No hay destrucción más completa ni dolorosa que la que provoca un ataque de ternura. Da igual lo que hagas, la fuerza que emplees en oponerte a ella; cuando alguien te abraza y te invade, la guerra está perdida. A partir de ese momento, lo que venga no importa porque vivirás esperando que se repita, que vuelva la sensación de felicidad que sólo sientes entre esos brazos, apoyad@ en ese pecho, escuchando esa voz y sintiendo los latidos, tranquilos o acelerados, de ese corazón. Y quien venga a ocupar su lugar una semana, un mes o un año más tarde será indiferente, porque estarás convencid@ de que jamás conseguirá llenar el hueco que han dejado.
Maldita ternura, que se lleva la paz y la tranquilidad, y te deja sólo hambre, sed, pena, tristeza, rabia, dolor y preguntas. Tantas, tantas preguntas sin respuesta acumuladas a los pies de la cama, esperando que algún día algo, alguien o tú, las expulse a patadas y te enseñe a confiar de nuevo, iniciando otra vez el círculo vicioso del "No quiero quererte, pero, sin querer, te quiero".
Y vuelta a la casilla de salida, a repetir errores a pesar de las precauciones, a las noches en blanco y los días que pasan lentos. Vuelta a recoger los pedazos, a reconstruirte una vez más, a fortalecer el muro por las partes que se han derrumbado y te han dejado desprotegid@. Vuelta a cerrar los ojos para no ver, a taparte los oídos para no escuchar, a perseguir fantasmas y ocultar el miedo.
Pero no hay regreso posible y lo sabes. Volverás a tropezar, una y mil veces, con la misma maldita piedra, que te reabrirá la herida para que brote sangre nueva, limpia y caliente. Lo sabes. Lo sientes. Lo deseas. Lo haces.
No hay caso. Cuando de equivocarse se trata, nadie lo hace mejor que tú y tu estúpida, horrorosa e inevitable ternura, que siempre va a parar donde, al parecer, no es necesaria.
Mjo
(Os lo dije, drama queen a la máxima potencia, pero a veces hay que dejar salir toda la tontería para salir adelante)
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