lunes, 28 de junio de 2021

PLACERES CULPABLES

Todo empezó como una broma entre amigas, una especie de desafío lanzado en una sobremesa algo pasada de vino. Sandra, que siempre estaba al tanto de lo que se cocía en la ciudad, comentó que aquella tarde inauguraban una sex shop, llamada "Red Velvet", en el Gòtic y sugirió que podíamos acercarnos a ver qué tal estaba. Nos miramos unas a otras y luego, como si hubiéramos ensayado, nos echamos a reír a carcajadas. Todas menos ella, claro, que se cruzó de brazos y frunció el ceño. 

- ¿Se puede saber qué he dicho que os haga tanta gracia? - preguntó, picada. Siempre le pasaba lo mismo; le costaba entender el humor de la gente y tenía tendencia a pensar que le tomaban el pelo. No tenía mal fondo, al contrario, y podía ser muy divertida, pero era demasiado susceptible, lo que le causaba más disgustos de los necesarios-. Parecéis tontas, en serio. ¡Tontas y estrechas!

- Nos reímos de tu idea, hija. Te has quedado a gusto, ¿eh? - Contestó Mariana, la más terrenal de todas nosotras. Es tan seria y está siempre tan centrada en el mundo real que cuando nació, el médico anunció "Felicidades, acaban de tener una mujer sensata y madura en el cuerpecito de una niña". No exagero, creo que no ha hecho una sola locura en toda su vida. Ha sido una hija ejemplar, estudiante modélica, trabajadora incansable, esposa complaciente y madre abnegada. Imagino que cuando llegue el momento, será una abuela consentidora porque las mejores abuelas siempre lo son. A veces bromea diciendo que no ha podido hacer ninguna insensatez porque yo las hice todas, las mías y las suyas también. Parece mentira que hayamos salido del mismo útero y con sólo ocho minutos de diferencia; sospecho en alguien se equivocó en el hospital y, en un momento de despiste, a mis padres les endosaron un bebé equivocado. Cuatro o cinco días más tarde, volvieron a casa con mi perfecta hermana y un completo desastre, yo. Para cuando se dieron cuenta del error, ya me habían cogido cariño y se quedaron conmigo. Qué remedio...

- Calla, por Dios, qué horror... - Virginia reprimió un escalofrío y se santiguó, escandalizada. A ella, que corre a pedir hora con su confesor si alguien dice "pene" en su presencia, la simple idea de que existan este tipo de locales le provoca un cortocircuito cerebral. Ve vicio y perdición en absolutamente todo y, teniendo en cuenta lo que corre por el mundo, a ver quién la convence de lo contrario. Sostiene que el amor y la caridad son los motores que mueven este jodido mundo y cuando le dije que, en realidad, lo que nos mantiene en danza es el dinero y el sexo, me retiró la palabra durante una semana y añadió una oración extra en su lista para la salvación de mi alma. A buenas horas... Tengo serias dudas de que haya visto a su marido desnudo alguna vez o de que haya experimentado en sus carnes morenas la gloria de un orgasmo, pero la quiero a rabiar porque me aporta la inocencia que perdí hace mucho tiempo. Me preocupa un poco la educación que le dé a sus hijos, pero ¿quién soy yo para meterme? Exacto: nadie -. La existencia de esos antros debería estar prohibida por ley. Y sus clientes, ¡multados, por depravados y libertinos! Qué vergüenza. 

- ¿Otra vez echando de menos los tiempos de la Santa Inquisición? ¡A la hoguera con ellos! - dijo Esther, con ironía. Divorciada por duplicado, la última vez de forma muy dolorosa, hacía tiempo que había decidido ponerse el mundo por montera y gritar a los cuatro vientos que, a ella, lo que de verdad le ponía muy burra era una buena hembra. Y dicho y hecho; se apuntó a unas cuantas webs de citas y se dedicó a recuperar el tiempo perdido, pasando de una mujer a otra. Hasta que encontró a Hedda, una sueca que debía descender de los dioses nórdicos y que hacía que hasta yo me cuestionara mi propia sexualidad. Ahora era vegetariana, excepto cuando se junta con nosotras y se mete un entrecot entre pecho y espalda, hace ejercicio cada mañana y es feliz hasta decir basta. La envidio un poco, de forma totalmente sana... casi siempre-. Estamos en el siglo XXI, cariño, a ver si espabilas un poco, que ya va siendo hora. Por cierto, ¿tu marido sigue siendo un cavernícola o ha evolucionado ya?

- Vale ya, niñas, que no estamos en el patio del colegio - cortó Anna, poniendo paz antes de que la proverbial sangre llegara al río. Cuando Esther bebía, podía ponerse impertinente y tenía una cruzada personal contra Antonio, el marido de Virginia. No la culpo, ninguna de nosotras le soportábamos, especialmente desde el día en que se enteró de que era lesbiana y prohibió a su mujer que volviera a verla o hablar con ella, porque iba a acabar por "arrastrarla en el barro de su perdición con su estilo de vida antinatural". Es la única vez que hemos visto a Virginia hecha una fiera, ¡hasta dio dos o tres puñetazos en la mesa! Ni siquiera él tuvo huevos de plantarle cara. Se limitó a recoger los restos de su maltrecha hombría y abandonó el escenario con el rabo entre las piernas, no sin señalarme con el dedo y decirme que, como todo lo malo de esta vida, lo que pasaba era culpa mía. Yo le sonreí y le enseñé el dedo corazón de las dos manos, mientras Anna corría a preparar una tila con doble ración de orujo para la pobre Virginia, que se veía repudiada públicamente. Anna es nuestra pacificadora, la que siempre tiene una palabra de ánimo, un abrazo, jamás juzga y siempre comprende, la luz en mitad de cualquier tormenta. Es la hermana "postiza" de todas y se ha ganado el lugar a pulso. Es familia, pero del tipo bueno, esa que eliges -. A ver, ¿por qué no probamos? Tengo ganas de hacer algo diferente, por una vez, algo un poco locuelo. ¿Vosotras no? Propongo que nos acerquemos y, según veamos el ambiente, decidimos quedarnos o nos vamos. No tenemos nada que perder, ¿qué decís?

- ¡Yo me apunto! - Y esa, por supuesto, era yo y, como era de esperar, no me hicieron ni caso. Lo raro habría sido que me negara y es que así soy yo: de un tiempo a esta parte, me apunto a un bombardeo. Pasé de ser una jovencita relativamente tranquila, conformista e incluso aburrida, a lanzarme de cabeza a todas las piscinas que la vida me ponía por delante, sin preocuparme de si tenían o no agua. Antes practicaba aquello de "calla, por si acaso", ahora soy una firme defensora del "tú habla y a ver qué pasa". ¡Y así me va! Colecciono desastres y cicatrices, pero cuando alguien me pregunta si soy feliz, contesto con un "¿Y tú?" que suele cerrarles la boca y la conciencia. Me siento viva y, después de haber pasado años sintiendo que esta fiesta no era la mía, esto es más que suficiente para mí. Y oye, a quién no le guste, que le ponga flores de adorno o mire hacia otro lado-. Oh, venga, por favor... ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo extravagante?

- ¿Nosotras? Meses, o años, probablemente. Tú... creo que fue la semana pasada. Esos pelos teñidos de verde todavía me provocan pesadillas. ¡Menos mal que recuperaste la sensatez y has regresado al rojo escandaloso de siempre! - dijo Mariana, la eterna voz de mi conciencia. Le saqué la lengua y respondió de la misma manera, riéndose -. Pero reconozco que tienes razón. A ver, chicas, que es verano, parece que estamos llegando al final de este larguísimo túnel y estamos todas vacunadas. ¡Secundo la moción!

- Mariana, ¿qué estás diciendo? Pero ¿es que te has vuelto loca? - Virginia la miró horrorizada-. No me lo puedo creer. ¡Precisamente tú, la más sensata de todas! ¿Cuánto has bebido?

- ¡A tomar por culo! - Contestó, dando una palmada sobre la mesa que hizo tintinear cristalería y cubiertos, dejando claro que sí, que había bebido un poquito de más -. He dicho que voy ¡y voy!

- Venga, santurrona, anímate - Esther le dio un puñetazo suave en el hombro -. Si se te ve en la cara que lo estás deseando. 

- Te prometo que te protegeremos de cualquier peligro - añadió Sandra, poniéndose la mano en el corazón -, y te guardaremos el secreto hasta el día de nuestra muerte o la tuya, lo que pase primero. Nadie lo sabrá por nosotras, ¿verdad, chicas?

- ¡Verdad! - respondimos a coro, con más entusiasmo del necesario. Virginia, adoptando el papel de mártir, nos miró una a una, suspiró con exagerado dramatismo y puso los ojos en blanco. 

- De acuerdo, iré... pero espero no tener que arrepentirme nunca de esta decisión. ¡Ay, Dios mío!

- Y ahora, ¿qué? - exclamó Esther, levantando las manos al cielo.

- Como Antonio se entere... no quiero ni imaginar su reacción. 

- Pues si se entera, igual te deja - contesté yo, alegremente. No soportaba a aquel tipo con pinta de aspirante a cura expulsado del seminario, que andaba siempre condenando los pecados ajenos, sobre todo la lujuria, y que cuando creía que nadie le miraba, se le iban los ojos detrás de cualquier mujer que se cruzara en su camino-, y eso, querida mía, ¡es lo mejor que te podría pasar!

 

 

 

Al poco de llegar, nos separamos para inspeccionar el terreno, cada una por su cuenta y riesgo, no sin antes rendir homenaje a unos aperitivos muy pijos, las copas de cava y los cosmopolitans que preparaba, al momento y armado con una brillante sonrisa, un barman sin camiseta y con unos abdominales en los que se podría haber rayado queso. A Virginia se le subieron todas las variaciones del rojo a la cara y se alejó, impresionada a su pesar, sin dejar de mirarle por el rabillo del ojo. Mi hermana se fue detrás de ella, riéndose entre dientes, para evitar que huyera. Sandra y Anna, movidas por la curiosidad, se apoderaron de una copa y se perdieron entre la multitud, en busca del objeto más curioso y el más obsceno que fueran capaces de encontrar. Esther se metió entre pecho y espalda cinco o seis mini emparedados de queso crema con nueces y un par de copas de cava antes de partir en busca de un arnés. Y yo, que tengo un cajón secreto en el que guardo juguetes, lubricantes y libros eróticos, me acodé en un rincón de la barra y me dediqué a mirar al camarero, que tenía unas venas que recorrían sus brazos y bajaban por su costado, en un camino directo hacia la perdición. Total, tengo un cajón secreto en el que guardo juguetes, lubricantes y libros eróticos, no necesito nada más. 

Estaba yo muy entretenida contemplado al camarero cuando se cruzó por mi línea de visión un cuerpo poco proporcionado. No le vi la cara, pero algo en su manera de andar, como a saltitos, e inclinar la cabeza hacia la derecha me resultaba muy familiar. Le seguí durante unos instantes, por curiosidad más que nada, pero lo perdí entre la multitud que se agolpaba frente a un escenario en el que un Don Juan muy frescales iba recitando sus versos a Doña Inés mientras le metía la mano por debajo del hábito. Me encogí de hombros y regresé a mi lugar al final de la barra, donde el camarero me obsequió con un Cosmopolitan recién hecho y un trocito de tarta red velvet. Encima, atento. ¡Qué joya!

Mis amigas fueron viniendo, una a una, para contarme qué habían visto o qué habían comprado. Sandra había encontrado un vibrador de un tamaño tan descomunal que, aseguraba, era imposible que estuviera diseñado para entrar en cualquier orificio humano. 

- No quiero ni imaginar el desgarro... - dijo, estremeciéndose, provocándonos gestos de dolor al imaginarlo-, pero era de un color rosa muy cuqui y se cargaba por USB, lo que me parece muy práctico.

Anna quiso explicarnos el diseño de un columpio sexual y, gracias a las copas, lo único que conseguimos entender fue que le habían invitado a probarlo, se le liaron los pies en las cintas y aterrizó de culo enmedio de una atenta y divertida concurrencia. 

- Un par de hombres me han ayudado a levantarme y, de paso, me han tocado el culo y una teta - confesó, muerta de la risa-, ¡y me ha dado igual!

Mariana nos enseñó su botín de guerra: un succionador, lubricante con sabor a menta porque le habían dicho que "el efecto fresquito-calentito potenciaba los orgasmos" y un látigo de cuero suave para que su marido supiera quién mandaba en su casa y en su cama. Se me encogió el estómago al pensar en Adrián, mi cuñado, el hombre más dulce que jamás ha pisado esta tierra. En cuanto a Esther, apareció cargada con un arnés de cuero negro que hacía tiempo que quería comprar. Cuando quiso darnos más detalles, le pedimos que, por favor, nos los ahorrara.

- Pandilla de estrechas... Qué bien os van a venir estos regalitos que os he comprado. ¡Sobre todo a ti, Virginia! -Extendió una mano de la que colgaban cinco bolsitas de regalo de color negro y con el nombre de la tienda serigrafiado en rojo-. Venga, no seáis tímidas, coged una cualquiera. Son todos iguales, sólo cambia el color, así que si el que os toca no os gusta. podéis cambiarlo.

- Es que yo no... - Empezó Virginia.

- Es que tú, nada - La corté. Cogí dos bolsas, me quedé una y le puse la otra en las manos-. ¿Lo abrimos todas a la vez?

- Pero ¿cuántos años tienes, por favor? - dijo Sandra. 

- Cuatro menos que tú - Respondí con ironía-. ¿A la de tres? Vir, no te hagas la loca, que te veo. A la de tres. Una. Dos. Y... ¡tres!

Las cinco, con más o menos torpeza, sacamos un pequeño paquete que escondía un mini vibrador, con su correspondiente pila, con forma de pene. El mío era lila, me dio la risa floja y confesé que su hermano mayor dormía, hacía meses, en el cajón de mi mesita. A Virginia, que le había tocado uno negro, se le iban a salir los ojos de las órbitas y lo enterró en las profundidades de su bolso de Mary Poppins. 

- Qué apañado, lleva instrucciones en castellano. Como si fuera tan complicado... - contestó Anna, que había desplegado el papel y lo estaba mirando con curiosidad-. Mira, la pila se pone aquí, hay que apretar este botoncito y... ¡hala, pero qué potencia tiene para ser tan pequeño! ¡Qué ganas de probarlo!

- ¿En serio? Yo es que no puedo con vosotras, de verdad que no puedo - Virginia nos miró, asombrada-. ¿Cuándo os habéis vuelto tan... sueltas? 

- Pues debió de ser... no sé, hace como mil trescientas dieciocho confesiones tuyas - dijo Esther. Luego le pasó el brazo por los hombros y le dio un achuchón cariñoso-. No te enfades, Vir, sólo es una broma. Si no lo quieres, lo puedes tirar... pero si yo fuera tú, lo probaría antes. Puede ser que descubras un mundo nuevo. 

- Yo lo que voy a hacer es largarme de aquí - miró el reloj y frunció el ceño-, que ya va siendo hora. Antonio me estará esperando. ¿Tendrán lavabo aquí? Hace un rato que me estoy orinando.

- Sí, los he visto antes... - me puse de puntillas para mirar por encima de todas las cabezas, en busca del luminoso que indicaba los baños -. ¡Sí, allí! ¿Ves dónde están los maniquíes disfrazados de animales? Pues justo al lado. ¿Te acompaño?

- No, deja, puedo ir yo solita. 

- Te acompaño - dijo Anna -, necesito soltar un poco del cava que me he bebido.

- Vale, nosotras os esperamos en la puerta - aceptó Esther-. Chicas, nosotras vamos a recuperar los abrigos y demás y salimos. Qué calor hace aquí, por Dios. 

Sin rechistar, la seguimos hasta guardarropía, donde recuperamos nuestras cosas, y fuimos hacia la salida. A medio camino, el camarero del six pack salió de detrás de la barra, se acercó a mí, me dio su número de teléfono y dos sonoros besos en las mejillas. "Llámame", había escrito debajo en un post-it con forma de pene. Sentí un cosquilleo en el estómago y en otras partes, guardé la nota en el monedero, junto a las tarjetas de crédito, y me reuní con el resto, que me esperaban en la calle, conteniendo las ganas de dar saltitos de alegría.

Estaba a punto de salir cuando me quedé paralizada. No, no exagero: me quedé paralizada por completo. No era para menos, pues acababa de tropezar casi con Antonio, el Antonio de Virginia, arrimándose a una morenaza que le sacaba un palmo de altura gracias a los tacones de aguja en los que se había subido, mientras le agarraba el culo a dos manos y le hundía la cabeza en el generoso y amplio escote. La chica, a la que no parecía importarle ni lo más mínimo esa intromisión en su intimidad, se reía a carcajadas apoyada contra la pared y se dejaba hacer con alegría. Cuando una de sus manos se perdió debajo de la falda, si es que eso podía llamarse falda porque a duras penas era un cinturón ancho, sentí que el estómago se me ponía del revés y quise matarlo lenta, muy lenta y dolorosamente. No lo hice, claro, pero sí llamé a mi hermana para pedirle que volvieran lo antes posible, porque aquello era una emergencia.

- Mariana, venid rápido. No os vais a creer con quién me he encontrado. No, no es ninguno de mis ex. Sí, claro que estoy segura. ¡Oye, cómo que es imposible que los recuerde a todos porque son demasiados! – Será posible... Pero ¿qué concepto de mí tenía mi hermana? - ¡Que mováis el culo y volváis ya, ostia! Os espero delante de los lavabos.

En diez segundos estaban a mi lado, porque otra cosa no, pero el drama nos gusta con delirio, y al igual que yo, se quedaron pasmadas en cuanto le vieron. En ese momento, Anna y Virginia salieron de lavabo y, como no podría ser de otra manera, fueron a chocar directamente con Antonio y su conquista.

- Uy, perdonad, no os ha... – Y ahí se acabó la frase.

Un par de pasos más atrás, Virginia asomó la cabeza y al ver a Antonio metido en semejante “fregao”, se llevó las manos a la boca, abrió mucho los ojos, sin poder creer lo que estaba viendo.

- ¡ANTONIO, PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO! – gritó a pleno pulmón.

El interpelado detuvo el magreo por un segundo y le sacó la lengua de la garganta a la morena, se retiró un par de pasos y, con una lentitud exasperante, giró la cabeza para encontrarse con su mujer y sus cinco amigas. Como habría dicho mi abuela, se le vino un color y se le fue otro. Empezó a sudar, retrocedió hasta que la espalda de la chica chocó contra la pared y él acabó apoyado contra la pechuga de su amiga, boqueando como un pez fuera del agua, incapaz de decir una palabra. La única parte de él que se movía eran los ojos, que viajaban a toda velocidad entre nuestras caras a la de su mujer, por la que caían dos gruesos lagrimones negros como la vida.

- Serás hijo de puta... – dijo, entre dientes, Esther, que aprovechó que una camarera, disfrazada de conejita de Playboy, pasaba por allí, cogió una copa de cava y se la vació en la cara.

- No... No... No... - Antonio carraspeó y consiguió sacar un hilo de voz-. ¡No es lo que parece!

- Será posible... ¡Tendrás el valor de negar lo que hemos visto! – ataqué yo, con los brazos cruzados sobre el pecho.

- Claaaarooooo...  A ver, chicas, que yo os lo explico – Esther les señaló con el dedo y puso en juego todas sus dotes de actriz, que eran muchas-. Esta señorita se estaba ahogando y el amigo Antonio, gracias a sus conocimientos médicos como dentista, le estaba ayudando. ¿Me equivoco?

- ¡No, para nada! Eso es justo lo que ha pasado – se giró hacia la muchacha, que le miraba con cara de pasmo-. ¿Está mejor, señorita?

- ¡Cállate, capullo! – Gritó Sandra. A esas alturas de la película, todo el mundo se había olvidado de lo que ocurría en el escenario y concentraba su atención en nosotros-. Pero ¿por quién nos tomas?  

- Virginia, amor mío, tú me conoces y sabes que digo la verdad. ¿Cuándo te he mentido yo? Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? – Se acercó a ella con las manos extendidas, con la misma cara de santo bendecido con la que recibía la comunión cada domingo. Virginia, que lloraba sin hacer ni pizca de ruido, sólo acertaba a negar con la cabeza-. No les hagas caso, nunca les he gustado y les encantaría separarnos. ¡Son perversas!

- Virginia, tú le has visto – Esther le había pasado el brazo por los hombros en actitud protectora-. Sólo quiere evitar que le pongas de patitas en la calle, ¡que es lo que se merece! Yo te ayudaré a hacer las maletas y llamaré al cerrajero para que cambie la cerradura esta misma noche.

- Pero, ¿qué dices, bollera de mierda?  ¡No tienes cojones para hacerme eso!

- Cojones, no, pero tú ponme a prueba, gilipollas, y te demostraré que mis ovarios son más grandes que tus huevos - La sonrisa de Esther me dio miedo hasta a mí.

- ¡Es mi mujer! ¡Y son mis hijos!

- ¿Tu mujer? ¿Tus hijos? - Dijo la morena, sorprendida. Antonio cerró los ojos y se llevó las manos a la cara-. ¿Estás casado? ¡Me dijiste que estabas divorciado! 

- Ahora, no, Susana - contestó, sin mirarla siquiera-. Ya hablaremos el lunes en la consulta. 

- ¡Que te crees tú eso, cabrón! El lunes, en la consulta, de lo único que vamos a hablar es de mi finiquito, que espero que sea muy pero que muy generoso, y da gracias a que no te denuncie por acoso. ¡Aparta, gusano asqueroso! - Le dio un empujón que lo lanzó contra Esther, que lo apartó con cara de asco. 

- ¿Es tu secretaria? - Exclamó Sandra, negando con la cabeza-. No se puede ser más típico tópico que tú, macho, qué poco original.

- Perdona, guapa, pero soy enfermera anestesista - repuso la morena, sacando todavía más el pecho.

- Un pendón desorejao es lo que eres, hija... Ya te vale, liarte con tu jefe - añadió Anna-. ¡Sobre todo, siendo este tío! Qué estómago, de verdad. 

- ¡Me dijo que estaba divorciado! Por Dios, dos años... ¡He tirado por la borda dos años de mi vida contigo y todo ha sido mentira!

- ¿Lo de que Santa Claus no existe y los Reyes Magos son los padres lo sabes ya o te pillo por sorpresa? - Metí baza yo, tirando de ironía-. Porque, vamos, si te has creído lo del divorcio...  

- Podéis iros a la mierda todas y, por favor, os lo lleváis. Ahora no lo tocaría ni con un palo de diez metros... - Se recolocó la melena y se alejó, con mucho remeneo de cadera, haciendo equilibrios sobre los tacones. 

- Ver para creer, Antonio, ver para creer - Mariana, que hasta ese momento había estado calladita, tomó el relevo y contraatacó-. Mira, no tenemos ni las más mínimas ganas ver sufrir a Virginia, pero está claro tampoco puedes quedarte después de te hayamos pillado con las manos en el culo. En las tetas. ¡En la masa, coño! Así que te recomiendo no lo empeores todo aún más y te vayas. Por favor. Por Virginia y por los niños.

- Le estáis destrozando la vida- dijo, mirándonos una a una-. ¿Y vosotras os atrevéis a llamaros "sus amigas"? 

- Bueno, tú te llamas "su marido" y no eres más que un pedazo de mierda, así que... - Esther se encogió de hombros y sonrió. 

- Pero... ¿cómo me voy a ir así, de un día para otro? ¡Estáis locas!

- Chico, te las has arreglado para que tu enfermera se creyera lo del divorcio durante dos años. Seguro que se te ocurre algo en el camino a casa de tus padres. O a un hotel, da igual, pero a tu casa esta noche no vuelvas -Mariana le dio un par de palmaditas en el hombro. Después se dio cuenta de lo que había hecho y se limpió las manos contra el pantalón.

- Virginia... – dijo en tono lastimero, como si estuviera al borde de la misma muerte. Virginia, que tenía la cara manchada de rímel, pero había dejado de llorar, le miró con cansancio-, podemos solucionarlo. Ha sido una tontería...

- De dos años... – apunté yo, ganándome su mirada de odio infinito.

-... sin importancia. No significa nada. ¡Ya ni siquiera recuerdo su nombre!

- Susana – dijimos todas a coro. Creo que en ese momento le habría encantado estrangularnos una a una.

- ¡Callaros de una vez, zorras!

- Antonio... – susurró-. No. Ya basta.

- ¿Qué...?

- Esta vez es Susana. Hace tres años, la sobrina del cura. A los seis meses de casarnos, tu ex novia del instituto. En el embarazo de Belén, la cajera del supermercado. Y cuando nació Abraham, las gemelas del quinto – La miramos todas con la boca abierta. ¡Menudo historial! Lo que había tenido que aguantar, la pobre-. Ya está. No quiero que vuelvas a casa. Ven a recoger tu ropa mañana, cuando esté en el trabajo, y el resto de tus cosas el fin de semana, mientras me voy con los niños y mis amigas a la playa. No quiero volver a verte ¡EN MI PUTA VIDA!

- ¡VIRGINIA! - exclamó Antonio, realmente acojonado por primera vez en su vida. 

Y Virginia, sin molestarse en mirarle siquiera, dio media vuelta y atravesó el local con la vista firmemente clavada en la puerta de salida. Nosotras la seguimos tan rápido como pudimos, esperando, y temiendo, que se desmoronara en el mismo momento en que pisara la calle, pero no lo hizo. Ni ese día ni ninguno de los que siguieron en un proceso de divorcio que fue largo y muy, muy penoso.

Lo que sí hizo fue ir dejando caer la vergüenza, rompiendo tabúes y superando todos y cada uno de sus miedos, que eran muchos y no le habían dejado vivir de verdad. La Virginia que emergió de aquel incendio fue una mujer libre, segura de sí misma y valiente. Y descarada, que ya le iba tocando. En el mismo momento en que tuvo en sus manos la sentencia firme de divorcio y el dinero que le tocaba en la venta del piso, se fue de viaje de relax a Mikonos y volvió con un griego colgado del brazo. Y qué griego, madre mía, qué griego... Ahora viven todos juntos, Virginia liberada, el griego que desciende de los dioses del Olimpo y sus hijos, en un ático estupendo en el Gòtic, y son tan felices que dan asco.

Esther y Hedda se mudaron a Suecia hace seis meses. No tengo muy claro qué hacen allí, pero viven a lo grande porque creo que Hedda resultó ser hija de un ricachón de aquellos de tener dinero para varias vidas. Tiene un casoplón con más baños que habitaciones, un salón de baile con las paredes doradas, muchos espejos y lámparas de araña que harían las delicias de mi madre, y una biblioteca que me hace salivar cada vez que la veo en fotografías. Adoptaron a dos niños y dos niñas que van a colegios con uniformes de cuadros y, los fines de semana, colaboran en multitud de obras benéficas. 

Anna sigue siendo dulce, comprensiva y encantadora. Vive tranquila con su marido y está siempre dispuesta a escuchar mis dramas. No sé si alguna vez seré capaz de hacerle entender lo que significa para mí, pero no concibo la vida sin ella. Creo que es el amor de mi vida, en el buen sentido, ¿eh? Nos vemos menos de lo que me gustaría, porque la distancia, los trabajos y, en fin, el ritmo de la vida no nos pone las cosas fáciles, pero siempre que quedamos, es como si el tiempo no hubiera pasado. Es una pasada. 

Mariana sigue siendo la mujer perfecta y da mucho coraje, porque mi madre sigue empeñada en compararnos y siempre pierdo. Lo que no se imagina ella es que, desde aquella noche en la sex shop, ha descubierto que lleva dentro una pequeña dominatrix y lleva a mi cuñado más tieso que un palo. Él contento, no creas, que siempre fue un poco de dejarse llevar. Hace un par de semanas me enseñó su armario secreto y, madre mía, ¡qué artilugios tiene! A su lado, mi modesto cajón y mi actitud libertina se quedan en absolutamente nada. No sé cómo se las apañan para que mis sobrinos no lo descubran. Mis padres vinieron un fin de semana a mi casa y a las cuatro horas, mi padre ya había descubierto mi escondite y me miraba con resignación. Yo creo que ya me dan por perdida... 

Y yo... bueno. Yo he decidido no quejarme más de mi mala suerte en los amores. El camarero, que se llamaba Álvaro y era una maravilla en la cama, cuando lo sacabas de ella y le ponías una camisa se convertía en alguien aburrido y sin conversación más allá del fútbol y el gimnasio. A pesar de todo, como hago siempre, me aferré a aquel simulacro de relación, intenté que funcionara y, durante un tiempo, conseguí engañar a todo el mundo, incluida yo. La sensación de fracaso, cuando le puse punto y final cuatro meses más tarde, fue devastadora y me costó casi un año volver a levantar cabeza. "No me vuelvo a enamorar", juré a todo aquel que me quiso escuchar. Nadie se lo creyó y yo, tampoco, porque soy incapaz de no hacerlo. El roce hace el cariño, dicen, y doy fe de ello. Lo que sí he hecho es cambiar la mentalidad, dejar de esperar a Mr. Right y prometer que voy a disfrutar de todo lo que venga, ya sea bueno o malo, porque prefiero tener mil cicatrices a quedarme sentada y a salvo en un rincón. Quiero vivir, quiero sentir que me arde la piel, que me marea el deseo, que me ahogan las ganas, que no puedo respiran sin otro beso más, sin otra caricia más, sin otra mirada más. Y lo que tenga que venir, que venga. Al fin y al cabo, como dijo Silvina Ocampo, "Si tengo un corazón, ¡es para que arda!". Ya veré qué hago con las cenizas de tantos incendios... Abonar un campo de recuerdos, quizá, para que sigan floreciendo y jamás pierdan la luz, el color o los sonidos.  

¿Me permites que acabe con una frase de otra autora? Dijo Clarice Lispector: "Yo no tengo cualidades, sólo fragilidades. Pero a veces... A veces, tengo esperanza". 

Pues eso. 

Mjo

28-06-2021

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