-
¿Se puede saber qué he dicho que os haga tanta gracia? - preguntó, picada.
Siempre le pasaba lo mismo; le costaba entender el humor de la gente y tenía
tendencia a pensar que le tomaban el pelo. No tenía mal fondo, al contrario, y
podía ser muy divertida, pero era demasiado susceptible, lo que le causaba más
disgustos de los necesarios-. Parecéis tontas, en serio. ¡Tontas y estrechas!
-
Nos reímos de tu idea, hija. Te has quedado a gusto, ¿eh? - Contestó Mariana,
la más terrenal de todas nosotras. Es tan seria y está siempre tan centrada en
el mundo real que cuando nació, el médico anunció "Felicidades, acaban de
tener una mujer sensata y madura en el cuerpecito de una niña". No
exagero, creo que no ha hecho una sola locura en toda su vida. Ha sido una hija
ejemplar, estudiante modélica, trabajadora incansable, esposa complaciente y
madre abnegada. Imagino que cuando llegue el momento, será una abuela
consentidora porque las mejores abuelas siempre lo son. A veces bromea diciendo
que no ha podido hacer ninguna insensatez porque yo las hice todas, las mías y
las suyas también. Parece mentira que hayamos salido del mismo útero y con sólo
ocho minutos de diferencia; sospecho en alguien se equivocó en el hospital y,
en un momento de despiste, a mis padres les endosaron un bebé equivocado.
Cuatro o cinco días más tarde, volvieron a casa con mi perfecta hermana y un
completo desastre, yo. Para cuando se dieron cuenta del error, ya me habían
cogido cariño y se quedaron conmigo. Qué remedio...
-
Calla, por Dios, qué horror... - Virginia reprimió un escalofrío y se santiguó,
escandalizada. A ella, que corre a pedir hora con su confesor si alguien dice
"pene" en su presencia, la simple idea de que existan este tipo de
locales le provoca un cortocircuito cerebral. Ve vicio y perdición en
absolutamente todo y, teniendo en cuenta lo que corre por el mundo, a ver quién
la convence de lo contrario. Sostiene que el amor y la caridad son los motores
que mueven este jodido mundo y cuando le dije que, en realidad, lo que nos
mantiene en danza es el dinero y el sexo, me retiró la palabra durante una
semana y añadió una oración extra en su lista para la salvación de mi alma. A
buenas horas... Tengo serias dudas de que haya visto a su marido desnudo alguna
vez o de que haya experimentado en sus carnes morenas la gloria de un orgasmo,
pero la quiero a rabiar porque me aporta la inocencia que perdí hace mucho
tiempo. Me preocupa un poco la educación que le dé a sus hijos, pero ¿quién soy
yo para meterme? Exacto: nadie -. La existencia de esos antros debería estar
prohibida por ley. Y sus clientes, ¡multados, por depravados y libertinos! Qué
vergüenza.
-
¿Otra vez echando de menos los tiempos de la Santa Inquisición? ¡A la hoguera
con ellos! - dijo Esther, con ironía. Divorciada por duplicado, la última vez
de forma muy dolorosa, hacía tiempo que había decidido ponerse el mundo por
montera y gritar a los cuatro vientos que, a ella, lo que de verdad le ponía
muy burra era una buena hembra. Y dicho y hecho; se apuntó a unas cuantas webs
de citas y se dedicó a recuperar el tiempo perdido, pasando de una mujer a
otra. Hasta que encontró a Hedda, una sueca que debía descender de los dioses
nórdicos y que hacía que hasta yo me cuestionara mi propia sexualidad. Ahora
era vegetariana, excepto cuando se junta con nosotras y se mete un entrecot
entre pecho y espalda, hace ejercicio cada mañana y es feliz hasta decir basta.
La envidio un poco, de forma totalmente sana... casi siempre-. Estamos en el
siglo XXI, cariño, a ver si espabilas un poco, que ya va siendo hora. Por
cierto, ¿tu marido sigue siendo un cavernícola o ha evolucionado ya?
-
Vale ya, niñas, que no estamos en el patio del colegio - cortó Anna, poniendo
paz antes de que la proverbial sangre llegara al río. Cuando Esther bebía,
podía ponerse impertinente y tenía una cruzada personal contra Antonio, el
marido de Virginia. No la culpo, ninguna de nosotras le soportábamos,
especialmente desde el día en que se enteró de que era lesbiana y prohibió a su
mujer que volviera a verla o hablar con ella, porque iba a acabar por
"arrastrarla en el barro de su perdición con su estilo de vida
antinatural". Es la única vez que hemos visto a Virginia hecha una fiera,
¡hasta dio dos o tres puñetazos en la mesa! Ni siquiera él tuvo huevos de
plantarle cara. Se limitó a recoger los restos de su maltrecha hombría y abandonó
el escenario con el rabo entre las piernas, no sin señalarme con el dedo y
decirme que, como todo lo malo de esta vida, lo que pasaba era culpa mía. Yo le
sonreí y le enseñé el dedo corazón de las dos manos, mientras Anna corría a
preparar una tila con doble ración de orujo para la pobre Virginia, que se veía
repudiada públicamente. Anna es nuestra pacificadora, la que siempre tiene una
palabra de ánimo, un abrazo, jamás juzga y siempre comprende, la luz en mitad
de cualquier tormenta. Es la hermana "postiza" de todas y se ha
ganado el lugar a pulso. Es familia, pero del tipo bueno, esa que eliges -. A
ver, ¿por qué no probamos? Tengo ganas de hacer algo diferente, por una vez,
algo un poco locuelo. ¿Vosotras no? Propongo que nos acerquemos y, según veamos
el ambiente, decidimos quedarnos o nos vamos. No tenemos nada que perder, ¿qué
decís?
-
¡Yo me apunto! - Y esa, por supuesto, era yo y, como era de esperar, no me
hicieron ni caso. Lo raro habría sido que me negara y es que así soy yo: de un
tiempo a esta parte, me apunto a un bombardeo. Pasé de ser una jovencita
relativamente tranquila, conformista e incluso aburrida, a lanzarme de cabeza a
todas las piscinas que la vida me ponía por delante, sin preocuparme de si
tenían o no agua. Antes practicaba aquello de "calla, por si acaso",
ahora soy una firme defensora del "tú habla y a ver qué pasa". ¡Y así
me va! Colecciono desastres y cicatrices, pero cuando alguien me pregunta si
soy feliz, contesto con un "¿Y tú?" que suele cerrarles la boca y la
conciencia. Me siento viva y, después de haber pasado años sintiendo que esta
fiesta no era la mía, esto es más que suficiente para mí. Y oye, a quién no le
guste, que le ponga flores de adorno o mire hacia otro lado-. Oh, venga, por
favor... ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo extravagante?
-
¿Nosotras? Meses, o años, probablemente. Tú... creo que fue la semana pasada.
Esos pelos teñidos de verde todavía me provocan pesadillas. ¡Menos mal que
recuperaste la sensatez y has regresado al rojo escandaloso de siempre! - dijo Mariana,
la eterna voz de mi conciencia. Le saqué la lengua y respondió de la misma
manera, riéndose -. Pero reconozco que tienes razón. A ver, chicas, que es
verano, parece que estamos llegando al final de este larguísimo túnel y estamos
todas vacunadas. ¡Secundo la moción!
-
Mariana, ¿qué estás diciendo? Pero ¿es que te has vuelto loca? - Virginia la
miró horrorizada-. No me lo puedo creer. ¡Precisamente tú, la más sensata de
todas! ¿Cuánto has bebido?
-
¡A tomar por culo! - Contestó, dando una palmada sobre la mesa que hizo
tintinear cristalería y cubiertos, dejando claro que sí, que había bebido un
poquito de más -. He dicho que voy ¡y voy!
-
Venga, santurrona, anímate - Esther le dio un puñetazo suave en el hombro -. Si
se te ve en la cara que lo estás deseando.
-
Te prometo que te protegeremos de cualquier peligro - añadió Sandra, poniéndose
la mano en el corazón -, y te guardaremos el secreto hasta el día de nuestra
muerte o la tuya, lo que pase primero. Nadie lo sabrá por nosotras, ¿verdad,
chicas?
-
¡Verdad! - respondimos a coro, con más entusiasmo del necesario. Virginia,
adoptando el papel de mártir, nos miró una a una, suspiró con exagerado
dramatismo y puso los ojos en blanco.
-
De acuerdo, iré... pero espero no tener que arrepentirme nunca de esta
decisión. ¡Ay, Dios mío!
- Y
ahora, ¿qué? - exclamó Esther, levantando las manos al cielo.
-
Como Antonio se entere... no quiero ni imaginar su reacción.
-
Pues si se entera, igual te deja - contesté yo, alegremente. No soportaba a
aquel tipo con pinta de aspirante a cura expulsado del seminario, que andaba
siempre condenando los pecados ajenos, sobre todo la lujuria, y que cuando
creía que nadie le miraba, se le iban los ojos detrás de cualquier mujer que se
cruzara en su camino-, y eso, querida mía, ¡es lo mejor que te podría pasar!
Estaba
yo muy entretenida contemplado al camarero cuando se cruzó por mi línea de
visión un cuerpo poco proporcionado. No le vi la cara, pero algo en su manera
de andar, como a saltitos, e inclinar la cabeza hacia la derecha me resultaba
muy familiar. Le seguí durante unos instantes, por curiosidad más que nada,
pero lo perdí entre la multitud que se agolpaba frente a un escenario en el que
un Don Juan muy frescales iba recitando sus versos a Doña Inés mientras le
metía la mano por debajo del hábito. Me encogí de hombros y regresé a mi lugar
al final de la barra, donde el camarero me obsequió con un Cosmopolitan recién
hecho y un trocito de tarta red velvet. Encima, atento. ¡Qué joya!
Mis
amigas fueron viniendo, una a una, para contarme qué habían visto o qué habían
comprado. Sandra había encontrado un vibrador de un tamaño tan descomunal que,
aseguraba, era imposible que estuviera diseñado para entrar en cualquier
orificio humano.
-
No quiero ni imaginar el desgarro... - dijo, estremeciéndose, provocándonos
gestos de dolor al imaginarlo-, pero era de un color rosa muy cuqui y se cargaba
por USB, lo que me parece muy práctico.
Anna
quiso explicarnos el diseño de un columpio sexual y, gracias a las copas, lo
único que conseguimos entender fue que le habían invitado a probarlo, se le
liaron los pies en las cintas y aterrizó de culo enmedio de una atenta y
divertida concurrencia.
-
Un par de hombres me han ayudado a levantarme y, de paso, me han tocado el culo
y una teta - confesó, muerta de la risa-, ¡y me ha dado igual!
Mariana
nos enseñó su botín de guerra: un succionador, lubricante con sabor a menta
porque le habían dicho que "el efecto fresquito-calentito potenciaba los
orgasmos" y un látigo de cuero suave para que su marido supiera quién
mandaba en su casa y en su cama. Se me encogió el estómago al pensar en Adrián,
mi cuñado, el hombre más dulce que jamás ha pisado esta tierra. En cuanto a
Esther, apareció cargada con un arnés de cuero negro que hacía tiempo que
quería comprar. Cuando quiso darnos más detalles, le pedimos que, por favor,
nos los ahorrara.
-
Pandilla de estrechas... Qué bien os van a venir estos regalitos que os he
comprado. ¡Sobre todo a ti, Virginia! -Extendió una mano de la que colgaban
cinco bolsitas de regalo de color negro y con el nombre de la tienda
serigrafiado en rojo-. Venga, no seáis tímidas, coged una cualquiera. Son todos
iguales, sólo cambia el color, así que si el que os toca no os gusta. podéis
cambiarlo.
-
Es que yo no... - Empezó Virginia.
-
Es que tú, nada - La corté. Cogí dos bolsas, me quedé una y le puse la otra en
las manos-. ¿Lo abrimos todas a la vez?
-
Pero ¿cuántos años tienes, por favor? - dijo Sandra.
-
Cuatro menos que tú - Respondí con ironía-. ¿A la de tres? Vir, no te hagas la
loca, que te veo. A la de tres. Una. Dos. Y... ¡tres!
Las
cinco, con más o menos torpeza, sacamos un pequeño paquete que escondía un mini
vibrador, con su correspondiente pila, con forma de pene. El mío era lila, me
dio la risa floja y confesé que su hermano mayor dormía, hacía meses, en el
cajón de mi mesita. A Virginia, que le había tocado uno negro, se le iban a
salir los ojos de las órbitas y lo enterró en las profundidades de su bolso de
Mary Poppins.
-
Qué apañado, lleva instrucciones en castellano. Como si fuera tan complicado...
- contestó Anna, que había desplegado el papel y lo estaba mirando con
curiosidad-. Mira, la pila se pone aquí, hay que apretar este botoncito y...
¡hala, pero qué potencia tiene para ser tan pequeño! ¡Qué ganas de probarlo!
-
¿En serio? Yo es que no puedo con vosotras, de verdad que no puedo - Virginia
nos miró, asombrada-. ¿Cuándo os habéis vuelto tan... sueltas?
-
Pues debió de ser... no sé, hace como mil trescientas dieciocho confesiones
tuyas - dijo Esther. Luego le pasó el brazo por los hombros y le dio un
achuchón cariñoso-. No te enfades, Vir, sólo es una broma. Si no lo quieres, lo
puedes tirar... pero si yo fuera tú, lo probaría antes. Puede ser que descubras
un mundo nuevo.
-
Yo lo que voy a hacer es largarme de aquí - miró el reloj y frunció el ceño-,
que ya va siendo hora. Antonio me estará esperando. ¿Tendrán lavabo aquí? Hace
un rato que me estoy orinando.
-
Sí, los he visto antes... - me puse de puntillas para mirar por encima de todas
las cabezas, en busca del luminoso que indicaba los baños -. ¡Sí, allí! ¿Ves dónde
están los maniquíes disfrazados de animales? Pues justo al lado. ¿Te acompaño?
-
No, deja, puedo ir yo solita.
-
Te acompaño - dijo Anna -, necesito soltar un poco del cava que me he bebido.
-
Vale, nosotras os esperamos en la puerta - aceptó Esther-. Chicas, nosotras
vamos a recuperar los abrigos y demás y salimos. Qué calor hace aquí, por
Dios.
Sin
rechistar, la seguimos hasta guardarropía, donde recuperamos nuestras cosas, y
fuimos hacia la salida. A medio camino, el camarero del six pack salió de
detrás de la barra, se acercó a mí, me dio su número de teléfono y dos sonoros
besos en las mejillas. "Llámame", había escrito debajo en un post-it
con forma de pene. Sentí un cosquilleo en el estómago y en otras partes, guardé
la nota en el monedero, junto a las tarjetas de crédito, y me reuní con el
resto, que me esperaban en la calle, conteniendo las ganas de dar saltitos de
alegría.
Estaba
a punto de salir cuando me quedé paralizada. No, no exagero: me quedé
paralizada por completo. No era para menos, pues acababa de tropezar casi con
Antonio, el Antonio de Virginia, arrimándose a una morenaza que le sacaba un
palmo de altura gracias a los tacones de aguja en los que se había subido,
mientras le agarraba el culo a dos manos y le hundía la cabeza en el generoso y
amplio escote. La chica, a la que no parecía importarle ni lo más mínimo esa
intromisión en su intimidad, se reía a carcajadas apoyada contra la pared y se
dejaba hacer con alegría. Cuando una de sus manos se perdió debajo de la falda,
si es que eso podía llamarse falda porque a duras penas era un cinturón ancho,
sentí que el estómago se me ponía del revés y quise matarlo lenta, muy lenta y
dolorosamente. No lo hice, claro, pero sí llamé a mi hermana para pedirle que
volvieran lo antes posible, porque aquello era una emergencia.
-
Mariana, venid rápido. No os vais a creer con quién me he encontrado. No, no es
ninguno de mis ex. Sí, claro que estoy segura. ¡Oye, cómo que es imposible
que los recuerde a todos porque son demasiados! – Será posible... Pero ¿qué
concepto de mí tenía mi hermana? - ¡Que mováis el culo y volváis ya, ostia! Os
espero delante de los lavabos.
En
diez segundos estaban a mi lado, porque otra cosa no, pero el drama nos gusta
con delirio, y al igual que yo, se quedaron pasmadas en cuanto le vieron. En
ese momento, Anna y Virginia salieron de lavabo y, como no podría ser de otra
manera, fueron a chocar directamente con Antonio y su conquista.
-
Uy, perdonad, no os ha... – Y ahí se acabó la frase.
Un
par de pasos más atrás, Virginia asomó la cabeza y al ver a Antonio metido en
semejante “fregao”, se llevó las manos a la boca, abrió mucho los ojos, sin
poder creer lo que estaba viendo.
-
¡ANTONIO, PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO! – gritó a pleno pulmón.
El
interpelado detuvo el magreo por un segundo y le sacó la lengua de la garganta
a la morena, se retiró un par de pasos y, con una lentitud exasperante, giró la
cabeza para encontrarse con su mujer y sus cinco amigas. Como habría dicho mi
abuela, se le vino un color y se le fue otro. Empezó a sudar, retrocedió hasta
que la espalda de la chica chocó contra la pared y él acabó apoyado contra la
pechuga de su amiga, boqueando como un pez fuera del agua, incapaz de decir una
palabra. La única parte de él que se movía eran los ojos, que viajaban a toda
velocidad entre nuestras caras a la de su mujer, por la que caían dos gruesos
lagrimones negros como la vida.
-
Serás hijo de puta... – dijo, entre dientes, Esther, que aprovechó que una
camarera, disfrazada de conejita de Playboy, pasaba por allí, cogió una copa de
cava y se la vació en la cara.
-
No... No... No... - Antonio carraspeó y consiguió sacar un hilo de voz-. ¡No es
lo que parece!
-
Será posible... ¡Tendrás el valor de negar lo que hemos visto! – ataqué yo, con
los brazos cruzados sobre el pecho.
-
Claaaarooooo... A ver, chicas, que yo os lo explico – Esther les
señaló con el dedo y puso en juego todas sus dotes de actriz, que eran muchas-.
Esta señorita se estaba ahogando y el amigo Antonio, gracias a sus
conocimientos médicos como dentista, le estaba ayudando. ¿Me equivoco?
-
¡No, para nada! Eso es justo lo que ha pasado – se giró hacia la muchacha, que
le miraba con cara de pasmo-. ¿Está mejor, señorita?
-
¡Cállate, capullo! – Gritó Sandra. A esas alturas de la película, todo el mundo
se había olvidado de lo que ocurría en el escenario y concentraba su atención
en nosotros-. Pero ¿por quién nos tomas?
-
Virginia, amor mío, tú me conoces y sabes que digo la verdad. ¿Cuándo te he
mentido yo? Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? – Se acercó a ella con
las manos extendidas, con la misma cara de santo bendecido con la que recibía
la comunión cada domingo. Virginia, que lloraba sin hacer ni pizca de ruido,
sólo acertaba a negar con la cabeza-. No les hagas caso, nunca les he gustado y
les encantaría separarnos. ¡Son perversas!
-
Virginia, tú le has visto – Esther le había pasado el brazo por los hombros en
actitud protectora-. Sólo quiere evitar que le pongas de patitas en la calle,
¡que es lo que se merece! Yo te ayudaré a hacer las maletas y llamaré al
cerrajero para que cambie la cerradura esta misma noche.
-
Pero, ¿qué dices, bollera de mierda? ¡No tienes cojones para hacerme
eso!
-
Cojones, no, pero tú ponme a prueba, gilipollas, y te demostraré que mis
ovarios son más grandes que tus huevos - La sonrisa de Esther me dio miedo
hasta a mí.
-
¡Es mi mujer! ¡Y son mis hijos!
-
¿Tu mujer? ¿Tus hijos? - Dijo la morena, sorprendida. Antonio cerró los ojos y
se llevó las manos a la cara-. ¿Estás casado? ¡Me dijiste que estabas
divorciado!
-
Ahora, no, Susana - contestó, sin mirarla siquiera-. Ya hablaremos el lunes en
la consulta.
-
¡Que te crees tú eso, cabrón! El lunes, en la consulta, de lo único que vamos a
hablar es de mi finiquito, que espero que sea muy pero que muy generoso, y da
gracias a que no te denuncie por acoso. ¡Aparta, gusano asqueroso! - Le dio un
empujón que lo lanzó contra Esther, que lo apartó con cara de asco.
-
¿Es tu secretaria? - Exclamó Sandra, negando con la cabeza-. No se puede ser
más típico tópico que tú, macho, qué poco original.
-
Perdona, guapa, pero soy enfermera anestesista - repuso la morena, sacando
todavía más el pecho.
-
Un pendón desorejao es lo que eres, hija... Ya te vale, liarte con tu jefe -
añadió Anna-. ¡Sobre todo, siendo este tío! Qué estómago, de verdad.
-
¡Me dijo que estaba divorciado! Por Dios, dos años... ¡He tirado por la borda
dos años de mi vida contigo y todo ha sido mentira!
-
¿Lo de que Santa Claus no existe y los Reyes Magos son los padres lo sabes ya o
te pillo por sorpresa? - Metí baza yo, tirando de ironía-. Porque, vamos, si te
has creído lo del divorcio...
-
Podéis iros a la mierda todas y, por favor, os lo lleváis. Ahora no lo tocaría
ni con un palo de diez metros... - Se recolocó la melena y se alejó, con mucho
remeneo de cadera, haciendo equilibrios sobre los tacones.
-
Ver para creer, Antonio, ver para creer - Mariana, que hasta ese momento había
estado calladita, tomó el relevo y contraatacó-. Mira, no tenemos ni las más
mínimas ganas ver sufrir a Virginia, pero está claro tampoco puedes quedarte
después de te hayamos pillado con las manos en el culo. En las tetas. ¡En la
masa, coño! Así que te recomiendo no lo empeores todo aún más y te vayas. Por
favor. Por Virginia y por los niños.
-
Le estáis destrozando la vida- dijo, mirándonos una a una-. ¿Y vosotras os
atrevéis a llamaros "sus amigas"?
-
Bueno, tú te llamas "su marido" y no eres más que un pedazo de mierda,
así que... - Esther se encogió de hombros y sonrió.
-
Pero... ¿cómo me voy a ir así, de un día para otro? ¡Estáis locas!
-
Chico, te las has arreglado para que tu enfermera se creyera lo del divorcio
durante dos años. Seguro que se te ocurre algo en el camino a casa de tus
padres. O a un hotel, da igual, pero a tu casa esta noche no vuelvas -Mariana
le dio un par de palmaditas en el hombro. Después se dio cuenta de lo que había
hecho y se limpió las manos contra el pantalón.
-
Virginia... – dijo en tono lastimero, como si estuviera al borde de la misma
muerte. Virginia, que tenía la cara manchada de rímel, pero había dejado de
llorar, le miró con cansancio-, podemos solucionarlo. Ha sido una tontería...
-
De dos años... – apunté yo, ganándome su mirada de odio infinito.
-...
sin importancia. No significa nada. ¡Ya ni siquiera recuerdo su nombre!
-
Susana – dijimos todas a coro. Creo que en ese momento le habría encantado
estrangularnos una a una.
-
¡Callaros de una vez, zorras!
-
Antonio... – susurró-. No. Ya basta.
-
¿Qué...?
-
Esta vez es Susana. Hace tres años, la sobrina del cura. A los seis meses de
casarnos, tu ex novia del instituto. En el embarazo de Belén, la cajera del
supermercado. Y cuando nació Abraham, las gemelas del quinto – La miramos todas
con la boca abierta. ¡Menudo historial! Lo que había tenido que aguantar, la
pobre-. Ya está. No quiero que vuelvas a casa. Ven a recoger tu ropa mañana,
cuando esté en el trabajo, y el resto de tus cosas el fin de semana, mientras
me voy con los niños y mis amigas a la playa. No quiero volver a verte ¡EN MI
PUTA VIDA!
-
¡VIRGINIA! - exclamó Antonio, realmente acojonado por primera vez en su
vida.
Y Virginia, sin molestarse en mirarle
siquiera, dio media vuelta y atravesó el local con la vista firmemente clavada
en la puerta de salida. Nosotras la seguimos tan rápido como pudimos,
esperando, y temiendo, que se desmoronara en el mismo momento en que pisara la
calle, pero no lo hizo. Ni ese día ni ninguno de los que siguieron en un
proceso de divorcio que fue largo y muy, muy penoso.
Lo que sí hizo fue ir dejando caer la
vergüenza, rompiendo tabúes y superando todos y cada uno de sus miedos, que
eran muchos y no le habían dejado vivir de verdad. La Virginia que emergió de
aquel incendio fue una mujer libre, segura de sí misma y valiente. Y descarada,
que ya le iba tocando. En el mismo momento en que tuvo en sus manos la
sentencia firme de divorcio y el dinero que le tocaba en la venta del piso, se
fue de viaje de relax a Mikonos y volvió con un griego colgado del brazo. Y qué
griego, madre mía, qué griego... Ahora viven todos juntos, Virginia liberada,
el griego que desciende de los dioses del Olimpo y sus hijos, en un ático
estupendo en el Gòtic, y son tan felices que dan asco.
Esther y Hedda se mudaron a Suecia hace
seis meses. No tengo muy claro qué hacen allí, pero viven a lo grande porque
creo que Hedda resultó ser hija de un ricachón de aquellos de tener dinero para
varias vidas. Tiene un casoplón con más baños que habitaciones, un salón de
baile con las paredes doradas, muchos espejos y lámparas de araña que harían
las delicias de mi madre, y una biblioteca que me hace salivar cada vez que la
veo en fotografías. Adoptaron a dos niños y dos niñas que van a colegios con
uniformes de cuadros y, los fines de semana, colaboran en multitud de obras
benéficas.
Anna sigue siendo dulce, comprensiva y
encantadora. Vive tranquila con su marido y está siempre dispuesta a escuchar
mis dramas. No sé si alguna vez seré capaz de hacerle entender lo que significa
para mí, pero no concibo la vida sin ella. Creo que es el amor de mi vida, en
el buen sentido, ¿eh? Nos vemos menos de lo que me gustaría, porque la
distancia, los trabajos y, en fin, el ritmo de la vida no nos pone las cosas
fáciles, pero siempre que quedamos, es como si el tiempo no hubiera pasado. Es
una pasada.
Mariana sigue siendo la mujer perfecta y
da mucho coraje, porque mi madre sigue empeñada en compararnos y siempre
pierdo. Lo que no se imagina ella es que, desde aquella noche en la sex shop,
ha descubierto que lleva dentro una pequeña dominatrix y lleva a mi cuñado más
tieso que un palo. Él contento, no creas, que siempre fue un poco de dejarse
llevar. Hace un par de semanas me enseñó su armario secreto y, madre mía, ¡qué
artilugios tiene! A su lado, mi modesto cajón y mi actitud libertina se quedan
en absolutamente nada. No sé cómo se las apañan para que mis sobrinos no lo
descubran. Mis padres vinieron un fin de semana a mi casa y a las cuatro horas,
mi padre ya había descubierto mi escondite y me miraba con resignación. Yo creo
que ya me dan por perdida...
Y yo... bueno. Yo he decidido no quejarme más de mi mala suerte en los amores. El camarero, que se llamaba Álvaro y era una maravilla en la cama, cuando lo sacabas de ella y le ponías una camisa se convertía en alguien aburrido y sin conversación más allá del fútbol y el gimnasio. A pesar de todo, como hago siempre, me aferré a aquel simulacro de relación, intenté que funcionara y, durante un tiempo, conseguí engañar a todo el mundo, incluida yo. La sensación de fracaso, cuando le puse punto y final cuatro meses más tarde, fue devastadora y me costó casi un año volver a levantar cabeza. "No me vuelvo a enamorar", juré a todo aquel que me quiso escuchar. Nadie se lo creyó y yo, tampoco, porque soy incapaz de no hacerlo. El roce hace el cariño, dicen, y doy fe de ello. Lo que sí he hecho es cambiar la mentalidad, dejar de esperar a Mr. Right y prometer que voy a disfrutar de todo lo que venga, ya sea bueno o malo, porque prefiero tener mil cicatrices a quedarme sentada y a salvo en un rincón. Quiero vivir, quiero sentir que me arde la piel, que me marea el deseo, que me ahogan las ganas, que no puedo respiran sin otro beso más, sin otra caricia más, sin otra mirada más. Y lo que tenga que venir, que venga. Al fin y al cabo, como dijo Silvina Ocampo, "Si tengo un corazón, ¡es para que arda!". Ya veré qué hago con las cenizas de tantos incendios... Abonar un campo de recuerdos, quizá, para que sigan floreciendo y jamás pierdan la luz, el color o los sonidos.
Pues eso.
Mjo
28-06-2021
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