miércoles, 29 de julio de 2015

FANTASMAS (2)

La noche y la tormenta le sorprendieron callejeando por el Barrio Gótico, su parte favorita de la ciudad, donde se había perdido para distraer su mente. Mala elección porque en cada esquina le esperaba un recuerdo distinto, desteñido por el tiempo y la lluvia que le empapaba hasta los huesos, todos dolorosos a pesar de las sonrisas. Aquí la había besado hasta hacerse daño. Allí le dijo, por primera vez, que la quería. Bajo aquella farola le confesó que se había acostado con Edna y en esas escaleras en las que estaba sentado, al pie de una vieja iglesia, se había arrodillado suplicando que le perdonara. Lloraba, como ahora, sin consuelo. Y le perdonó, sólo para volver a herirse mutuamente una y otra vez, en una espiral absurda de amor y odio que les consumía.

         ¿Cómo olvidarla? Se había metido bajo su piel sin notarlo, a base de indiferencia y medias miradas. Comparada con su amiga, tan alta, tan rubia, tan llena allí donde las mujeres tienen que estarlo, era apenas un ratón insignificante, casi esmirriado, con el pelo teñido de un rojo escandaloso. Su boca sonreía pero sus ojos, verdes de luz y sueños, jamás lo hacían. Si callaba, podías olvidarte hasta de que existía pero cuando hablaba, el mundo entero se paraba a escuchar. Y cuando reía… La primera vez que la oyó reír sintió que su corazón echaba a rodar cuesta abajo, sin freno ni control, y se dejó ganar. En cierta manera, casi se alegró cuando le dio calabazas. Se encogió de hombros, le regaló un guiño y una de sus sonrisas torcidas y salió del bar silbando bajito para que nadie notara la herida en su costado. Sobre todo, ella.

         Aceptó cubrir el mitin de un desgastado líder y se fue lo más lejos que pudo llegar sin cruzar la frontera. Allí se consoló metiéndose en otros cuerpos, besando otros labios y aprendiendo nuevas reglas para antiguos juegos. Cuando se quedaba a solas, las sábanas enfriándose sobre su desnudez, escribía cartas que siempre empezaba diciendo “Mi querida pelirroja” y acababa con un “No te quiero, aunque te piense demasiado” antes de firmar con un nombre inventado. Le escribió muchas en esos días. No le envió ninguna. Por aquel entonces, todavía decidía su orgullo. Cuando volvió a la capital, ella se había ido. La echó de menos durante diez segundos, el tiempo que tardó en recordar que no la amaba a pesar de todo, y siguió malviviendo su vida.

         Eventualmente, su suerte cambió. Aquel mitin, donde un líder desgastado le recordó al mundo que hasta los más fuertes mueren débiles y solos, le dio notoriedad. El dinero empezó a entrar en sus bolsillos. Por supuesto, salía con la misma velocidad, pagando copas, partidas de cartas, rosas sin espinas y apuestas en el hipódromo. Vivía a la carrera, sin pararse a pensar en el futuro porque estaba convencido de no tenerlo. A veces despertaba sobresaltado en mitad de la noche, en una cama ajena y junto a una mujer que no reconocía, y el nombre de la pelirroja le venía a los labios. Le habría gustado saber de ella pero era mejor no volver a verla. Era veneno de absorción lenta pero letal. Dejándola en el pasado estaba a salvo, los dos lo estaban, y era mejor así. Algunas cosas no pueden ser y otras es preferible que no sean.

         El fotógrafo levantó la mirada al cielo, buscando las estrellas que las nubes ocultaban, rogando que cualquier dios se apiadara de él y se la llevara de su memoria, que la arrancara de su cabeza y su corazón de una vez porque ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando sin ella. Ninguno respondió. Andaban ocupados contando los muertos del bando contrario.

Mjo

No hay comentarios:

Publicar un comentario