La casa de putas más famosa de la época debió estár, más o menos, por aquí. Aunque ya no queda ni el más mínimo recuerdo, ni en esta calle ni en la memoria de la gente. El último cliente que disfrutó de sus placeres debe estar criando malvas hace años y con él se perdió también una historia que debió ser a ratos interesante, a ratos placentera y, sin duda, triste, llena de soledades disfrazadas de seda y encajes perfumados con polvos de talco y rosas ajadas.
Supe de su existencia por pura casualidad, gracias a un artículo sobre anécdotas curiosas de la ciudad. Ocupaba el último lugar en una lista de diez historias breves que navegaban de lo macabro a lo cómico y en la que no faltaba, por supuesto, el amor. ¿Qué ciudad no guarda no una sino cientos, miles de historias de amor? Algunas son de dominio público y viven, saltando de boca en boca, una fama eterna. Otras, la inmensa mayoría, quedan en el anonimato, se pierden para siempre o, en el mejor de los casos, quedan reducidas al entorno familiar y se cuentan, de vez en cuando, entre susurros. Me pregunto cuántas de esas historias se escondieron detrás de aquellas paredes que el tiempo y el progreso se han llevado por delante. Más de una y más de dos, estoy convencida, y por eso me gustaría que se les diera voz y vida, un rostro, un nombre que las hiciera reales. Quisiera saberlo y allí donde no existen los datos, que la imaginación los invente.
Hace años que descubrí que la Historia de verdad, con mayúsculas, no es la que nos explican en los libros de texto sino aquella que nadie cuenta porque, al parecer, carece de interés. Sus protagonistas no tienen nombres rimbombantes ni atesoran riquezas; en realidad, la escriben las gentes de la calle, personas anónimas que se levantan y acuestan cada día sin hacer grandes gestas pero son capaces de encontrar felicidad en la más insignificante de las cosas y sobreponerse a las desgracias sin perder la dignidad. Mujeres que permanecen en la retaguardia de cualquier guerra; misioneros que pierden el dinero y el alma por enseñar a leer a unos niños en lo más profundo de una selva amazónica; médicos que luchan contra la enfermedad y la muerte mientras sus gobiernos miran hacia otro lado; los abuelos que, en tiempos de crisis, estiran los billetes y los pucheros para que la familia entera coma. GENTE REAL, que jamás saldrá en los periódicos a menos que cometan un crimen o sean víctimas de uno. Como aquellas mujeres que, por necesidad o quizá por gusto, pusieron sus cuerpos en venta para deleite o sufrimiento de hombres que, a cambio de unas monedas, hacían realidad sus fantasías de amor.
Historia antigua, historia de hoy, de mañana y de siempre. Porque mientras la carne conserve el calor y el corazón lata, el ansia de amor, de sentir otra piel contra la propia aunque sea un instante y de mentira, existirá. Ese es el material del que se nutren los sueños.
Mjo
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