los hombros.

Se acercó con miedo al tocador y contempló su reflejo. Sí, ahí estaba su cabeza, justo donde debía estar. ¡Y entera! El pelo revuelto, los ojos miopes, las orejas algo despegadas, la nariz un poco torcida y la boca que tanto le gustaba a su novia. Todo parecía estar en su sitio, pero ¿funcionaría? Probó a sonreír y sonrió. Bien. Intentó guiñar un ojo y pudo hacerlo. Se tocó las mejillas y rascaban. Le iba a tocar afeitarse otra vez, con lo mal que lo pasaba. Igual podía aguantar uno o dos días más, ya lo decidiría por la mañana.

- Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más bella? – A Daniel, que había olvidado que Carla se había quedado a dormir en su casa esa noche, se le escapó un grito-. ¿Se puede saber qué narices haces delante del espejo? ¡Que son las tres de la mañana!

- ¿Qué quieres? – Replicó, llevándose la mano al corazón-, ¿matarme de un susto? Anda, vuelve a dormirte.

- Sí, claro, con todas las luces encendidas y tú haciendo muecas como si estuvieras loco. ¿Te encuentras bien? – Ni siquiera le dio opción a contestar-. La cena, ¿no? Lógico. Te lo dije, comer caracoles por la noche nunca es una buena idea pero ¿me hiciste caso? Nooooo, claro que noooooo, ¿para qué? ¿Te preparo una manzanilla?

- ¿Qué? ¡No, puaj! No me pasa nada, los caracoles estaban buenísimos y me sentaron estupendamente – contuvo un eructo y continuó hablando como si no pasara nada-. ¡Tengo el estómago a prueba de bombas!

- Entonces, ¿qué te pasa?

- Naaaaadaaaaaa... –Apagó la luz del tocador y la lámpara del techo. Volvió a la cama y se metió bajo el nórdico. Se había quedado helado y se acurrucó contra su cuerpo en busca de calor.

- Joder, qué pies más fríos tienes... – Intentó apartarse de él pero no pudo. Daniel sabía que odiaba que hiciera eso y se pegó todavía más a ella-. ¡Quita, so plomo!

- Anda, ten un poquito de compasión y caliéntame... – Deslizó una mano entre sus piernas y, como recompensa, recibió un codazo en el ojo-. ¡Ay! Gracias, cariño, es justo lo que necesito ahora.

- Lo siento. Es que, ¿sabes?, tenía a Michael Fassbender arrodillado a mis pies, a punto de pedirme que me casara con él y me he quedado a media declaración porque me he despertado. Miento: TÚ me has despertado.

- Pues no sabes cómo te envidio– contestó Daniel, limpiándose las lágrimas que caían del ojo herido-. Mi sueño era bastante menos divertido. Hostias, qué daño. Mañana lo tendré morado, seguro.

- Lo siento, de verdad – Parecía sinceramente arrepentida, pero con ella nunca podía estar seguro-. ¿De qué iba tu sueño?

- Lo de siempre. Sangre. Dolor. Muero. Fin.


- ¿Otra vez? – Daniel asintió-. Y esta noche, ¿cómo ha sido?

- Guillotina.

- ¿Perdona? – exclamó Carla, sorprendida.

- Me cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa. ¿Podemos cambiar de tema?

- Qué original, esta vez te has superado. Dime, en el sueño, ¿quién eras? ¿Lo sabes?

Daniel cerró los ojos y le dio la espalda. Que si sabía quién era... ¡Pues claro! Pero no pensaba decirlo. ¡Hasta ahí podían llegar! Se iba a quedar con las ganas, le daba demasiada vergüenza decirlo en voz alta. Pero cuando Carla hacía presa, no la soltaba hasta sacarle lo que quería. A veces, se preguntaba si aquella chica, tan dulce y cariñosa la mayor parte del tiempo, no habría sido inquisidora en otra vida.

Carla, que sabía cuál era su punto débil, le pasó un brazo por la cintura y se pegó a su espalda. Empezó a darle besos en la nuca, a rozarle el hombro con la punta de los dedos, a susurrarle al oído lo que le haría si se lo contaba... Daniel apretó los puños, los ojos y la mandíbula, decidido a no caer en su trampa. No podía ser que lo manipulara de esa manera. ¿Qué era él, un adolescente con las hormonas desatadas o un hombre en pleno control de sus instintos? En ese momento y a traición, Carla metió la mano bajo sus pantalones del pijama y, tan pronto como encontró su objetivo, Daniel dijo “Adiós, hombre. ¡Hola, adolescente!”. Se giró y le buscó la boca con gana, al tiempo que tiraba de su camiseta para quitársela.

- Quieto, fiera... – Carla le puso la mano en el pecho y le empujó con suavidad-. Si no me dices quién eras en el sueño, no hay premio.

Daniel lo pensó durante un par de segundos, o quizá cinco, pero no más de diez. Lo pensó durante el tiempo que Carla tardó en leer la duda en sus ojos y atacar moviendo la mano que seguía metida en sus pantalones. A él se le escapó un gemido, mitad placer, mitad humillación, y se rindió. Susurró un nombre entre dientes y volvió a besarla.

- ¿Qué has dicho?

- Ya me has oído – Empezó a bajarle las tirantes de la camiseta sin dejar de besarla. En cuestión de sexo, podía ser multitask.

- He oído un gruñido pero no he entendido nada.

- Carla, por Dios – gimió contra su cuello-, me estás matando.

- Todavía no – contestó ella. Le apartó de un empujón y salió de la cama. Daniel se tragó las ganas de gritar y se conformó con estirarse con rabia sobre la cama-. ¿Quién eras en el dichoso sueño?

- ¡María Antonieta! – gritó. En el piso de arriba, su vecina sexagenaria intentó imaginar qué práctica sexual podía hacer que un hombre gritara justamente eso y no fue capaz de visualizarlo. Daniel, en su cama, se limitó a esconder la cabeza bajo el nórdico para ocultar su vergüenza.


- María Antonieta – dijo Carla, con cautela.

- Sí.

- ¿En serio?

- En serio.

- María Antonieta con todo su pelucón, los vestidazos enormes, todas las joyas de la corona, el lunar falso... Vamos, María Antonieta, ¡María Antonieta! – Intentaba no reírse, pero es que era tan cómica la imagen que se le escapó una carcajada.

- El pack completo, sí.

- Ajá... – Carla se sentó en la cama y, con delicadeza, le destapó la cabeza-. Y, esto, cariño, ¿cómo te sentías?

- ¿Me lo estás diciendo en serio? – Daniel soltó un resoplido y la miró con el ceño fruncido. Se le estaba pasando el calentón a la velocidad del rayo. De hecho, empezaba a estar enfadado.

- Bueno, no sé, me entró la curiosidad. ¡Tampoco es tan terrible, creo yo!

- Carla, hija, que me cortaron... Digo, que le cortaron la cabeza. ¿Tú sabes lo que debió de doler eso?

- Espera, que repaso la lista de mis muertes... Disparo, ahorcamiento, caída desde un puente, ahogada en un naufragio, en la hoguera por bruja... ¡Ah! Una vez me mordió un vampiro, pero esa no cuenta porque muerta, lo que se dice muerta, pues no estaba. Mmmm, no, por decapitación todavía no he muerto. ¡Y tú tampoco, por cierto!

- Genial, ¿ahora te enfadas conmigo? ¡Te recuerdo que yo soy la víctima! – Se dio cuenta de la tontería que había dicho, pero ya era demasiado tarde. Carla se llevó las manos a la cabeza y miró al techo.

- Señor, dame paciencia, porque como me des fuerza, ¡yo a éste lo machaco! – Salió de la cama, salió de la habitación y le dejó solo. Daniel se sentó y miró alrededor, preguntándose en qué momento la posibilidad de un polvo salvaje se había transformado en aquella pelea absurda. Por un sueño, por favor, ¡por un estúpido sueño!

Tenía que reconocer que, últimamente, este tipo de pesadillas se repetían con frecuencia. No solía recordar nada cuando tenía sueños felices. Sin embargo, de aquellos trances en los que acababa muriendo podía explicar hasta el más mínimo detalle. Dónde estaba, en qué época concreta de la historia, la ropa que llevaba, con quién se cruzaba, dónde y cuándo se producía el fatal desenlace. Al principio no le daba demasiada importancia y achacó aquellas noches infernales al estrés del trabajo, donde no pasaba un día sin que alguien provocara una crisis, o varias, que siempre le tocaba solucionar a él. Con el tiempo, y a medida que los sueños se hacían más y más reales, empezó a preocuparse. A veces, tenía la sensación de ser capaz, aun despierto, de percibir olores, escuchar voces y ver, de forma borrosa, sombras humanas paseándose a su alrededor. Se preguntaba si era posible traer de vuelta, a su vida real, pedazos de aquellas vivencias falsas, como quien regresa de una excursión al bosque con agujas de pino enganchadas en el pelo y la ropa. ¡Imposible!, gritaba la parte racional de su cerebro. La otra, la friki que adoraba las películas de terror, los programas sobre edificios malditos y los videojuegos en los que iba de sobresalto en sobresalto, estaba encantada. Y un poco acojonada, también hay que decirlo, porque una cosa es verlo a través de la pantalla y otra, muy distinta, sentirlo en las propias carnes.

Oyó correr el agua en el lavabo, al otro lado de la pared de la habitación. Apenas unos segundos más tarde, Carla entró y, con expresión pensativa, se sentó a los pies de la cama. Daniel no se atrevió a decir nada, por si acaso le duraba el enfado. No sabía cómo interpretar su silencio y, por prudencia, se conformó con observarla por el rabillo del ojo.

- He estado pensando sobre esto que te pasa – Daniel se puso en guardia inmediatamente- y he llegado a una conclusión. ¿Quieres oírla?

- No sé. ¿Quiero? – respondió, con mucha más ironía de la necesaria.

- Mira, si no te apetece escucharme, pues me callo, me visto y ya nos veremos – Se levantó y empezó a recoger su ropa, que estaba desperdigada por la habitación-. Mierda, ¿dónde está mi sujetador? Que lo estrenaba hoy y me ha costado una pasta.

- Carla, no te vayas – Daniel saltó de la cama e intentó abrazarla-. Hace frío, está lloviendo, ¿ves? Lo siento, es que estoy un poco nervioso. No me hagas caso, ¿vale? Va, cuéntame, soy todo oídos.

Ella adoptó una posición de dignidad durante unos segundos hasta que le prometió que le traería el desayuno a la cama. “Chocolate con churros”, pidió, “y a la dieta que le den”

- Bueno, si insistes... – Soltó la ropa, que cayó casi exactamente en el mismo sitio en el que estaba antes, y volvió a la cama-. A ver, tú crees en todas esas mierdas sobrenaturales, ¿verdad?

-¿Por ejemplo?

- Fantasmas, vampiros, casas encantadas, viajes astrales, el horóscopo, la reencarnación...

- ¡Alto ahí! –Daniel levantó la mano como si fuera un policía deteniendo el tráfico-. Si se te ocurre decir que igual, en otra vida, fui María Antonieta, la tenemos, ¿eh?

- Ostras, pues ahora que lo dices... No me parece una explicación descabellada. ¡Bravo, cariño!- Empezó a aplaudir pero cortó en seco la celebración al ver la mirada asesina que él le lanzó-. Pero no, no es lo que iba a decir. Tranquilo, cielo. Te quiero. Qué guapo estás esta noche, madre mía...

- ¡Suéltalo ya, pelota! – contestó, riéndose.

- ¿Desde cuándo tienes estas pesadillas? No hace falta el día exacto...

- A ver, déjame pensar – Daniel se sentó con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Era terrible para las fechas; recordaba algunos cumpleaños y poco más, y en clase de historia nunca fue capaz de recordar con precisión cuándo empezó tal guerra y acabó tal otra-. Creo que desde mediados de enero, más o menos. Había nieve en la calle, de eso me acuerdo, y no nevó hasta después de Reyes.

- Bien. ¿Y qué hiciste de nuevo en esa época? – Carla había adoptado la pose del detective de homicidios que interroga al sospechoso, buscando pillarle en un renuncio que confirmara su culpabilidad-.

- Joder, yo qué sé. No recuerdo qué hice anoche y ¿quieres que me acuerde que hice de nuevo hace casi once meses?

- Anoche cenamos sushi y, de postre, follamos en el sofá.

- Ah, sí... – A Daniel se le puso cara de tonto al recordarlo. Habían empezado jugando y, sin darse cuenta, acabaron el uno encima del otro, devorándose como si no hubiera un mañana. Carla chasqueó los dedos delante de su nariz y le trajo de vuelta al presente con una risita.

- Concéntrate, peque, que estoy hablando en serio.

- Bueno, lo de anoche también fue bastante serio, ¿eh? – Le hizo un guiño pícaro, buscando su sonrisa cómplice, y recibió un resoplido -. O no.

- Va, usa esa maravillosa cabeza que tienes. La de arriba, que te conozco...

Daniel buceó entre sus recuerdos, en busca de qué costumbre nueva podía haber adoptado que, sin darse cuenta, le había afectado hasta el punto de apropiarse de sus sueños. Pensó y pensó y, después, volvió a pensar, pero no encontraba nada. Había dejado de fumar, algo que se suponía que era buena idea. Se encogió de hombros y negó con la cabeza.

- Está bien – Carla suspiró, resignada. Le quería con locura pero, a veces, le costaba entender por qué-. Vamos al comedor, a ver si con un poco de soporte visual consigo iluminar ese vacío que tienes por cerebro.

Le cogió de la mano y le obligó a levantarse. Daniel la siguió, refunfuñando. Había sido una semana muy dura en el trabajo y, para colmo, la moto le había dejado tirado. La tenía en el taller y todavía esperaba el, probablemente, doloroso veredicto. Aquel jueguecito de detectives le había parecido divertido al principio, ahora ya no se lo parecía tanto. Tenía sueño, estaba cansado y empezaba a dolerle la cabeza. Lo único que le apetecía era echar un polvo tranquilito, o salvaje, y dormir hasta las once de la mañana. Por ese orden, a ser posible, aunque dormir primero y revolcón mañanero también le parecía una opción aceptable. Visto lo visto, tenía claro que no iba a pasar ni una cosa ni la otra. Al llegar al comedor, encendió la estufa. Hacía un frío del carajo y él iba sin camiseta y descalzo. Si se resfriaba, obligaría a Carla a disfrazarse de enfermera y cuidarlo.

- ¿Ves algo que te llame la atención? – le preguntó, dos pasos por detrás suyo.

- Noooooo. ¿Y tú?

- Oye, que esto lo hago porque me preocupo por ti, ¿vale? Así que métete el tonito irónico justo donde no suele darte el sol y siéntate. Voy a vendarte los ojos.

- Uy, por fin algo interesante – Se frotó las manos. La mirada que le lanzó Carla podría haberle fulminado al instante-. Perdón.

- ¡Que te sientes, coño! – Daniel obedeció al instante y bajó la mirada. La cosa, verdaderamente, se estaba poniendo muy seria. Carla había cogido un pañuelo del bolsillo de su abrigo y, después de doblarlo, le vendó los ojos. Olía a ella, al perfume que siempre llevaba y le recordaba a una tarde de verano junto al mar, y sonrió... hasta que le apretó el nudo más de lo necesario y le cortó la inspiración-. ¿Ves algo?

- Sí, las estrellas. ¿Puedes aflojarlo un poco?

- No.

- Ea, pues ya está. Y ahora, ¿qué?

- Ahora me vas a ir diciendo las muertes que recuerdes haber sufrido en tus pesadillas. ¿Preparado? – Daniel respiró hondo, se mordió la lengua para no decirle lo que pensaba de verdad sobre aquel estúpido juego y asintió-. Venga, empieza.

- Veamos... Morí como Templario, defendiendo Acre. Una cimitarra me atravesó de parte a parte, muy sangriento todo. Me estranguló un assessini en la Florencia de los Medici. Allí conocí a Leonardo Da Vinci, por cierto, un buen tipo. Como soldado americano, no sobreviví al desembarco de Normandía y, como soldado nazi, tampoco a la liberación de Berlín. Me reventó una bomba en Verdún, menuda carnicería. Vistiendo el uniforme de los nacionales, me dispararon durante el sitio de Madrid y, siendo miliciano de la República, me ahogué en la Batalla del Ebro cuando destruyeron el puente por el que estaba cruzando con un camión.

- Aliado, nazi, nacional, republicano... Tú no le haces ascos a nada, ¿eh? – dijo Carla, a la que oía trastear en la estantería donde guardaba su colección de DVD’s y los videojuegos que más le gustaban.

- Por lo visto, no... ¿Qué más? Ah, sí. En la Guerra Civil americana, fui confederado y unionista y caí en Gettysburg con ambos ejércitos. Se ve que, además de poco criterio, tengo una mala suerte que espanta. Y en la Revolución Francesa, la palmo siendo un sans-culotte, María Antonieta y también Marat. Claro que ahí tengo dudas, porque el agua de la bañera estaba tan fría que no sé si me mató la puñalada o una hipotermia.

- ¿Ya está? ¿Eso es todo?

- Si te parece poco, podemos esperar un par de meses y repetimos el proceso otra vez.

- Ja, ja, qué risa... No hace falta, creo que tengo suficiente información para probar mi teoría – Le quitó la venda. Daniel se frotó los ojos y parpadeó varias veces, hasta que volvió a ver con claridad. Le dolía cada vez más la cabeza, pero tenía la sensación de que estaba a punto de llegar al meollo de la cuestión y decidió tener un poco más de paciencia. Carla señaló la mesita y le miró-. ¿Qué ves?

- Mis videojuegos. Mis videojuegos favoritos, al menos – Se inclinó para verlos mejor y, de repente, al repasar los títulos y las ilustraciones de las carátulas, se le encendió una pequeña luz de alarma. Miró a Carla, que sonrió triunfal al ver la expresión de su cara, a medio camino entre la incredulidad y la sorpresa-. Será una broma... No puede ser.

- Y, sin embargo, puede que sí lo sea. Es la explicación que más me encaja – Se sentó a su lado y expuso su teoría-. Te auto regalaste la consola para Reyes, junto con todos esos juegos de guerra basados en batallas reales. ¿Cuántas horas has perdido delante de la pantalla, dándole al mando?

- Algunas... muchas – reconoció.

- Muchas, muchísimas, diría yo. Y no sé, creo que con éstos, en particular, te has llegado a obsesionar.

- Mujer, tampoco hay que exagerar.

- Daniel...

- Es que tendrías que ver qué gráficos, casi parece que estés dentro de una película. Y tienen buenos argumentos. ¡Hasta la música es buena! – Vio la mirada que le lanzó Carla, se dio cuenta de lo que decía y se rindió-. Puede que sí, puede que se me haya ido un poco la mano. Joder.

- No te pongas ahora en plan dramático, ¿vale? No soy psicóloga, seguramente estoy equivocada pero no perdemos nada si probamos a hacer un pequeño experimento. Te propongo un trato.

- Esta noche, estás que te sales, cariño – respondió Daniel, riéndose-. A ver, ¿de qué va ese trato?

- Estoy inspirada, qué se le va a hacer. Te propongo que no juegues con ninguno, CON NINGUNO, durante... no sé, dos semanas, y a ver qué pasa.

- ¿DOS SEMANAS? Sí, claro, ¿y qué más?

- Relax, drama queen, que no es el fin del mundo. Te prometo que te compensaré por todos y cada uno de esos días de cruel tortura – dijo, poniendo los ojos en blanco.

- Hum... ¿cómo?

- No sé, ya se me ocurrirá algo.

- Ni de coña. Las compensaciones las decidiré yo. Y para empezar, vas a dejarme que juegue una última partida de la Revolución Francesa.

- ¿Cuándo? ¿Mañana?

- No, ahora, y tú vas a jugar conmigo, nena – Se levantó del sofá, encendió la televisión y la consola, insertó el disco del juego en la ranura y, tan pronto como aparecieron las opciones en la pantalla, seleccionó “Dos jugadores” y le tendió el segundo mando. Carla se cruzó de brazos y negó con la cabeza-. O así o nada. Tú decides...


- De verdad que no sé por qué te quiero tanto – dijo ella, cogiendo el mando y sentándose en la otra punta del sofá.

- De verdad que yo, tampoco – Toqueteó los botones, ajustando los parámetros de la partida y, con una sonrisa de satisfacción, pulsó “play”-. ¡Allá vamos!

- “Illí vimis” – le remedó Carla, con cara de fastidio, y se concentró en entender la dinámica del juego y aclararse con el maldito mando. ¿En serio eran necesarios tantos botoncitos? Para su sorpresa, no tardó en disfrutarlo. Se vio en las calles de París, perdida entre las hordas de sans-culotte furiosos y sedientos de venganza, atacando los lujosos carruajes en los que la nobleza pretendía huir y despojándolos de todas sus riquezas.

Se les olvidó el sueño y las ganas de sexo, incluso se saltaron el desayuno. Para cuando terminaron la partida, no les quedaba fuerzas más que para volver a la habitación, bajar las persianas y meterse en la cama. Se quedaron fritos al instante.

Despertaron al mismo tiempo, mucho más tarde, gritando y con el cuerpo empapado en sudor. Se sentaron en la cama, con la respiración agitada, y se miraron de reojo.

- ¿Revolución Francesa? – preguntó Daniel, con la voz temblorosa.

- Ya te digo – respondió Carla-. ¿Y tú?

- También.

- ¿María Antonieta otra vez?

- Sí, hija, qué manía con el personaje.

- Decapitada, supongo...


- Por supuesto – se estremeció al recordar el silbido de la hoja al descender-. ¿Y tú?

- Eh... el verdugo, me temo – contestó, dibujando una sonrisa de disculpa. Daniel la miró con horror.

- ¡Mañana vendo la consola!

 

Mjo

04-10-2020

Reto Ray Bradbury

Semana 39

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