Se
acercó con miedo al tocador y contempló su reflejo. Sí, ahí estaba su cabeza,
justo donde debía estar. ¡Y entera! El pelo revuelto, los ojos miopes, las
orejas algo despegadas, la nariz un poco torcida y la boca que tanto le gustaba
a su novia. Todo parecía estar en su sitio, pero ¿funcionaría? Probó a sonreír
y sonrió. Bien. Intentó guiñar un ojo y pudo hacerlo. Se tocó las mejillas y
rascaban. Le iba a tocar afeitarse otra vez, con lo mal que lo pasaba. Igual
podía aguantar uno o dos días más, ya lo decidiría por la mañana.
-
Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más bella? – A Daniel, que había
olvidado que Carla se había quedado a dormir en su casa esa noche, se le escapó
un grito-. ¿Se puede saber qué narices haces delante del espejo? ¡Que son las
tres de la mañana!
-
¿Qué quieres? – Replicó, llevándose la mano al corazón-, ¿matarme de un susto?
Anda, vuelve a dormirte.
-
¿Qué? ¡No, puaj! No me pasa nada, los caracoles estaban buenísimos y me
sentaron estupendamente – contuvo un eructo y continuó hablando como si no
pasara nada-. ¡Tengo el estómago a prueba de bombas!
-
Entonces, ¿qué te pasa?
-
Naaaaadaaaaaa... –Apagó la luz del tocador y la lámpara del techo. Volvió a la
cama y se metió bajo el nórdico. Se había quedado helado y se acurrucó contra
su cuerpo en busca de calor.
-
Joder, qué pies más fríos tienes... – Intentó apartarse de él pero no pudo.
Daniel sabía que odiaba que hiciera eso y se pegó todavía más a ella-. ¡Quita,
so plomo!
-
Anda, ten un poquito de compasión y caliéntame... – Deslizó una mano entre sus
piernas y, como recompensa, recibió un codazo en el ojo-. ¡Ay! Gracias, cariño,
es justo lo que necesito ahora.
-
Lo siento. Es que, ¿sabes?, tenía a Michael Fassbender arrodillado a mis pies,
a punto de pedirme que me casara con él y me he quedado a media declaración
porque me he despertado. Miento: TÚ me has despertado.
-
Pues no sabes cómo te envidio– contestó Daniel, limpiándose las lágrimas que
caían del ojo herido-. Mi sueño era bastante menos divertido. Hostias, qué
daño. Mañana lo tendré morado, seguro.
-
Lo siento, de verdad – Parecía sinceramente arrepentida, pero con ella nunca
podía estar seguro-. ¿De qué iba tu sueño?
-
Lo de siempre. Sangre. Dolor. Muero. Fin.
-
Guillotina.
-
¿Perdona? – exclamó Carla, sorprendida.
-
Me cortaron la cabeza durante la Revolución Francesa. ¿Podemos cambiar de tema?
-
Qué original, esta vez te has superado. Dime, en el sueño, ¿quién eras? ¿Lo
sabes?
Daniel
cerró los ojos y le dio la espalda. Que si sabía quién era... ¡Pues claro! Pero
no pensaba decirlo. ¡Hasta ahí podían llegar! Se iba a quedar con las ganas, le
daba demasiada vergüenza decirlo en voz alta. Pero cuando Carla hacía presa, no
la soltaba hasta sacarle lo que quería. A veces, se preguntaba si aquella
chica, tan dulce y cariñosa la mayor parte del tiempo, no habría sido
inquisidora en otra vida.
Carla,
que sabía cuál era su punto débil, le pasó un brazo por la cintura y se pegó a
su espalda. Empezó a darle besos en la nuca, a rozarle el hombro con la punta
de los dedos, a susurrarle al oído lo que le haría si se lo contaba... Daniel
apretó los puños, los ojos y la mandíbula, decidido a no caer en su trampa. No
podía ser que lo manipulara de esa manera. ¿Qué era él, un adolescente con las
hormonas desatadas o un hombre en pleno control de sus instintos? En ese
momento y a traición, Carla metió la mano bajo sus pantalones del pijama y, tan
pronto como encontró su objetivo, Daniel dijo “Adiós, hombre. ¡Hola,
adolescente!”. Se giró y le buscó la boca con gana, al tiempo que tiraba de su
camiseta para quitársela.
-
Quieto, fiera... – Carla le puso la mano en el pecho y le empujó con suavidad-.
Si no me dices quién eras en el sueño, no hay premio.
Daniel
lo pensó durante un par de segundos, o quizá cinco, pero no más de diez. Lo
pensó durante el tiempo que Carla tardó en leer la duda en sus ojos y atacar
moviendo la mano que seguía metida en sus pantalones. A él se le escapó un
gemido, mitad placer, mitad humillación, y se rindió. Susurró un nombre entre
dientes y volvió a besarla.
-
¿Qué has dicho?
-
Ya me has oído – Empezó a bajarle las tirantes de la camiseta sin dejar de
besarla. En cuestión de sexo, podía ser multitask.
-
He oído un gruñido pero no he entendido nada.
-
Carla, por Dios – gimió contra su cuello-, me estás matando.
-
Todavía no – contestó ella. Le apartó de un empujón y salió de la cama. Daniel
se tragó las ganas de gritar y se conformó con estirarse con rabia sobre la
cama-. ¿Quién eras en el dichoso sueño?
-
¡María Antonieta! – gritó. En el piso de arriba, su vecina sexagenaria intentó
imaginar qué práctica sexual podía hacer que un hombre gritara justamente eso y
no fue capaz de visualizarlo. Daniel, en su cama, se limitó a esconder la
cabeza bajo el nórdico para ocultar su vergüenza.
-
Sí.
-
¿En serio?
-
En serio.
-
María Antonieta con todo su pelucón, los vestidazos enormes, todas las joyas de
la corona, el lunar falso... Vamos, María Antonieta, ¡María Antonieta! –
Intentaba no reírse, pero es que era tan cómica la imagen que se le escapó una
carcajada.
-
El pack completo, sí.
-
Ajá... – Carla se sentó en la cama y, con delicadeza, le destapó la cabeza-. Y,
esto, cariño, ¿cómo te sentías?
-
¿Me lo estás diciendo en serio? – Daniel soltó un resoplido y la miró con el
ceño fruncido. Se le estaba pasando el calentón a la velocidad del rayo. De
hecho, empezaba a estar enfadado.
-
Bueno, no sé, me entró la curiosidad. ¡Tampoco es tan terrible, creo yo!
-
Carla, hija, que me cortaron... Digo, que le cortaron la cabeza. ¿Tú sabes lo
que debió de doler eso?
-
Espera, que repaso la lista de mis muertes... Disparo, ahorcamiento, caída
desde un puente, ahogada en un naufragio, en la hoguera por bruja... ¡Ah! Una
vez me mordió un vampiro, pero esa no cuenta porque muerta, lo que se dice muerta,
pues no estaba. Mmmm, no, por decapitación todavía no he muerto. ¡Y tú tampoco,
por cierto!
-
Genial, ¿ahora te enfadas conmigo? ¡Te recuerdo que yo soy la víctima! – Se dio
cuenta de la tontería que había dicho, pero ya era demasiado tarde. Carla se llevó
las manos a la cabeza y miró al techo.
-
Señor, dame paciencia, porque como me des fuerza, ¡yo a éste lo machaco! –
Salió de la cama, salió de la habitación y le dejó solo. Daniel se sentó y miró
alrededor, preguntándose en qué momento la posibilidad de un polvo salvaje se
había transformado en aquella pelea absurda. Por un sueño, por favor, ¡por un
estúpido sueño!
Tenía
que reconocer que, últimamente, este tipo de pesadillas se repetían con
frecuencia. No solía recordar nada cuando tenía sueños felices. Sin embargo, de
aquellos trances en los que acababa muriendo podía explicar hasta el más mínimo
detalle. Dónde estaba, en qué época concreta de la historia, la ropa que
llevaba, con quién se cruzaba, dónde y cuándo se producía el fatal desenlace.
Al principio no le daba demasiada importancia y achacó aquellas noches
infernales al estrés del trabajo, donde no pasaba un día sin que alguien
provocara una crisis, o varias, que siempre le tocaba solucionar a él. Con el
tiempo, y a medida que los sueños se hacían más y más reales, empezó a
preocuparse. A veces, tenía la sensación de ser capaz, aun despierto, de
percibir olores, escuchar voces y ver, de forma borrosa, sombras humanas
paseándose a su alrededor. Se preguntaba si era posible traer de vuelta, a su
vida real, pedazos de aquellas vivencias falsas, como quien regresa de una
excursión al bosque con agujas de pino enganchadas en el pelo y la ropa.
¡Imposible!, gritaba la parte racional de su cerebro. La otra, la friki que
adoraba las películas de terror, los programas sobre edificios malditos y los
videojuegos en los que iba de sobresalto en sobresalto, estaba encantada. Y un
poco acojonada, también hay que decirlo, porque una cosa es verlo a través de
la pantalla y otra, muy distinta, sentirlo en las propias carnes.
Oyó
correr el agua en el lavabo, al otro lado de la pared de la habitación. Apenas
unos segundos más tarde, Carla entró y, con expresión pensativa, se sentó a los
pies de la cama. Daniel no se atrevió a decir nada, por si acaso le duraba el
enfado. No sabía cómo interpretar su silencio y, por prudencia, se conformó con
observarla por el rabillo del ojo.
-
He estado pensando sobre esto que te pasa – Daniel se puso en guardia
inmediatamente- y he llegado a una conclusión. ¿Quieres oírla?
-
No sé. ¿Quiero? – respondió, con mucha más ironía de la necesaria.
-
Mira, si no te apetece escucharme, pues me callo, me visto y ya nos veremos –
Se levantó y empezó a recoger su ropa, que estaba desperdigada por la
habitación-. Mierda, ¿dónde está mi sujetador? Que lo estrenaba hoy y me ha
costado una pasta.
-
Carla, no te vayas – Daniel saltó de la cama e intentó abrazarla-. Hace frío, está
lloviendo, ¿ves? Lo siento, es que estoy un poco nervioso. No me hagas caso,
¿vale? Va, cuéntame, soy todo oídos.
Ella
adoptó una posición de dignidad durante unos segundos hasta que le prometió que
le traería el desayuno a la cama. “Chocolate con churros”, pidió, “y a la dieta
que le den”
-
Bueno, si insistes... – Soltó la ropa, que cayó casi exactamente en el mismo
sitio en el que estaba antes, y volvió a la cama-. A ver, tú crees en todas
esas mierdas sobrenaturales, ¿verdad?
-¿Por
ejemplo?
-
Fantasmas, vampiros, casas encantadas, viajes astrales, el horóscopo, la
reencarnación...
-
¡Alto ahí! –Daniel levantó la mano como si fuera un policía deteniendo el
tráfico-. Si se te ocurre decir que igual, en otra vida, fui María Antonieta,
la tenemos, ¿eh?
-
Ostras, pues ahora que lo dices... No me parece una explicación descabellada.
¡Bravo, cariño!- Empezó a aplaudir pero cortó en seco la celebración al ver la
mirada asesina que él le lanzó-. Pero no, no es lo que iba a decir. Tranquilo,
cielo. Te quiero. Qué guapo estás esta noche, madre mía...
-
¡Suéltalo ya, pelota! – contestó, riéndose.
-
¿Desde cuándo tienes estas pesadillas? No hace falta el día exacto...
-
A ver, déjame pensar – Daniel se sentó con la espalda apoyada en el cabecero de
la cama. Era terrible para las fechas; recordaba algunos cumpleaños y poco más,
y en clase de historia nunca fue capaz de recordar con precisión cuándo empezó
tal guerra y acabó tal otra-. Creo que desde mediados de enero, más o menos.
Había nieve en la calle, de eso me acuerdo, y no nevó hasta después de Reyes.
-
Bien. ¿Y qué hiciste de nuevo en esa época? – Carla había adoptado la pose del
detective de homicidios que interroga al sospechoso, buscando pillarle en un
renuncio que confirmara su culpabilidad-.
-
Joder, yo qué sé. No recuerdo qué hice anoche y ¿quieres que me acuerde que
hice de nuevo hace casi once meses?
-
Anoche cenamos sushi y, de postre, follamos en el sofá.
-
Ah, sí... – A Daniel se le puso cara de tonto al recordarlo. Habían empezado
jugando y, sin darse cuenta, acabaron el uno encima del otro, devorándose como
si no hubiera un mañana. Carla chasqueó los dedos delante de su nariz y le
trajo de vuelta al presente con una risita.
-
Concéntrate, peque, que estoy hablando en serio.
-
Bueno, lo de anoche también fue bastante serio, ¿eh? – Le hizo un guiño pícaro,
buscando su sonrisa cómplice, y recibió un resoplido -. O no.
-
Va, usa esa maravillosa cabeza que tienes. La de arriba, que te conozco...
Daniel
buceó entre sus recuerdos, en busca de qué costumbre nueva podía haber adoptado
que, sin darse cuenta, le había afectado hasta el punto de apropiarse de sus
sueños. Pensó y pensó y, después, volvió a pensar, pero no encontraba nada.
Había dejado de fumar, algo que se suponía que era buena idea. Se encogió de
hombros y negó con la cabeza.
-
Está bien – Carla suspiró, resignada. Le quería con locura pero, a veces, le
costaba entender por qué-. Vamos al comedor, a ver si con un poco de soporte
visual consigo iluminar ese vacío que tienes por cerebro.
Le
cogió de la mano y le obligó a levantarse. Daniel la siguió, refunfuñando.
Había sido una semana muy dura en el trabajo y, para colmo, la moto le había
dejado tirado. La tenía en el taller y todavía esperaba el, probablemente,
doloroso veredicto. Aquel jueguecito de detectives le había parecido divertido
al principio, ahora ya no se lo parecía tanto. Tenía sueño, estaba cansado y
empezaba a dolerle la cabeza. Lo único que le apetecía era echar un polvo tranquilito, o salvaje, y dormir hasta las once de la mañana. Por ese orden, a ser
posible, aunque dormir primero y revolcón mañanero también le parecía una
opción aceptable. Visto lo visto, tenía claro que no iba a pasar ni una cosa ni
la otra. Al llegar al comedor, encendió la estufa. Hacía un frío del carajo y
él iba sin camiseta y descalzo. Si se resfriaba, obligaría a Carla a
disfrazarse de enfermera y cuidarlo.
-
¿Ves algo que te llame la atención? – le preguntó, dos pasos por detrás suyo.
-
Noooooo. ¿Y tú?
-
Oye, que esto lo hago porque me preocupo por ti, ¿vale? Así que métete el
tonito irónico justo donde no suele darte el sol y siéntate. Voy a vendarte los
ojos.
-
Uy, por fin algo interesante – Se frotó las manos. La mirada que le lanzó Carla
podría haberle fulminado al instante-. Perdón.
-
¡Que te sientes, coño! – Daniel obedeció al instante y bajó la mirada. La cosa,
verdaderamente, se estaba poniendo muy seria. Carla había cogido un pañuelo del
bolsillo de su abrigo y, después de doblarlo, le vendó los ojos. Olía a ella,
al perfume que siempre llevaba y le recordaba a una tarde de verano junto al
mar, y sonrió... hasta que le apretó el nudo más de lo necesario y le cortó la
inspiración-. ¿Ves algo?
-
Sí, las estrellas. ¿Puedes aflojarlo un poco?
-
No.
-
Ea, pues ya está. Y ahora, ¿qué?
- Ahora me vas a ir diciendo las muertes que recuerdes haber sufrido en tus pesadillas. ¿Preparado? – Daniel respiró hondo, se mordió la lengua para no decirle lo que pensaba de verdad sobre aquel estúpido juego y asintió-. Venga, empieza.
-
Veamos... Morí como Templario, defendiendo Acre. Una cimitarra me atravesó de
parte a parte, muy sangriento todo. Me estranguló un assessini en la Florencia
de los Medici. Allí conocí a Leonardo Da Vinci, por cierto, un buen tipo. Como
soldado americano, no sobreviví al desembarco de Normandía y, como soldado
nazi, tampoco a la liberación de Berlín. Me reventó una bomba en Verdún, menuda
carnicería. Vistiendo el uniforme de los nacionales, me dispararon durante el
sitio de Madrid y, siendo miliciano de la República, me ahogué en la Batalla
del Ebro cuando destruyeron el puente por el que estaba cruzando con un camión.
- Aliado, nazi, nacional, republicano... Tú no le haces ascos a nada, ¿eh? – dijo Carla, a la que oía trastear en la estantería donde guardaba su colección de DVD’s y los videojuegos que más le gustaban.
-
¿Ya está? ¿Eso es todo?
-
Si te parece poco, podemos esperar un par de meses y repetimos el proceso otra
vez.
-
Ja, ja, qué risa... No hace falta, creo que tengo suficiente información para
probar mi teoría – Le quitó la venda. Daniel se frotó los ojos y parpadeó
varias veces, hasta que volvió a ver con claridad. Le dolía cada vez más la
cabeza, pero tenía la sensación de que estaba a punto de llegar al meollo de la
cuestión y decidió tener un poco más de paciencia. Carla señaló la mesita y le
miró-. ¿Qué ves?
-
Mis videojuegos. Mis videojuegos favoritos, al menos – Se inclinó para verlos
mejor y, de repente, al repasar los títulos y las ilustraciones de las
carátulas, se le encendió una pequeña luz de alarma. Miró a Carla, que sonrió
triunfal al ver la expresión de su cara, a medio camino entre la incredulidad y
la sorpresa-. Será una broma... No puede ser.
-
Y, sin embargo, puede que sí lo sea. Es la explicación que más me encaja – Se
sentó a su lado y expuso su teoría-. Te auto regalaste la consola para Reyes,
junto con todos esos juegos de guerra basados en batallas reales. ¿Cuántas
horas has perdido delante de la pantalla, dándole al mando?
-
Algunas... muchas – reconoció.
-
Muchas, muchísimas, diría yo. Y no sé, creo que con éstos, en particular, te
has llegado a obsesionar.
-
Mujer, tampoco hay que exagerar.
-
Daniel...
-
Es que tendrías que ver qué gráficos, casi parece que estés dentro de una
película. Y tienen buenos argumentos. ¡Hasta la música es buena! – Vio la
mirada que le lanzó Carla, se dio cuenta de lo que decía y se rindió-. Puede
que sí, puede que se me haya ido un poco la mano. Joder.
-
No te pongas ahora en plan dramático, ¿vale? No soy psicóloga, seguramente
estoy equivocada pero no perdemos nada si probamos a hacer un pequeño
experimento. Te propongo un trato.
-
Esta noche, estás que te sales, cariño – respondió Daniel, riéndose-. A ver,
¿de qué va ese trato?
-
Estoy inspirada, qué se le va a hacer. Te propongo que no juegues con ninguno,
CON NINGUNO, durante... no sé, dos semanas, y a ver qué pasa.
-
¿DOS SEMANAS? Sí, claro, ¿y qué más?
-
Relax, drama queen, que no es el fin del mundo. Te prometo que te compensaré
por todos y cada uno de esos días de cruel tortura – dijo, poniendo los ojos en
blanco.
-
Hum... ¿cómo?
-
No sé, ya se me ocurrirá algo.
-
Ni de coña. Las compensaciones las decidiré yo. Y para empezar, vas a dejarme
que juegue una última partida de la Revolución Francesa.
-
¿Cuándo? ¿Mañana?
-
No, ahora, y tú vas a jugar conmigo, nena – Se levantó del sofá, encendió la
televisión y la consola, insertó el disco del juego en la ranura y, tan pronto
como aparecieron las opciones en la pantalla, seleccionó “Dos jugadores” y le
tendió el segundo mando. Carla se cruzó de brazos y negó con la cabeza-. O así
o nada. Tú decides...
-
De verdad que yo, tampoco – Toqueteó los botones, ajustando los parámetros de
la partida y, con una sonrisa de satisfacción, pulsó “play”-. ¡Allá vamos!
-
“Illí vimis” – le remedó Carla, con cara de fastidio, y se concentró en
entender la dinámica del juego y aclararse con el maldito mando. ¿En serio eran
necesarios tantos botoncitos? Para su sorpresa, no tardó en disfrutarlo. Se vio
en las calles de París, perdida entre las hordas de sans-culotte furiosos y sedientos
de venganza, atacando los lujosos carruajes en los que la nobleza pretendía
huir y despojándolos de todas sus riquezas.
Se
les olvidó el sueño y las ganas de sexo, incluso se saltaron el desayuno. Para
cuando terminaron la partida, no les quedaba fuerzas más que para volver a la
habitación, bajar las persianas y meterse en la cama. Se quedaron fritos al
instante.
Despertaron
al mismo tiempo, mucho más tarde, gritando y con el cuerpo empapado en sudor.
Se sentaron en la cama, con la respiración agitada, y se miraron de reojo.
-
¿Revolución Francesa? – preguntó Daniel, con la voz temblorosa.
-
Ya te digo – respondió Carla-. ¿Y tú?
-
También.
-
¿María Antonieta otra vez?
-
Sí, hija, qué manía con el personaje.
-
Decapitada, supongo...
-
Eh... el verdugo, me temo – contestó, dibujando una sonrisa de disculpa. Daniel
la miró con horror.
-
¡Mañana vendo la consola!
Mjo
04-10-2020
Reto
Ray Bradbury
Semana
39
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